MARÍA, UNA VIVA HISTORIA DE AMOR

(artículo publicado en Isidorianum 24(2003) 389-406) 

María Dolores Ruiz Pérez
profesora del CET

 

 

“Si el Amor llama a tu puerta no te hagas el sordo. No la cierres.

Ábrela de par en par y déjalo entrar. Permite que encienda la luz del amor en tu alma

y abandónate en sus manos que Él, por tu intermedio,coseche frutos de amor.”

 (Teresa de Calcuta)

 

 

INTRODUCCIÓN

 

La marialogía, como todo quehacer teológico media entre la fe y la cultura, por esto en la reflexión que sigue acudimos a un ámbito y al otro para captar la experiencia de amor, personal y concreto, de María de Nazaret.

Nuestro mundo actual valora especialmente lo sensible y concreto, medios por los que también se llega Dios. El amor no es sólo sensible y concreto, pero si incluye estas dos características siempre. De ahí que podamos acercarnos a María indagando cómo  pudo haber vivido ella estos aspectos del amor, porque María es una mujer que en el alba del primer milenio tuvo su especial y viva historia de amor. De ella podemos aprender, puesto que pasó por todas las etapas del desarrollo humano desde la infancia hasta la madurez. 

Experiencia del amor de Dios en lo sensible y concreto es posible, y no está lejos de ninguno, porque nuestro Dios mediante la Encarnación definió su propia imagen con suprema autoridad asumiendo estas dos notas, entre otras muchas, de la existencia humana. Convirtió la gruta de Belén, la casa de Nazaret, la cruz del calvario y la sala de Pentecostés, en contexto propio y explicativo de la suprema definición “Dios es amor” y no lo hizo solo, sino asociando estrechamente consigo a María, haciéndola co-protagonista de una viva historia de amor.

 

 

1. MARÍA, EDUCADA EN EL AMOR DE DIOS

 

La oración diaria judía comenzaba, y comienza,  con este texto, el Shemá Israel:

 

“Escucha Israel, el Señor Dios es uno,
amarás
al Señor tu Dios
con todo tu corazón,
con toda mente,
con todo tu ser”.

Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado.” (Deut 6,4-7)

 

Desde niña, crecida en el ambiente de una familia practicante[1], es el estribillo constante que María ha escuchado, memorizado, rezado,   y lo lleva grabado en su corazón. Es un mandamiento de amor total a Dios. 

La historia de Israel es una historia de amor divino; no hay más que asomarse a los libros que la cuentan, a los profetas[2] que la meditan, o a las reflexiones de los sabios. El  Deuteronomio pone delante del creyente los grandes regalos del Señor: la liberación de Egipto, la alianza y la promesa de una tierra como razones para el cariño.  Este mandamiento incluye todos los demás, es su fuente y la razón última de su cumplimiento.

Con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, quiere recalcar que es la persona en toda su integridad la que debe comprometerse en este amor. Las parejas de contrarios: “estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”, indican la totalidad, toda la vida. Y la obligación de los padres de inculcarlo a los hijos, nos dice que la catequesis familiar es la mejor forma para enseñar un estilo de ser, de comportarse y de vivir el amor de Dios.

Junto al Shemá, los salmos son los cantos más recitados en la vida ordinaria de Israel. Cantos que a fuerza de repetición son aprendidos de memoria y vienen a los labios del creyente en distintas circunstancias: de dicha o de congoja, de noche o de mañana. Muchos de ellos tienen como tema el amor y la confianza en Dios. Algunos ejemplos:

 

-         ¡Yo te amo, Señor, Fuerza mía,mi Roca, mi Fortaleza, mi Libertador!

-         (sal 18,2)

-         El Señor es mi pastor nada me falta, ... (sal 23, 1)

-         Mi corazón me habla de ti diciendo:Procura ver mi rostro.Es tu rostro, Señor, lo que yo busco;no me escondas tu rostro” (sal 27,8)

-         “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.. Tengo sed de ti como tierra reseca, sin agua” (sal 42, 2-3)

-         “Mi alma se estrecha a ti con fuerte abrazo,

encontrando mi apoyo en tu derecha” (sal 62, 9)

 

La experiencia de Dios cala hasta la médula del/la creyente judio/a y lo tiene presente todo el día, vive normalmente en su Presencia expresándole su amor.  No hay división entre la  fe y la vida, sino integración total, y en cualquier momento del día, cuando se tienen en la memoria los textos, éstos se expresan, se cantan. Como dice el refrán: de la abundancia del corazón habla la boca.

También la práctica concreta de las obras de misericordia, de las demostraciones concretas de que se ama al prójimo forman parte de la Ley de Israel recogida en textos del libro del Deuteronomio (15,7-11). Son las obras de misericordia.  Estas buenas obras son llamadas ‘obras de amor bondadoso’ (gemilut hasadim) en la literatura rabínica y el Nuevo Testamento nos las actualiza en Mateo 25, 34-46  (tuve hambre y me diste de comer, tenia sed y ....).

