Pensar con el corazón y querer con el entendimiento


martes, 31 de marzo de 2009
José Antonio Íñiguez
 


 

Valladolid. Febrero. 2009

Sumario

Introducción.- Belleza intrínseca y extrínseca.- Pensar con el corazón.- Querer con la cabeza.-Epílogo.

 

Introducción

Piensa, piensa... discurre, discurre... analiza, analiza... ordena, ordena... discute... discute... ... Cabeza. Desea, desea... Anhela, anhela... Ríe... ríe... Llora... llora... rabia... rabia... ... Corazón. El espécimen humano que se ha dado en llamar animal racional, cuerpo y alma, mujer y hombre, tiene cabeza y corazón. Las dos cosas, cabeza y corazón.

Y ocurre que, a quien pretende usar sólo la cabeza se le llama filósofo, y a quien pretende usar sólo el corazón, poeta. Pero resulta que es imposible usar sólo la cabeza o sólo el corazón, porque sucede que, si el corazón no riega la cabeza, ésta se deteriora hasta el infarto cerebral, y si la cabeza, el cerebro, no rige bien el movimiento del corazón, éste se descompensa hasta el infarto cardiaco.

En ambos casos, la muerte de ambos, la del hombre o la de la mujer, más o menos tarde, es inevitable. No se puede ser sólo filósofo o sólo poeta. Sin embargo, muchos han pretendido, al menos en Occidente y a lo largo de la Historia, ser sólo filósofos y, lo peor, es que han pretendido que sólo así se podría alcanzar la verdad. Otros han declarado ser sólo poetas, y que sólo así se podía experimentar el amor. Los dos están equivocados.

Escribe Christian Andersen un cuento muy clarificador para nuestro primer caso. Se titula "La reina de las nieves". En un inmueble pequeño, de cinco pisos, en Rótterdam, vivían un chico y una chica que eran grandes amigos, iban a la misma escuela, paseaban y jugaban por los parques y las calles de su ciudad y, ciertamente pasaban la mayoría de su tiempo de estar juntos en la pequeña azotea que coronaba el edificio. Se llamaban Kai y Gerda, pero todo el mundo les llamaba el pequeño Kai y la pequeña Gerda.

La Reina de las nieves vivía en su gran palacio de hielo en la cumbre de la montaña y, de vez en cuando, desencadenaba una tempestad de nieve con el fin de reclutar esclavos de entre los habitantes de Rótterdam pues, entre los copos, mezclaba pequeños trocitos de hielo que tenían la propiedad de que, si caían en el ojo de un muchacho, se deslizaban por las venas de éste hasta su corazón, le transformaban en un témpano de hielo y perdía así toda posibilidad de sentir; ya no era capaz de hacer otra cosa que resolver problemas matemáticos. Les encerraba en una habitación de su palacio con figuras de hielo de todas las formas posibles, y se deleitaba en ver cómo formaban con ellas otras figuras, cada vez más complicada, cada vez más simétricas, cada vez más frías.

La desgracia quiso que una de estas partículas de hielo cayera en un ojo de Kai, quien desapareció inmediatamente de la presencia de Gerda. Quedó ésta desolada pero, inmediatamente se dio cuenta de lo que ocurría y decidió buscar a Kai y librarle de hechizo.

Después de vencer muchas dificultades y sufrir muchos trabajos, consiguió entrar en el castillo y llegar a la habitación donde Kai, entusiasmado, había conseguido casi llenar el suelo con una figura de hielo que tenía una multitud de simetrías. Corrió hacia él, pero intentó detenerse inmediatamente al ver la fría mirada con que Kai le recriminaba la interrupción. Se olvidó de todo. Se olvidó de que andaba sobre una plancha de hielo y, naturalmente, no pudo detenerse y cayó sobre Kai, que intentaba rechazarla. Quizá por el choque, quizá por la emoción y la tristeza que embargaba a Gerda, se echó a llorar y, entonces, una de sus lágrimas cayó en un ojo de Kai, penetró también hasta su corazón y lo derritió. Kai volvió a tiritar de frío, quedó aterrado ante su propia historia y huyó con Gerda, no dejando de temblar hasta que llegaron a la pequeña terraza de su casa.

Ni que decir tiene que crecieron como buenos amigos, se casaron andando el tiempo, y fueron felices. Fue necesario un corazón para calentar el frío pensamiento, la geometría de hielo, la consideración de datos, sólo datos, simetrías, sólo simetrías ...

