PASTORAL SOCIAL: ¿UN TÉRMINO EN VÍAS DE EXTINCIÓN?

REFLEXIONES A PARTIR DE APARECIDA

 

Pbro. Edwin Aguiluz Milla

Secretario Ejecutivo

Comisión Nacional de Pastoral Social-Caritas Costa Rica

Septiembre 2009

eamveps@hotmail.com

 

CONTENIDO

 

1. Los límites de la división tripartita de la pastoral

 

2. Luces de Aparecida

 

3. ¿Todas y todos haciendo de todo?

 

4. Lo específico de “la” pastoral social

4.1. El “servicio de la caridad”

4.2. Una caridad que opta por los pobres

4.3. Lo que puede haber de propio en una pastoral especializada, llámese, como tradicionalmente, “pastoral social”, o de otras maneras: “diakonía”, “diakonía de la caridad” (“servicio de la caridad”), “servicio de la solidaridad”, “ministerio social”

 

5. Lo que toda pastoral debe tener de “social”

5.1. Criterio de la transversalidad

5.2. La pastoral de comunión.

 

6. Responsables de la Pastoral Social

 

7. La Confederación Caritas Internationalis y la Pastoral Social

 

Conclusión: Documento de Aparecida: todo él, un gran marco orientador para la pastoral social

 

 

 

La expresión “pastoral social”, tan arraigada en la región de América Latina y el Caribe, en la que tiene su cuna, no llegó a ser bien asimilada por el magisterio social universal de la Iglesia, si bien es cierto que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedica un apartado de su capítulo duodécimo, sobre "Doctrina Social y acción eclesial", a la pastoral social o "acción pastoral en el ámbito social", expresión que parece preferir, aunque también se utilice la primera. A estas alturas del desarrollo magisterial social, en Deus Caritas Est y Caritas in  Veritate, Benedicto XVI, no utiliza el término (¿se resiste a hacerlo?). En los documentos conclusivos de las conferencias generales del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, tampoco goza de una profusa utilización, sin excluir el de la última, en Aparecida (en este se utiliza cinco veces, tres de ellas en el apartado sobre “pastoral social”, entre las que se incluye la que aparece en el subtítulo del apartado). No es que en todos estos documentos no se hable de lo social y de la acción de la Iglesia, en general, y de los cristianos, en particular, en el ámbito de la realidad socioeconómica, política, cultural y ambiental. Por el contrario, son temas capitales en ellos. Precisamente por esto resulta sugestivo el escaso uso del término. Quizá no sea intencional −¿o sí? −, pero viene muy bien al propósito de esta reflexión.

 

1.     Los límites de la división tripartita de la pastoral

Es parte de muchas de nuestras estructuras eclesiales la clásica división de la pastoral en tres grandes áreas: litúrgica, profética y social, que dimanan de triple función de Cristo: sacerdotal, profética y regia (los tria munera Christi). Esta formulación tiene su antecedente en la asociación de esas tres funciones de Cristo, como fundamento, con las de la Iglesia. Este último enfoque teológico y pastoral, sin duda, fue un acierto, y su larga vida, desde la época patrística, así como el destacado nombre de algunos de sus expositores en el catolicismo a lo largo de la historia (San Hilario, San Jerónimo, San Agustín, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, el Concilio de Trento, H. Newman, León XIII, Pío XII, el Concilio Vaticano II y teólogos contemporáneos de la talla de Ives Congar), hacen pensar en todo el respeto que merece[1]. Respondía a una fecunda fundamentación cristológica de la acción eclesial.

Lamentablemente, aunque estaba llamado, este esquema, a favorecer una visión integral de la acción pastoral de la Iglesia, en una de sus desembocaduras condujo a una suerte de especialización pastoral que terminó fragmentando y hasta fracturando la acción pastoral, como si Jesucristo fuera una trinidad de personas, y su triple misión −sacerdotal, profética y regia− estuviera escindida. No se comprendió, con Congar, que:

“En Cristo primero y luego en la Iglesia, se realiza una serie [sic] de circumincesión[2]: las funciones están una en la otra y se cualifican mutuamente. La realeza es sacerdotal y profética, el profetismo es sacerdotal y real, el sacerdocio es profético y real. Esto es verdadero en todo el Pueblo de Dios. Si se consideran en él los ‘poderes’ jerárquicos, se les distinguirá, ciertamente, pero para unirlos en lo que, según la Escritura, se llamará el pastoreo. La unidad de éste es requerida por la unidad de fin a la que se dirige, la participación de los hombres, e incluso del cosmos vinculado al hombre, en la salvación o en la vida divina que vienen de Cristo y del Espíritu Santo para gloria de Dios Padre”[3].

Que provocar esa segmentación no es la vocación del planteamiento de la triple misión de Cristo, lo demuestra el Papa Juan Pablo II cuando afirma, evocando el Concilio Vaticano II, que este “nos ha recordado… el hecho de que la misión de Cristo –Sacerdote, Profeta-Maestro, Rey− continúa en la Iglesia. Todos, todo el Pueblo de Dios es partícipe de esta triple misión”[4].

