La Oración y su Camino

Por Jesús Martí Ballester

Es la especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es Maestra indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a Santo Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un singular don de lágrimas, dejó de escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que había escrito le parecía paja.

La religión es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que puede y lo ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo Tomás: "Dijo ya Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto por medio de la súplica. En este sentido interpreto la oración, tal como la entendía san Agustín, cuando dijo que "la oración es una cierta petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios de lo que nos conviene" (2-2, 88, 1). Al pedir a Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su poder, y ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión. Podemos y debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede dar, pero también bienes temporales, como medios para servirle mejor, considerándolos como añadiduras.

CLASES DE ORACIÓN

Hay clases de oración: Pública, la que se hace en nombre de la Iglesia; privada la que se hace en nombre propio; vocal y mental, según se exteriorice o permanezca en lo interior. La mental es discursiva, o intuitiva y contemplativa. Hay oración latréutica, que reconoce la excelencia de Dios, y se le somete; eucarística, que le da gracias; impetratoria, de petición; propiciatoria, que pide el perdón de los pecados. Dice san Agustín y lo cita Trento: "Dios no manda imposibles; y al mandarnos algo nos avisa que hagamos lo que podamos y pidamos lo que no podamos y nos ayuda para que podamos". Y san Alfonso de Ligorio: "El que ora se salva, y el que no ora se condena".

Ha dicho Jesús: "Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7). La razón teológica prueba la eficacia de la oración por la fidelidad de Dios a sus promesas, y es infalible, cuando se piden para sí mismo, con humildad, piedad y perseverancia, cosas necesarias para la salvación. Jesús nos ha dicho constantemente que oremos. El evangelio no tiene sentido si se borra de él la oración. Todos recuerdan las parábolas del amigo importuno (Lc 11, 5 ss) y de la viuda molesta (Lc 18, 1 ss).

El que ora así, obtiene siempre lo que pide, porque esa oración, como toda obra buena, tiene a Dios por inspirador y causa primera, que nos impulsa a pedirle porque nos lo quiere conceder. También la oración del pecador es escuchada por Dios, cuando busca o desea un bien que conduce a la gracia y a la gloria, e incluso el cumplimiento de sus justas aspiraciones naturales. La desertización en la Iglesia y las hecatombes del mundo tienen su causa no menor en el abandono de la oración. Sin oración no hay renovación ni vida. Hay que orar siempre sin desanimarse.

Dice el Concilio que "desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios" (GS, 19). Diálogo con Dios, o como define la oración la Mística Doctora: "Tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama". No le cabe al hombre excelencia mayor que poder sostener un diálogo con Dios, su Creador que, por la revelación de Jesús, sabemos que, además, es nuestro Padre.

DIÁLOGO INCESANTE

Diálogo que el mismo Jesús quiere que sea incesante, como nos apunta San Lucas: "Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse..." Y al final de la parábola, dice Jesús: ¿pues Dios no hará justicia a sus elegidos, si ellos le gritan día y noche? (18, 1 ss). Y termina con un lamento: "pero cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?"

Podemos establecer dos principios:

1) El hombre puede hablar con Dios;

2) El hombre tiene derecho de hablar con Dios. Puede hablar con Dios como ningún otro ser de la creación, porque ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; el libro del Génesis nos presenta a Adán, tras el pecado, como quien ha roto el diálogo con Dios, avergonzado de sí mismo, como si su conciencia intranquila quisiera que Dios no existiera, porque le tiene miedo. Esta es una de las raíces inconscientes del ateísmo. El pecado ha sido la causa de que Adán renunciara al derecho de hablar con Dios.

Pero Dios busca al hombre y le habla, le interroga, demuestra que no renuncia al diálogo con su criatura, buscándola y tomando la iniciativa: "¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?" En su antropomorfismo, el autor sagrado describe a Dios antes del pecado de los primeros padres, paseando por el jardín y, por tanto, dialogando con ellos, pero no después de pecar, cuando "se escondieron entre los árboles del jardín para que el Señor Dios no los viera" (3, 8 ss).