Pasemos a otro cuento. No es propiamente un cuento sino, más bien, una obra de teatro que escapó de la pluma de Jacinto Benavente. Se llama "La fuerza bruta".

La fuerza bruta, Hugo, es un empresario de un gran circo que, además, hace de forzudo, naturalmente, y que tiene a sus órdenes, entre muchos otros artistas, a Fred, el saltimbanqui y contorsionista, a Ness, la funambulista y equilibrista, y a Bob, el clown. Fred y Ness se quieren. Bob, también está enamorado de Ness, pero es feliz simplemente si puede ayudarla a ser feliz, porque su felicidad es la de ella, porque la ama de verdad, sin ningún egoísmo y, quizá, también, porque así es fiel a la farsa, representa su papel de Arlequín hasta el final, como corresponde al tradicional personaje de la Comedia del Arte.

En fin, sea lo que sea, el hecho es que Fred se rompe una pierna y tiene que ser hospitalizado. Pasan los días, la pierna no mejora y llega aquel en que el circo tiene que abandonar la ciudad. Ness decide desvincularse del gran Circo y montar, junto con Bob, una pequeña compañía que iría de pueblo en pueblo, dentro de un desvencijado carro tirado por una yegua famélica. Se lo propone a Bob, que queda fascinado y profetiza a Ness una vida paradisíaca los dos juntos. Pero inmediatamente es devuelto a la realidad, pues ella le manifiesta que todo lo hace por amor a Fred, que les acompañará y, de momento sólo llevará las cuentas de la empresa, hasta que aprenda a desempeñar un nuevo papel en el espectáculo, ciertamente no de atleta, quizá de ilusionista... Bob, como siempre, admite la situación, que no es otra que la continuación de la anterior.

Pero quien no estuvo de acuerdo con el plan fue Fred, pues pensó inmediatamente que Ness ya no le quería, que su amor se había transformado en compasión, y él no quería ser compadecido, sino amado. Por mucho que ella porfió, él se convencía más de que todas sus palabras expresaban sólo misericordia.

Cuando parecía que todo estaba perdido, y Ness y Bob no sabían ya qué hacer, apareció la única a quien Fred podía creer, una enfermera del hospital, la hermana Simplicia, que le hizo ver cómo, por simple compasión, nadie es capaz de renunciar a toda una vida.

Fue preciso que la razón dominara la pasión, fue necesario alcanzar que Fred pensase con el corazón.

Algo más, y muy importante, queda por decir. La necesidad de que la inteligencia y el corazón vayan unidos, y no se separen nunca, no queda reducida a los problemas entre personas, o al pensamiento filosófico, sino que alcanza, y de lleno, al campo de la religión y, por fin, al de más importancia, el del conocimiento de la revelación.

Benedicto XVI trata de ello en el "Mensaje con ocasión de la XIII sesión pública de la Academias pontificias" (25-XII-208), y dice textualmente, introduciendo el tema: "Muchas veces he puesto de relieve la necesidad y el compromiso de un ensanchamiento de los horizontes de la razón, y, desde esta perspectiva, es necesario volver a comprender la íntima conexión que une la búsqueda de la belleza con la búsqueda de la verdad y de la bondad. Una razón que quiera despojarse de la belleza resultaría disminuida, como también una belleza privada de la razón se reduciría a una máscara vacía e ilusoria."

La explicación de esta importantísima realidad es clara. En Dios se identifican, en una misma y única esencia, el Bien, la Belleza y la Verdad. En cambio, en los individuos creados inteligentes se distinguen las tres facultades, la de percibir el bien, la de percibir la belleza y la de percibir la verdad. Ahora bien, si queremos conocer toda la realidad de cualquier existencia, de cualquier objeto o de cualquier idea, debemos alcanzar juntas, no separados, su verdad, su belleza y su bondad.

Esto mismo advierte el Santo Padre en el documento que venimos utilizando: "En el encuentro con el clero de la diócesis de Bessanone, el pasado 6 de agosto, dialogando precisamente sobre la relación entre belleza y razón, hice notar que debemos aspirar a una razón de mayor amplitud, en la que el corazón y la razón se encuentren, en que la belleza y la verdad se toquen."

