Autor: Germán Sánchez Griese
No seas egoísta
La mujer consagrada cuenta con el carisma como un instrumento en sus manos, no sólo para santificarse, sino para santificar muchas almas. ¿Seguirás siendo egoísta y reservándote ese don sólo para ti misma?
Planteamiento del
presente artículo.
El periodo de la renovación de la vida consagrada ha
traído a la Iglesia una bocanada de aire fresco, permitiendo a todos,
religiosos y laicos, participar de una nueva primavera. Como todo nacimiento,
los dolores del parto no se han dejado sentir, y si bien ha habido momentos
oscuros o difíciles en esta etapa, no podemos menos que alegrarnos al ver
surgir por todas partes nuevas iniciativas con un renovado esfuerzo por hacer
vida lo proclamado por los padres conciliares. Son ya 40 años que han pasado
desde que los primeros documentos del Vaticano II comenzaron a llenar de
esperanza y aliento la vida de los fieles cristianos y es ahora cuando
comenzamos a cosechar los primeros frutos.
La apertura de la mujer consagrada al mundo, sugerida
por el decreto Perfectae Caritatis , no ha caído en tierra estéril. Son
muchas, profundas y de gran envergadura las obr as que las mujeres consagradas
han puesto en marcha para acercarse al hombre de hoy, conocer sus problemas, y
desde sus posibilidades, dar una respuesta válida y duradera. Tal parece que
también los seglares se han abierto al llamado que les hacía la constitución
dogmática Lumen Gentium para responder con iniciativas propias en la
construcción de la Iglesia, tomando conciencia de su misión como apóstoles
dentro del mundo. Ha sido tan profunda esta experiencia y se ha dado una
simbiosis tan grande entre laicos y religiosas, que el mismo Papa Juan Pablo
II la ha hecho notar en la exhortación apostólica post-sinodal Vita
consecrata: “En continuidad con las experiencias históricas de las
diversas Órdenes seculares o Terceras Órdenes, se puede decir que se ha
comenzado un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las
relaciones entre las personas consagradas y el laicado.”
A este despertar nuevo de la colaboración que
las mujeres consagradas pu eden prestar a los hombres y mujeres del Tercer
Milenio, podríamos añadir un despertar quizás más profundo, como es el
descubrimiento o la renovación del carisma, suscitado también por el decreto
antes mencionado . Muchas congregaciones, con la invitación que hacía el mismo
decreto a revisar y adecuar las Constituciones, han realizado una labor
encomiable al descubrir, en muchos casos por primera vez, la centralidad, la
originalidad y la riqueza de su carisma.
Este fenómeno que se está dando en la Iglesia, la
apertura a los laicos por parte de las congregaciones femeninas y el
descubrimiento, revalorización o renovación del carisma, está originando en la
Iglesia y en muchas congregaciones un movimiento por servir mejor a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo, apoyándose en el carisma de la
congregación, tal y como lo sugiere Juan Pablo II: “Debido a las nuevas
situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su
carisma puede ser compartido con los l aicos. Estos son invitados por
tanto a participar de manera más intensa en la espiritualidad y en la misión
del Instituto mismo.”
Sin pretender ser exhaustivos en este artículo,
nuestro objetivo será el sugerir algunas directrices que puedan servir de
ayuda en el trabajo emprendido por muchas congregaciones femeninas que se
sientan llamadas por la voz del Espíritu a compartir los dones que han
recibido para bien de la Iglesia, aplicando lo sugerido por el Concilio y
renovado por Juan Pablo II: “Además, el mismo Espíritu Santo no solamente
santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y
lo enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno según
quiere" (1Cor., 12,11), reparte entre los fieles de cualquier condición
incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para realizar
variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia
edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno se le otorga la
manifestación del Espíritu para común utilidad" (1Cor., 12,7). Estos carismas,
tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de
que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que
recibirlos con agradecimiento y consuelo.” “Con este amor de predilección a
los más pequeños contagiad a todos aquellos con los que os encontréis, en
particular a los laicos que piden compartir vuestro carisma y vuestra misión.
