Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 13:
Resumen
del Decálogo
“AMARÁS A
DIOS SOBRE
TODAS LAS
COSAS
Y AL PRÓJIMO
COMO A TI
MISMO”
Es propio de
los maestros
resumir su
pensamiento
en pocas
máximas o
sentencias,
aunque
después
expliciten
su contenido
y sus
consecuencias
de mil
maneras y
con mil
ejemplos.
Tal es
también la
llamada
“pedagogía
de Dios” en
la Biblia. Y
tal es
también la
pedagogía de
Jesucristo,
que lleva a
su plenitud
la ley
antigua.
Jesús
reafirma el
Decálogo y
lo completa
y
perfecciona
con el
“nuevo
Decálogo”,
las ocho
bienaventuranzas,
proclamadas
también
desde una
montaña
santa. Te
aconsejo que
leas todo el
sermón de la
montaña, que
encontrarás
en san
Mateo,
capítulos 5,
6 y 7.
¿Cómo
completó
Jesús el
Decálogo?
No tanto en
nuevos
mandatos,
sino en la
profundidad
de lo que
significaban
dichos
mandatos. Si
quisiera
resumirte lo
que Jesús
añade y
perfecciona
como ley
nueva,
siguiendo al
doctor
Isidro Gomá
cuando
comenta el
evangelio
según san
Mateo, te
diría lo
siguiente:
De “no
matar” del
Decálogo
antiguo,
Jesús pide
“no tener
rencor”
(Mateo 5,
21-26).
¡Vaya
avance!
De “no
cometer
adulterio”,
Jesús apunta
e invita a
la castidad
de corazón
(Mateo 5,
27-30).
Jesús afina
y apunta al
sagrario de
la
interioridad.
De la
reglamentación
de la
práctica del
“repudio”,
Jesús llama
a la
indisolubilidad
del
matrimonio
(Mateo 5,
31-32), como
fue el plan
de Dios al
inicio de la
creación.
Del respeto
a los
juramentos,
a la
absoluta
sinceridad
del lenguaje
cristiano
(Mateo 5,
33-37): o si
o no; todo
lo que no
sea esto,
procede del
mal.
Del rigor
justiciero
frente a las
injurias, a
la
abnegación
positiva y
generosa en
aceptarlas
(Mateo 5,
38-42),
alegrarse y
poner la
otra
mejilla.
Y de un amor
al prójimo
bajo
condiciones,
a la caridad
universal,
para imitar
a Dios
(Mateo 5,
43-48) que
ama a malos
y buenos,
justos e
injustos.
Dice el
Catecismo de
la Iglesia
católica en
el número
1968: “La
Ley
evangélica
lleva a
plenitud los
mandamientos
de la Ley.
El sermón de
la montaña,
lejos de
abolir o
devaluar los
preceptos
morales de
la Ley
antigua,
extrae de
ella sus
virtualidades
ocultas y
hace surgir
de ella
nuevas
exigencias:
revela toda
su verdad
divina y
humana. No
añade
preceptos
exteriores
nuevos, pero
llega a
reformar la
raíz de los
actos, el
corazón,
donde el
hombre elige
entre lo
puro y los
impuros…,
donde se
forman la
fe, la
esperanza y
la caridad,
y con ellas
las demás
virtudes. El
Evangelio
conduce así
la Ley a su
plenitud
mediante la
imitación de
la
perfección
del Padre
celestial,
mediante el
perdón de
los enemigos
y la oración
por los
perseguidores,
según el
modelo de la
generosidad
divina”.
El Papa Juan
Pablo II
dejó escrito
en su
encíclica
“El
Esplendor de
la Verdad”
lo
siguiente:
“Los
mandamientos,
recordados
por Jesús a
su joven
interlocutor
(el joven
rico), están
destinados a
tutelar el
bien de la
persona
humana,
imagen de
Dios, a
través de la
tutela de
sus bienes
particulares.
El «no
matarás, no
cometerás
adulterio,
no robarás,
no
levantarás
falso
testimonio»,
son normas
morales
formuladas
en términos
de
prohibición.