María, por su fe, vivía con los suyos que toda persona es profundamente querida y estimada por Dios, siempre preciosa a sus ojos y acogida en su designio salvador. Educada en la fe-amor de Israel por Dios, junto a su desarrollo personal tiene desarrollada la dimensión contemplativa de su ser, pues aunque ni ella lo supiera Ella “era especial” dentro de la normalidad. Su corazón estaba preparado[3] para descubrir una nueva misión, una nueva forma de amar a su querido Dios de Israel.

 

2. MARÍA, UN CORAZÓN PREPARADO PARA AMAR

 

María educada en la fe de Israel  a sus trece o catorce es una joven mujer hebrea preparada para el matrimonio. Está lista para afrontar una vida responsable como mujer de su tiempo. Sabe hacer todas las tareas de la casa: amasar el pan, tejer[4], ordeñar la cabra, traer el agua con el cántaro sobre la cabeza de la fuente a la casa, limpiar, preparar la comida, lavar la ropa, etc. Su cuerpo, ya desarrollado, está preparado para poder gestar y dar a luz a hijos.

Los evangelios de la infancia de Lucas y Mateo  nos dicen que  María y José estaban ya desposados, pero no vivían aún juntos. En realidad, con esa referencia, nos están dando muchos datos de la joven María. 

En nuestra mentalidad occidental los jóvenes se desposan porque se aman. En la antigua mentalidad  oriental el proceso se puede sintetizar dicendo que porque los desposaban llegaban a amarse. Una pareja de aquel contexto podría decirnos: vosotros os amáis y os casáis; nosotros aceptamos casarnos con quienes nuestros padres nos prometen y llegamos a amarlos. Es otra forma de llegar al amor esponsal; a nosotros nos puede parecer raro y con riesgo de fracasar. Pero los dos caminos, tanto el occidental como el oriental, pueden llevar al éxito o al fracaso, porque el amor antes que nada es una tarea por realizar y tiene también mucho que ver con el pensamiento y la voluntad, no sólo con el sentimiento que lo desencadena.

María prometida a José tiene su corazón dispuesto para emprender la aventura del amor al otro hasta el don de sí misma. Y en estas entre medias, en ese tiempo intermedio que había en el matrimonio judío (de seis meses a un año), desde la promesa a la ceremonia del traslado a la casa del novio, Dios irrumpe en la vida de la joven mujer hebrea, de María,  de una forma inaudita. No sabemos cómo fue esa experiencia- vocación que Dios le plantea en su vida. En la biblia hay otros relatos de vocación y para narrar la de María, Lucas nos ha transmitido el diálogo con un ángel. En su corazón, como en el de todos los mortales, está la turbación, la pregunta ¿cómo será eso? Y una convicción que nace de su fe, que tiene en la memoria a Abraham: “para Dios nada es imposible.” (Gén 18,14).

María preparada en su ambiente para enamorarse de José, tiene antes una experiencia de enamoramiento del mismo Dios que la inunda y se le hace sentir en su vida de forma inusitada.

En el Antiguo Testamento hay testimonios de otras personas para las que Dios es una experiencia irresistible. En el profeta Jeremías encontramos: “Me sedujiste y me deje seducir” (Jer 20,7). Y la relación de Dios con su pueblo se había expresado ya hacía mucho tiempo en forma de enamoramiento. Sólo que ahora ni es un profeta del Antiguo Testamento, ni es todo el pueblo a quien Dios se dirige, es una sencilla joven mujer de Israel. María se sumerge en la experiencia de Dios con la audacia que da la juventud y su corazón  siente, seguramente algo parecido al enamoramiento.

 

3. MARÍA, UNA JOVEN ENAMORADA DE DIOS

Sabemos, por la experiencia humana, que el enamoramiento genera una energía en la persona que se trasluce incluso al exterior. Cuando estamos enamorados/as nos volvemos más receptivos/as en todos los sentidos, sentimos más las emociones y todo nuestro organismo se revitaliza. También aumenta nuestra autoestima, nos sentimos más seguros/as e importantes, queridos/as; incluso aquellos aspectos que antes no nos gustaban de nosotros mismos, ya no son tan importantes. Es una experiencia que nos une con la persona amada, incluso a distancia. La amamos intensamente y le hacemos objeto de nuestros deseos, de nuestras ilusiones. El pensamiento no puede dejar de pensar en la otra persona. Nos sentimos seducidos por esa persona, todo cuanto hace o dice es maravilloso.

El Magnificat, el canto de la joven María que nos transmite Lucas después del relato de su vocación, desde esta perspectiva del amor, pone de manifiesto que María está totalmente enamorada de Dios. Lo siente tan fuerte que lo canta y se lo cuenta a su prima Isabel, mayor que ella y entrada en años. En este canto, Lucas nos deja plasmados los sentimientos y los pensamientos de María, lo que tiene en su corazón y en su mente, lo que inunda todo su ser. El shemá: amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo ser; lo explicita María en su propio Magnificat; amándole ella canta de Él esto:

 

Engrandece mi alma al Señor;

y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador,

porque ha mirado la humillación de su sierva.