Tener la razón como único método de alcanzar la verdad ha sido práctica común desde el mismo siglo V antes de Cristo hasta nuestros días, al menos en toda la cultura occidental. Una tal exaltación de la verdad sobre la belleza hace que surja, como reacción, una belleza olvidada de la verdad. Con sus épocas más o menos acerbas, más o menos absolutas, naturalmente.

De este fenómeno no se ha librado la Teología. El análisis de la Sagrada Escritura y la demostración han sido, y son, sus argumentos. Pero no ha podido desprenderse por completo de la belleza, y ha inventado un término que la encubra como medio de allegar a la verdad, y así la utiliza camuflada: es el llamado argumento de conveniencia. Argumentar diciendo "así parece más conveniente" quiere decir, en verdad, "esto así es más bello", y Dios no va a elegir lo más feo.

Quizá haya llegado el momento de desenmascarar esta ficción y llamar a las cosas por su nombre, y al argumento de conveniencia argumento de belleza. En esta dirección parece que apuntan las siguientes palabras del Papa en el texto que venimos analizando, aunque quede aquí por él restringido a las acciones.

"No sólo el actual debate cultural y artístico, sino también la realidad cotidiana nos vuelve a proponer la necesidad y la urgencia de un renovado diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad. Efectivamente, en diversos niveles emerge dramáticamente la separación, e incluso la contraposición, entre las dos dimensiones: la de la búsqueda de la belleza, aunque comprendida reductivamente como forma exterior, como apariencia que se ha de perseguir a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las acciones que se llevan a cabo para realizar un fin."

Estas palabras nos dan pié para pasar el apartado siguiente, que no es sino continuación del anterior.

Belleza intrínseca y extrínseca

Muy buen ejemplo de la distinción que hay entre belleza intrínseca y belleza extrínseca o, lo que es lo mismo, entre belleza interna y externa de una misma realidad, con la ventaja añadida de pertenecer al tema que aquí más nos interesa, es la que existe entre la belleza de la doctrina católica, considerada en sí misma, y la de su modo de presentación al mundo, de su enseñanza y de su predicación. La Revelación hecha por Jesucristo y los apóstoles tiene una belleza en sí misma, en la coherencia de sus conceptos, en la profundidad y audacia de los mismos, en lo asombroso de sus afirmaciones, que muestran, entre otras cosas, que no han podido ser concebida en mente humana. Esto es así pero, a la vez, esta doctrina puede ser expuesta con mayor o menor brillantez, con mayor o menor atractivo. La primera es belleza interna o intrínseca, la segunda externa o extrínseca.

Si se explica todo el contenido de la doctrina católica, es imposible que no aparezca toda su belleza, pero en las manos de quien la anuncia está resaltarla ante quien le escucha –o le lee- de tal manera que éste la reciba con mayor o menor agrado, se sienta más o menos dispuesto a abrazarla. ¡Y no es responsabilidad pequeña!

Esto ocurre con la proclamación del Anuncio del Señor, de su seguimiento. La figura del Señor mostrará siempre toda su belleza, pero el modo de exponerla será más o menos eficaz según cómo se exponga. En las demás realidades sí es responsable el hombre de ambas bellezas, no de una sola.

Y es deber de los católicos mostrarla a sus prójimos que, como sabemos, significa próximos, de forma que alcancen a contemplar su belleza, la belleza a que nos venimos refiriendo. Escribe el Papa: "Aunque este compromiso corresponde a todos, vale aun más para el creyente, para el discípulo de Cristo, llamado por el Señor a "dar razón" a todos de la belleza y de la verdad de su propia fe. Nos lo recuerda el evangelio de san Mateo, en el que leemos la exhortación dirigida por Jesús a sus discípulos. "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16)."

Todo lo que hace el hombre contiene una expresión externa de algo interno, y no puede ser de otro modo. Puede intentarlo, pero lo que se produzca será, o falso o muerto, o ambas cosas a la vez. Además, el interior del hombre no puede renunciar a juzgar la bondad y la verdad de lo que le rodea y de sus propios modos de ver las cosas, así como de sus propios actos y decisiones En el caso de que se busque solamente la belleza extrínseca, sin ninguna relación con el verdadero modo de ser interno, con las propias convicciones, el resultado puede ser catastrófico. Es catastrófico, con seguridad, a la larga.