Los
preceptos
negativos
expresan con
singular
fuerza la
exigencia
indeclinable
de proteger
la vida
humana, la
comunión de
las personas
en el
matrimonio,
la propiedad
privada, la
veracidad y
la buena
fama.
Los
mandamientos
constituyen,
pues, la
condición
básica para
el amor al
prójimo y,
al mismo
tiempo, son
su
verificación.
Constituyen
la primera
etapa
necesaria en
el camino
hacia la
libertad, su
inicio. «La
primera
libertad
-dice san
Agustín-
consiste en
estar
exentos de
crímenes...,
como serían
el
homicidio,
el
adulterio,
la
fornicación,
el robo, el
fraude, el
sacrilegio y
pecados como
éstos.
Cuando uno
comienza a
no ser
culpable de
estos
crímenes (y
ningún
cristiano
debe
cometerlos),
comienza a
alzar los
ojos a la
libertad,
pero esto no
es más que
el inicio de
la libertad,
no la
libertad
perfecta...»
(número 13).
“Jesús lleva
a
cumplimiento
los
mandamientos
de Dios -en
particular,
el
mandamiento
del amor al
prójimo-,
interiorizando
y
radicalizando
sus
exigencias:
el amor al
prójimo
brota de un
corazón que
ama y que,
precisamente
porque ama,
está
dispuesto a
vivir las
mayores
exigencias.
Jesús
muestra que
los
mandamientos
no deben ser
entendidos
como un
límite
mínimo que
no hay que
sobrepasar,
sino como
una senda
abierta para
un camino
moral y
espiritual
de
perfección,
cuyo impulso
interior es
el amor (cf.
Col 3, 14).
Así, el
mandamiento
«No
matarás», se
transforma
en la
llamada a un
amor
solícito que
tutela e
impulsa la
vida del
prójimo; el
precepto que
prohíbe el
adulterio,
se convierte
en la
invitación a
una mirada
pura, capaz
de respetar
el
significado
esponsal del
cuerpo:
«Habéis oído
que se dijo
a los
antepasados:
No matarás;
y aquel que
mate será
reo ante el
tribunal.
Pues yo os
digo: Todo
aquel que se
encolerice
contra su
hermano,
será reo
ante el
tribunal...
Habéis oído
que se dijo:
No cometerás
adulterio.
Pues yo os
digo: Todo
el que mira
a una mujer
deseándola,
ya cometió
adulterio
con ella en
su corazón»
(Mt 5,
21-22.
27-28).
Jesús mismo
es el
«cumplimiento»
vivo de la
Ley, ya que
él realiza
su auténtico
significado
con el don
total de sí
mismo; él
mismo se
hace Ley
viviente y
personal,
que invita a
su
seguimiento,
da, mediante
el Espíritu,
la gracia de
compartir su
misma vida y
su amor, e
infunde la
fuerza para
dar
testimonio
del amor en
las
decisiones y
en las obras
(cf. Jn 13,
34-35)”
(número 15).
En
definitiva,
¿cuál es la
síntesis de
todos los
mandamientos?
Todo lo que
hemos visto
se reduce al
amor: amar a
Dios y amar
al prójimo.
Y con esto
basta.
¿Sabes la
anécdota que
recoge san
Jerónimo en
sus
Comentarios
sobre la
Epístola a
los Gálatas?
El
bienaventurado
san Juan
Evangelista,
al final de
sus días,
cuando
moraba en
Éfeso,
apenas podía
ir a la
Iglesia, a
no ser en
brazos de
sus
discípulos,
y no podía
decir muchas
palabras
seguidas en
voz alta; no
solía hacer
otra
exhortación
que ésta:
"Hijitos,
¡amaos unos
a otros!".
Finalmente,
sus
discípulos y
los hermanos
que le
escuchaban,
aburridos de
oírle
siempre lo
mismo, le
preguntaron:
"Maestro,
¿por qué
siempre nos
dices
esto?". Y
les
respondió
con una
frase digna
de Juan:
"Porque este
es el
precepto del
Señor y su
solo
cumplimiento
es más que
suficiente".
No sabemos
si los
discípulos
aprendieron
la lección o
siguieron
comentando
por lo bajo
y
aburriéndose.
Pero tú, al
menos,
aprende la
lección:
sólo cuenta
el amor.