He aquí, pues, desde ahora me llamarán  bienaventurada todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho en mí grandes cosas.

Su nombre es santo,

y su misericordia es de generación en generación, para con los que le honran.

Hizo proezas con su brazo; a los soberbios desbarató el pensamiento de sus corazones.

Quitó a los poderosos de sus tronos y levantó a los humildes.

A los hambrientos sació de bienes y a los ricos los despidió vacíos.

Ayudó a Israel su siervo, para acordarse de la misericordia,

tal como dijo a nuestros padres; a Abraham y a su descendencia para siempre.

 

El canto trasluce: admiración, alabanza, alegría por las obras de Dios, humildad, sentido del servicio, conciencia de sí, autoestima sana, conocimiento de Dios, confianza en el amor de Dios que conduce la historia, opción por los pobres en la historia, hambre de justicia, vanidad de las riquezas, misericordia, fe en el amor eterno de Dios por su Pueblo.

 

«María explicita a través de esta composición el hágase que profiriera ante el ángel. Se nos muestra aún más hasta qué punto su actitud hacia Dios no es de sumisión pasiva, sino respuesta activa de adhesión libre. Sus palabras son expresión culminante de alegría gradual; hasta este punto del relato, la alegría ha ido  in crescendo; [...] La anunciación había expresado el Misterio; la visita a Isabel lo manifestó; el Magnificat lo cantó y sigue cantando.»[5]

 

Es el canto de una mujer enamorada de Dios y sigue siendo uno de los cantos más cantado entre los cristianos. Cada día en el atardecer, los creyentes (religiosos o laicos) que celebran  “las vísperas”, la oración de la tarde en la Iglesia, lo recitan o cantan. El magnificat es uno de los cantos que más versiones tiene, como también el amor se canta hoy y siempre en tantas versiones.

 

El paralelismo de este canto de María, con las Bienaventuranzas, el programa del reino, es total y podemos decir que María  educó  a Jesús en  el espíritu de este  canto. Las ciencias humanas subrayan  hoy que las “ondas” que  perciben los niños desde su más tierna infancia, les acompañan toda la vida.  Tuvo Jesús de quien aprender a vivir amando la Vida, amando a Dios presente en la historia de su pueblo, amando a los demás, a su prójimo, a los pobres...de su madre.

 

 

4. MARÍA, COMPARTE SU EXPERIENCIA DE AMOR 

 

Una de su familia, Isabel,  la entiende «este episodio nos ofrece una lección de amistad, dos mujeres con un interior nuevo, no colonizado ya por un patriarcalismo recalcitrante y sexista; una amistad que nos evoca la de Rut y Noemí [...] un modelo de amistad que no nos resulta desconocida a aquellas de nosotras que, al igual que María, hemos acudido a  aquella amiga y confidente para hablar, reír o llorar juntas en una casa que se convierte en ámbito y refugio amigo [...] Ni mujeres ni varones debemos privarnos de uno de los regalos más preciados que Dios ha puesto en nuestro camino, pues ciertamente, ‘la amistad es el vino bueno de la vida, no podemos vivir en plenitud sin amigos’»[6]

 

En cierta manera las dos son cómplices de Dios en sus planes, porque Dios se revela a la gente sencilla. Estos planes son misteriosos, a veces, pero ellas están insertas en la cadena de los “pobres de Israel”, los anawin, el resto de gente del pueblo fiel a la Alianza de Dios. Isabel felicita a María y se congratula con ella. Ambas confrontan su experiencia y esto da fuerzas a María para seguir adelante en su decisión de colaborar con el Proyecto de Dios arriesgándolo todo y hasta las últimas consecuencias.

 

Isabel y María se insertan en la línea de mujeres que en la Biblia han tenido una personalidad destacada en la historia de la salvación[7]. A través de ellas, los planes de Dios han ido adelante en la historia.

 

Otra persona con la que compartió María su vida es José. No tenemos diálogos en los evangelios, ni falta que nos hacen, porque no son biografías, pero sí tenemos el dato María se convirtió en la esposa de José y compartieron juntos la vida. El evangelio según san Mateo nos viene a decir con la escena del anuncio a José[8] (Mt 1,16-25) que José se quedó estupefacto ante este cambio en María, faltaban sólo meses para la boda. Le daba vueltas a la situación en la cabeza  de día  y, en sueños, de noche, hasta que comprende que no puede dejar a María abandonada a su suerte, sino que el mismo decide aceptar lo que la vida le presenta: adoptar al hijo de María. Pasar ante los demás como padre de ese niño que sólo Dios y María saben cómo ha venido al mundo. Él será su padre ante la gente y ante la Ley[9] y, con su trabajo y la fuerza de Dios,  los sacará adelante poniendo todos los medios a su alcance. José era un hombre justo que quiere decir fiel cumplidor de los mandatos de la Torá, celoso de la Alianza. La dura realidad que se le presentó lo puso en jaque consigo mismo, pero lo resolvió afianzándose aún  más en Dios.