Estad siempre dispuestos a escuchar las nuevas llamadas del Espíritu, tratando
de descubrir, junto con los pastores de las Iglesias particulares donde estáis
llamados a vivir, las urgencias espirituales y misioneras del momento actual.”
Fijaremos las rutas de partida, para después
centrarnos en una definición del carisma y finalizar con algunas pautas que
puedan ayudar a la concretización la participación del carisma por parte de
los laicos.
a. Base de partida falso.
No es difícil que las congregaciones femeninas y la
mujer consagrada puedan caer en la tentación de compartir el carisma con los
laicos por temor a quedarse sola. Frente a la disminución de las vocaciones
(aunque más apropiadamente habría que hablarse de pérdida de esperanza en las
vocaciones), y al envejecimiento de la congregación originada por la edad
avanzada de la mayoría de sus miembros, podría asaltarle la tentación de
compartir con algunos laicos el carisma, de forma que se asegure la vida del
Instituto o de la Congregación a lo largo del tiempo.
Es éste un punto de partida falso pues esconde
subrepticiamente una visión distorsionada de la realidad en donde la esperanza
no tiene cabida. Esconde también una visión pesimista de la vida consagrada
pues se la considera decadente, en crisis o sin futuro. Prescinde igualmente
de un sentido espiritual de la misión del Instituto o de la Congregación,
equiparándola a una labor meramente humana. Trasluce una visión horizontal
ista del trabajo apostólico, equiparándolo con un trabajo que puede ser
realizado por cualquier persona, perdiendo su sentido salvífico y su valor
carismático.
Es éste un planteamiento de algunas mujeres
consagradas que no ven salida a los problemas de la congregación y tratan de
encontrar en los laicos una descarga y una solución a sus angustias. No es
ésta la visión de la Iglesia y del magisterio sobre la participación del
carisma con los laicos.
a. .Base de partida verdadero.
Muy distinta es la postura de la mujer consagrada que
arde de amor por sus prójimos y quiere donarse a ellos. “La vida
consagrada debe convertirse en custodia de un patrimonio de vida y belleza
capaz de saciar toda sed, vendar toda llaga y ser bálsamo para toda herida,
colmando todo deseo de alegría y de amor, de libertad y de paz.”
Por una reflexión constante, unida a la meditación y a
la oración, la mujer consagrada se da cuenta, casi simultáneame nte de dos
realidades que la sobrepasan. Por un lado el gran amor que Dios le tiene a
ella y que de alguna manera ella quiere devolver. Y por otro, las inmensas
necesidades de los hombres. Son como dos caras de una misma moneda. El amor de
Dios hacia ella se presenta no como un regalo, sino como un don que debe
valorar y compartir. Es tan grande y tan completo el don recibido que no puede
quedárselo para ella sola. Se siente impelida a compartirlo.
Retomando nuestra reflexión inicial, la apertura que
el Concilio ha venido a traer a los laicos y a la vida consagrada, ha
permitido a la mujer consagrada hacerse partícipe en primera persona de la
situación del mundo. No desconoce ya la situación de millares de hombres y
mujeres que pasan necesidades físicas, materiales o espirituales. Y lo más
importante: las ha hecho suyas. Este conocimiento experiencial de la realidad
la debe llevar a buscar desde su carisma, desde su espiritualidad una
respuesta satisfactoria a todas estas necesidades.
De esta manera, la tarea de compartir el carisma con
los laicos se expresa como un don, no como un refugio o una tabla de
salvación, como mencionábamos en el inciso precedente. No busca en los laicos
una prolongación en el tiempo de la vida del Instituto o de la Congregación,
sino que ve en ellos a miembros del Cuerpo místico que están necesitados de
una espiritualidad rica y profunda para avanzar por las vías de la santidad. Y
se da cuenta que lo que ella vive, lo que ella respira día a día, el carisma,
puede, con las adaptaciones adecuadas, ser el agua, el bálsamo, el aire que
estas personas están necesitando .