Sigamos citando al Pontífice, ahora en la introducción de su discurso a los Académicos:

"Se trata de un tema muy significativo para profundizar la relación, o mejor, el diálogo entre estética y ética, entre belleza y actuar humano, diálogo tan necesario como quizá olvidado o eludido. (...). De hecho, una búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede, en mero esteticismo, sobre todo para los más jóvenes, en un itinerario que desemboca en lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia interior. Ciertamente, esta búsqueda aparente y superficial no tendría una inspiración universal, sino que inevitablemente resultaría del todo subjetiva, si no incluso individualista, para terminar incluso en la incomunicabilidad."

En pocas palabras: la frivolidad, aun en el arte, tiene fatales consecuencias.

Pienso que todos estaremos de acuerdo en afirmar que la Liturgia y el arte religioso son manifestaciones externas del contenido de la Religión Católica. A los dos es aplicable todo lo dicho anteriormente

La belleza de la Liturgia debe expresar externamente la belleza del sacramento que celebra, pero si olvida a quién sirve y sólo se ocupa del espectáculo, el resultado es una coreografía sin alma. Simplemente, no es Liturgia

Que del arte religioso puede decirse algo en todo semejante me parece evidente.

Ahora ha llegado el momento de desarrollar, aunque sea brevemente, los dos enunciados que encabezan este trabajo, pues todo lo anterior puede considerarse una preparación para ello.

Pensar con el corazón

Comenzaremos este apartado también con una narración, aunque ahora no será de un cuento o de un drama, sino de un hecho real sucedido en el Japón, no hace muchos años. Uno de sus protagonistas es un sacerdote amigo mío, de Zaragoza, para más señas.

Este sacerdote instruyó en la religión católica a un universitario japonés que era, en origen, animista con algunos principios morales de Confucio, y llegó un momento en que debía y quería acceder al Bautismo. Como es preceptivo cuando se trata del bautismo de adultos, fue enviado al Obispo de la diócesis para que le hiciera las preguntas convenientes –indagaciones, se llaman- que demostraran su idoneidad para recibir el Sacramento. El Obispo declinó en el sacerdote esta función como muestra de deferencia y de confianza.

Empezó el examen. Gracias a Dios el examinador conocía bien la idiosincrasia japonesa y especialmente bien a Soichi porque, si no, hubiera podido terminar todo en desastre, aunque no impidió que el primero se pusiera algo nervioso.

-¿Crees que nuestra Señora es madre y virgen?- preguntaba.

-Sí- fue la escueta contestación.

-¿Por qué?- intentaba indagar el examinador.

-Porque es muy bonito- contestaba Soichi.

Y así continuaron las siguientes preguntas y respuestas.

-¿Crees que cada hombre recibe de Dios un alma individual?

-Sí-

-¿Por qué?

-Porque es muy bonito-

-¡Ya lo sé!-.

Para Soichi Dios existe porque su existencia es algo muy bonito, Jesucristo es Dios y hombre porque así es algo muy bonito, sólo hay una Iglesia verdadera, porque esto es algo muy bonito y la verdadera es la Católica porque es la más bonita de todas. Para Soichi, el argumento de belleza es más convincente que el de razón. Para el sacerdote occidental, el argumento de estar algo contenido en la Revelación, o de simple razón, es más convincente que el de su belleza.

Soichi siente atraído su corazón por el objeto bello –material o espiritual-, le ama espontáneamente y, por eso, cree en él. El sacerdote siente atraído su entendimiento por el resplandor de la verdad –revelada o argumentada-, por eso cree, y esta afirmación de la fe le lleva a amarla.

Los dos hacen lo mismo por diferentes caminos o, mejor, por el mismo camino pero en direcciones opuestas.

De hecho, la frase de S. Agustín "creo para saber" tiene tanto valor para el método de Soichi como para el del sacerdote.

Pero quizá también para occidente haya llegado el momento de cambiar de rumbo o, al menos, de rectificarlo, poniendo a la belleza en su lugar.

Citemos al Pontífice: "Así pues, nuestro testimonio debe alimentarse de esta belleza, nuestro anuncio del Evangelio debe percibirse en su belleza y novedad, y por ello es necesario saber comunicar con el lenguaje de las imágenes y de los símbolos. Nuestra misión diaria debe convertirse en transparencia elocuente de la belleza del amor de Dios para que llegue de modo eficaz a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y absorbidos por un clima cultural no siempre propenso a acoger una belleza en plena armonía con la verdad y la bondad, pero deseosos y nostálgicos de una belleza auténtica, no superficial y efímera."