Cuando la división tripartita de la acción pastoral de la Iglesia se entiende en sentido contrapuesto a estas precisiones de Congar y de Juan Pablo II, a la “pastoral social” es a la que le compete fomentar el “compromiso social”, la “acción social” de la Iglesia. Es a ella a la que le corresponde brindar la formación sobre la Doctrina Social de la Iglesia. A la vivencia sacramental y la celebración de la fe en general, propias de la pastoral litúrgica, y al kerigma y la catequesis, cometidos de la pastoral profética, les acaba siendo ajena la pastoral social. Asimismo, a la pastoral social no le incumbe la catequesis ni la liturgia, pues son ámbitos especializados diferentes, de competencia distinta. No siempre ocurre así, pero no podemos negar que sí con frecuencia.

Ha de anotarse que nuevas formas de estructurar las dimensiones de la vida eclesial, en la que aparecen otras maneras de remitirse a lo que total o parcialmente se ha llamado Pastoral Social (por ejemplo, como la diakonia), podrían correr el riesgo de irse deslizando hacia la misma restricción de “lo social” de la pastoral a un ámbito de la vida eclesial. Es cierto que en esos planteamientos, dichas dimensiones no se contemplan como “compartimientos”, sino, más bien, como un proceso de una comunidad (koinonia) que escucha la escucha de la Palabra y la enseña (didascalia o profecía), ante todo testimonialmente (martyria), que celebra la fe (leitourgia) y sirve solidariamente a los más necesitados (diakonía)[5]. Pero tarde o temprano se plantea el problema de la especialización en cada una de esas dimensiones, pues todas requieren de personas competentes en su animación y de acciones que demandan profundidad teórica, metodológica y práctica. Tal especialización entraña el riesgo de la desmembración de la acción pastoral.

 

2.     Luces de Aparecida

La V Conferencia dedica un apartado, el 8.4, a la “pastoral social”. Se titula “Una renovada pastoral social para la promoción humana”. No se ofrece en ese acápite una definición de la pastoral social. Debemos entender, por lo tanto, que todo lo que se dice en ese apartado nos describe en qué consiste ella.

El número 399, con el que se inicia la sección, alrededor del cual articularemos nuestras reflexiones, es fundamental. Comienza así:

“Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación ‘sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad’ (Discurso Inaugural 3).”

Nótese que lo que comúnmente se restringe al ámbito de la pastoral social, esto es, “la promoción humana y la auténtica liberación”, indispensables para un “orden justo en la sociedad”, es competencia de todo proceso evangelizador. Esto significa que toda pastoral debe ser social. Desde ese punto de vista, ya no cabría hablar de “la” pastoral social.

El mismo número nos explica que esta promoción humana, la “verdadera”, “no puede reducirse a aspectos particulares”. Y explica: “’Debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo hombre’ (GS 76), desde la vida nueva en Cristo que transforma a la persona de tal manera que ‘la hace sujeto de su propio desarrollo’ (PP 15)”. Si el ser humano no puede ser visto ni asumido fragmentariamente, sino de modo integral, la acción eclesial, la labor pastoral está llamada a ser integral, no fragmentada.

Por este motivo y en perfecta coherencia con los grandes ejes teológicos del Documento, se dice:

“Queremos, por tanto, desde nuestra condición de discípulos y misioneros, impulsar en nuestros planes pastorales, a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, el Evangelio de la vida y la solidaridad. Además, promover caminos eclesiales más efectivos, con la preparación y compromiso de los laicos para intervenir en los asuntos sociales” (n.º  400).

Así, pues, la Doctrina Social de la Iglesia no pertenece ni atañe con exclusividad a la Pastoral Social, sino que aquélla ilumina todos los planes pastorales para impulsar el Evangelio de la vida y la solidaridad.

 

3.     ¿Todas y todos haciendo de todo?

Si toda pastoral debe ser social, y “la” pastoral social debe también tener dimensiones profética y litúrgica, ¿significa esto que ya no han de existir ámbitos pastorales especializados? Si es así, ¿habría que renunciar a la naturaleza carismática de la Iglesia, es decir, a su carácter de cuerpo en el que cada miembro recibe un don para ejercer el servicio para el bien común?

Nos impide esta última renuncia el mismo documento conclusivo de Aparecida. El n.o 150 nos recuerda que

a partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (cf. 1 Co 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la evangelización (cf. 1 Co 12, 28-29). Por estos dones del Espíritu, la comunidad extiende el ministerio salvífico del Señor hasta que Él de nuevo se manifieste al final de los tiempos (cf. 1 Co 1, 6-7)”.

El documento nos brinda una importante clave eclesiológica para comprender que la existencia de una diversidad de carismas no está reñida con la unidad del cuerpo eclesial:

La diversidad de carismas, ministerios y servicios, abre el horizonte para el ejercicio cotidiano de la comunión, a través de la cual los dones del Espíritu son puestos a disposición de los demás para que circule la caridad (cf. 1 Co 12, 4-12). Cada bautizado, en efecto, es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo. El reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones asegurará mayor vitalidad misionera y será signo e instrumento de reconciliación y paz para nuestros pueblos. Cada comunidad está llamada a descubrir e integrar los talentos escondidos y silenciosos que el Espíritu regala a los fieles” (n.o 162; las negritas son nuestras).

Así, pues, una especialización de las labores pastorales es exigida por la diversidad de carismas y por la eficacia y eficiencia de los correspondientes servicios, pero debe darse en un marco de “comunión”, de “unidad orgánica”, de integración. Al interior de esta diversidad, gracias a la unidad orgánica, “circula la caridad”.