2. ¿Qué es el carisma
No podemos pasar adelante sin clarificar, aunque sea
de una manera sucinta y breve, lo que entendemos por carisma. Si la consagrada
está llamada a ayudar a los laicos con el carisma de la Congregación, debemos
centrarnos primeramente en delinear los elementos que constituyen el ca risma.
El origen de todo carisma lo es el Espíritu. Así lo
explica la Lumen Gentium en el número 4: “El Espíritu habita en la Iglesia y
en los corazones de los fieles como en un templo (1Cor., 3,16; 6,19), y en
ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (cf. Gal., 4,6; Rom.,
8,15-16,26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece
con todos sus frutos a la Iglesia (cf. Ef., 4, 11-12; 1Cor., 12-4; Gal.,
5,22), a la que guía hacía toda verdad (cf. Jn., 16,13) y unifica en comunión
y ministerio.”
Encontramos aquí algunos elementos esenciales que nos
iluminan en nuestra investigación. El carisma se da en primer lugar en la
Iglesia y es otorgado por el Espíritu santificador para ayudarla en su tarea
de guiar a todos hacia la verdad. El carisma ya venía definido por San Pablo
como “un don particular de la gracia divina operado en el creyente por parte
del Espíritu Santo para la utilidad común de la Iglesia. Se trata de un
neologismo que Pa blo utiliza 16 veces en sus cartas: Rm 1, 11: 5, 15.16; 6,
23; 11, 29; 12,6; 1Cor 1, 7; 7,7; 12,4; 12, 9.28.30.31; 2Cor 1, 11; 1Tm 4, 14;
2Tm 1, 6.”
Carisma será por tanto esa gracia que Dios da a una
persona para un servicio particular en la Iglesia. Este servicio particular en
la Iglesia no queda reducido a un tipo de personas. San Pablo no especifica
los destinatarios de tal don. Se refiere siempre a la Iglesia en general. En
sus cartas, si bien tiene como destinatarios a los miembros de la Iglesia
establecida en una localidad, no hace distinción de miembros: los dones del
Espíritu son para beneficio de todos. De aquí se desprende la necesidad de que
la mujer consagrada considere que el carisma que ha recibido de su Fundador no
es patrimonio exclusivo de su Instituto o Congregación, que no es utilizable
sólo para las religiosas que a él pertenecen.
El carisma no se reduce lógicamente a la formulación
de una frase que sintetice el don recibido. Podríamos ayud arnos del Derecho
canónico que en el canon 578 da una definición que puede venir en nuestro
auxilio: “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los
fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de
la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también
sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.”
De aquí que la mente, los propósitos, la naturaleza, el fin, el espíritu, el
carácter y las sanas tradiciones comprenden o forman parte del carisma. Como
realidad espiritual, es difícil englobar el carisma en una definición. Somos
constreñidos a estudiar todos y cada uno de estos elementos para pergeñar
lejanamente lo que es el carisma.
Por lo que no dudamos en afirmar que quien mejor puede
definir el carisma es la vida de una mujer consagrada, especialmente si esta
vida se apega a lo trazado para ella en las Constituciones. La vida, las obras
de la Congregación, la labor que una mu jer consagrada realizada de acuerdo a
la mente de su Fundador/a, constituyen los elementos del carisma, de los
cuáles podrá servirse para ayudar a los laicos.
3. Necesidades actuales de los laicos.
No basta vivir y conocer el carisma para transmitirlo
a los laicos. Hay que conocer y comprender el mundo de los laicos para saber
cómo y en qué medida se puede aplicar el carisma a sus realidades.
Erróneamente podría pensarse que la mujer consagrada
que quiera transmitir y compartir el carisma de cu congregación con los laicos
debería salir de sí misma y lanzarse a nuevas fronteras, tal como ha sido la
experiencia de algunos Institutos y Congregaciones . Sin embargo no es
necesario innovar ni refundar nada. Tan solo basta con aplicarse fielmente a
la vivencia del carisma. El carisma, entendido como el patrimonio espiritual
de cada Instituto y Congregación religiosa, la lleva por sí misma a
encontrarse todos los días con hom bres y mujeres laicos. La labor que
realizan en el campo de la educación, la asistencia sanitaria, la animación
parroquial, la presencia en los medios de comunicación social y tantos otros,
la llevan a ponerse en contacto con las necesidades de todos los hombres. No
debe perderse por tanto en conocer las realidades de los hombres, cuando éstas
se le hacen presente mediante el carisma de su consagración.
