Los primeros sucesores de Pedro
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El populacho tuvo su diversión: el incendio de Roma había sido vengado y castigados los culpables. Los pretendidos culpables al menos, porque los verdaderos seguían durmiendo plácidamente en el palacio del emperador. Un ejército de esclavos, en los jardines públicos, se afanaba por arrancar de los postes tendidos al efecto, las carnes calcinadas de quienes, todavía ayer, eran hombres. Envueltos en jirones de tela empapados en aceite, los cristianos, convertidos en antorchas humanas, alumbraron durante toda la noche las orgías imperiales. En los circos se rastrillaba el redondel, se recogían los huesos ensangrentados que habían esparcido los leones, se renovaba la arena.

En la colina del Vaticano unas mujeres hallaron el cuerpo de Pedro. Todavía colgaba de la Cruz, cabeza abajo. Lo desenclavaron y lo metieron apresuradamente en un escondrijo de la falda del cerro. Luego, corrieron a decirle a Lino su secreto, el lugar del enterramiento del príncipe de los apóstoles.

El amanecer es la hora de las brumas. Imprecisa es la historia de los primeros papas. Sólo son seguros sus nombres. San Ireneo de Lyon elaboró una relación de los que ocuparon la silla de Pedro hasta el año 180, pero sin más información. La primera cronología la confeccionó en el siglo IV Eusebio de Cesarea (t 339) tomando como referencia los principios de reinado de los emperadores. En el año 354 intentó completarla el Catalogus Liberius, pero sus precisiones sobre los meses, incluso los días, carecen de rigor histórico.

 

San Lino

«Las mujeres cristianas están obligadas a llevar siempre la cabeza cubierta en las asambleas.» Acaso sea un poco decepcionante, pero es el único decreto conocido del sucesor inmediato de san Pedro. E incluso tal prescripción se remonta al tiempo en que Lino era el brazo derecho del apóstol.

Originario de Tuscia, había conocido a san Pablo, quien alude a él en su segunda carta a Timoteo. De sus diez años como obispo de Roma no se sabe prácticamente nada. ¿Murió mártir? Sólo lo afirman algunos documentos posteriores al año 354, que también precisan que fue sepultado junto a san Pedro.

San Cleto

¿Cleto, Anacleto? Su nombre se tuvo como incierto durante muchos años, hasta el punto de considerar a veces que se trataba de personas distintas: Cleto y Anacleto, uno predecesor de San Clemente y otro su sucesor. Pero en realidad no hubo más que un Anacleto -abreviado de ordinario en Cleto- que murió martirizado en el curso de la persecución de Domiciano (51-96).

San Clemente Romano

Le hizo célebre una carta dirigida a la Iglesia de Corinto.

Y esa notoriedad le ha procurado un buen número de leyendas. Habría sido ordenado por el mismo san Pedro y discípulo de san Pablo; se trataría del cónsul Flavio Clemente, asesinado por Donúciano, y si no el cónsul alguno de sus parientes; sería judío de nacimiento; y habría sido deportado a Crimea, condenado a trabajos forzados en los caminos, encadenado a un ancla y arrojado así a las aguas del mar Negro.

Lo único cierto, con solidez histórica, es que este tercer sucesor de san Pedro redactó una carta que constituye el primer documento serio en favor de la primacía del obispo de Roma.

Entre los años 93 y 97 disturbios internos agitaron la Iglesia de Corinto. ¿Conflicto de generaciones provocado por jóvenes impacientes? ¿Rivalidades de partidos? ¿Reivindicaciones de laicos «carismáticos» enfrentados con sectores del clero? La cuestión fue que presbíteros irreprochables fueron forzados a separarse de sus funciones. El incidente adquirió tales proporciones que se puso en conocimiento del obispo de Roma. Ahora bien, en aquellos años el apóstol Juan, aunque ya anciano, vivía todavía, y Patmos era más accesible para los corintios que la lejana capital del imperio; el hecho de que recurrieran a Clemente pone de relieve que otorgaban mayor competencia al sucesor de Pedro que al autor del Apocalipsis.