Tenemos la posibilidad de hablar con Dios. También tenemos el derecho. Pero es que también tenemos necesidad: somos indigentes, pobres criaturas, sujetas a mil necesidades y carencias, y sometidas a todas las pasiones humanas, y víctimas de tantas calamidades, enfermedades, pobrezas y muerte. Somos además criaturas atadas con Dios por el cordón umbilical, que no podemos, auque queramos, cortar. Pero si lo cortáramos, caeríamos en el no ser, en la nada. Esto que es así física, metafísica y gratuitamente por la gracia, podemos frustrarlo usando mal nuestra libertad que anhela la independencia; que busca, locamente, ser como Dios (Gn 3, 5). Todos los árboles del bosque de la parábola de Jorgënsen, un aciago día, decidieron por unanimidad, prescindir del sol. Y le declararon la guerra. Sus hojas permanecerían cerradas y las corolas de sus flores no se abrirían. Fue su sentencia de muerte. Su suic idio.

LOS REBELDES

Como los árboles rebeldes, se pueden levantar los hombres contra Dios teórica o prácticamente. Unos, porque no aceptan al Dios que se han imaginado, hosco, gruñón, resentido y vengador, el dios de las batallas. Lo dijo Nietzsche Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, le ha salido bien, porque el hombre ha creado a Dios a imagen y semejanza suya". Ha creado un "dios menor", que casi es el título de un película reciente. Otros, porque pasan de Dios. La ciencia les ha hinchado. La técnica les soluciona todos los problemas. ¿Para qué necesitan a Dios?

El significado verdadero de la teología de la muerte de Dios, es que Dios ha muerto en la mente y en el corazón del ser humano. Pero, si Dios es un ser muerto, ¿cómo y para qué dialogar con El? Por eso dijo Jesús: "¿Cuando venga el Hijo del Hombre, encontrará esta fe en la tierra?". Ese es el problema: la fe. Sin fe la oración no es nada, cae en el vacío, no sirve para nada. Más todavía: El concepto más puro de oración no es pedir, sino dar, ofrecer; alabar, glorificar, bendecir, santificar el Nombre de Dios; no ir a la oración a recuperar fuerzas y salud, que se recuperan, sino a gastarse ante El, como se consume y se agota la lámpara del santuario, y se aja y se marchita un ramo de rosas ante el tabernáculo. ¿Cómo puede hacerse esto sin fe, sin una fe viva, sin una fe llameante? Pero a la vez, la fe se hace imposible sin oración.

Es imposible que el pez viva fuera del ámbito de su mar o de su río. Es imposible que los árboles crezcan, florezcan y fructifiquen, sin agua. Es imposible que un edificio sea consistente sin cimientos. Es imposible que un organismo se mantenga vivo y en forma, sin alimento y sin oxígeno; y ¿pretendemos que un hombre, un cristiano, pueda vivir sin oración? Un paso más: ¿podemos esperar que ese cristiano, laico o consagrado, pueda llevar adelante con fruto, su misión de evangelizador?

OLVIDO Y VACIO

En un curso sobre Dios celebrado en El Escorial, se han deducido dos conclusiones:

1) "El olvido de Dios ha llevado a la profunda crisis de nuestra cultura".

2) "Nuestra época se caracteriza por un gran vacío y un acusado individualismo". Hay que saber estar atento a lo que cursos así tienen de positivo porque, junto con el análisis que hacen de la realidad, pueden ofrecer pistas para la reconstrucción.

Que se haya detectado "el olvido de Dios" no nos descubre ningún secreto. Lo estamos palpando cada día. Pero el problema viene de lejos. Desde hace varios siglos, sufre la humanidad complejo de Edipo. Hoy lo tenemos todo, la ciencia y la técnica creen que pueden dominar todos los acontecimientos, encontrar solución para todas las situaciones, orientar los problemas biológicos, humanos, políticos, sociales y económicos, según los deseos del propio egoísmo, poniendo en estudio y en juego todas las posibilidades de los poderes intramundanos, y esto hace que los hombres de nuestra civilización autosuficiente y autocomplaciente, vean innecesario el recurso al Autor de la Creación, Conservador de la misma y Padre Nuestro de los cielos. "El olvido de Dios" está pues, en la raíz de la profunda crisis de nuestra cultura.

Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan también anulados los preceptos que, para nuestro bien, El legisló, y de esta manera, no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra época.

Que el ritmo frenético de la actividad y de la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración.

Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua. Nos debe llevar a la oración.

LA ORACIÓN EN JESÚS

Jesús oraba, y oraba con frecuencia, a veces pasaba noches enteras en la oración. Los discípulos, viéndole una vez orando, pacificado y feliz, tranquilo y manso, sintieron el impulso de orar. Pero ¿cómo hacerlo? Y le rogaron: "Maestro, enséñanos a orar".

Nos suena hoy a una petición manida y trivial, pero la verdad es que ella expresa el inmenso deseo y el anhelo más profundo del corazón humano. Porque, aunque el hombre sienta tapiado por lo material y lo caduco el fondo de su corazón, su ser todo busca algo, que no sabe lo que es, pero que le falta, y él lo sabe. Lo tengo todo, pero algo me falta, puede decir cualquier hombre ahíto y repleto de cosas. Y es que "nos has hecho, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti", dijo el gran San Agustín.

Lo tenemos todo, la ciencia y la técnica lo pueden todo, pero nos falta un padre, a quien hemos matado, y ese es el complejo de Edipo, y tenemos frío. Somos como los niños del cuento de Kafka que murieron porque se dejaron encerrar en una caja, cuya tapa nadie se preocupó de levantar. Cueste lo que cueste debemos levantar esa tapa que separa a nuestra sociedad de Dios. Hemos de poner todo nuestro esfuerzo para redescubrir la noción de padre, el calor de un padre, pues sin ese padre, este viejo y pobre mundo nuestro, se está enfriando más y más, día a día.

Redescubrir al Padre que Jesús nos ha revelado, es también redescubrir a los hombres como hermanos, porque el Dios de Jesucristo es mi Dios, y mi Dios es el Dios de mis hermanos. Redescubierto esto se acaba la insolidaridad y el individualismo, que sólo ve en el otro un objeto, o un escalón, o un estorbo. Un objeto, y lo utiliza. Un escalón, y lo aprovecha. Un estorbo, y lo persigue, o lo elimina, porque es una amenaza para sus seguridades.

Cuando en los mismos ambientes cristianos se ha difundido un concepto casi panteísta de la oración, según el cual, la oración consistiría en el compromiso incondicional de caridad hacia los demás, ya Dios era menos que una sombra. En ese mismo Congreso que antes he citado, ha dicho Gustavo Gutiérrez, el padre de la Teología de la Liberación: "Si creo más en los pobres que en Dios, he creado un ídolo". Ver a los demás como hermanos exige ver al Padre, como Padre de mis hermanos y Padre mío, a quien nos hemos de dirigir, con quien debemos dialogar, a quien debemos pedir. A la petición "Enséñanos a orar ", de los Apóstoles, respondió Jesús: "Así oraréis": "Padre Nuestro que estás en el cielo".

EL ANTIGUO TESTAMENTO

El hombre es el único ser de la creación que puede establecer relación de diálogo y de comunión con Dios, por su condición de criatura hecha a su imagen y semejanza, con capacidad de conocer y de amar; de ahí que la oración sea una prerrogativa excelente del ser humano, a la vez que una intrínseca exigencia de su precariedad. Por eso hasta los mismos pueblos primitivos y "todas las religiones dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres" (Cf Hch 17, 27) (cf CIC, pg 557). Todas las religiones han orado y oran, incluso aquellas, que creen en un Dios muy diluido y oscurecido por representaciones falsas, y que no tienen clara su esencia personal. Por mucho que haya avanzado la civilización, el hombre se experimenta pobre e indigente, y siente en sí mismo, problemas psicológicos y morales, familiares y sociales; y en relación con el mundo, a menudo se ve asaltado por dificultades que le superan. Como el paralítico de la piscina probática, "no tiene hombre" que le solucione los problemas tan imponentes que le abruman, y se siente impotente. El hombre en "la noche" necesita a Dios, su ayuda, su defensa, su protección. La necesidad de Dios es innata al corazón del hombre.