La única lectura que tendrá que hacer será la lectura
del corazón, para ver con los ojos del alma las necesidades interiores y
profundas de todos los hombres. Si bien es cierto que el carisma la pondrá de
frente a diversas necesidades, si es una mujer que en verdad cree y vive el
carisma, se dará cuenta que cada encuentro con los hombre que el carisma le
permite tener, no podrá ser un encuentro fortuito, sino un encuentro guiado y
querido por la Providencia. Bajo esta visión, que es la visión de fe y de
esperanza, se dará cuenta de la gran necesidad que tienen los hombres d e su
testimonio como mujer consagrada. “Los hombres de nuestro tiempo a veces se
han empobrecido tanto interiormente, que ni siquiera son capaces de darse
cuenta de su pobreza. Nuestra época nos pone ante formas de injusticia y
explotación, ante prevaricaciones egoístas de personas y de grupos, que
resultan inauditas. De aquí deriva que en muchos se produzca el
"oscurecimiento de la esperanza" del que hablé en la exhortación apostólica
Ecclesia in Europa (cf. n. 7). En esta situación, los consagrados y las
consagradas están llamados a dar a la humanidad desorientada, cansada y sin
memoria, testimonios creíbles de la esperanza cristiana, "haciendo visible el
amor de Dios, que no abandona a nadie", y ofreciendo "al hombre desorientado
razones verdaderas para seguir esperando" (ib., 84). "Si nos fatigamos y
luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo" (1 Tm 4, 10).”
Por lo tanto, más que perderse en estudios
antropológicos, sociológicos o psicológicos, la muj er consagrada deberá
aprender a ver las realidades de los hombres bajo la luz de su carisma. “Es un
testimonio espléndido y variado, en el que se refleja la multitud de dones
otorgados por Dios a los fundadores y fundadoras que, abiertos a la acción del
Espíritu Santo, han sabido interpretar los signos de los tiempos y responder
de un modo clarividente a las exigencias que iban surgiendo poco a poco.
Siguiendo sus huellas muchas otras personas han tratado de encarnar con la
palabra y la acción el Evangelio en su propia existencia, para mostrar en su
tiempo la presencia viva de Jesús, el Consagrado por excelencia y el Apóstol
del Padre. Los religiosos y religiosas deben continuar en cada época tomando
ejemplo de Cristo el Señor, alimentando en la oración una profunda comunión de
sentimientos con El (cf. Flp 2, 5-11), de modo que toda su vida esté
impregnada de espíritu apostólico y toda su acción apostólica esté sostenida
por la contemplación.” Para ello deberá llenar primero su coraz ón del
carisma, para después participarlo a los demás.
4. Llenar el corazón para colmar el vacío del
laico.
A primera vista podría pensarse que los laicos
participan en el carisma desde el momento en que toman contacto en alguna de
las obras puestas en pie por la Congregación. Se participa del carisma cuando
se habla con una religiosa y su conversación traspira el espíritu de las
Constituciones, que es el espíritu del Fundador. Participa del carisma el
laico que ayuda en la consecución material o espiritual de las obras más
características de una Congregación. Quien asiste a una función religiosa, un
grupo de oración o un retiro bajo los auspicios de una orden religiosa,
participa también del carisma de la Congregación.
Pero estas participaciones podrían ser accidentales y
no ir al fondo de los laicos, es decir, a sus necesidades más profundas. De
alguna manera esta visión no se sacude la idea pre-conciliar de ver a los laic
os como católicos de segunda clase, a los que les basta tan sólo un
poco de espiritualidad para cumplir con sus compromisos con la Iglesia. Es ver
aún a los laicos comoniños espirituales que nunca crecerán.