Pese a este reconocimiento de la diversidad carismática, es evidente que estamos ante un problema notable: si bien es cierto que toda acción pastoral debe “ser social”, y toda acción social debe “ser profética y litúrgica”, también lo es que debe haber especialización pastoral. Luego ¿significa esto que una de estas especializaciones carismático/ministeriales debe ser una pastoral social? Ciertamente, es un problema, tanto teórico como práctico. Un problema que se ha de resolver en un marco de oración, reflexión, discernimiento y esfuerzo de comunión en cada iglesia local, con participación de pastores, teólogos/as, pastoralistas y fieles en general[6]. Para la discusión de este tema, me permito hacer unos pequeños aportes.

 

4.     Lo específico de “la” pastoral social

Una pregunta que se deriva de las reflexiones anteriores es si conviene abandonar el término “pastoral social”. Pensamos que sería lo mejor, si es que ello nos ayudara a irnos liberando de la idea de que lo “social” es exclusivo de “un” área pastoral específica; si es que facilita ir asumiendo que toda pastoral es ─debe ser─ social. Nótese que digo “abandonar el término” en el sentido de dejar de utilizarlo; no que dejemos de hacer pastoral social, en el entendido de que toda pastoral de los discípulos misioneros debe ser social. Pero el presente no es el momento para hacerlo. Aparecida, quizá por eso mismo, mantiene la expresión “pastoral social”, lo que podría explicarse, también, por el rico pluralismo que convergió en la  Conferencia y, por ende, en sus conclusiones. Dice el documento:

“Las Conferencias Episcopales y las Iglesias locales tienen la misión de promover renovados esfuerzos para fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que, con la asistencia, la promoción humana, se haga presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada. En el centro de esta acción está cada persona, que es acogida y servida con calidez cristiana. En esta actividad a favor de la vida de nuestros pueblos, la Iglesia católica apoya la colaboración mutua con otras comunidades cristianas” (n.º 401; negritas nuestras).

Más importante que el término, es comprender el concepto de pastoral social. Esta no es la portadora exclusiva de la Doctrina Social de la Iglesia, ni la única responsable de su enseñanza y difusión. No es la única acción evangelizadora que promueve la promoción humana, el desarrollo y la liberación. En gran parte, la pastoral social de la que se habla en el apartado 8.4 de Aparecida es llamada también “servicio de la caridad” (n.º 399).

4.1  El “servicio de la caridad”

Es un servicio de la caridad para personas con rostros muy definidos, los rostros de los pobres y excluidos. Esto se afirma en el n. 402. No debe pasar inadvertido que la mirada a los rostros de los pobres de Puebla y de Santo Domingo, en Aparecida se potencia y se amplía notablemente, como se puede apreciar en los números 32, 65, 257, 393, 407-430.

La Pastoral Social es la forma, el espacio, el modo en que la Iglesia da “acogida y acompañamiento a estas personas excluidas en los ámbitos que correspondan” (n.º 402). Supone también “diseñar acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas que atiendan las variadas necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible” (n.º 403).

Destacamos, a propósito del número inmediatamente precitado, que incidencia política y social y expresiones equivalentes, como participación en los “centros de decisión [7], y la idea de un desarrollo sostenible, calificado también como alternativo, integral y solidario[8], aparecen reiteradamente en el documento, más allá del apartado sobre “pastoral social”.

No es una tarea exclusiva de la Iglesia, pues

“con la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia. De esta manera, tendrá elementos concretos para exigir que aquellos que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista. En ello juegan un papel fundamental los laicos y las laicas, asumiendo tareas pertinentes en la sociedad” (n.º 403; las negritas son nuestras).

El documento de Aparecida, en el referido capítulo 8, nos da copiosas pautas para desarrollar la pastoral social. Así, nos recuerda que si bien es cierto que debemos “socorrer las necesidades urgentes”, debemos colaborar, al mismo tiempo, “con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales”. “Urge crear –nos dice− estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales” (n.º 384).

En el número 385 se nos dice que “la misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañadas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo” (n.º 385).

A la luz de estos criterios, debemos revisar nuestra pastoral social, que con tanta frecuencia se limita a obras de la misericordia entendidas como tareas asistenciales, para socorrer necesidades urgentes.

4.2. Una caridad que opta por los pobres

La opción preferencial por los pobres es un tema fundamental en Aparecida[9], que exige un compromiso “en la defensa de vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos, y en el permanente acompañamiento en sus esfuerzos por ser sujetos de cambio y transformación de su situación” (n.º 394).

Esta opción es asumida con radicalidad en el documento:

 “Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio. Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores. Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos” (n.º 395).

Frente a la idea de que “la” pastoral social es la responsable de materializar la opción preferencial por los pobres, este número vuelve a advertirnos que  el compromiso social debe atravesar “todas nuestras estructuras y prioridades pastorales”. Es un llamado a conmocionar toda nuestra visión y organización pastorales.

Dijimos antes que el capítulo octavo ofrece riquísimas pautas para la pastoral social. Sin embargo,  según el número 399, punto de partida de estas reflexiones, y el 395, que acabamos de citar, deben ser pautas para toda la labor pastoral de la Iglesia. Yendo más allá: a lo largo de todo el documento se ofrece un manantial de lineamientos para que toda la acción eclesial, toda la pastoral de la Iglesia, sea social.

El servicio de la caridad, así entendido, es para la Iglesia, “igual que el anuncio de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, ‘… expresión irrenunciable de la propia esencia’ [DE 232]” (DA 400).