Cuando Dios se revela a los padres del A. T., se hace más explícita la necesidad de la comunión con Dios. Al instinto innato del hombre, se suma la presencia de Dios que se manifiesta y les habla. La Biblia nos relata los encuentros de Dios con los Patriarcas. Antes del diluvio, "dijo Dios a Noé..."; "Yahvé dijo a Abraham"... "Jacob tuvo un sueño y Yahvé le dijo a Jacob"...; ante la zarza que ardía sin consumirse, Yahvé llamó a Moisés de en medio de la zarza: "Moisés, Moisés"... Siempre es Dios el que habla primero, el que tiene la iniciativa, porque el hombre, ante la distancia que le separa de Dios, no se atrevería a hablarle primero. La timidez del inferior ante el superior, debe ser superada por el amor de éste. Tanto más cuanto Dios, movido por su amor, quiere crear un pueblo para tener en quien depositar su misericordia.

LA RESPUESTA

La respuesta del hombre a la Palabra de Dios es la oración. Podemos decir que la raíz de la oración procede de Dios, que quiere, busca y entabla el diálogo. El hombre escucha y responde a esa llamada con la obediencia. "La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo" (CIC pg 558). Noé, Abraham, Jacob, Moisés, han oído a Dios y han hecho lo que Dios les ha ido mandando, y han seguido hablando con El. Y así se ha ido formando el pueblo de la Alianza. Así nacerá la oración de Israel. Cuando el hombre comprueba que Dios le habla, escucha; ante sus innumerables beneficios, le da gracias; al contemplar su grandeza y su bondad, le alaba, le ofr ece adoración; y, asombrado ante su poder y su magnificencia, le pide y le suplica por sus necesidades; acude a El en sus peligros; y, cuando se experimenta pecador, implora el perdón por sus pecados,

LOS SALMOS

El Libro de los Salmos es el corazón de Israel en comunión con Dios. "Los salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea" (CIC pg 562). Cantan la fecundidad del justo, porque sigue el camino del Señor; Israel grita a Dios ante la cantidad de los enemigos que le acechan; se duerme tranquilo en medio de la difamación, puesta su confianza en el Señor; espera que el Señor le escuchará; confiesa ante Dios su pecado. Israel está seguro porque Dios es su refugio y su fuerza... Dios habla, Israel escucha: "Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, es el único Dios" (Dt 6, 4)

Pero el pueblo, siempre inclinado a convertir el rezo y el canto en rutina, tiene que ser exhortado por los Profetas a que interioricen su oración. A que no hagan como los paganos que oran a dioses que tienen oídos y no oyen, lengua y no hablan, no tiene voz su garganta, y les piden que su oración sea un diálogo con el Dios verdadero. Y que su vida comunitaria y social sea coherente con su oración. Porque "el Señor quiere misericordia y no sacrificios, amor más que holocaustos". Cuando llegue Jesús les argüirá que han convertido la casa de Dios en mercado. La casa de mi Padre es casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones.

LA SUPERACIÓN

El hombre tiene un instinto de superación que le induce a ser más, siempre más. Cuando, por error identifica el ser más con tener más, desea alcanzar tener más cosas, creyendo que es así como es más: Nace así la cultura del materialismo y el afán de tener y poseer, que produce seres insolidarios, insensibles, egoístas, que no piensan, ni buscan, ni desean, más que el tener, como sucedáneo del ser, de lo que nos ha alertado el Concilio. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (G. S., 35) En la escalada del ser más no excluye el ser humano ni siquiera ser Dios. La tentación diabólica a los primeros padres presentó este señuelo: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5). Todo instinto inserto en la naturaleza humana ha sido creado por Dios. Si el hombre quiere ser Dios es porque Dios le ha sembrado en el corazón la semilla de Dios. Y le ha llamado a que sea Dios. Esa es la suprema vocación del hombre. Pero, no conseguida como Satanás sugirió, desobedeciendo, sino obedeciendo.

