Autor: Gustavo Daniel D´Apice
Fuente: Gustavo Daniel D´Apice
¿Por qué crucifican a Jesús? El Proceso contra Él.
El Proceso que llevó a Jesús a dar la vida por nuestra salvación.
¿ Por qué crucifican
a Jesús?
El Proceso de Jesús (CEC 596)
Antes de abordar el tema, y para sumergirnos en
él, debemos recordar que el territorio de los judíos estaba dominado en
tiempos de Jesús por los romanos, por lo que, si bien los judíos podían
ejercer su religión, no tenían ciertos derechos, como el de condenar y
ajusticiar a alguien (Jn 18,31).
El juicio y la sentencia corrían por parte de
los romanos, expertos en leyes además, aunque se escuchaba el alegato de
los que acudían a ellos para solicitar sentencia.
Los judíos deciden la muerte de Jesús por
envidia (así lo atestigua el procurador romano, en Mt 27,18, donde
asevera el evangelista que Pilato sabía bien el motivo de la entrega).
Pero debían presentar una acusación que tuviera
cierto peso jurídico y legal, para llevar a cabo sus planes de
exterminio del Nazareno.
Por eso se ejecutan dos juicios: Uno religioso ,
ante el tribunal judío, y otro civil, ante el tribunal romano.
Ante el tribunal judío, basta la acusación de
blasfemia (Mt 26,66): Siendo un hombre, Jesús se hace pasar por Dios, ya
que manifiesta un poder de perdonar los pecados, cosa que solo es
atribuible a Dios.
El razonamiento es sensato. Jesús cura y
manifiesta explícitamente que lo hace como un signo de que tiene el
poder de perdonar los pecados. Es más, al curado, le dice que sus
pecados les son perdonados (Lc 5,20-24; 7,48-50).
Ahí estaría la blasfemia. Presentada así es
verdad. Un hombre no puede perdonar los pecados. Es prerrogativa
solamente de Dios: Y en cualquier religión, sea ésta judía, cristiana,
musulmana o hindú. Uno puede predisponerse, pero solo perdona Dios.
La salvedad es que para el cristianismo
posterior a la Resurrección, este hombre de Nazareth resulta ser el
mismo Dios, el mismo Yahvé, el Yo Soy del Antiguo Testamento (Ex 3,14;
Jn 8,24).
Pero una ac usación de blasfemia, no era de peso
ante un tribunal romano. Delitos religiosos no eran condenados con
severidad.
Entonces cambian el motivo de la condena: Jesús
quiere hacerse rey, es un revolucionario político (Lc 23,2). Y ellos,
que odiaban al César y a su Imperio, manifiestan que el César es su
único rey (Jn 19,15c). Extraña conducta del hombre que traiciona, no
solo a los demás, sino sus propios principios e ideales.
Viendo Pilato que la cosa iba de mal en peor, y
que el pueblo amenazaba con acusarlo de complicidad con el supuesto
revolucionarlo, al no condenarlo por querer usurpar el lugar que
corresponde solo al César, y viendo peligrar su puesto (Jn 19,12),
decide entregarlo para ser crucificado (Jn 19,16).
Pilato, actuando en contra de su conciencia en
el proceso contra Jesús, decide colocar una inscripción encima de la
cruz: INRI, que en latín quiere decir: “Jesús Nazareno, Rey de los
Judíos”. Ésta atrae la atención de éstos, que quieren im pedirlo (Jn
19,21), a lo que el gobernante proclama que “lo escrito, escrito está”,
reafirmando la realidad no solo de la sentencia, sino de la condición
real de Jesús (Jn 19,22).
Como a Jerusalén acudían peregrinos religiosos
de toda lengua y nación, hizo colocar además del hebreo, también la
inscripción en griego y en latín, de modo que todo el que pasaba podía
contemplarla (Jn 19,20b).
Jesús muere con el cargo de blasfemo para los
judíos (siendo un hombre común se hacía pasar por Dios), y con el cargo
de revolucionario político ante las autoridades romanas:
Sin embargo, el motivo inscripto en su condena,
es que es el Rey:
¿Lo es en nuestras vidas?
¿Le damos lugar en el trono de nuestro corazón?
Sin duda las cosas nos irían mejor, personal y
comunitariamente, si así lo hiciéramos.
Los idiomas bíblicos en la Cruz de Jesús.
Estos idiomas originarios (hebreo, latín y
griego), que señalan la condena de Jesús en el patíbulo, son los que
cimientan la base de la realeza mesiánica de Jesús todo el cristianismo.
En efecto, el cristianismo nace bajo el imperio
romano, en el que todavía se hablaba la lengua griega de Alejandro
Magno, el gran guerrero helénico. El griego popular era la “koiné”,
lenguaje utilizado en el Nuevo Testamento y en la traducción bíblica del
Antiguo Testamento al griego en el siglo II a.C., la versión llamada
Alejandrina o canon (lista de libros bíblicos) largo de 46 libros. 7
libros del Antiguo Testamento escritos directamente en griego son
aceptados como inspirados por los católicos, con el nombre de
deuterocanónicos (“nuevos” en el canon).
Por supuesto que el hebreo es cuna también del
cristianismo, donde se gestan la mayoría de los libros del Antiguo
Testamento aceptados por el canon católico, el llamado canon corto de
Palestina, de 39 libros.
Y poco a poco el griego es reemplazado en el
Imperio por el latín, culto en las co rtes, vulgar entre el pueblo.
En el siglo IV el Papa Dámaso pide a San
Jerónimo, el más grande biblista de todos los tiempos, y el más grande
hebraísta de su época, que traduzca los libros originales del hebreo al
latín.
Así lo hace él, completando luego la traducción
latina también de los libros griegos. Así aparece el tercer canon típico
de la Biblia, el traducido al latín vulgar, llamado “Vulgata”.
39 libros hebreos del Antiguo Testamento, 7
libros griegos del Antiguo Testamento, y 27 libros del Nuevos
Testamento.
Un total de 73 libros para la Biblia católica.
Estos tres idiomas originarios en el
cristianismo, que sentenciaron con la realeza la condena de Jesús,
aparecen también reinando en la Palabra de Dios encarnada en las
Sagradas Escrituras.
Gustavo Daniel D´Apice
Profesor Universitario y Bachiller en Teología
Pontificia Universidad Católica