ET VERBUM CARO FACTUM EST

« Y el Verbo se hizo carne »…

Y la Iglesia canta: “Nos ha nacido un Niño en Belén” (“Puer natus in Betleem”) iniciando así la Redención de la Humanidad y el cumplimiento de las promesas de Dios a nuestros primeros padres. Se concluirá el Domingo de Pascua, con la Resurrección de Cristo.

Sólo si hemos aprovechado el Adviento, ese  “precalentamiento”  de cuatro semanas preparatorias para el gran acto de Fe  que nos exige el Misterio incompresible de la Encarnación del Hijo de Dios, estaremos en forma para celebrar la Navidad,  como Dios espera de nosotros, y para vivir esa verdad, ¡ese gran Misterio! ( ¡dogma de Fe”!),   proclamado cada vez que rezamos el “Credo”: que  la Segunda Persona de la Santísima Trinidad --Dios Hijo-- toma un cuerpo humano y lo une hipostáticamente a su naturaleza divina. Es un cuerpo como el nuestro, con todas sus miserias –salvo el pecado-- y  con toda su capacidad para disfrutar de las maravillas de la Creación y  también para sufrir y poder morir,  para luego resucitar como garantía de nuestra Fe.

Amigo lector: ¡qué difícil resulta hoy, aislarse del ruido ensordecedor que impide a nuestra alma “oír  a Dios cuando nos habla”! Estos días debes hacer un esfuerzo y vivir la Navidad unido al recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios:  “¡el mayor acontecimiento que vieron los siglos!”.

Durante milenios, el hombre caído y viviendo en estado lastimoso --por  las consecuencias del pecado de Adán y Eva--  esperó la “promesa del Creador”, es decir: el nacimiento del “hijo de una Virgen” que nos devolvería el derecho a la alegría, al devolvernos la Esperanza de una vida eterna feliz,  viendo cumplida  la profecía de la Mujer aplastando la cabeza a la serpiente y haciendo posible la Redención, con su pasión, muerte y resurrección.

Esa fe vivida,  hizo que la Sociedad Cristiana convirtiera el recuerdo del Nacimiento del Hijo de María en dos semanas de  inmensa alegría.  Y  de ese modo, Europa –y las naciones que civilizó—convirtieron  la última semana del año    y la primera del que  empieza,  en medio del crudo invierno,  en los quince días más alegres para la Cristiandad.

Y surgió brillante y bulliciosa una música rebosante  de felicidad pero no solo ya en el lenguaje armónico gregoriano, también la canción  popular, en forma de “villancicos”,  se sumó a la fiesta. Y todo ello se redondeó con comidas hogareñas y sociales, se adornó de regalos mutuos --que fomentaban la ilusión de los mayores y los sueños de los niños…-- pero siempre entorno a la Cueva de Belén, y al pesebre de donde salía toda la paz anhelada  por el corazón humano y prometida por los ángeles a los pastores. Y así fue durante siglos, no cabe la menor duda…

Pero  vino la guerra --inteligente y diabólica--  contra la Iglesia, anunciada por el divino Maestro a los apóstoles y  dirigida por aquel que San Ignacio de Loyola  llama siempre “el enemigo del género humano”,  (el demonio, Lucifer, calificado por Cristo de  “príncipe de este mundo”) y, silenciosamente, sin prisa  pero sin pausa,  fue “vaciando de contenido espiritual” esos días maravillosos   y transformando las Fiestas en honor del Niño Dios -- nacido en Belén—en todo tipo de  negocios rentables… Y las fiestas, nacidas  para agradecer su venida, pasaron a ser días de Vacaciones o de viajes,  sin más objetivo que descansar, divertirse o --cuando mucho--  en ocasión de encuentro y  sin más sentido que fomentar las relaciones,  simplemente humanas.  Como dijo alguien: “en la Fiesta toman parte todos,  menos el protagonista de las mismas”. Algo tan absurdo como reunirse para celebrar un homenaje y “olvidarse de invitar al personaje en cuyo honor se celebraba el acto”… Porque, díganme si no, ¿cuántas decenas de gavanenses,  de los 46,488  ciudadanos    que figuran en el último censo,  se acordarán de cumplir “un mínimo” con Dios, yendo a misa en los días festivos – a lo que como católicos están obligados--, o  cuántos,  al empezar sus banquetes   le darán gracias por haber  venido a redimirnos --para lo que era preciso que se hiciera Hombre—, por la alegría de verse reunidas las familias, los amigos  y poder disfrutar de todo aquello que muchos  países africanos o asiáticos ni siquiera saben lo que es, ni pueden soñar en tenerlo? ¿Cuántos agradecerán que, por el hecho de creer en ese Niño que acaba de nacer, nadie les quite su casa, ni  tenga que huir con lo puesto --como lo están haciendo centenares de miles de cristianos –millones--  en Oriente Medio, en Asia, en África o Filipinas, luego de haber visto como han degollado a sus vecinos, o a sus propios hermanos? O ¿cuántos, el día 31 de diciembre, a las 23:55,  dedicarán unos instantes a pensar  en dar gracias a Dios por todo lo bueno que han recibido durante el año 2014? ¿Y cuántos, a las 00:01 del día 1 de enero de 2015 le pedirán que Dios bendiga el año que empieza?

Eso sí, todos comerán las uvas…