El Misterio de la Encarnación, la Vida de Cristo y el mensaje del Evangelio, tienen la finalidad de que los hombres consigamos ser dioses por participación en el amor. Los hombres somos vocacionados a ser uno con la Trinidad. Así nos lo dice Cristo: "Padre, que sean uno, como Tu y yo somos uno". Sólo en esta unión con Dios puede el hombre satisfacer su deseo más profundo. Unión que comienza con la amistad con Dios, con el diálogo y comunicación con El. En ese diálogo el hombre se experimenta a sí mismo y su situación ante Dios, y se sabe criatura necesitada de ayuda e incapaz de darse a sí mismo la plenitud de su existencia y de lo que espera:

¡Mi vacío es tan hondo!...

Mis manos se alargan inútilmente.

Yo no puedo llegar...

Mis deseos, en cambio,

¡qué cordillera!

altísima de vértigo

inacabable, cercando los mundos...

Mis deseos...estrellas,

soles, mares, cielos...

Y no llego...

Sólo Dios, principio y fin del hombre, es suficientemente grande para poder llenar el ansia del corazón del hombre. En ese diálogo y en esa comunicación se realiza la oración. Eso es la oración. Ahí es donde el hombre se encuentra con Dios, y desde ahí le eleva Dios. Cuando Dios habla al hombre y le dirige su Palabra revelándole el misterio más íntimo de su amor, de su providencia, de su bondad y de su misericordia, el hombre, más que reflexionar y pensar razonando discursos, debe dar gracias. Y eso es orar. Pero esa oración sólo es eficaz cuando el hombre se entrega a Dios en espíritu y en verdad, "con toda su mente y con todo su corazón y con todo su ser" (Deut 6, 5). Y en eso consiste la fe.

Creer en Dios no significa tan sólo tener la certeza de que Dios existe, sino principalmente, entregarse personalmente a Dios, Nuestro Creador, Principio y fin último de nuestra vida, y Padre Nuestro que está en el cielo. A esa entrega conduce la oración, y la misma oración ya es entrega, porque el hombre inmola en la oración su ser, su tiempo, su voluntad, toda su humanidad. En eso consiste la entrega. Por eso la oración es la manifestación primordial y esencial de la fe en Dios, Creador y Padre. Cuando así se ora, es cuando se está viviendo la fe, fe que responde a Dios, y fe que se vive con responsabilidad de criatura. Fe entregada que crece con la oración; por tanto la oración más verdadera y más auténtica es la que se enraíza en la fe. Esta es la única oración que merece el nombre de tal. Sin embargo, ese es el "punctum dolens" del cristiano moderno.

LA ORACIÓN DE JESÚS

Pero para entender su magisterio no podemos olvidar que El ha sido educado en la Teología de Israel. María, su Madre, es la primera que le ha enseñado a El: "El Hijo de Dios hecho Hijo de la Virgen, aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. Y lo hizo de su madre..." (cf CIC pg 564). Según refiere Flavio Josefo, las primeras palabras que enseñaban a sus niños las madres de Israel, eran las palabras del "Shema": "Escucha, Israel, amarás a Yahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas"(Det 6, 4). Jesús aprendió a orar con su madre y en "las palabras y en los ritmos de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo" (lc pg 564), y si su pueblo oraba con los Salmos, es lógico que Jesús también los utilizara para comunicarse con su Padre. Un texto de San Mateo prueba esta afirmación: "Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos" (Mt 26, 30). Se trata de los salmos 115-118. Entre otras alabanzas a Yahvé, cantaría Jesús cada Pascua: "Yahvé defiende a los pequeños, yo era débil y me salvó... Ah, Yahvé, yo soy tu servidor, el hijo de tu esclava"... No está muy lejos de la respuesta de María al ángel en la Anunciación, ni del "Magnificat", como vemos, la oración de Jesús.