4.3. Lo que puede haber de propio en una pastoral especializada, llámese, como tradicionalmente, “pastoral social”, o de otras maneras: “diakonía”, “diakonía de la caridad” (“servicio de la caridad”), “servicio de la solidaridad”, “ministerio social”

Hemos afirmado que toda pastoral debe ser “social”, y que esto no significa que acabemos “haciendo todos de todo”. Se necesitan especialistas en catequética, liturgia, misionología y tantas otras disciplinas que atañen a la animación pastoral, así como labores pastorales especializadas, lo que toca también al ámbito de lo social. Como área específica, la pastoral social debe ser, en nuestra opinión y sin pretensión de exhaustividad:

a) Un servicio organizado y técnicamente competente de la caridad. Como tal, es la concreción del amor “político” o “social” de toda la comunidad eclesial. Es un servicio técnico, que requiere de competencia. El documento conclusivo de la V Conferencia nos dice: “Iluminados por Cristo, el sufrimiento, la injusticia y la cruz nos interpelan a vivir como Iglesia samaritana (cf. Lc 10, 25-37)”, afirmación que refuerza con una aseveración del Papa en el apartado 3 de su discurso inaugural: “la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana” (n.º 26). Toda la Iglesia debe ser “samaritana”, tanto en la acción de sus miembros, como en los alcances sociales de todas sus dimensiones pastorales y en su servicio solidario organizado. Este último requiere especialización. No agota el servicio caritativo, sino que es una expresión de este en nombre de toda la comunidad eclesial y que busca eficacia y eficiencia[10].

En este contexto caben programas pastorales como los de la tierra, el mundo del trabajo, la economía solidaria, la asistencia solidaria, el fomento del diálogo social (mesas de discusión y búsqueda de consensos y soluciones para problemas locales y nacionales), la ecología, la prevención y atención de emergencias, entre otras.

b) Un espacio de reflexión iluminadora. La pastoral social, como campo técnico, requiere de las ciencias sociales y humanas en general, así como de una teología encarnada en la realidad social y eclesial-pastoral y que acompañe el caminar comprometido en la transformación social. A una pastoral especializada, en este sentido, le compete el análisis social, ser un “observatorio” de la realidad social, económica, política, cultural y ambiental. Le corresponde, por lo tanto, tomar permanentemente el pulso a la coyuntura social, como un aporte al servicio organizado de la caridad (diakonía) y a todas las áreas pastorales. Asimismo, le concierne reflexionar teológica y pastoralmente sobre esa realidad diagnosticada, para aportar luces al quehacer pastoral de toda la Iglesia. Esta es una forma de concretar la orientación de Aparecida según la cual “con la ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una permanente lectura cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro continente, aprovechando el rico patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia”, como pide el n.º 403 que citamos antes.

c) Promoción y difusión de la Doctrina Social de la Iglesia. La difusión y puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia, como antes expresé, se suelen reservar a “la” Pastoral Social. Esto no es correcto, y Aparecida lo viene a confirmar; por ejemplo, cuando asevera sobre la catequesis:

“La catequesis no puede limitarse a una formación meramente doctrinal sino que ha de ser una verdadera escuela de formación integral. Por tanto, se ha de cultivar la amistad con Cristo en la oración, el aprecio por la celebración litúrgica, la vivencia comunitaria, el compromiso apostólico mediante un permanente servicio a los demás. Para ello, resultarían útiles algunos subsidios catequéticos elaborados a partir del Catecismo de la Iglesia Católica y del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, estableciendo cursos y escuelas de formación permanente para catequistas” (n.º 299)[11].

No obstante, el área específica de “la” pastoral social o diakonía, es la llamada a especializarse en el conocimiento, capacitación y cauces de aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedica 524 al 527 a esa íntima relación entre pastoral social y Doctrina Social de la Iglesia.

d) Colaboración con los programas pastorales específicos dedicados sectores especialmente vulnerables o excluidos. Si la pastoral con poblaciones específicas como migrantes, privados de libertad, adictos a drogas, adultos/as mayores, debe ser integral y no solamente “social” −por lo que habría que sacarlas de la pastoral social en el organigrama general de la pastoral−, a la pastoral social/diakonía le correspondería hacer aportaciones específicas a esos programas dirigidos a estos sectores, particularmente en cuanto a los derechos humanos y procesos de promoción del bienestar social.

e) Promoción y defensa de los derechos humanos, particularmente de los pobres. Aparecida, en el n.º 395, afirma: “El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser ‘abogada de la justicia y defensora de los pobres’ (Discurso inaugural 4) ante ‘intolerables desigualdades sociales y económicas’ (TMA 51), que ‘claman al cielo’ (EAm 56 a)”. Es necesario un ámbito especializado de promoción y defensa de los derechos humanos para hacer efectiva, aunque no de modo exclusivo, esa calidad de abogada y defensora de los pobres señalada por el Papa Benedicto XVI y recogida con decisión por el episcopado latinoamericano y del Caribe. Así, por ejemplo, afirma la V Conferencia: “La Iglesia acompaña a los indígenas y afroamericanos en las luchas por sus legítimos derechos” (n.º 89; cf. 91). Es recomendable recordar el n.º 98:

“La Iglesia Católica en América Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y asistencia, entre otros. Con su voz, unida a la de otras instituciones nacionales y mundiales, ha ayudado a dar orientaciones prudentes y a promover la justicia, los derechos humanos y la reconciliación de los pueblos. Esto ha permitido que la Iglesia sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una instancia de confianza y credibilidad. Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe” (subrayado nuestro).