 

Los padres de la Iglesia primitiva y el mismo Magisterio reciente de la Iglesia lo han admirado siempre y le han  reconocido su puesto singular, al lado de María, en la educación de Jesús. Baste como ejemplo estos textos:

 

"Persuadido José y sin duda de ninguna clase, tomó a María por esposa, y en clima de alegría prestó sus servicios en todo lo que quedaba para la educación de Cristo ... Y lo tomaban como padre del niño" (san Ireneo)[10]

 

 “San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración". (Juan XXIII)[11],

 

"San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad"[12]



 

¿Cómo vivieron María y José su matrimonio después de la irrupción de Dios en sus vidas durante  los meses anteriores a la boda? Los evangelios son respetuosos y no entran en la intimidad de las personas. Sólo nos dejan entrever la experiencia humano-religiosa de estos grandes creyentes, no se trata de tener toda la información para saciar nuestra ávida curiosidad.. Dejan la narración abierta a nuestra propia vida, para que también los creyentes de hoy nos situemos ante el mismo Dios que nos sigue hablando hoy como ayer. La Escritura, por mucho que, a veces, nos empeñemos no demuestra nada, sólo muestra experiencia de creyentes para creyentes. En medio de la vida cotidiana y de nuestros proyectos bien atados Dios irrumpe y entonces ¿qué? ¿Nos enamoramos más de Él y de sus planes? ¿acogemos la sorpresa y lo inaudito, aún cuando ésta sea dolorosa o molesta?

La Presencia del Dios vivo y operante en la historia, ayer como hoy, es para todos y todas,  invitación a la intimidad con Él y a la implicación en su proyecto salvador para la humanidad. Cercanía y admiración están en el centro de la experiencia de Yahvé con sus elegidos/as que tienen conciencia de que:

 

“Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi misericordia.” (Jer 31,3)

 

y de que:

 

Mis planes no son vuestros planes,  vuestros caminos no son mis caminos... como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros” (Is 55,9)

 

Tenemos que ser críticos con nosotros mismos, porque el vivir en la época del instante, lo instantáneo e lo inmediato,  del torbellino del trabajo y del valor de lo útil y gratificante, no favorece la veneración: veneración de la naturaleza, de las cosas, de las personas, ... del Misterio. En la educación para el amor de cara a los niños, niñas, adolescentes  y jóvenes, y de cara a nosotros mismos, los adultos,  debería estar muy presente la educación para el asombro y el desarrollo de la dimensión contemplativa de nuestro ser.

 

 

5. MARÍA, DEL ENAMORAMIENTO AL AMOR PLENO Y MADURO

 

El enamoramiento dura un período más o menos largo, tras el cual pueden suceder dos cosas cuando el tiempo va pasando: o concluye o se transforma. Se va pasando a un mayor contacto con la realidad, empezamos a verle al amado o a la amada también  aquellos aspectos que no nos gustan y que en un principio habíamos pasado por alto. La experiencia nos dice que lo que acontece va en estas líneas:

 

a)     El enamoramiento concluye y con él la relación. La mayoría de los enamoramientos son vividos como una experiencia hermosa, intensa, pero fugaz.  Especialmente en la adolescencia, donde se ensayan los caminos amorosos y se construye la propia identidad. Muchos enamoramientos surgen para concluir formando parte del aprendizaje de la vida

 

b)     Cuando el enamoramiento se transforma en una relación consolidada desaparece la idealización, dando paso a un amor profundo y comprometido en el que uno se preocupa del otro y se cuidan mutuamente.

 

En definitiva: es muy fácil enamorarse y difícil amar[13].

 

María vivió en el día a día su enraízamiento y camino  en un amor cada vez más profundo. Como a todo ser humano la experiencia del amor la fue plenificando y madurando. Superó la prueba del tiempo en medio de crisis y contrariedades. Sus paisanos la criticarían por ese embarazo prematuro; la vida no la tuvo más fácil por ser la Madre del Hijo de Dios. El Concilio Vaticano II nos dice que “peregrinó en la fe”, es decir que fue avanzando en la vida con la mirada puesta en el Invisible y fiándose de que Él tendría la clave de todo lo que se le iba presentando. El ser humano no posee toda la vida de una sola vez, pero sí tiene la capacidad de fiarse y prometer que la entregará durante toda su vida. Un Sí dado una vez, sabe que deberá desplegarse en el tiempo en muchos síes, en el sí de cada día, uno por uno, hasta llegar a la meta, en la que de nuevo serán recapitulados todos en el último.

 

Lo que mayormente hay de ilusorio y engañoso en el enamoramiento es el creer que ya el amor está realizado, que rodará por sí solo. Es decir, no darse cuenta de que el amor es una tarea y no sólo gozo. La persona que ama tiene que tomar la decisión de posponerse a sí misma para buscar y perseguir el bien de la persona amada.. Dejar atrás el propio “yo” no es fácil. De hecho hay personas que son muy egoístas y no están dispuestas a perder algo de sí mismas para que el otro gane. En este contexto se entiende el evangelio: Quien quiera ganar su vida la perderá. Es decir, quien se antepone a sí mismo antes que todo, está alimentando infantilmente su egoísmo, se quedará en una inmadurez que lo incapacita para amar realmente.