Lo que predomina en la oración de Jesús es el cumplir la voluntad del Padre, que El ha bebido en los Salmos, y que plasmará en la oración que enseñe a sus discípulos: "Hágase tu voluntad", y que El repite en la Oración del Huerto. La carta a los Hebreos abre y cierra la vida de Jesús con su respectiva oración: "Al entrar en este mundo Cristo dijo: "Heme aquí, vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad". "En los días de su vida mortal, habiendo presentado con violento clamor y lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte, y habiendo sido escuchado por su piedad, aprendió, sufriendo a obedecer". A obedecer: "Pase de Mí este cáliz", repetirá en Getsemaní."Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

Son abundantes los pasajes del Nuevo Testamento en los que los Evangelistas nos presentan a Jesús orando, teniendo en cuenta, además, que los Evangelios no nos lo dicen todo, ya que Jesús es infinitamente más grande y deslumbrador. Pero, al menos, nos transmiten su oración ante los acontecimientos más trascendentales de su vida. Jesús ora cuando Juan lo bautiza (Lc 3, 21); Jesús pasó la noche orando en la montaña antes de elegir a los Apóstoles (Ib 6, 12); mientras Jesús oraba en el Monte, se transfiguró (9, 29); antes de enseñar a los Apóstoles el Padrenuestro, Jesús estaba orando en cierto lugar, (11, 1). Y antes de comenzar su misión ayunará y orará cuarenta días en el desierto, (Mt 4, 1). Jesús ora en el Cenáculo al instituir la Eucaristía y el Sacerdocio. Jesús ora antes de comenzar la Pasión, en el Huerto de los Olivos (Mc 14, 36) Y, finalmente, Jesús ora en la cruz, entregándose al Padre y pidiendo perdón por los que no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

Los evangelios están llenos de mandatos, exhortaciones y parábolas de Jesús pidiendo a sus Apóstoles que oren, que vigilen para no caer en la tentación. Y a las multitudes les enseñaba diciendo que oraran sin desfallecer, con insistencia, siempre, asegurando que quien pide recibe, quien busca encuentra, y que al que llama se le abre.

EN NOMBRE DEL SEÑOR

Y para garantizar la eficacia de la oración y persuadir a la confianza en el Padre, refiere la parábola del hombre que consigue de su amigo unos panes a media noche, cuando él y sus hijos están acostados, y asegura que cuánto más el Padre os dará lo que le pidáis en mi nombre. Pues, si vosotros, que sois malos, no les dais a vuestros hijos piedras cuando os piden un huevo, o una serpiente cuando os piden pescado, ¿cuánto más vuestro Padre dará su Espíritu Santo a quien se lo pida? ¿Quién no se sentirá estimulado a orar, y a orar unidos los hermanos, habiéndonos prometido el Señor: "En verdad os digo que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre, que está en los cielos"? Lo importante no es que debamos orar, lo hermoso y grande es que podamos orar. La misión y el carisma de santa Teresa en la Iglesia es ser pregonera de la oración, como camino de unión con Dios.

ORAR Y ORAR

Es la especialidad de santa Teresa. La oración. De ella sabe muchísimo. Es Maestra indiscutible. La escucharemos, pero antes, vamos a dejar razonar a Santo Tomás, que también sabe lo que dice. Dotado de un singular don de lágrimas, dejó de escribir después de un éxtasis en la misa. Ya todo lo que había escrito le parecía paja. La religión es parte potencial de la justicia, porque no alcanza a poder dar estrictamente a Dios todo lo que la criatura racional le debe. Le da lo que puede y lo ofrece mediante actos, entre otros, el de la oración. Dice santo Tomás: " Ya dijo Aristóteles que la razón nos conduce al bien perfecto por medio de la súplica. En este sentido interpreto la oración, tal como la entendía san Agustín, cuando dijo que "la oración es una cierta petición" y san Juan Damasceno: "la oración es la petición a Dios de lo que nos conviene"(2-2, 88, 1).