El
cristianismo
ha sido
siempre una
siembra de
amor. Si
analizas
todo lo
acaecido en
la historia
gracias al
cristianismo,
comprobarás
que,
realmente,
es bastante
considerable.
Por el
cristianismo
surgió la
atención a
los
enfermos, la
protección a
los más
débiles y
una gran
organización
del amor.
Gracias al
cristianismo
ciertamente,
se extendió
el respeto a
los hombres
en cualquier
situación.
Es
interesante
saber, por
ejemplo, que
cuando el
emperador
Constantino
reconoció el
cristianismo,
se sintió
obligado,
desde el
primer
momento, a
introducir
cambios en
las leyes
dominicales
y a
preocuparse
de que los
esclavos
también
pudieran
disfrutar de
sus
derechos.
Cuando falta
el amor
cristiano en
el mundo, se
alzan las
grandes
dictaduras
ateas y el
mundo salta
en pedazos.
Sin la
fuerza del
amor
cristiano,
la humanidad
se encuentra
como un gran
barco
después de
chocar
contra un
iceberg,
dando
bandazos y
afrontando
enormes
riesgos para
poder
sobrevivir.
Si tú eres
cristiano,
debes vivir
el amor.
Y con el
amor se
cumplen
todos los
mandamientos
más
fácilmente.
Si tú amas a
Dios,
rezarás con
fe, con
esperanza,
en tu casa,
en familia,
en tu
Iglesia.
Si tú amas a
Dios, no
tendrás
necesidad de
consultar a
adivinos,
cartas,
horóscopos,
pues has
puesto tu
confianza en
Dios, y
punto.
Si tú amas a
Dios,
hablarás
bien de
Dios, de la
Virgen, de
los Santos,
del Papa, de
los Obispos,
de los
sacerdotes,
de las
religiosas y
monjas.
Si tú amas a
Dios,
vendrás con
gusto a misa
no sólo los
domingos y
fiestas,
sino entre
semana. Y
harás de la
oración
diaria tu
alimento y
tu sostén.
Si tú amas a
Dios, sabrás
defender tu
fe y no la
expondrás
por nada del
mundo, con
libros o
espectáculos
que atenten
contra ese
tesoro que
es tu fe. Es
más, si tú
amas a Dios,
cultivarás
cada día más
tu fe con
buenos
cursos,
conferencias,
lecturas
apropiadas.
Si tú amas a
Dios, sabrás
cumplir con
amor y
fidelidad
tus promesas
hechas a Él.
Si tú amas a
Dios, el
acudir a la
confesión
para pedirle
perdón por
tus faltas y
pecados será
una
necesidad de
tu corazón
filial
arrepentido
por el mal
que hiciste
a tu Padre
Dios.
Si tú amas a
Dios, no
protestarás
ante el
sacrificio,
sino que
sabrás
ofrecerlo
con gusto a
Dios.
Y si tú amas
a tu
prójimo,
respetarás,
obedecerás,
amarás a tus
papás, sin
jamás
entristecerlos,
mentirles,
sin
avergonzarte
de ellos.
Les darás
alegrías,
gustos,
contento.
Si amas a tu
prójimo, por
supuesto que
nunca le
insultarás,
ni le
alzarás la
mano o el
tono de tu
voz, ni le
criticarás,
ni le
tendrás
odio, ni le
matarás de
palabra o de
obra. Al
contrario,
sabrás
comprenderle,
brindarte a
él,
perdonarle,
hablar bien
de él,
acercarte
con bondad a
quienes más
te cuestan.
¿Por qué?
Porque
tienes amor
en tu
corazón.
Sólo el amor
es digno de
fe, dijo en
cierta
ocasión el
gran teólogo
y cardenal
Hans Urs von
Balthasar.
Si tú amas
al prójimo,
entonces
sabrás
controlarte
en la
bebida, pues
si estás
borracho, no
sólo te
haces mal a
ti, sino
también le
puedes herir
al otro con
tu
comportamiento
indecente y
tal vez
brusco.
Si tú amas
al prójimo,
sabrás
respetar a
tu novio o a
tu novia, y
serás fiel a
tu esposo o
a tu esposa,
y sabrás
educar a tus
hijos.