El servicio de la caridad o pastoral social, por ende, debe ser el principal instrumento para el ejercicio de la abogacía de la justicia y la defensa de los pobres, de sus derechos, con que cuenten los pastores, que tienen, los primeros, esa ineludible labor. En efecto, “el Obispo es también defensor y padre de los pobres, se preocupa por la justicia y los derechos humanos, es portador de esperanza”[12]. Y a los presbíteros se les pide ser “presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad” (DA 199), lo cual es una derivación de que “el presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades” (DA 198).

Tan radical es la  exigencia pastoral relacionada con los derechos humanos, que Aparecida afirma que, en el reconocimiento de la presencia de Jesús en los pobres, afligidos y enfermos “y en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo” (n.º 257). Esta afirmación la apoya en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, de Juan Pablo II, pero profundiza sus alcances[13].

f) Coordinar y encabezar las acciones orientadas a la incidencia social y política en favor de los pobres y excluidos. Le concierne, según lo que dijimos antes sobre incidencia política y social, el diseño de “acciones concretas que tengan incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas que atiendan las variadas necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible”, “exigiendo que aquellos que tienen la responsabilidad de diseñar y aprobar las políticas que afectan a nuestros pueblos, lo hagan desde una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista” (n.º 403).

 

5. Lo que toda pastoral debe tener de “social”

5.1. Criterio de la transversalidad. Existe una tendencia, ya consolidada, a mirar ciertos temas, aspectos, ámbitos de la pastoral como “ejes transversales” de la acción pastoral. Como transversales que son, “atraviesan” la labor pastoral. Recordemos el número 395, ya citado, de Aparecida: “Que [la opción por los pobres] sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales”.

Para ilustrar este criterio, pensemos en la “pastoral de la mujer”, expresión que respondía al desafío de una pastoral androcéntrica y machista hace un par de decenios. Los avances antropológicos, psicosociales y en otros ámbitos de las ciencias humanas, llevaron a descubrir el “enfoque de género”[14], que ayudó a trascender aquella limitada pastoral. Se llegó, más adelante, a entender que este enfoque de género no se debe materializar en “una” pastoral, sino que debe “atravesar” toda la acción pastoral. Es un “eje transversal”. Así, por ejemplo, ha sido asumido por Caritas en la región de América Latina y el Caribe.

Otro ejemplo es el de la pastoral de la movilidad humana. Es un área pastoral que trata de responder a las necesidades de la población migrante, de los refugiados, víctimas de tráfico y trata de personas, gentes del mar, mundo del turismo y personas en situación de calle. Un concepto pastoral muy elástico y variable, según cada país. Centrémonos en el caso de la población migrante. Esta pastoral con frecuencia se sitúa como un área de la “pastoral social”, y, como tal, trata de responder a las necesidades de aquélla en los ámbitos asistencial, legal, laboral, de derechos humanos e inclusión social. Sin embargo, ¿no existen también necesidades en las áreas de catequesis, atención a la familia, celebración de la fe desde una honda identidad cultural, entre otras? Otro tanto podríamos decir desde específicas áreas de la pastoral social, como la pastoral penitenciaria, de la salud, de las personas adultas mayores, de personas en situación de calle, de personas adictas a drogas.

Igualmente, pasándonos a los otros “compartimientos” o “estancos” de la pastoral, podríamos cuestionarnos por qué la “pastoral juvenil”, la “pastoral familiar”, la “catequesis infantil” suelen incluirse en el área de “pastoral profética”, como si no fueran, también, necesariamente pastorales sociales. “Lo social”, por ende, debería, atravesar transversalmente también estas áreas, tanto en cuanto a problemáticas específicas que atañen a estos grupos, sin referencia a los cuales estaríamos ante una evangelización desencarnada, como a los grandes principios de la Doctrina Social de la Iglesia (bien común, solidaridad, subsidiaridad…), que deben ser contenidos insoslayables de la evangelización. Ilustremos, desde Aparecida, los casos de la pastoral juvenil y la catequesis infantil.

Se dan recomendaciones orientadas a proponer a los jóvenes el encuentro con Jesucristo (446 c), así como a “privilegiar en la Pastoral de Juventud procesos de educación y maduración en la fe, como respuesta de sentido y orientación de la vida, y garantía de compromiso misionero. De manera especial, se buscará implementar una catequesis atractiva para los jóvenes que los introduzca en el conocimiento del misterio de Cristo, y se buscará mostrarles la belleza de la Eucaristía dominical, que los lleve a descubrir en ella a Cristo vivo y el misterio fascinante de la Iglesia” (446 d). A esta labor profética y litúrgica no le es ajena la dimensión social. Por eso, Aparecida también marca la pauta siguiente: “La Pastoral de Juventud ayudará a los jóvenes a formarse, de manera gradual, para la acción social y política y el cambio de estructuras, conforme a la Doctrina Social de la Iglesia, haciendo propia la opción preferencial y evangélica por los pobres y necesitados” (446 e). Más aún, Aparecida estimula las acciones sociales específicas en favor de la población juvenil: “Urgir la capacitación de los jóvenes para que tengan oportunidades en el mundo del trabajo, y evitar que caigan en la droga y la violencia” (446 f).