Al pedir a Dios que colme nuestras aspiraciones, confesamos su excelencia y su poder, y ésta es la razón por la que la oración es un acto de religión. Podemos y debemos pedir a Dios la gracia y la gloria, que sólo El nos puede dar, pero también bienes temporales, como medios para servirle mejor, considerándolos como añadiduras.

Abolido el principio que nos da la vida y que sostiene el cosmos, quedan también anulados los preceptos que, para nuestro bien El legisló, y de esta manera, no hay posibilidad de que el débil sea protegido, ni de que el más fuerte deje de oprimir, y así, ni hay sanción, ni premio, ni justicia, ni divina ni humana. "Aunque no temo ni a Dios ni a los hombres...", decía el juez impío de la parábola. Esto imprime en nuestra época carácter de vacío de valores y de individualismo e insolidaridad. Esta es la razón más profunda de la crisis de la oración en nuestra época. Que el ritmo frenético de la actividad y de la productividad y de la competitividad se haya exasperado, y que los medios de comunicación nos invadan avasalladores, de la mañana a la noche, son razones marginales, que tampoco ayudan, precisamente, a encontrar un espacio que posibilite tener un contacto con Dios en la oración.< /span>

SE FALLA (CARDENAL ROUCO)

“Esta situación la hemos de ver los cristianos como un desafío. Vivir en una sociedad que ha olvidado a Dios, nos debe decidir a acordarnos más de Dios. A hacer su presencia en nuestras vidas más ardiente y más continua. Nos debe llevar a la oración. De lo contrario ha dicho el Cardenal Rouco, el hombre de hoy estará «más preocupado por la satisfacción física que por la salvación las almas», que en ocasiones se alienta «desde la propia Iglesia». En una conferencia sobre salvación del alma "pronunciada en cursos de verano de El Escorial, el Arzobispo de Madrid se atrevió a criticar el «reduccionismo" que a su juicio se le da al concepto de «salvación de las almas» que está «en la base de todo cristiano". Alertó del «olvido» y la «trivialización que el hombre contemporáneo ha realizado de esta categorías del creyente, «más preocupado por la satisfacción física, por la muerte física, que por la salvación de las almas». Un olvido que en ocasiones se alienta «desde la propia Iglesia”.

¿SALVACIÓN DEL ALMA O DEL CUERPO?

«Probablemente los jóvenes no hayan escuchado nunca hablar de la salvación del alma en las homilías de sus sacerdotes», criticó Rouco, quien se preguntó «cómo se puede ayudar al ser humano si se pierde el concepto de la salvación del alma». Hablar de la salvación del alma, suena ahora a lenguaje medieval, digo yo, pero ahora soy yo el que me pregunto: ¿Cuántas homilías o artículos encontramos en que se hable del cielo, de la gloria celeste, de los goces, alegría y fruiciones plenas y totales del hombre vocacionado a la felicidad sin fin? ¿No se queda casi siempre todo en la esfera terrestre como si la trascendencia ya no contara, o quedara para algún superdotado? ¿No semeja esto una claudicación para no resultar desfasados o fuera de tono y para no perder el tren?

A juicio del cardenal, «está muy bien buscar el bien social, las acciones benéficas, aunque si sólo hay que preocuparse por la vida física, ¿dónde está la responsabilidad moral, que trasciende Este mundo?". "La Iglesia desaparece cuando grupos, comunidades y personas se despreocupan de su misión principal: la salvación de las almas". «Perder esta conciencia moral lleva a promover activismos, que estén preocupados por el impacto social de sus obras, lo que puede llevar a una trivialización de la existencia del espíritu cristiano, vaciándolo del espíritu contemplativo». De este modo, se llegaría a «una relativización de la ética, de la raíz de Dios». Para el cardenal, es necesario comprender la relación entre alma y corazón, y luego con el cuerpo, exponiendo que la vida eterna y la vida temporal no se excluyen, sino que se incluyen y complementan. La salvación es de todo el hombre, pero en él es decisiva el alma. Si no parte del alma, no habrá salida para el hombre".