 

El amor hay que inventarlo todos los días, rehacerlo, cultivarlo y cuidarlo: quien cada día no ama más ya está amando menos porque cada día recibimos una oportunidad para amar más, para superarnos a nosotros mismos en la entrega generosa de nuestra propia persona, de nuestras cualidades.

 

En su juventud, María comenzó una transformació n personal decisiva, alegre y decidida, pero fue su decisión en el día a día la que mantuvo en ella viva esa fuerza divina, que es el amor, consciente, que intenta conducir a cada ser hacia la realización de todo su potencial. Es por ello que todo amor verdadero por una persona implica, como dice Erich Fromm, en su libro el arte de amar, preocuparse, responder, respetar y conocer a tal persona.

 

 

5. CON MARÍA DIOS SE ENCARNA Y REVELA EL MISTERIO DEL AMOR

El encuentro con María revela el misterio del amor de Dios:

«Porque tanto amó Dios al mundo que LE ENTREGÓ a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Y la primera entrega del Hijo al mundo la realizó Dios con María y a María. Nadie ha tenido en sus manos a Dios, como le ha tenido María y en manos de nadie se ha puesto Dios tan pequeño y frágil como en las manos de María.[14]

La experiencia de fe es participación en la experiencia del Dios trinitario que confesamos. Las personas de la Trinidad son tres, pero son una sola comunidad de amor, en el que cada persona es un darse continuamente a las otras. En la experiencia que hagamos de salida de nosotros mismos para darnos a los demás o a Dios, en ese movimiento de vaciamiento de uno mismo para darse, es donde realmente llegamos a ser lo mejor de nosotros mismos realizando la imagen y semejanza de Dios que llevamos inscrita en lo más profundo de nuestro ser.

Ante la revelación suprema del amor, María responde también con amor total. Porque ella no dice simplemente «sí», sino «hágase», como una aceptación gozosa del querer de Dios, aunque sea desconocido y no del todo claro;  como un acto de entrega incondicional a Aquél por quien es amada. María puede decir «hágase en mí según tu palabra», no porque  conozca lo que le va a pasar, sino porque ama mucho. Su respuesta es posible porque, ante la llamada del Amor, no se mira a sí misma, ni mide sus fuerzas, sino que se fía de Él. Y en este diálogo amoroso se va gestando una armonía de voluntades que permite que el abandono,la confianza en el Otro y el deseo de colaborar con su Plan,  se encarne en lo cotidiano. Es la aceptación de un itinerario no marcado, donde la entrega mutua se renueva en cada instante y se entremezcla con un discernimiento no exento de dudas y dificultades.

Con María comprendemos que todo nuestro itinerario es también una historia de amor. Una historia en la que la iniciativa ha sido del otro, que se nos revela y nos invita a la confianza. En la medida en que somos capaces de fiarnos de Él, nos abandonamos y cooperamos con su designio, Él nos va descubriendo cada día más el insondable misterio de su amor. Pero no somos nosotros los que hemos de marcar ni el modo ni el ritmo: hemos de aceptar «ser llevados», y, además, por caminos no siempre previstos ni comprendidos. Y es que el amor siempre exige morir a uno mismo.

Durante la gestación, la Palabra de Dios, que habita en el seno de María, va cubriéndose de huesos, nervios, carne, piel. Pero la maternidad de María no acaba en el parto. La maternidad de María es un «hágase» constante, una continua donación, no sólo de vida física, sino de algo más. Es la donación de un modo de ser humano. María es aquella que enseña a Jesús a crecer en humanidad, a hacerse hombre: le enseña a sonreír, a hablar, a responder, a rezar… le enseña la intimidad, la ternura… le enseña a mirar y a vivir. Jesús aprende a querer. Es Dios que se deja educar[15] por y en un ser humano.

Esta historia rutinaria propia de cualquier madre, en María va entrelazada con la experiencia de saberse elegida por Dios para una misión que no siempre entiende. El «no temas» del anuncio del ángel recorre toda esta historia desde Nazaret hasta la cruz. Porque a María le alcanzará también la espada del dolor. Así se lo profetiza Simeón: «Y a ti misma, una espada te atravesará el alma» (Lc 2,35). En efecto, la experiencia de su maternidad es una experiencia ambivalente en el tiempo. Por una parte, durante el largo tiempo que dura la gestación y después, la vida oculta de Jesús, María descubre muchas veces cómo se ratifica la elección de Dios. Pero por otra parte, el tiempo parece jugar en contra: a medida que el acontecimiento de la anunciación se aleja, el tiempo se convierte en desierto, y como en la historia de Abrahán o del Éxodo, la voluntad de Dios se desdibuja a pesar de la promesa. El período que transcurre desde la promesa hasta el cumplimiento, es un tiempo de prueba y también, como Jesús en el desierto, el tiempo de la tentación.