La visión del Papa y del Magisterio es diametralmente
opuesta. Desde el aldabonazo que supuso la Lumen Gentium, hasta la
invitación incesante de Juan Pablo II en la Novo Millennio Ineunte, el
magisterio no ha dejado de remachar la idea fundamental de la llamada de
todos, laicos incluidos, hacia la santidad. “En primer lugar, no dudo
en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el
de la santidad. ¿Acaso no era éste el sentido último de la indulgencia
jubilar, como gracia especial ofrecida por Cristo para que la vida de cada
bautizado pudiera purificarse y renovarse profundamente?” Y es el mismo Juan
Pablo II quien nos da las claves par que los laicos alcancen dicha santidad:
la oración, la Eucaristía dominical, el sacramento de la reconciliación, la
primacía de la gracia, la escucha de la Palabra y el anuncio de la Palabra.
Resulta ciertísimo que el carisma de una congregación,
con todo aquello a lo que se refiere su patrimonio espiritual, encierra en sí
mismo la posibilidad de ayudar a que los laicos que se acercan de una u otra
manera a la Congregación, alcancen el status de católicos maduros, es decir,
de santos. Basta tan sólo que la mujer consagrada, tenga la suficiente
fe y esperanza en su carisma para desplegar innumerables iniciativas que
favorezcan la santidad de estas personas, siguiendo nuevamente lo que decía
Juan Pablo II: “Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que
promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la
capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto
de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir
fraterno.” La ayuda que muchos hombres y mujeres esperan de la consagrada no
es tan sólo la ayuda material, sino el subsidio espiritual que les ayude a
encontrar certezas en la vida. Subsidios que bien pueden englobarse en medios
que sirvan para que los laicos aprendan a orar, asistan al precepto dominical,
se acerquen al sacramento de la confesión, aprendan a vivir en amistad con
Dios y sepan escucharlo y transmitirlo.
Las iniciativas son múltiples y válidas, siempre desde
el propio carisma. Pienso por ejemplo en la ayuda preciosa que una mujer
consagrada puede dar tan sólo acompañando espiritualmente el camino de niños,
jóvenes y adultos que pasen a su lado. Como base para esta serie de
iniciativas que deben florecer en toda mujer consagrada, esta su fidelidad y
su amor al carisma. Conocer, asimilar y transmitir el carisma se convertirán
en un programa temático para las mujereas consagradas del Tercer Milenio que
quieran “reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus
fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen
en el mundo de hoy.”
No es una tarea fácil. Requiere dejarse a sí misma
para que aparezca sólo el carisma en la vida de la mujer consagrada. No hay
recetas, ni caminos cortos, ni varitas mágicas. Es necesaria la mortificación
y un gran amor al prójimo. Quizás pudiera resultar de ayuda las palabras de
Mons. Rodé en el último Congreso sobre la Vida Consagrada: “De plus, dans
cette perspective, le chemin du renouvellement ne sera jamais un retour pur et
simple aux origines, mais une reprise de la ferveur des origines, de la joie
du commencement de l’expérience pour une ré-appropriation inventive du
charisme. Un rapport plus ouvert et plus libre aux origines se traduit par une
vraie croissance et un progrès dans la compréhension et la mise en œuvre du
don de l’Esprit qui a donné naissance à une famille de vie consacrée.”
El reto es múltiple y variado. Las oportunidades
asaltan la puerta todos los días. “¡Caminemos c on esperanza! Un nuevo milenio
se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse,
contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil
años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista
para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros
mismos en sus instrumentos.” La mujer consagrada cuenta con el carisma como un
instrumento en sus manos, no sólo para santificarse, sino para santificar
muchas almas. ¿Seguirás siendo egoísta y reservándote ese don sólo para ti
misma? Recordemos con Fabio Ciardi, el experto sobre el carisma: “Debemos
tener constantemente presente que cada carisma ha sido dado para la vida del
mundo. Tanto la contemplación como la evangelización, el servicio a los
pobres, la enseñanza, tienen como último referente a la humanidad. Esta misma
humanidad por la cual el Hijo de Dios ha venido y ha dado su vida.”