Por ello, y pese a que recientes encuestas hablan de un fuerte descenso en la vida de oración, el cardenal Rouco pidió volver a cultivar la vida interior, poniendo como ejemplo los miles de jóvenes que estos días peregrinan a Santiago «en un esfuerzo físico, pero sobre todo, espiritual». El hombre no se salva con un marco de ética mínima y exigió a los católicos «una fórmula de vida que trate de responder al mandato de Dios de amar al ciento por ciento, asumiendo el ideal de la santidad.

LA DOCTORA MÍSTICA

La Doctora Mística para describir el rapto y el vuelo del espíritu se vale de la imagen del fuego y la llama, del brasero, de la saeta, del dardo y la cometa de fuego, chispa de Dios que cae en el alma. San Juan de la Cruz nos lo describe en la Llama de amor viva: “Acaecerá que, estando el alma inflamada en amor de Dios, muy inflamada ha de estar para que suceda lo que voy a describir, sentir embestir en ella un serafín con una flecha o dardo enarbolado encendidísimo en fuego de amor, traspasando a esta alma que ya está encendida como ascua, o, mejor dicho, como llama, y cauterizarla subidamente. Y entonces, en este cauterizar t raspasándola con aquella saeta, apresurase la llama del alma y sube de punto con vehemencia, como un horno encendido o fragua cuando lo hornaguean y atizan el fuego y afervoran la llama. Y entonces, al ser herida por este encendido dardo, siente la llaga el alma con deleite extraordinario. Porque, aparte de que es removida toda el alma con gran suavidad en el revuelo y moción impetuosa causada por aquel serafín en que siente gran ardor y derretimiento de amor, siente la herida fina y la hierba con que vivamente iba templando el hierro como una viva punta en la sustancia del espíritu, como en el corazón del alma traspasado”.

Que por cierto lo que acaba de decir San Juan lo sabe por la Madre Teresa, pues ha basado su experiencia en su transverberación. Lo describe la misma Santa Teresa en las Sextas Moradas, 2,8: “Andando así esta alma abrasándose en sí misma acaece muchas veces como si viniese una saeta de fuego que aguadamente hiere en lo muy hondo e íntimo del alma”. Y en las Séptimas Moradas, 2, 8: “Entiende con claridad que hay en lo interior quien arroja estas saetas y da vida a esta vida, y que hay sol de donde procede una gran luz en lo interior del alma”. Lo que Santa Teresa y San Juan nos dicen tiene el valor testimonial de haberlo vivido, y de que Dios les haya otorgado la efabilidad para decírnoslo y analizárnoslo para nuestro bien.

TERESITA DEL NIÑO JESÚS

Esta es la llama y la herida que produce en Teresita del Niño Jesús: Ella se ofrece como víctima de Amor. “El Espíritu de Amor me abrasa con su fuego”, dice, y el viernes siguiente de su ofrenda, en el Via crucis, experimenta una verdadera llama que la quema, llama que produjo un fuerte impacto en su vida: se ve renovada sin rastro de pecado en su alma; se siente inundada de luces y con una caridad ardiente que la convierte en misionera del Amor. El Amor es en ella como una gota de agua lanzada en un brasero encendido y al morir repetirá: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor”. Tanto en Teresita como en Teresa la llaga es del alma, aunque en algunas almas como en San Francisco, y en los tiempos modernos con San Pío de Pietrelcina, redundar á en su cuerpo. Según esta doctrina de antemano se puede avizorar la duración de las Ordenes, Instituciones, Asociaciones desde la oración carismática de sus cabezas, pues la oración del extático en cuanto "gratum faciens" y en sus grados sumos de cristificación, tiene un inmenso valor, superior infinitamente al de todas las obras exteriores que pudieran hacer, que repercute y rebosa en toda la Iglesia, peregrina, purgante y celeste por ser obra divina del Espíritu Santo.