Entre los momentos de desconcierto por las maneras de cumplirse la voluntad del Padre, se encuentran las tres ocasiones en que Jesús, en presencia de María, cambia los parentescos. La primera es el episodio de Jesús adolescente en el Templo: «Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. Él les dijo: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?» (Lc 2,48-49). La segunda sucede en pleno ministerio público de Jesús: «Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar… Le dicen: "Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan". Él les responde: "¡Quién es mi madre y mis hermanos?" Y mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre"» (Mc 3,31-35). Este desapego de Jesús,  nos descubre una maternidad vivida en tensión.Y este cuestionamiento de las certezas más profundas de los lazos de la carne por las exigencias de la voluntad del Padre, avanza de modo progresivo hasta alcanzar su culmen en el Calvario. «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Y María acepta el cambio. A los pies de la cruz, María, unida perfectamente a Cristo en su despojamiento, manifiesta el amor incondicional que no abandona nunca.

Toda la obra de la redención tiene como finalidad el hacernos verdaderos hijos e hijas de Dios, introducirnos en la Familia divina donde priman unas relaciones de amor total y egoísmo cero. María es la hija perfecta del Padre, que nos enseña a ser hijos e hijas por su identificació n total con  su Hijo en la cruz. Allí se inaugura un orden nuevo, en el que los que aman y cumplen la voluntad de Dios son la madre y los hermanos de Jesús, y donde la madre de Jesús es la madre[16] de los que la cumplen, porque todos estamos llamados a ser el discípulo amado. Como su Hijo, María «aprendió sufriendo a obedecer» (Hebr 5,8), enseñándonos así que sólo la cruz vivida con amor hace verdaderos hijos e hijas del Padre que está en los cielos.

Y también por esto, por saber ser hija, se convertirá en madre: la hija dolorosa se convertirá en madre de todos los que sufren. Amar no es cualquier cosa.

Nos hallamos ante una poderosa energía, no de naturaleza física, sino personal, espiritual: la fuerza del amor, que mueve la historia. En la Mulieris Dignitatem, Juan Pablo II afirma que la fuerza moral y espiritual de la mujer brota de la conciencia de que Dios le confía de un modo especial el hombre[17] . «En razón de su disposición a la maternidad la mujer está preparada –en todas sus dimensiones- para acoger el don de la vida humana, pequeña, débil, precaria, reconociendo a cada uno como un tesoro de incalculable valor. La estructura somática, psíquica y espiritual de la mujer está, por ello, especialmente dispuesta para captar, entender, sentir, el lenguaje personal del amor, para hacerlo autobiografía en los propios actos y diálogo interpersonal. La mujer-madre se halla más predispuesta hacia la verdadera sabiduría, hacia la captación del misterio de la vida y del amor[18]»..

El proceso que vemos en María, su paso de hija a madre, de receptora del amor de Dios a transmisora del mismo amor, se cumple también en cada uno de los creyentes. Todos somos llamados a ser hijos e hijas de Dios e instrumentos de su paternidad-maternid ad. Pero, como a María, la participación en la maternidad de Dios nos exige «darlo todo», hasta el extremo; nadie puede dar vida sin dar «su» vida. Es el Camino que nos ha enseñado Jesús: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por el amigo”  “ Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Si no quieres sufrir, no ames, pero, si no amas… ¿para qué quieres vivir? Amor meus podum meum, decía san Agustín.

 

6. MARÍA MANTIENE VIVA LA LLAMA DEL AMOR  

«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14). Después de haber sido agraciados con la experiencia del encuentro con el Resucitado, los discípulos y discípulas esperan en oración la llegada del Espíritu. Lo hacen con la presencia de María, recuerdo vivo, imagen perfecta de Jesús. Ella la mujer acostumbrada a re-cordar las cosas en el corazón está allí para que ayudarles a recupera la memoria del corazón, re-cordar.  Y lo hace mediante el testimonio del don de sí misma, amándolos sin echarles nada en cara por haber abandonado a su hijo. Está allí haciéndoles ver que lo más grande es el amor y tratar con amor a todos. La dignidad y la vocación de la mujer se encuentra en recibir y dar amor, en mantener viva la llama del amor (Pentecostés= llamas de fuego), para que el ser humano no desfallezca en la fría y oscura noche del desamor.

El profeta enseña en nombre de Dios los misterios más altos. La mujer está llamada a preservar frente a esta “gradual pérdida de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano. En este sentido, sobre todo el momento presente espera la manifestación de aquel genio de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano”[19]

En Pentecostés, María aparece acompañando a los discípulos. Y, de escena en escena evangélica, su función se va desvelando y enriqueciendo. En el Calvario, al identificarse con la suprema entrega de Jesús, se convirtió en madre de los discípulos y discípulas. En Pentecostés, cuando el Espíritu de Amor que ella poseía desde el principio se difunde sobre todos y todas los que estaba allí, se transforma en animadora del Espíritu para los demás, en «Madre de la Iglesia».