La pastoral juvenil, por ende, es tanto en sus contenidos como en sus alcances prácticos, una pastoral simultáneamente profética, litúrgica y social. Desde el punto de vista de la transversalidad, diríamos que es una pastoral “atravesada” por los grandes ejes sociales que atañen a la acción pastoral de la Iglesia.

Sobre la catequesis infantil podríamos decir otro tanto. Además de diversos números que mencionan problemas sociales de la niñez, en el apartado 9.2, el Documento de Aparecida da pautas sobre la atención a los niños. En ese contexto, dice: “Vemos con dolor la situación de pobreza, de violencia intrafamiliar (sobre todo en familias irregulares o desintegradas), de abuso sexual, por la que atraviesa un buen número de nuestra niñez…” (n.º 439). Se indica que se debe “estudiar y considerar las pedagogías adecuadas para la educación en la fe de los niños, especialmente en todo lo relacionado a la iniciación cristiana, privilegiando el momento de la primera comunión” (n.º 441 f). Pero, también se define una ruta de trabajo que, además de la preocupación por la educación en la fe, debe “tutelar la dignidad y derechos y derechos inalienables de los niñas y niñas” (n.º 441 d), así como de “Promover y difundir permanentemente investigaciones sobre la niñez, que hagan sostenible tanto el reconocimiento de su cuidado, como las iniciativas a favor de la defensa y de su promoción integral” (n.º 441 i). Desde este punto de vista, no cabe concebir una catequesis en la etapa de la infancia que se preocupe de la evangelización de los niños y las niñas al margen de sus problemas de nutrición, vivienda, salud, educación, maltrato y violación de sus derechos. Desde la integralidad de la acción pastoral, hay que superar la división entre catequesis en la infancia y “pastoral social de la infancia”. Esta última, no obstante es un gran avance frente a una labor pastoral entre niños y niñas limitada a la formación doctrinal.

También la liturgia tiene que ver con la transversalidad, mucho más allá de la presencia de “lo social” en unas moniciones, unas preces o un desarrollo homilético que se incluyan en cada celebración. Pensemos en el caso de la Eucaristía. Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis explicita con claridad las implicaciones sociales del misterio eucarístico[15]. Evoco esas enseñanzas, recordando algunas de sus afirmaciones:

·         “La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso [de la transformación de las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios], transforma en vida lo que ella significa en la celebración” (n.º 89).

·         “El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor” (n.º 90).

·         “El misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La oración que repetimos en cada santa Misa: ‘Danos hoy nuestro pan de cada día’, nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas, especialmente en los países en vías de desarrollo” (n.º 91)[16].

·         “Para desarrollar una profunda espiritualidad eucarística que puede incidir también de manera significativa en el campo social, se requiere que el cristiano tenga conciencia de que, al dar gracias por medio de la Eucaristía, lo hace en nombre de toda la creación, aspirando así a la santificación del mundo y trabajando intensamente para tal fin” (n.º 92).

Benedicto XV, en Deus Caritas Est también se refiere al “carácter social” que tiene la “mística”  del sacramento de la Eucaristía (n.º 14; ver también 13, 17, 21 y 22). Más claro que en esas enseñanzas pontificias, no puede mostrarse que la pastoral litúrgica es también una pastoral social y que “la” pastoral social no puede dejar también de ser pastoral litúrgica.

Así, pues, desde el punto de vista de la transversalidad, los responsables de áreas pastorales específicas deberían entenderse menos como los especialistas y reguladores de “su campo de competencia”, y más como animadores de una pastoral que está “atravesada” por multitud de ejes.

5.2. La pastoral de comunión. El proceso de planificación pastoral de una provincia eclesiástica, una diócesis o una parroquia debe ser de todas y todos los miembros. Comúnmente se habla de “pastoral de conjunto”. No se trata de yuxtaponer planes de pastoral específicos, por áreas. Esto acaba siendo, muchas veces, como se dice, no una pastoral de conjunto sino un “conjunto de pastorales”. Pastoral de conjunto significa pastoral de comunión. Debe haber una integración efectiva de todo el conjunto, de modo que  cada ámbito (pastoral profética, litúrgica y social, y cuantos otros se establezcan) debe ser preocupación de todas las personas, sentido por estas como propio, y fruto de una reflexión y trabajo en equipo. Cada quien, desde su carisma, enriquecerá el área pastoral en la que no intervendrá directamente, según el criterio de la transversalidad. Por lo tanto, los/as miembros de la Iglesia asumen y apoyan las demás acciones pastorales distintas de la suyas en la planificación, en la práctica, en la oración, en la solidaridad frente a las cruces que emergen en el camino del ejercicio de esas acciones.

 

6. Actores de la Pastoral Social

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedica un apartado a Los sujetos de la pastoral social (nn. 538-540), muy importante para avanzar en la dirección de lo que hemos denominado “luces de Aparecida”. Sostiene que “en la Iglesia particular, el primer responsable del compromiso pastoral de la evangelización de lo social es el Obispo, ayudado por los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, y los fieles laicos” (n.º 539). En ese número y en el siguiente, aborda la condición de los presbíteros y de las personas consagradas como agentes de pastoral en el campo social. Pero, antes, en el n.º 538, el Compendio afirma que “la Iglesia, en el ejercicio de su misión, compromete a todo el Pueblo de Dios” (n.º 538; negrita nuestra). Coherentemente, señala que

“también la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los cristianos, llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social y a injertarse plenamente en la tradición consolidada de ‘la actividad fecunda de millones y millones de hombres, quienes a impulsos del magisterio social se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio compromiso con el mundo’” (n.º 538; negritas nuestras).

