Uno de los datos más seguros de
la vida de Jesús es que constituyó a un grupo de doce discípulos a los que
denominó los “Doce Apóstoles”. Este grupo estaba formado por hombres que Jesús
llamó personalmente, que le acompañan en su misión de instaurar el Reino de
Dios, que son testigos de sus palabras, de sus obras y de su resurrección.
El grupo de los Doce aparece en los escritos del Nuevo Testamento como un grupo
estable o fijo. Sus nombres son “Simón, a quien le dio el nombre de Pedro;
Santiago el de Zebedeo y Juan, el hermano de Santiago, a quienes les dio el
nombre de Boanerges, es decir, «hijos del trueno»; Andrés y Felipe, y Bartolomé
y Mateo, y Tomás y Santiago el de Alfeo, y Tadeo y Simón Cananeo; y Judas
Iscariote, el que le entregó” (Mc 3,16-19). En las listas que aparecen en los
otros Evangelios y en Hechos de los Apóstoles, apenas hay variaciones. A Tadeo
se le llama Judas, pero no es significativo, pues como se ve, hay varias
personas que se llaman de la misma manera —Simón, Santiago— y que se distinguen
por el patronímico o por un segundo nombre. Se trata pues de Judas Tadeo. Lo
significativo es que en el libro de los Hechos no se hable de la labor
evangelizadora de muchos de ellos: señal de que se dispersaron muy pronto y de
que, a pesar de eso, la tradición de los nombres de quienes eran los Apóstoles
estaba muy firmemente asentada.
San Marcos (3,13-15) dice que Jesús: “subiendo al monte llamó a los que él
quiso, y fueron donde él estaba. Y constituyó a doce, para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar con potestad de expulsar demonios”. Señala de esa
manera la iniciativa de Jesús y la función del grupo de los Doce: estar con él y
ser enviados a predicar con la misma potestad que tiene Jesús. Los otros
evangelistas —San Mateo (10,1) y San Lucas (6,12-13)— se expresan en tonos
parecidos. A lo largo del evangelio se percibe cómo acompañan a Jesús,
participan de su misión y reciben una enseñanza particular. Los evangelistas no
esconden que muchas veces no entienden las palabras del Señor y que el
abandonaron en el momento de la prueba. Pero señalan también la confianza
renovada que les otorga
Jesucristo.
Es muy significativo que el número de los elegidos sea Doce. Este número remite
a las doce tribus de Israel (cfr Mt 19,28; Lc 22,30; etc.), y no a otros números
comunes en el tiempo —los miembros del Sanedrin eran 71, los miembros del
Consejo en Qumrán 15 ó 16 y los miembros adultos necesarios para el culto en la
sinagoga, 10—, por lo que parece claro que se señala de esta manera que Jesús no
quiere restaurar el reino de Israel (Hch 1,6) —sobre la base de la tierra, el
culto y el pueblo— sino instaurar el Reino de Dios sobre la tierra. A ello
apunta también el hecho de que, antes de la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés, Matías ocupe el lugar que Judas Iscariote y complete el número de
los doce (Hch 1,26).