La trayectoria personal de María nos descubre la función de la Iglesia, de la comunidad y de cada uno de sus miembros,  a la que ella encarna y representa: hacer visible, sensible y concreto, el amor de Dios en el mundo actual, animadora de la vida del Espíritu. Desde el servicio y la entrega, desde la asociación a la muerte de Jesús. La Iglesia, como María, está llamada a ser fuente de amor, canal por el que llega el amor del Padre-Madre. Y, para ello, necesita ser también testigo y ejemplo de amor, como María.

En la plenitud de la revelación, se da la más entrañable definición de Dios: “ Dios es amor” (1Jn 4,8.16) y como dice san Agustín «Aunque no se dijera absolutamente nada más en las páginas de la sagrada Escritura y solamente oyéramos de la boca del Espíritu santo que Dios es amor, nos bastaría»[20] Pero no solamente la hemos oído sino que se ha encarnado en Jesús de Nazaret. Él siempre será nuestro modelo, puesto que en él se encarnó toda la misericordia de Dios (Tit 3,4-7), y en Jesucristo se desvela el secreto del amor de Dios: darse a su criatura para que ésta crezca en el amor. Y esto es lo que ya se ha cumplido en María, día a día, desde joven hasta anciana. Por eso ella es «Hodoghitria», «indicadora del camino» como expresa bellamente la iconografía de Oriente. Pero es también algo más: icono de la meta, signo y representació n viva del amor del Padre-Madre que nos espera.

 

Conclusión

 

El amor a secas tiene una cierta ambigüedad y corre el peligro de confundirse con el egoísmo, contrario al amor de Dios. Con María descubrimos que hacer de la historia de concreta de cada ser humano una viva historia de amor, es posible y seguramente hay más de lo que nos imaginamos, por eso el mundo va adelante en medio de muchas dificultades, porque hay personas anónimas o públicas  que llenas de amor desinteresado y generoso a Dios y a los demás, están cooperando con Él a la construcción de la civilización del amor, que empieza por vivir cada uno su propia historia de amor consciente y desde ahí dar toda su aportación a la comunidad humana.

 

Irradia Amor para que los hombres lo vean y

alaben al Amor que es el dador de todo bien.

Si nada haces por su felicidad pierdes la tuya,

 porque "al cielo se entra acompañado, o no se entra".

 (Teresa de Calcuta)

 

María Dolores Ruiz Pérez

loliruiz@aid. es


 

[1] Cf. RIGATO, MªL., «Maria di Nazaret di stirpe levitica sacerdotale» Theotokos VIII  (2000) 275-304. La autora presenta una fundada investigación en la que aparece María como perteneciente a una familia levítica y a la clase sacerdotal 18.ma Happizzez. Esto explicaría, entre otras cosas, el nivel cultural bíblico con el cual san Lucas nos presenta a María en los pasajes de la Anunciación y del Magnificat. SCHALOM BEN-CHORIM en su libro  Marie. Un regard juif sur la mère de Jesús,  Paris 2001, p. 120, la presenta como de familia aristocrática venida a menos, con cierta instrucción.  El autor dice que hay siete velos que envuelven a María: la tradición, el dogma, la liturgia, la leyenda, el arte, la poesía y la música. Hay que desvelarla para recuperar a la joven madre de Galilea.

 

[2] Los profetas desarrollan una teología del amor con la finalidad de introducir a sus oyentes en un asentimiento interior, convencido y personal, de amar a Yahvé y de seguir sus caminos. Así, Oseas compara la relación entre Yahvé e Israel con el vínculo esponsal. Porque Dios ama intensamente a Israel y así se lo expresa, espera, a su vez, que Israel responda también con amor. Jeremías, discípulo espiritual de Oseas, proclama igualmente que la alianza de Yahvé con Israel es un “pacto de amor” (cfr. 2,2; 3,1), el cual- sin embargo- puede decirse que se ha roto por la infidelidad del pueblo. Pero el amor de Dios no se ha extinguido sino que sigue llamando al pueblo a la conversión.

 

[3] María radicalmente redimida,  de forma preventiva (dogma de la Inmaculada concepción de María) tiene su libertad liberada.. Dios, en la gracia, se autocomunica, pero no la absorbe. Al contrario, a mayor autocomunicació n de gracia, mayor autenticidad y plenitud de existencia personal. “La gracia santificante en su esencia más profunda significa Dios mismo, su comunicación al espíritu creado, el don que es Dios mismo. Gracia significa luz, vida, abertura de la vida espiritual y personal del hombre hacia los dominios infinitos de Dios. La gracia significa libertad, fuerza, arras de la vida eterna, el actual del espíritu personal de Dios en lo profundo del hombre, la filiación adoptiva y la herencia de la eternidad” K.RAHNER, María , Madre del Señor, Barcelona 1967, 60.

