-La palabra es el medio de comunicación específicamente humano.

Tenemos otros medios, pero la palabra es el más excelente, el de mayores posibilidades, el más adaptable para comunicar todo lo humano y lo divino. Sin embargo, en un sistema social de desigualdad, en que lo único que se comunica de verdad son palabras, sin que haya verdadera comunicación en los medios de vida, la palabra se prostituye en vana palabrería, signos cabalísticos o sonidos en el aire. Porque la palabra, que es un modo de comunicación, es palabra vacía cuando la comunicación real queda interceptada por la desigualdad sostenida en el sistema.

En una sociedad así, la palabra deja de ser el medio de comunicación y se torna instrumento de explotación y de manipulación. Sería interesante comprobar hasta qué punto coincide la degradación de la palabra (palabrotas) y del lenguaje (jergas), tan ajenas a la cultura, con el sistema de desigualdad, tan ajeno a la justicia. Pero sí que hay coincidencia con la estructura de los medios de comunicación, que reflejan y contribuyen a mantener el sistema, despojando de sentido sus palabras y sus comunicados.

Por eso hoy la palabra carece de autoridad. Por eso las palabras se truecan en armas arrojadizas, en autoritarismo, para imponerse por la fuerza. El recurso a la imagen, aunque sea de archivo, la apelación a estímulos desproporcionados para sorprender al oyente o telepaciente, los reclamos y señuelos de la publicidad, acosándonos día y noche y por todas partes, sin tregua... Una imagen vale más que mil palabras, se pontifica, sin pensar que una imagen sólo vale si es palabra.

¡Cuántas palabras para no decir nada!, porque no salen del corazón, sino del estómago o del bolsillo. ¡Cuántas palabras para no comunicar nada!, porque están interesadas en vender, en hacer negocio, en sumar votos, en halagar, insultar, gritar, imponerse, ganar. No hay hombres de palabra. No hay palabra para el hombre.

EUCARISTÍA 1991, nº 6