Autor: P Juan J. Ferrán |
María, compendio del Evangelio
María crecía en paz, en armonía, en gozo por las cosas de Dios. Tener esa actitud para entender las cosas de la vida.
Admiramos en esta
meditación a María, la mujer perfecta, la primera cristiana, el primer fruto
de la redención de Cristo. En Ella el Padre Celestial plasmó su pensamiento de
lo que Él quería del ser humano. Por eso, todos tenemos el orgullo y la
satisfacción de contemplar en María lo mejor de la humanidad. En Ella se unen
la mujer perfecta en esta tierra, no exenta de luchas, de sacrificios, de
cruz, con la mujer salvada y celestial, que tiene ya su corazón en el cielo y
nos adelanta esa otra vida de los bienaventurados.
Admiramos en María, por los datos evangélicos de que
disponemos, su pureza virginal, su humildad profunda, su sentido exquisito de
la Voluntad de Dios, su fe y confianza plenas en Dios, su fortaleza ante el
dolor, su caridad sin límites, su condición de mujer de oración, su espíritu
de servicio silencioso, su sencillez de vida, su desapego de las cosas
materiales, su amor entrañable por su Hijo, su ejemplo de m ujer, de madre y
de esposa, y otras muchas cosas.
En María se realiza de una forma perfecta el plan de
Dios sobre el ser humano en esta vida. María es una criatura salida de las
manos de Dios. A Ella se dirige Dios, respetando su libertad, para pedirle que
colabore en su Plan de salvación para la humanidad caída. María le dice SÍ a
Dios. A partir de ese momento se empieza a realizar la obra de la redención,
encarnándose Cristo en su seno virginal. Son muchas cosas las que María nos
puede enseñar para esta vida cristiana nuestra de todos los días. Sólo vamos a
escoger algunas.
María, ejemplo de obediencia a Dios. Por el
diálogo entre María y el Ángel se deduce que la propuesta de Dios a María
chocaba frontalmente con los planes de María misma sobre su vida. Sin embargo,
nada más escuchar María el plan de Dios y resolver cómo se realizaría aquel
plan, Ella se entrega con aquellas palabras maravillosa que debieron conmover
el mismo Corazón de Dios: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu
Palabra".(Lc 1, 38). El pecado por excelencia del ser humano ha sido siempre
la soberbia contra Dios. Así fue en líneas generales la historia del pueblo
elegido. Por fin una criatura, en nombre de toda la humanidad, le dice a Dios
SÍ. Esa palabra que todos deberíamos usar ante los planes de Dios para nuestra
vida, aunque no los entendamos.
María, ejemplo de oración. Varias veces a lo
largo de su vida, los Evangelistas nos dicen aquella expresión: "María
conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 51). Era en la
oración, en el silencio, en la reflexión en donde María crecía en paz, en
armonía, en gozo por las cosas de Dios. Una actitud muy importante para quien
quiera entender la vida y las cosas de la vida. No pensemos que María vivió
permanentemente en un estado de comprensión normal de las cosas. Tal vez no
nos imaginamos que significó para Ella escuchar aquellas palabras: "¿No
sabíais que yo debía es tar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49) o aquellas
otras: "Y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2, 35). Sin la
oración también es difícil que nosotros entendamos la vida, el mundo, los
acontecimientos.
María, ejemplo de sencillez de vida y de desapego
de las cosas materiales. Impresiona, sobre todo con una mentalidad de hoy,
el ver a María camino de la montaña para ayudar a su prima Isabel que estaba
embarazada, el ver a María misma camino de Belén con Dios en su seno, o el
contemplar su presencia siempre en segunda línea durante la vida de Cristo. Y
era la Madre de Dios. Tal fue su sencillez que, cuando Cristo empezó a
realizar milagros y a convertirse en un personaje famoso, los conciudadanos se
extrañaban que sus padres fueran María y José. (Qué lección para la vanidad
humana tan necesitada de reconocimientos, de títulos, de primeras filas! María
jamás reclamó nada para sí. Cuando intervino fue para ayudar a otros, como en
las bodas de Caná (Jn 2, 1- 11).
María, ejemplo de mujer, madre y esposa. Es tan
bello contemplar a María en estas facetas que tal vez tendríamos que dejar que
la imaginación corriera por aquel hogar de Nazaret, en donde todo era paz,
armonía, gozo, servicio. Y era un hogar difícil, porque allí todo estaba al
revés: el Hijo, en teoría el más pequeño, era ni más ni menos Dios. José, el
padre de familia, en teoría el jefe de aquel hogar, era en realidad inferior
en santidad a Jesús y a María. Y ¿María?, allí en el medio, siendo una mujer
cabal, equilibrada, serena, digna; siendo una esposa ejemplar, atenta,
bondadosa, servicial; siendo una madre entregada, cariñosa, exigente,
comprensiva, amorosa. Un ejemplo muy moderno para la mujer de hoy que se
debate entre tantas dudas y dificultades.
Pero María también tenía ya su Corazón en el cielo. Es
el ejemplo del ser humano que vive en este mundo, pero no se siente de este
mundo, porque su verdadera patria está más allá, junto a Dios. Llen a de
gracia, María es la primera salvada, es el primer fruto de la redención de
Cristo. Su tránsito de esta vida al Padre fue una mera circunstancia. Ella ya
vivía en la presencia de Dios. Vamos a ver algunos aspectos de esta María ya
salvada, ya con el corazón en el cielo, ya teniendo a Dios para siempre.
María era una mujer llena de gracia. Así se lo
dijo el Ángel al saludarla: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"
(Lc 1,28). Para Ella, desde su infancia la amistad con Dios constituía lo más
bello, lo más deseado, lo más defendido, lo más soñado que le podía acontecer.
Dios era todo para Ella. Esta es la realidad del salvado. Dios lo será todo
para nosotros, cuando lo veamos cara a cara. Pero en esta vida, María debe ser
un ejemplo de nuestra amistad con Dios, amistad que no puede estar hipotecada,
amistad que hay que defender y conservar, amistad que hay que tener por encima
de lo que sea. Sería sólo un pre-anuncio de nuestra vida en Cristo por toda la
eternidad.
María era una mujer alegre. La alegría es la
virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto su
corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre al
Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la
fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en
el Cenáculo. La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste
debería ser el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna
forma nuestra fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como
vivencia habitual y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida
de quien cree en Cristo.
María era una mujer con el corazón en el cielo.
María veía todo a través del cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento,
las carencias, las luchas, los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los
momentos difíciles, cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. T odo es
parte de ese camino hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al
ser humano, que conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este
camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para
todos Aun valle de lágrimas@, pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a
Dios, con espíritu de resucitados.
Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada,
Intercesora, Mediadora, Amiga y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe
haber un gran sitio para María en el corazón de cada cristiano. De lo
contrario nuestra espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre.
Podríamos proponer algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para
nuestro corazón de cristianos.
El amor tierno y filial a María. María debe
convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de
afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra
espiritualidad una actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama
tanto, hacia quien aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos
cuida, ante quien vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí
la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales,
intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos
dirijamos a Ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del
Cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.
Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un
afecto y amor, porque entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación
de sus virtudes. Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella
resaltan con luz muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan
a Dios. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos
seguir sus pasos para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que
amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. (Qué María sea
nuestra guía en este camino!
Y no olvidemos esas formas de oración particular
centradas en María como pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que
llegar a gustar y gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada
invocación, en cada recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo,
en los viajes, el rosario debe ser nuestro acompañante.