Lo importante de los evangelios
es que nos transmiten la predicación de los Apóstoles, y que los evangelistas
fueron Apóstoles o varones apostólicos (cfr Dei Verbum, n. 19). Con esto
se hace justicia a lo recibido por la tradición: los autores de los evangelios
son Mateo, Juan, Lucas y Marcos. De estos, los dos primeros figuran en las
listas de los doce Apóstoles (Mt 10,2-4 y paralelos) y los otros dos figuran
como discípulos de San Pablo y San Pedro, respectivamente. La investigación
moderna, al analizar críticamente esta tradición, no ve grandes inconvenientes
en la atribución a Marcos y a Lucas de sus respectivos evangelios; en cambio,
analiza con ojos más críticos la autoría de Mateo y de Juan. Se suele afirmar
que esta atribución lo que pone de manifiesto es la tradición apostólica de la
que provienen los escritos, no que ellos mismos fueran los que escribieron el
texto.
Lo importante, por tanto, no es la persona concreta que escribiera el evangelio
sino la autoridad apostólica que estaba detrás de cada uno de ellos. A mediados
del siglo II, San Justino habla de las “memorias de los apóstoles o evangelios”
(Apología, 1,66, 3) que se leían en la reunión litúrgica. Con esto, se dan a
entender dos cosas: el origen apostólico de esos escritos y que se coleccionaban
para ser leídos públicamente. Un poco después, en el mismo siglo II, otros
escritores ya nos dicen que los evangelios apostólicos eran cuatro y solo
cuatro. Así, Orígenes: “La Iglesia tiene cuatro evangelios, los herejes
muchísimos, entre ellos uno que se ha escrito según los egipcios, otro según los
doce apóstoles. Basílides se atrevió a escribir un evangelio y ponerlo bajo su
nombre (...). Conozco cierto evangelio que se llama según Tomás y según Matías;
y leemos otros muchos” (Hom. I in Luc., PG 13,1802). Expresiones
semejantes se encuentran en San Ireneo que, además, añade en cierto lugar: “El
Verbo artesano del Universo, que está sentado sobre los querubines y que todo lo
mantiene, una vez manifestado a los hombres, nos ha dado el evangelio
cuadriforme, evangelio que está mantenido, no obstante, por un sólo
Espíritu” (Contra las herejías, 3,2,8-9). Con esta expresión —evangelio
cuadriforme—, pone de manifiesto una cosa muy importante: El evangelio es uno,
pero la forma cuádruple. La misma idea se expresa en los títulos de los
evangelios: sus autores no vienen indicados, como otros escritos de la época,
con el genitivo de origen («evangelio de…») sino con la expresión kata
(«evangelio según…»). De esta forma, se señala que el evangelio es uno, el de
Jesucristo, pero testimoniado de
cuatro formas que vienen de los apóstoles y los discípulos de los apóstoles. Se
señala así también la pluralidad en la unidad.