Si amas al
prójimo,
jamás te
permitirás
robarle, ni
cosa pequeña
ni grande,
porque es tu
hermano.
Si amas al
prójimo,
¿acaso le
mentirías?
Nunca. Él
merece oír
siempre la
verdad.
Si amas al
prójimo, le
ayudarás en
sus
necesidades,
especialmente
al más
pobre.
Si amas al
prójimo, no
le harás
ninguna
injusticia,
ni soborno,
ni fraude,
pues el amor
busca
siempre el
bien del
otro.
¿Ves? Todo
se reduce y
se resume en
el amor.
Te invito,
pues, a
simplificar
tu vida en
el amor.
Entonces sí
tiene
sentido la
frase de san
Agustín, que
algunos
malinterpretaron:
“Ama, y haz
lo que
quieras”.
Sí, haz lo
que quieras,
pero primero
ama, con el
amor que nos
trajo Jesús
del cielo,
con ese amor
de caridad.
Si tienes en
tu corazón
el amor de
Dios,
entonces
todo lo que
hagas, lo
harás
motivado por
ese amor. Y
el amor
verdadero es
puro, recto,
sincero,
desinteresado,
generoso,
sacrificado.
Si amas,
serás capaz
de cosas
como ésta
que te
cuento.
Se llama
Salvador
Cortadellas.
Nació en
Esparraguera
(Barcelona).
Es médico
cirujano y
urólogo de
renombre
internacional.
Está casado
y es...,
¡padre de
doce hijos!
Durante
veintiocho
años ha
dedicado sus
vacaciones
-de mes y
medio a dos
meses- junto
con su
esposa
Carmen, a la
medicina en
África.
Se pagaban
los viajes y
allí operaba
gratuitamente
a centenares
y centenares
de enfermos
que
esperaban
ansiosos su
ciencia
médica, su
técnica
quirúrgica y
calidad
humana.
Sabían que,
sin su
concurso,
seguro que
no hubiesen
curado sus
dolencias o
hubiesen
muerto.
Y desde que
se jubiló,
hace doce
años o más,
ha decidido,
junto con su
esposa, seis
meses operar
en el Chad,
y seis meses
estar con
sus hijos en
Barcelona.
El doctor
Cortadellas
es
cofundador
de Medicus
Mundi
España. Con
su hija
María
Antonia,
también
médico
cirujano,
fundó el
hospital de
Ngovayang
(Camerún) y
ha
colaborado
en la
fundación y
en el
desarrollo
del hospital
de Beboro
(Chad)
llevado a
cabo por su
hijo
jesuita,
misionero y
ATS, padre
Francesc
Cortadellas.
Durante una
entrevista,
se le
preguntó:
“¿Qué le
llevó a
ayudar a la
gente
enferma de
África?”.Y
respondió:
“Creo que es
consecuencia
de una serie
de hechos:
la formación
religiosa;
pues desde
muy joven me
gustaba leer
los trabajos
hechos por
misioneros y
acariciaba
la idea de
poder ir a
ayudarles un
día; la
circunstancia
de que mi
esposa
estuviese
animada de
los mismos
sentimientos
y tuviéramos
el mismo
lema: “Para
Dios todo es
poco”.
Esa fuerza
del amor te
llevará a
hacer cosas
como ésta
que hizo una
misionera de
la caridad.
Una
religiosa,
enfermera en
un hospital
para pobres
en India,
escribe: Una
tarde un
tuberculoso
me suplicó
que me
acercara a
su cama. Me
miró
fijamente, y
luego me
preguntó:
- Virgen
blanca ¿allá
en tu tierra
tienes
todavía a tu
madre?
- Todavía
tengo a mi
madre, y,
gracias a
Dios, está
bien.
- ¿También
tienes
hermanas?
- Tenía
cuatro. Hace
poco una
murió.
- ¿También
tienes
hermanos?
- Sí, tengo.
- ¿Y también
tienes
parientes
que te
quieren?
- Tengo
muchos.
Pero, ¿por
qué te
cansas
preguntándome
tantas
cosas?
