La voz Papa Juan Pablo II

El cielo en la tierra

“Si alguno de ustedes experimenta la llamada del Señor a entregarse totalmente a Él para amarlo con un corazón indiviso, que no se deje detener por la duda o el miedo”

Emilio Palafox M.

“El cielo en la tierra” es la feliz expresión de Juan Pablo II para designar la Misa, centro y raíz de la vida cristiana. Y es el subtítulo de un nuevo libro de Scott Hahn. Scott y su esposa Kimberly nos contaron ya el largo viaje que llevó a este joven matrimonio, de evangélicos calvinistas hasta la casa paterna de la Iglesia católica, en su conocida obra “Roma, dulce hogar”. Ahora nos refiere Scott Hahn un trecho de ese fascinante camino: “Ahí estaba yo, de incógnito, un ministro protestante de paisano, deslizándome al fondo de una capilla católica de Milwaukee para presenciar mi primera Misa. Me había llevado allí la curiosidad (…). Estudiando los escritos de los primeros cristianos había encontrado incontables referencias a ‘la liturgia’, ‘la Eucaristía’, ‘el sacrificio’. Para aquellos primeros cristianos, la Biblia -el libro que yo amaba por encima de todo- era incomprensible si se le separaba del acontecimiento que los católicos llamaban hoy ‘La Misa’ (…). “Me senté en la penumbra, en un banco de la parte de más atrás de aquella cripta. Delante de mí había un buen número de fieles, hombres y mujeres de todas las edades. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente concentración en la oración (…). La Misa, me habían enseñado, era un ritual que pretendía ‘volver a sacrificar a Jesucristo’. Así que permanecería como mero observador. Me quedaría sentado, con mi Biblia abierta junto a mí. “Sin embargo, a medida que avanzaba la Misa, algo me golpeaba. La Biblia ya no estaba junto a mí. Estaba delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo (…). Permanecí al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las palabras de la consagración: ‘Esto es mi Cuerpo… éste es el cáliz de mi Sangre’. “Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al sacerdote alzar la blanca hostia, sentí que surgía en mi corazón una plegaría como un susurro: ‘¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!’ (…). “La experiencia se intensificó un momento después, cuando oí a la comunidad recitar: ‘Cordero de Dios… Cordero de Dios... Cordero de Dios’, y al sacerdote responder: ‘Este es el Cordero de Dios…’, mientras levantaba la hostia (…). “Con muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente dónde me encontraba. Estaba en el libro del Apocalipsis, donde Jesús se llama Cordero no menos de veintiocho veces en veintidós capítulos (…). “Regresaría a Misa al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Cada vez que volvía, ‘descubría’ que se cumplían ante mis ojos las Escrituras (…).” Hasta aquí, Scott Hahn en: “La Cena del Cordero. La Misa, el cielo en la tierra”. Rialp. Madrid, 2001. Nos iremos ahora a la reciente fiesta de “Corpus Christi” (el Cuerpo de Cristo) en Roma. Como es sabido, Juan Pablo II presidió la Misa en el atrio de la Basílica de San Juan de Letrán y pronunció la homilía: “Pasan los días, los años, los siglos, pero no pasa este gesto santísimo en el que Jesús ha condensado todo su Evangelio de amor (…). En esta fiesta -dijo-, cada ciudad, la metrópoli como la aldea más pequeña del mundo, se convierte espiritualmente en la Sión, en la Jerusalén que alaba al Señor (…). “Este pueblo tiene necesidad de la Eucaristía. La Eucaristía hace que la Iglesia sea misionera. Pero, ¿es posible que esto tenga lugar sin sacerdotes que renueven el misterio eucarístico?”, nos pregunta. Se dirigió a los jóvenes presentes para decirles: “Si alguno de ustedes experimenta la llamada del Señor a entregarse totalmente a Él para amarlo con un corazón indiviso, que no se deje detener por la duda o el miedo. ¡Que pronuncie su propio ‘sí’ sin reservas, fiándose de Él que es fiel a todas sus promesas!”

Durante la celebración, los presentes -más numerosos cada año-, rezaron “por los pueblos de Tierra Santa y por todos aquellos que viven el drama de la guerra, la opresión, la injusticia social, para que el Señor extirpe el odio, calme las querellas, inspire en los gobernantes la clarividencia y la voluntad de buscar soluciones justas y respetuosas de la dignidad de cada hombre”. A la celebración eucarística siguió la procesión por las calles entre las basílicas de San Juan de Letrán y de Santa María la Mayor. Las ventanas de los edificios estaban decoradas con centenares de velas y tapices. Durante el recorrido, Juan Pablo II estuvo de rodillas en un reclinatorio, en adoración ante el Santísimo Sacramento expuesto. La procesión de la fiesta Corpus Christi por las calles de Roma fue restablecida por el Papa Juan Pablo II en su primer año de pontificado. Se había perdido la costumbre desde 1870. El domingo siguiente escuchamos a Juan Pablo II: “Para explorar la fascinante profundidad de esta presencia de Cristo bajo los ‘signos’ del pan y del vino es necesaria la fe vivificada por el amor. Sólo quien cree y ama puede comprender algo de este inefable misterio, gracias al cual Dios se acerca a nuestra pequeñez, busca nuestra enfermedad, se revela por lo que es, infinito huésped que salva”. ¿Nos decidiremos a participar en la Misa -¡a vivirla desde ahora!-, como si fuera nuestra primera Misa?