La aventura del dolor y del silencio

Juan Antonio Pérez Valera

 

Madre llena de dolor, haced que cuando expiremos, nuestras almas entreguemos por tus manos al Señor.
 

Sigamos de cerca la aventura del dolor y del silencio que María Nuestra Madre vive con amor por Jesús su hijo y por nosotros que también somos sus hijos.

Ya le había profetizado el anciano Simeón que una espada atravesaría su alma, pero creo que el anciano se quedó corto, porque no fue una espada sino varias espadas las que hicieron blanco en el corazón de María, en diferentes etapas de su vida, que sangraron una, otra y muchas más su corazón, desgarrándolo, destrozándolo, pero sin poderle hacer daño, porque un corazón de madre que está lleno de amor, se le puede herir, pero nunca matar.

Dios, por medio del Ángel, anunció a su Hijo en el seno virginal de María, y la Palabra se hizo Carne y habitó entre nosotros. María empieza a vivir el silencio y permanece callada, no porque no pueda hablar o no pueda expresar palabra alguna; permanece en silencio porque Ella así lo decide, porque muchas veces el silencio dice más que las palabras.
 

La espada de la duda
 

María comienza a vivir la aventura del dolor con las dudas de San José. Esa fue la primera espada que se le clavó en el corazón; muy dolorosa, y más porque venía de quien por destinos de Dios iba ser el padre de su Hijo. Esas dudas entristecieron a María, le causaron un quebranto enorme, pero a pesar de ello Nuestra Madre no quiso hablar; sus palabras sólo tenían sonido y se escuchaban en su corazón, mas nadie las podía escuchar porque eran palabras de silencio, llenas se sangre, pero al mismo tiempo, llenas de amor.

La espada de la indiferencia
 

Sigue el peregrinar espinoso de Nuestra Madre. Busca un sitio en Belén de Judá para que su Hijo, el Rey de los Cielos y Tierra, pueda nacer dignamente. Esa misma historia se sigue viviendo en nuestros días: ¡Cuántos hombres siguen cerrando su corazón para que pueda nacer el Rey de Reyes!, ¡cuántos rechazan el amor y se aferran al poder, al dinero, a la lujuria, a las drogas creyendo falsamente que eso les dará la felicidad! María caminó inútilmente buscando albergue hasta percatarse de que no los hombres sino los animales son los que comparten su establo con el Hijo de Dios. Muchas veces los animales son modelos a seguir para los hombres, nos señalan cómo debemos comportarnos, nos dan muestras de amor, de fidelidad y de agradecimiento.

La espada de la persecución

El camino del dolor continúa para María, siguen las espadas partiendo su corazón, ahora vendrá Herodes que pretende matar al Niño Jesús recién nacido. A pesar de esto, la alegría y el amor por el nacimiento de Jesús no merman, al contrario, se acrecientan y valientemente, junto con José huyen a Egipto para evitar que se cumplieran las órdenes del sanguinario.
 

La espada de la separación
 

La aventura del dolor y del silencio seguía para María y posteriormente, de quien menos esperaba, procede la espada que hará sufrir su corazón. Su Hijo Jesús, a los 12 años, se pierde tres días y tres noches, que para María fueron eternas y angustiantes. Cuántos pensamientos pasarían por la mente de María, mientras angustiada anduvo buscándolo, hasta finalmente encontrarlo.
 

La espada de la muerte
 

Aunque específicamente las Sagradas Escrituras no nos lo señalan, el siguiente dolor que debió padecer María fue la muerte de José, su esposo, el mejor esposo que ha existido en el mundo, el mejor padre que convivió muchos momentos con Jesús.

María comienza a saber lo que es la muerte, más tarde lo sabrá en una forma plena. Con todo, la mujer es tan fuerte ante el dolor, que tal vez por eso Dios quiso y escogió a María para que ella fuese la abogada de nuestra muerte, tal como se lo rogamos cuando rezamos el Santo Rosario: Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

La espada del dolor supremo
 

María siempre acompañó a Jesús; lo acompañó en su sufrimiento y sufrió con Él. Ve a su Hijo trabajar de carpintero, lo ve salir de su casa para predicar el mensaje de su Padre; lo ve aplaudido por la multitud, pero al fin tendrá que verlo con impotencia sufrir la humillación y dolor de su Pasión y Muerte. Siguen las espadas horadando su corazón: Su Hijo es abandonado por sus amigos, atado, azotado, abofeteado en el rostro, coronado de espinas, cargado con una pesada cruz, atravesados sus pies y sus manos, muerto y atravesado su costado por una lanza.

María, viviendo la Pasión; María llora junto a la cruz, sus lágrimas se mezclaron con la sangre salvadora de su Hijo, fue máximo el dolor de ver a su Hijo agonizar y morir ante el egoísmo, la mentira, la prepotencia, el abandono, la soledad y la injusticia

La espada de la noche oscura
 

Y luego, María recibe en sus manos a Jesús desclavado, besa su rostro frío, acaricia su cuerpo, el mismo cuerpo que acarició y besó de pequeño; lo envuelve en una sábana y lo deposita en una tumba prestada; María mira en el silencio, ¿qué mira?

Mira en la lejanía los rostros de los hombres que lo mataron, mira a los amigos que teniendo miedo se escondieron, mira la tierra, el Calvario, la cruz, el cielo, y esa mirada profundamente dolorosa permanece en nuestras almas esperando una respuesta.


Si te sientes apesadumbrado, recurre a la María.
Si te sientes solo y abandonado, recurre a María.
Si te sientes o estás enfermo del alma o cuerpo, recurre a María.
Si el dolor humano te quita el ánimo, recurre a María.
Si te sientes muy cerca la muerte, recurre a María.
 

Cristo nos dejó a su Madre para eso. Ella misma nos lo confirma: ¿Qué no estoy aquí que soy tu Madre? Ella nos llama, nos incita a buscarla para encontrar el camino.

María, Madre del dolor y del silencio:

Mira con bondad nuestras cruces que no siempre sabemos llevar con valor; ayúdanos a mirar nuestro dolor para asumirlo y enfrentarlo. Ayúdanos a escuchar a Dios en el murmullo de nuestras vidas. Ayúdanos a guardar silencio y meditar sobre el rumbo que llevan nuestras vidas.

Sé Tú nuestra guía; te rogamos nos enseñes a amar y sufrir, y también te pedimos que estés presente en nuestra agonía y acompañando en nuestra muerte, porque si Tú estás en aquel momento, tendremos la certeza de que resucitaremos con Cristo