POR DOMINGO MUÑOZ LEÓN
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A través de toda
Este segundo relato de los orígenes tiene características muy determinadas. El autor nos presenta al hombre sacado del polvo de la tierra y dotado del Espíritu de Dios. Una vez formado el hombre, es transportado al jardín de Edén, sin duda para vivir en él y para cultivarlo. La descripción del Edén con toda clase de árboles y la situación en medio del jardín de los dos árboles misteriosos (el árbol de la vida y árbol de la ciencia del bien y del mal) es un símbolo de una vida dedicada a la compañía divina que gratuitamente otorga la subsistencia.
El relato se centra a continuación en la
desobediencia de Adán y Eva al mandato divino, cediendo a la tentación de querer
ser como Dios, árbitros del bien y del mal. Este pecado es sancionado por el
juez divino. La sentencia va en primer lugar contra la serpiente que será
vencida por la mujer y su descendencia (Gen 3,15). Después se anuncia a la mujer
las consecuencias que del pecado surgirán para su función de madre y esposa (Gen
3,16). Finalmente encontramos el anuncio del castigo a Adán. Aquí hemos de
entretenernos para examinar unas palabras que han determinado durante muchos
siglos la consideración del trabajo como un castigo divino. El texto es el
siguiente (3,17-19): «AI hombre le dijo: Por haber escuchado la voz de tu mujer
y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por
tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida.
Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de
tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste
tomado». No podemos entretenernos en hacer una exégesis detenida de este
importante lugar de
Esta perspectiva sombría del yahvista ha sido modificada sustancialmente en la revelación posterior. Ya los targumistas interpretaban la sentencia de Gen 3,19: «Hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste tomado, porque polvo eres y al polvo volverás» añadiéndole la siguiente frase: «Y del polvo tú has de volver a levantarte para dar razón y cuenta de todo lo que has hecho». Pero ha sido la revelación cristiana la que, gracias a la mediación de Jesucristo, ha visto que el final del hombre no terminaba en la muerte sino en compartir la resurrección de Jesucristo. Y esta perspectiva hace cambiar simultáneamente también la idea del yahvísta sobre el dolor como castigo.
En efecto, la redención libra al hombre de la esclavitud del pecado y con ello libra también al hombre de la consideración del trabajo como castigo. De alguna manera podemos decir que restaura la nobleza del trabajo que aparecía en el primer relato del Génesis. Cierto que no se suprime el aspecto doloroso (aunque el progreso de la civilización lo ha mitigado grandemente en el aspecto físico), pero ese dolor, como el de la enfermedad y en general de la situación humana, aparece ahora en una perspectiva nueva como unión a la pasión redentora de Cristo. El dolor que acompaña el trabajo es signo de la mortalidad del hombre y, a la vez, semilla de la resurrección futura.
El relato de Caín y Abel nos presenta ya las dos primeras formas de trabajo de la humanidad y, dentro del mismo capítulo, aparece ya la invención de las artes y de la técnica. El autor, que también aquí es el yahvista, nos ha querido retroproyectar al mismo comienzo de la humanidad la rivalidad entre pastores y agricultores y el recuerdo de los primeros esbozos de la civilización. La referencia a los sacrificios nos pone de relieve una idea que está muy extendida en las civilizaciones primitivas, aunque a veces deformada por la idolatría. Se trata del reconocimiento del fruto del trabajo humano, en la agricultura o el pastoreo, como bendición de la obra divina, reconocimiento que se expresa en el sacrificio. Tras la catástrofe del Diluvio, el autor sagrado establece como un elemento de estabilidad de la humanidad la sucesión de la estaciones y la labor humana: siembra y siega (Gen 8,22).
El Decálogo o Diez Mandamientos, a propósito del descanso sabático, indica: «Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo, es día de descanso para Yahveh, tu Dios» (Ex 20,9-10). La intención del Decálogo es sancionar el descanso del sábado, pero la expresión en imperativo «seis días trabajarás» puede indicar en general la obligación del trabajo, aunque también podría traducirse en el sentido de «seis días podrás realizar tus trabajos». En cualquier caso el autor inspirado considera normal el hecho del trabajo humano al que, no obstante, hay que ponerle un límite para que el hombre pueda mantener un contacto de adoración con Dios. El trabajo no es algo absoluto. El hombre es un ser libre, su realización principal es la unión con Dios.
El poema contenido en el salmo 104 comienza con una descripción de la hermosura de la obra creada por Dios. Enseguida pasa a la tarea del hombre como cooperador de la creación. El salmo describe al hombre en su tarea desde el amanecer hasta el anochecer (v. 23). El hombre saca de la tierra el pan, el vino y el aceite (v. 14.15).
Esta tarea y el dominio sobre la tierra había sido expuesta también en el Salmo 8 recordando el lenguaje del relato sacerdotal de la creación. También el salmo 128 habla de la dicha del hombre que come del trabajo de sus manos (v. 3).