Y añade:

“Los cristianos de hoy, actuando individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y movimientos deben saberse presentar como ‘un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad’ [Juan Pablo II, Centesimus annus, 3]”.

A la luz de estas tesis, podemos afirmar que la pastoral social involucra a la totalidad de los fieles de la Iglesia. Hay a quienes compete de modo oficial la animación de la pastoral social. Pero también hay otros sujetos de apostolado social –servicios diaconales o de pastoral social especializados, podríamos llamarlos−, que en comunión con los pastores y la orientación oficial de la pastoral social, se mueven desde carismas particulares que surgen en ámbitos asociativos de fieles, como el de las personas consagradas y los grupos, asociaciones y movimientos de fieles, de acuerdo con su carisma y naturaleza propia (nn. 538 y 539).

 

7. La Confederación Caritas Internationalis y la Pastoral Social

Las consideraciones del apartado anterior, así como la comprensión de la pastoral social en el conjunto de este ensayo, nos ayudan a entender que las organizaciones miembros de la Confederación Caritas Internationalis son sujetos de la pastoral social. Pertenecen a ese “gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad” del que hablaba Juan Pablo II. No hay ámbito de la pastoral social que les sea ajeno, según el gran fin de la Confederación, que es: “ayudar a sus miembros a irradiar la caridad y la justicia social en el mundo”[17], para lo cual, entre otros propósitos, tiene el de

“incitar y ayudar a las Organizaciones Miembros a participar, mediante una caridad activa, en la asistencia, la promoción humana y el desarrollo integral de los más desfavorecidos, en el contexto general de la pastoral”[18].

Caritas Internationalis tiene otros propósitos, entre los que deseamos destacar estos:

·         “Estudiar, si es posible con otras organizaciones internacionales, los problemas planteados por la miseria en el mundo; investigar las causas de la misma, proponer soluciones conformes a la justicia y a la dignidad de la persona humana, y estimular a las Organizaciones Miembros a emprender los mismo estudios y las mismas investigaciones, en colaboración entre ellas”[19].

·         “Participar en los esfuerzos de las poblaciones para mejorar sus condiciones de vida individuales y colectivas, con el fin de alcanzar la plenitud de la persona humana”[20].

El aporte de Caritas a la pastoral social responde a su dinamismo interno, en el marco del “reconocimiento práctico de la unidad orgánica y la diversidad de funciones” al que se refiere Aparecida (n.º 162), como vimos en su momento. No podemos negar que entre “unidad orgánica” y “diversidad de funciones”, por razones comprensibles desde las ciencias sociales, existe una tensión. Esta se resuelve mediante la “Pastoral Social estructurada, orgánica e integral”, a la que se refiere el n.º 401 de Aparecida, también mencionado anteriormente. De hecho, el citado artículo 2 de los Estatutos de Caritas Internationalis exige que la acción de sus organismos miembros en el ámbito de la asistencia, la promoción humana y el desarrollo integral se dé “en el contexto general de la pastoral”.

Esta inserción en la pastoral de los países y diócesis por parte de los organismos miembros de Caritas Internationalis es coherente con el principio de eclesialidad que estos declaran: “Somos una expresión socio-pastoral de la Iglesia y seguiremos haciendo esfuerzos para promover su misión social, procurando que sea la auténtica función de Caritas”.[21]

 

8. Conclusión: Documento de Aparecida: todo él, un gran marco orientador para la pastoral social

Nuestra reflexión, en realidad, no ha sido otra cosa que un comentario amplio del número 399 de Aparecida, que afirma que “todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la auténtica liberación”, y que está tan emparentado con el 395, que establece que la opción por los pobres, por ser preferencial, “debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales”. Por eso, no debe extrañar que consideremos el documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado como un rico e idóneo marco orientador para la pastoral social. Los alcances sociales de toda la labor evangelizadora de la Iglesia presentes en todo el documento, y no solamente en su riquísimo capítulo octavo, revelan que estos constituyen uno de sus grandes ejes transversales y esenciales. Además, al superar la escisión del ministerio eclesial en profético, sacerdotal y real, la V Conferencia dota a la acción social de una gran riqueza espiritual, litúrgica y profética, porque también pertenece a “la” pastoral social el profetismo y la celebración de la fe. Si bien es cierto que esta idea no es nueva, la fuerza y la frescura con que se pregona en Aparecida nos parece que aporta una novedad digna de ser remarcada.

A la luz y al cabo de las consideraciones expuestas en este ensayo, no podemos evadir una propuesta de definición de “Pastoral Social”, pese a todos los riesgos que comporta aprisionar una realidad tan compleja en una formulación semántica:

Pastoral social, en sentido amplio, indica la dimensión social de toda la acción pastoral de la Iglesia, tanto en su inspiración, como en sus contenidos y en sus impactos. En sentido estricto, “la” pastoral social, que más convendría llamar la diakonía, es el servicio de la caridad de la Iglesia estructurado, orgánico e integral, promotor del desarrollo humano integral, justo, solidario, equitativo y autosostenible, mediante: a) acciones y programas solidarios en favor de las personas, comunidades y poblaciones pobres, excluidas y vulnerables, b) la incidencia en el sector público y la sociedad civil, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, para generar estructuras socioeconómicas, políticas e institucionales que garanticen el bien común y c) la estimulación en la Iglesia de la dimensión social de toda su acción pastoral.