 

[4] MªL. RIGATTO a.c, razona la nota del evangelio de Juan sobre la túnica de Jesús que los soldados se repartieron (Jn 19,23-24): “tejida de una sola pieza”, por lo cual los soldados la echaron a suerte. “Flavio Josefo, al describir la túnica litúrgica del sumo sacerdote en  cargo, afirma que no es de dos piezas cosidas por la espalda sino de tejida de una única pieza (Antigüedades judías, 3,161). Es opinión talmúdica difundida (una baraíta) que los vestidos sacerdotales no eran cosidos sino tejidos sobre la base de Ex 28,32. Es de notar el hecho de que el evangelista lo subraye. No podemos excluir un derecho de la madre levítica de hacer vestir al propio hijo con las túnicas pertenecientes a su propia familia de origen” (p.301).

[5] RUIZ LÓPEZ, D., El Magnificat un canto para el tercer milenio, BAC, Madrid 2000, 45.

[6] Ibid, 35.

 

[7] Cf. las mujeres que aparecen en la genealogía de Jesús según san Mateo (Mt 1,1-16)

 

[8] Hay que recordar en este punto que hay tres teorías principales para explicar la situación de José: 1) María le había sido infiel, era sospechosa de adulterio. 2) José está convencido de su inocencia, pero no sabe como explicar la situación. 3) Conocía el misterio que se había cumplido en María por María misma. Esta última opinión se halla representada en la exégesis por Pottier, Leon-Dufour, Pelletier, Radermakers, McHugh, Caffarel, Laurentin. I. de la Potterie en María en el misterio de la alianza, BAC, Madrid 1993, 67-92, aborda el análisis del texto para descubrir la base en la que se apoya. Según este autor el temor de José es expresión del santo temor que el hombre experimenta ante una revelación de Dios. Este temor es ante la presencia y la acción de Dios en María y la duda se puede describir en forma de pregunta ¿Qué debo hacer en esta situación de misterio? José parece decidido a retirarse lleno de respeto, en secreto y es cuando Dios le pide su colaboración. Propone una traducción del v.20b (.. o. ga.r evn auvth/| gennhqe.n evk pneu,mato,j evstin a`gi,ou ) ...pues, ciertamente, lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. La clave esta en el “pues, ciertamente. ..”. El gar griego, la conjunción pues anuncia, de ordinario, el motivo de aquello que acaba de afirmarse. Esta perspectiva está fundada en la filología, aunque no sea aceptada por todos.

 

[9] José, aceptando reconocer a Jesús como hijo suyo, aunque no lo fuera, le transmite su genealogía y, por tanto, transmite a Jesús su propia genealogía, de este modo Jesús entra en la tribu de Judá y no en la de la madre. A todos los efectos, Jesús, según el derecho judío, será el hijo de José, aunque éste no fuera su padre biológico.  San Marcos y san Pablo, en sus escritos, nunca nombran a José directamente, pero sí su estado jurídico que le viene del padre: es “hijo de David” (Mc 10,47.48), es “estirpe de David”. 

[10] PG. 7, 1048.

[11] JUAN XXIII, Alocución 17-11-1963.

[12] JUAN PABLO II, encíclica Redemtoris Custos, 8.

[13] Los que han recibido el don de la virginidad por el Reino y han decidido seguir esta vía de amor, tampoco escapan a estas leyes. Dicen los maestros del espíritu que, con los años, se pierde el fervor de la juventud y se entra en una etapa de meseta en la que se sufre el silencio de Dios y se tiene el peligro de tener la sensación de que todo se ha terminado. Otras veces las infidelidades repetidas acaban por extinguir la alegría de la oración y la tensión por la vida espiritual.

[14] A una inteligencia que ponga en relación los datos de la Revelación, le puede venir en mente la relación misterio de la Encarnación y Eucaristía y preguntarse ¿cuál fue en realidad la primera consagración eucaristíca acontecida en la historia? ¿Cuándo y con quién se hizo por primera vez presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo sobre la tierra? ¿Podría pronunciar  con razón María estas frases: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre? ¿Está vetado a las mujeres, por parte de Dios, el ministerio en orden a dar a el Cuerpo y la Sangre de Cristo al mundo? ¿Cuál ha sido la práctica de Dios mismo en la asociación de la mujer para colaborar en su plan divino?

[15] Cf. FARINA, M.,-MARCHI, Mª., (ed),  Maria nell’educazione di Gesù Cristo e del cristiano. La pedagogía interroga alcune fonti bíblico-teologiche, LAS, Roma 2002. Actas del seminario sobre el tema realizado en la Pontificia Facoltà di Scienze dell’Educazione Auxilium en diciembre de 2001.

[16] «En este sentido hay que interpretar el apelativo “mujer” en vez de “madre”, con el que Cristo se dirige a María; con él se significa la nueva situación de una maternidad que ahora se extiende a toda la comunidad del pueblo elegido de Dios. La maternidad de María se ha convertido en una nueva realidad que engendra al hombre nuevo en Cristo» N.NISSIOTIS, «María en la teología ortodoxa»,Concilium 188 (1983) 233-234.

[17] Mulieris Dignitatem, n. 30.

[18] GRANADOS TEMES, J.M.., «La belleza del amor y el “genio” de la mujer» Verdad y Vida nº236 (2003) 39.

[19] Mulieris Dignitatem, n.30

[20] PL 35, 2031.