El drama de la situación humana aparece en este libro con un acento poético inigualable. En algunos capítulos el autor se complace en describir la sabiduría presente en la creación y que constituye un espectáculo de belleza y grandiosidad capaz de dejar admirado al hombre. Pero en otros capítulos, sobre todo en el que se describe la miseria del hombre, el autor se ha complacido en describir la fatiga humana, la dureza de la situación del trabajo de los jornaleros en la rudas tareas del campo o en los telares para procurarse el vestido (Job 7,1-11) y todo ello también aquí a primera vista con la perspectiva de la muerte como único remedio. El pesimismo de Job se parece mucho al que hemos visto en el autor yahvista. De todos modos Job piensa que al final Dios se levantará en su ayuda (Job 19,25) y la esperanza de la resurrección abre su horizonte. La vida humana es un misterio y la grandeza de la creación es un argumento de la bondad de Dios. Otros libros sapienciales, como el Eclesiastés o el Eclesiástico, ofrecen perspectivas procedentes ya del contacto con el pensamiento helénico, pero dentro de la línea monoteísta.
El libro de los Proverbios contiene curiosas
descripciones del hombre laborioso y, por contraposició
El Nuevo Testamento vive básicamente inmerso en la tradición bíblica. Hay sin embargo una serie de detalles en la doctrina de Jesús y de Pablo que nos indican perspectivas nuevas.
Es notable que Jesús haya querido vivir en el seno de una familia cuya cabeza (José) ejerció el trabajo manual de carpintero (Mt 13,55). Más aún, el mismo Jesús ha ejercido largos años este oficio (Me 6,3). Este dato implica una visión nueva del trabajo inimaginable en la mentalidad de los filósofos paganos y de las culturas griega y romana.
En cuanto a la enseñanza de Jesús recordemos en primer lugar que Jesús libera al hombre de la preocupación agobiante del trabajo haciendo referencia a la vida de los pájaros y a la hermosura de las flores (Mt 6,25-34).
En segundo lugar Jesús insiste, en la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), en la necesidad de poner en movimiento los talentos que Dios ha dado al hombre y de los que él es un administrador.
En tercer lugar Jesús ha puesto al Padre como modelo de su trabajo. Este punto es especialmente importante en el evangelio de san Juan. El Padre aparece en su obra de dar vida y de juzgar (Jn 5,19-24). Esta misma obra es la que Jesús realiza sobre la tierra. Más aún, la obra de Jesús es la misma obra del Padre «Tengo que trabajar en las obras del que me ha enviado» (Jn 9,4). Sin duda esta obra es la liberación del hombre. La perspectiva de Juan supone una visión magnífica de la obra humana (Él es el Verbo Encarnado) como realización de la obra divina.
Finalmente Jesús reconoce como he-chas a Él todas las obras llevadas a cabo en favor de los más pequeños (Mt 25,31ss). Ello implica un dinamismo nuevo del trabajo. Toda la actividad que redunda en provecho del prójimo y especialmente de los más necesitados, tiene en sí misma un valor de eternidad.
La doctrina de Jesús está llena de parábolas de la vida del trabajo (el sembrador, el segador, los siervos que trabajan en el campo, el viñador, el administrador, etc.).
Una dignificación del trabajo de «servir» se encuentra en toda la vida de Jesús y en su enseñanza. Recordemos el episodio del lavatorio de los pies (Jn 13,1-12) y la frase que revela su conciencia de cumplir con la misión del Servidor de Yahveh que no ha venido a ser servido sino a servir (Me 10,45). Es una forma totalmente nueva de contemplar en una óptica redentora el sentido del trabajo y del servicio.
En la comunidad de Tesalónica había surgido un malentendido en relación con la proximidad de la vuelta del Señor. Algunos pensaban que no era necesario ya trabajar. Pablo aprovecha la ocasión para expresar su pensamiento. En 2Ts 3,6-15 expone su comportamiento trabajando día y noche; a la vez recuerda su enseñanza a los fieles: «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma» (2Tes 3,10). Esta frase indica que el apóstol considera el trabajo como la tarea que Dios ha puesto al hombre para buscarse el medio de vida. Evidentemente la expresión no se puede aplicar a la situación en que encontrar trabajo es imposible. La frase repetidas veces expresada por Pablo sobre el trabajo de sus manos para proveerse de los medios de subsistencia, indica la misma idea pero además sale al paso de los que podían interpretar el trabajo apostólico como un medio de sacar dinero. Así en 1TS 2,9 habla de sus trabajos y fatigas y afirma: «Trabajando día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros os proclamamos el evangelio de Dios». Los Hechos de los Apóstoles (Hch 18,3) nos describen incluso el oficio de Pablo. Era curtidor de pieles para las tiendas. La descripción que Pablo hace de Cristo que, siendo de condición divina, se hizo esclavo para salvar a la humanidad (Fil 2,6-11) está en la misma línea de la enseñanza de Cristo que hemos visto más arriba. En tiempo de Pablo, el hecho de la esclavitud era considerado como un elemento del derecho de gentes. De todos modos, Pablo, a la luz del misterio redentor de Cristo, asegura: “Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). No es difícil comprender lo que esta proclamación suponía para la consideración del trabajo de los esclavos. El cristianismo implicaba una dignificación del «hombre como imagen de Dios.
El pensamiento bíblico nos expone el sentido del
trabajo humano como colaboración a la obra creadora y como medio de
subsistencia. También como instrumento para el dominio de la tierra que Dios ha
encomendado al hombre.
(Domingo Muñoz León es miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.)