Un poco más adelante cita el Sínodo de los Obispos de este mismo año:

"En el Mensaje conclusivo, dirigido por los Padres sinodales a todos los creyentes, se reafirma la bondad y la eficacia de la via pulchritudinis, uno de los posibles itinerarios, quizá el más atractivo y fascinante, para comprender y alcanzar a Dios."

Aun cabe decir algo más sobre el conocimiento por la belleza, no por el raciocinio, pues, ciertamente, todos lo tratados que describen la vida de oración y el camino hacia la santidad –de Teología Espiritual se dice ahora- terminan con la oración de contemplación, abandonando la discursiva, esperando la gracia que haga al cristiano poder "contemplar" a Dios, a Jesucristo, a la Virgen Santísima, etc., y todo esto está mucho más cerca de contemplar la belleza que de conocer la verdad, aunque no debe perderse nunca tener presente la claridad de la doctrina. Por esto, resumiendo, ha de decirse que la verdad no puede perder de vista la belleza, si quiere ser comprendida en toda su profundidad, y la belleza no puede perder de vista la verdad si quiere no apartarse de la doctrina.

Querer con la cabeza

Analizar qué pueda significar "querer con la cabeza" es algo más difícil que estudiar lo que significa "pensar con el corazón". Sin embargo, hemos de intentarlo. Comenzaré también, como en el apartado anterior, narrando una historia pero en este caso, más íntima para mí que aquella, pues consiste en un pequeño suceso cuyos autores somos mi padre, mi madre, un hermano mío y yo.

Mis padres eran ya muy mayores -pasaban ya los dos de los ochenta años- cuando, un día cualquiera, fuimos mi hermano y yo a comer con ellos a su casa en Pamplona. A punto de terminar la comida, mi madre se levantó y anduvo a lo largo del pasillo porque iba a buscar no se qué. Mi padre la siguió con la mirada, con unos ojos llenos de cariño, y nos dijo:

-Hijos míos, vosotros veis en vuestra madre una ancianita.

Nos apresuramos a interrumpirle:

-No. Se conserva muy bien y está guapísima.

Cosa que era verdad, pero que no ocultaba su vejez.

Nuestro padre continuó:

-No, hijos, no. Vosotros veis una ancianita, pero yo veo a Pilar.

No sólo veía lo que llegaba a su retina, sino a Pilar. A Pilar completa, con una imagen que abarcaba desde los tiempos de su noviazgo hasta el presente de la vejez, llena de recuerdos de momentos dichosos y de otros difíciles, de alegrías y de sufrimientos compartidos, de intimidad, de ayuda mutua.

Veía a Pilar completa con el entendimiento y con la memoria, con la comprensión y el recuerdo, y todo ello le emocionaba el corazón, en un amor que comenzaba en el entendimiento. Puede decirse que amaba en primer lugar con la cabeza.

Ejercitarse en amar con la cabeza es necesario a todos los entrados en años, llamémosles así, pero especialmente a los matrimonios, a cada uno, al marido y a la mujer. Y conste que es verdadero amor, verdadero amor sensible, verdadero amor del corazón arrastrado por la cabeza.

El entendimiento puede encender el corazón y, por eso, el hombre es responsable de sus amores y de sus odios.

Epílogo

Como final citaré unas palabras pronunciadas por Su Santidad Benedicto XVI en la Homilía de la Misa de clausura de la IX Asamblea General del Sínodo de los Obispos del Año de la Eucaristía, Jornada Mundial de las Misiones y canonización de cinco beatos, Domingo, 23 de Octubre del 2005.

Cita a San pablo. «Abandonando los ídolos, os habéis convertido, para servir al Dios vivo y verdadero» (1Tes. 1, 9) "Esta conversión es el principio del camino de santidad que el cristiano está llamado a realizar en su existencia. El santo es aquel que está fascinado por la belleza de Dios y por su verdad perfecta, que es progresivamente transformado. Por esta belleza y esta verdad está dispuesto a renunciar a todo, incluso a sí mismo.".

Y a modo de resumen de todo lo dicho, otras del mismo Pontífice, dirigidas esta vez al clero de las diócesis de Bolzano-Bessone el 6 de Agosto de 2008:

"Creo que las dos cosas van unidas: la razón, la precisión, la honra de la reflexión y la belleza. Una razón que de algún modo quisiera despojarse de lo bello quedaría mermada, sería una razón ciega. Sólo las dos cosas unidas forman el conjunto y, para la fe, esta unión es importante.".