 


 

[1] Ramiro Pellitero resume los orígenes y el desarrollo de la “La trilogía Profeta-Rey-Sacerdote”, en el segundo apartado de su trabajo “Raíces bíblicas de la acción eclesial”, en: Teocomunicação. Brasil, 4 (2004) 709-735, reproducido en línea, vía Internet. Dirección:

www.unav.es/tdogmatica/profesores/pellitero/TeocomunicacaoRaicesBiblicas.doc. Fecha de acceso: 2/5/2008. También ofrece un valioso resumen histórico de la trilogía de funciones de Cristo la teóloga María Teresa Fernández Conde. La misión profética de los laicos del Concilio Vaticano II a nuestros días. El laico, "signo profético" en los ámbitos de la Iglesia y del mundo. Roma, Editrice Pontificia Universitá Gregoriana, 2001 (Tesi Gregoriana. Serie Diritto Canonico 50): pp 19-24.

[2] Este término técnico para designar la compenetración de las tres personas divinas (cómo están presentes unas en otras, en el marco de la unidad de la esencia divina), Congar lo utiliza en forma analógica: sostiene la distinción de las funciones profética, sacerdotal y regia de Cristo, pero afirma que están unidas de tal forma que no se pueden separar, como ocurre con las relaciones al interior de la Trinidad./ Nota EAM

[3] Citado por Pellitero, ibid.

[4] Exhortación Apostólica Christifideles laici, n.º 14 (negrita nuestra). El n.º 31 de la Constitución Lumen gentium afirma que “los fieles […], en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde”.

[5] Estas frases son meramente evocadoras de diversos enfoques, no siempre coincidentes (ni siquiera en el orden lógico en que se pueden colocar), caracterizados por una gran riqueza y profundidad teológicas.

[6] Lo afirmamos en el espíritu que señala Aparecida con respecto a la planificación diocesana: “Los laicos deben participar del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución. Este proyecto diocesano exige un seguimiento constante por parte del obispo, los sacerdotes y los agentes pastorales, con una actitud flexible que les permita mantenerse atentos a los reclamos de la realidad siempre cambiante” (DA 371).

[7] “Incidencia” y “centros de decisión” son términos que, lamentablemente, no aparecen en el índice analítico de, al menos, la versión impresa oficial. Sobre incidencia y expresiones que, aunque no contengan el término, expresan su mismo propósito, véanse los números: 99 f, 283, 395, 403, 406, 408, 414, 422, 430, 437 d, 449, 458 d, 437 d, 474 d, 492, 498, 508, apartado 10.5, Mensaje final, n.º 3. Sobre centros de decisión, véanse el apartado 10.4 y los números 506, 517 h, 518; así como sobre ámbitos de decisión, el n.º 533, y  sobre centros de opinión, el n.º 518 k.

[8] Ver números 67, 69, 126, 406 a, 474 b-c, 475, 542 y 549.

[9] En este aspecto el índice analítico de la versión oficial tampoco es exhaustivo. Sobre la opción por los pobres y términos afines, además de los números 128, 397, 398, 399 que cita el mencionado índice, deben verse los números 51, 55 b, 139, 142, 147, 152, 198 199, 207, 217, 272, 278, 409, 446 e, 491, 501, 516, 517 g, Mensaje final (pp. 275 y 278, en la versión editada por el SEDAC, impresa en Bogotá, por San Pablo, 2007).

 

[10] En Deus Caritas Est, 31 a, el Papa Benedicto XVI  relaciona la caridad cristiana, según el modelo de la parábola del buen Samaritano, con la necesidad de competencia profesional de las organizaciones caritativas de la Iglesia (dedicadas a brindar respuestas a necesidades inmediatas en determinadas situaciones, como en el caso de los hambrientos, los carentes de vestido, los enfermos, los prisioneros). En nuestro contexto de reflexión, asumimos esta idea, extendiéndola a todos los ámbitos de acción solidaria especializada de la Iglesia.

[11] El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedica los nn. 529-530 a la ineludible asunción, por parte de la catequesis, de la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia y la animación del compromiso social de los fieles.

[12] Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Gregis, de Juan Pablo II, n.º 67,

[13] En el n.º 33, Juan Pablo II dijo, en relación con el texto de Mt 25,35-36, que nos lleva a descubrir a Cristo “en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse”, que “Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia”.

[14] No debe confundirse este “enfoque de género”, término que no utiliza Aparecida,  pero que fue tomado en cuenta en la elaboración del Documento Conclusivo, con la “ideología de género” mencionada en el n.º 40. El enfoque de género, por ejemplo, está presente en las consideraciones que se ofrecen sobre “la dignidad y participación de las mujeres” (nn. 451-458) y sobre “la responsabilidad del varón y padre de familia” (nn. 459-463).

[15] SCa 89-92.

[16] En ese número, el Papa se refiere a la importancia de la Doctrina Social de la Iglesia para concretar estas exigencias.

[17] Caritas Internationalis. Estatutos (aprobados en 2004), artículo 2.

[18] Ibid., art. 2, inciso a.

[19] Ibid., art. 2, inciso b.

[20] Ibid., art. 2, inciso e.

[21] Caritas Internationalis. Declaración de visión y misión (Principios y valores guía).