- Es que me
conmuevo al
verte aquí
entre
nosotros. Tú
tienes una
madre,
hermanas,
hermanos,
muchos
amigos....podrías
vivir feliz
en tu
tierra...
Explícame
por qué
dejaste
todo, y has
venido entre
nosotros a
sufrir. ..
Dímelo, por
favor. . .
- Cálmate,
cálmate. ..
al hablar
tanto, te va
a doler el
pecho; mira,
más tarde te
diré ´QUIEN´
me invitó
aquí para
que te
atendiera. Y
le di un
beso en la
frente.
¡El amor!
¡La fuerza
del amor!
¿Vas
entendiendo?
El amor nos
hace
realizar
cosas que
nos parecen
imposibles.
Como ésta.
Él había
fallecido
hace un año,
y se
acercaba una
fecha
importante,
el día de
San
Valentín,
todos los
años él le
enviaba a su
esposa un
ramo de
rosas a su
casa, con
una tarjeta
que decía,
"Te amo más
que el año
pasado, mi
amor crecerá
más cada
año", pero
éste sería
el primer
año de que
Rosa no las
recibiría,
extrañándolas
estaba
cuando
llamaron a
su puerta, y
para su
sorpresa al
abrir estaba
un ramo de
rosas frente
a ella, con
una tarjeta
que decía
"Te Amo".
Por
supuesto,
ella se
molestó
pensando que
había sido
una broma de
mal gusto,
habló a la
florería,
para
reclamar el
hecho, y al
contestarle,
la atendió
el dueño, él
le dijo que
ya sabía que
su esposo
había
fallecido
hace un año,
y le
preguntó si
había leído
el interior
de la
tarjeta, y
le explicó
que esas
rosas
estaban
pagadas por
su esposo
por
adelantado,
así como
todas la
demás para
todos los
años por el
resto de su
vida.
Al colgar el
teléfono a
Rosa se le
llenaron sus
ojos de
lágrimas y
al abrir la
tarjeta vio
que estaba
escrita por
su esposo y
decía:
"Hola, mi
amor, sé que
ha sido un
año difícil
para ti,
espero te
puedas
reponer
pronto, pero
quería
decirte, que
te amaré por
el resto de
los tiempos
y que
volveremos a
estar juntos
otra vez. Se
te enviarán
rosas todos
los años, el
día que no
contesten a
la puerta,
harán cinco
intentos en
el día, y si
aún no
contestas,
estarán
seguros de
llevarlas a
donde tú
estés que
será junto a
mí. Te ama
tu esposo".
Amigo, este
caso fue
verídico,
sucedió en
Monterrey,
México. La
verdad es
que hace
reflexionar
y ver que
cuando se
ama a
alguien, no
importa
donde estés,
todo es
posible.
Pero ese
amor del que
te vengo
hablando
tiene que
ser sincero.
Que no te
pase lo que
cuenta la
leyenda.
Un joven
árabe,
habiendo
cruzado el
desierto,
llegó a un
pozo. Junto
al brocal
una hermosa
muchacha
estaba
sacando
agua.
El joven se
le acercó y
le dijo:
-¡Estoy
perdidamente
enamorado de
ti! La
muchacha,
sonriendo le
contestó:
-Fíjate
bien; allí
junto a la
fuente hay
una mujer
tan bella,
que yo ni
siquiera
merezco ser
su criada.
El joven
volteó
inmediatamente,
decidido a
buscar a
aquella otra
mujer. Pero
junto a la
fuente no
había nadie.
Entonces la
muchacha,
sonriendo de
nuevo le
dijo: -¡Qué
hermosa es
la
sinceridad,
y qué
asquerosa la
mentira! Me
aseguraste
estar
perdidamente
enamorado de
mí; y, con
sólo decirte
que había
otra mujer
más bonita,
me has dado
la espalda.
Anímate a
amar y verás
cómo todo
cambia en tu
vida.
Primero a
Dios, sobre
todas las
cosas.
Después al
prójimo, por
Dios y en
Dios. Y de
esta manera
el
cumplimiento
de los diez
mandamientos
se hará no
sólo
posible,
sino también
fácil.
LECTURA
Extraída del
libro
“Imitación
de Cristo”
de Tomás de
Kempis,
libro III,
capítulo V:
Del
maravilloso
afecto del
divino amor.