Consciente de su deber de restablecer el orden, Clemente escribió su famosa carta, un verdadero tratado doctrinal que, aunque dedicado a los corintios, se dirigía a todas las Iglesias en general. En una sucinta exposición de la fe tal como se vivía a fines de aquel primer siglo de la era cristiana, apoyado en el Antiguo Testamento y en la enseñanza de los apóstoles, conjuga un tono de bondad paternal con una firmeza y un sentido innato de la autoridad típicamente romanos. «Los sacerdotes depuestos deben ser imperativamente reinvestidos de sus funciones. Los culpables de los disturbios serán impelidos a fijar su residencia lejos de Corinto. No es propio de los laicos dictar la ley a los presbíteros, que han recibido de Dios su autoridad. El derecho jerárquico ha de respetarse estrictamente en las ordenaciones.»

Esta carta de Clemente Romano, escrita en griego, constituye el más antiguo tratado de teología y tuvo pronto una audiencia extraordinaria que llegó hasta los confines de Egipto. Curiosamente, después del siglo IV cayó en olvido en todo el Occidente, hasta que en el siglo XVII, se volvió a descubrir en el Codex Alexandrinus. En 1894, un benedictino belga, Dom Germain Morin, escarbando en una buhardilla del seminario de Namur, hizo un hallazgo sensacional: un manuscrito del siglo xi que contenía una traducción en latín popular -de un valor inestimable- de la célebre carta de Clemente; la versión se remontaba al siglo Ii, pues era casi contemporánea del mismo autor.

San Evaristo

Habría sido hijo de un griego de religión judía establecido en Belén. No ha sido acreditado históricamente que sufriera martirio bajo Trajano. Se le ha atribuido la reorganización de la Iglesia en Roma, pero se ha demostrado que ese hecho tuvo lugar ciento cincuenta años después. Por tanto, un perfecto desconocido.

San Alejandro I

Parece que introdujo la costumbre del agua bendita, lo que no supone, ciertamente, una contribución demasiado notable a la historia de la Iglesia. Cosa, por otro lado, tan poco probada como su origen -¿un romano de la región de Caput Tauri?- y su martirio. Lo más probable es que se le haya confundido con otra persona del mismo nombre.

San Sixto I

Fue el sexto sucesor de san Pedro, se llama Sixto y se celebra su fiesta el 6 de abril. ¡No se puede negar la presencia del número seis en su vida! ¿Fue mártir? Lo fue en el deseo de los cristianos del siglo v, que fueron los primeros en hablar de él. Antes de esa época ningún cronista lo había hecho.

San Telesforo

Griego de origen, se mostró comprensivo con la tradición oriental que había fijado la fiesta de Pascua en una fecha diferente a la adoptada por Roma. Por error se atribuye a este sucesor de san Pedro la introducción del Gloria en la liturgia así como la costumbre de la misa del gallo en el día de Navidad. Confundido con otro romano, víctima de Adriano, se le venera como mártir indebidamente.

San Higinio

Bien formado en filosofía, este ateniense estaba bien preparado para polemizar con los gnósticos que aparecieron en Roma a partir del siglo II sembrando la confusión por doquier. Los mentores de éstos eran Cerdón y Valentín. Y por sus intrigas terminaron por ser excluidos de la comunidad cristiana.

Higinio habría impuesto un principio, de organización en el clero.

San Pío I

Cerdón y Valentín, que continuaban difundiendo entre los cristianos de Roma sus ideas gnósticas, recibieron un refuerzo importante: Marción. Este puso resueltamente en tela de juicio lo que la comunidad romana había creído hasta ese momento acerca de la doble naturaleza -divina y humana- de Jesús. Tal afirmación era inadmisible para el obispo de Roma, Pío I, que excluyó a Marción de la Iglesia en el año 144.

Aunque Pío I era menos filósofo que su predecesor, Higinio, recibió una ayuda providencial en la persona de Justino, un experto dialéctico que mantuvo con éxito las discusiones con los gnósticos.

 

Jean Mathieu-Rosay
Los Papas, de San Pedro a Juan Pablo II
Ediciones RIALP
Madrid, España.