3. Gran cosa
es el amor,
y bien
sobremanera
grande; él
solo hace
ligero todo
lo pesado, y
lleva con
igualdad
todo lo
desigual.
Pues lleva
la carga sin
carga, y
hace dulce y
sabroso todo
lo amargo.
El amor
noble de
Jesús nos
anima a
hacer
grandes
cosas, y
mueve a
desear
siempre lo
más
perfecto.
El amor
quiere estar
en lo más
alto, y no
ser detenido
de ninguna
cosa baja.
El amor
quiere ser
libre, y
ajeno de
toda afición
mundana;
porque no se
impida su
vista, ni se
embarace en
ocupaciones
de provecho
temporal, o
caiga por
algún daño.
No hay cosa
más dulce
que el amor;
nada más
fuerte, nada
más alto,
nada más
ancho, nada
más alegre,
nada más
lleno, ni
mejor en el
cielo ni en
la tierra;
porque el
amor nació
de Dios, y
no puede
aquietarse
con todo lo
criado, sino
con el mismo
Dios.
4. El que
ama, vuela,
corre y se
alegra, es
libre y no
embarazado.
Todo lo da
por todo; y
todo lo
tiene en
todo; porque
descansa en
un Sumo bien
sobre todas
las cosas,
del cual
mana y
procede todo
bien.
No mira a
los dones,
sino que se
vuelve al
dador sobre
todos los
bienes.
El amor
muchas veces
no guarda
modo, mas se
enardece
sobre todo
modo.
El amor no
siente la
carga, ni
hace caso de
los
trabajos;
desea más de
lo que
puede: no se
queja que le
manden lo
imposible;
porque cree
que todo lo
puede y le
conviene.
Pues para
todos es
bueno, y
muchas cosas
ejecuta y
pone por
obra, en las
cuales el
que no ama,
desfallece y
cae.
5. El amor
siempre
vela, y
durmiendo no
duerme.
Fatigado no
se cansa;
angustiado
no se
angustia;
espantado no
se espanta:
sino, como
viva llama y
ardiente
luz, sube a
lo alto y se
remonta con
seguridad.
Si alguno
ama, conoce
lo que dice
esta voz:
Grande
clamor es en
los oídos de
Dios el
abrasado
afecto del
alma que
dice: Dios
mío, amor
mío, Tú todo
mío, y yo
todo tuyo.
6. Dilátame
en el amor,
para que
aprenda a
gustar con
la boca
interior del
corazón cuán
suave es
amar y
derretirse y
nadar en el
amor.
Sea yo
cautivo del
amor,
saliendo de
mí por él
grande
fervor y
admiración.
Cante yo
cánticos de
amor: sígate,
amado mío, a
lo alto, y
desfallezca
mi alma en
tu alabanza,
alegrándome
por el amor.
Ámete yo más
que a mí, y
no me ame a
mí sino por
Ti, y en Ti
a todos los
que de
verdad te
aman como
manda la ley
del amor,
que emana de
Ti como un
resplandor
de tu
divinidad.
7. El amor
es
diligente,
sincero,
piadoso,
alegre y
deleitable,
fuerte,
sufrido,
fiel,
prudente,
magnánimo,
varonil y
nunca se
busca a sí
mismo;
porque
cuando
alguno se
busca a sí
mismo, luego
cae del
amor.
El amor es
muy mirado,
humilde y
recto; no es
regalón,
liviano, ni
entiende en
cosas vanas;
es sombrío,
casto,
firme,
quieto y
recatado
contra todos
los
sentidos.
El amor es
sumiso y
obediente a
los
superiores,
vil y
despreciado
para sí;
para Dios
devoto y
agradecido,
confiando y
esperando
siempre en
El, aun
cuando no le
regala,
porque no
vive ninguno
en amor sin
dolor.
8. El que no
está
dispuesto a
sufrirlo
todo, y a
hacer la
voluntad del
amado, no es
digno de
llamarse
amante.
Conviene al
que ama
abrazar de
buena
voluntad por
el amado
todo lo duro
y amargo, y
no apartarse
de El por
cosa
contraria
que acaezca.
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