Los diez mandamientos
Autor: P. Antonio Rivero LC
Capítulo 8: Sexto: No cometerás actos impuros
Una constatación extraña y curiosa: en la Europa de 1950 se hablaba mucho del
sexto mandamiento en los púlpitos de las Iglesias, y en cambio, apenas se
hablaba o se hacía con mucho pudor en la vida pública, en los periódicos, en los
mismos cines.
Hoy parece haber girado todo: las calles, anuncios, revistas, periódicos, cines
se han inundado de sexo y, por contrapartida, apenas se oye hablar del tema en
las iglesias. Falta siempre el sano equilibrio.
Por un lado, la gente parece pensar que se trata de un mandamiento caducado y te
repite que Dios no tiene que meterse con las cosas que uno pueda hacer con su
propio cuerpo. Y por otro lado, a los creyentes nos ha entrado un verdadero
pánico ante la idea de que alguien nos llame “beatos”, mojigatos, ingenuos o
lunáticos, si tratamos de vivir la pureza, como Dios manda. Y entonces
preferimos hacer lo que hacen todos porque si no, se burlan de nosotros y nos
excluyen de sus compañías.
Antes, la sexualidad se veía como unida a lo religioso. Y hoy se ha secularizado
hasta el punto que algunos creen que nada de eso es pecado; que todo es normal.
Algunos dicen: “Es mi cuerpo y hago con él lo que se me antoja”.
Del sexo prohibido se ha pasado al sexo obligado, si no, estás fuera del
concierto. Sexo concebido como pura satisfacción del instinto, sin que cuente
gran cosa el verdadero amor y mucho menos la conciencia.
Hay más: hoy se van perdiendo los valores relacionados con el sexo, disminuye el
valor y la estima del matrimonio, pierden estabilidad las uniones entre parejas;
nos quieren ahora imponer un tipo de matrimonio distinto al que Dios quiso y al
que Cristo bendijo allá en Caná y llenó a esa pareja de alegría y de abundante y
sabroso vino . Algunos Estados quieren legalizar el matrimonio entre parejas del
mismo sexo. Decrece espectacularmente la natalidad.
¿Qué hacer ante todo esto: ponernos a gritar, iniciar cruzadas, escandalizados?
¿Desgarrarnos las vestiduras? ¿Encerrarnos a llorar en nuestros rincones, dando
por perdida la batalla de la dignidad y de la pureza?
Escucha lo que hizo un papá de familia en un colegio.
Vivimos una época de verdadera inflación sexual. Llama la atención la cantidad
de libros, artículos, revistas, emisiones radiofónicas, programas de televisión,
etc.., que se dedican al tema. Es desproporcionado. Si todo el mundo supiera
sobre el resto del organismo humano lo que conoce sobre el aparato sexual,
serían por lo menos expertos en medicina.
Un padre acudió al colegio de su hija para protestar de la cantidad de
“educación” sexual que impartía cierto profesor. Tuvo una entrevista con este
caballero, el cual llegó a afirmar incluso la importancia de la sexualidad en la
transmisión de la fe cristiana. Casualmente había en la clase donde fue la
entrevista una pizarra con prolijas ilustraciones del aparato sexual. Al final
de la conversación, el padre de familia reaccionó del siguiente modo:
- Aceptaré todas sus razones, si usted me sabe responder a una pregunta.
- ¿Cuál? -dijo el profesor.
- ¿Es usted capaz de explicarme, con el mismo detalle que lo hace en el dibujo
de la pizarra, el aparato auditivo?
La cara de perplejidad del profesor no puede ser descrita. Ante su respuesta
negativa -como era de esperar-, el padre de familia se afirmó en su posición, y
tuvo todavía un rasgo de humor. Le dijo que también el oído era importante en la
transmisión de la fe cristiana, porque san Pablo hablaba de Fides ex auditu (la
fe entra por el oído)
¡Buen ejemplo le dio este papá de familia!
Lo que te expondré aquí, no son “mis” ideas en el campo de la vida sexual, sino
simplemente la enseñanza de Cristo y de la Iglesia. Enseñanza que ratifico con
todo mi corazón, con la firme convicción de que es capaz de iluminarte y
fortalecerte.
Y ya desde ahora te digo con toda confianza: ¡Tú puedes ser puro!
La sexualidad no es, sin duda, la dimensión más importante de tu vida, pero
constituye ciertamente un campo neurálgico, un terreno delicado en el que
afluyen interrogantes importantes. Por eso, quiero ayudarte a comprender esta
materia, pues no siempre los jóvenes han sido evangelizados en este campo.
A Jesucristo también le interesa este tema. A Él le he preguntado, al explicarte
este sexto mandamiento: Señor, ¿cómo explicarías Tú esto? ¿Qué piensas Tú de la
sexualidad? ¿Qué nos dijiste respecto al cuerpo, al trato con la mujer?
Y Cristo nos remite al momento de la Creación del hombre y la mujer por parte de
Dios, pues ahí está toda la dignidad del hombre y de la mujer, su
complementariedad y su ayuda mutua.
¿Cuál no será la dignidad del cuerpo, que el mismo Hijo de Dios tomó cuerpo
humano del seno de la Virgen María? Él se hizo hombre para decirnos cómo vivir
también la dimensión de nuestra corporalidad.
En este mandamiento veré contigo estos puntos:
I. ¿Cómo ve Dios la sexualidad?
II. Sentido profundo y sagrado de la sexualidad.
III. Los atentados contra la dignidad del cuerpo y de la sexualidad.
I. ¿CÓMO PRESENTA DIOS EN LA BIBLIA LA SEXUALIDAD?
Debes empezar por hablar del sexo con normalidad, como hablaba Dios en el
Génesis. Sin pintarlo como un tabú o como algo que te ponga colorado.
Presentarlo como lo que es: como uno de los grandes valores de la condición
humana, como algo puesto al servicio de lo mejor que los hombres tenemos: el
amor entre los esposos en orden a la vida. Un amor que Dios pondrá como símbolo
y signo visible de su alianza con su pueblo y con la humanidad.
Si hablas del sexo como la parte de animalidad que tienes que soportar, ¿cómo
vas a extrañarte después de que fuera de la fe, fuera de la Iglesia te hablen
del sexo bajamente y riéndose? Tienes que cambiar de óptica, de enfoque: el sexo
no es malo, ¿me entiendes? Es algo querido por Dios para realizar una de las
facetas más importantes: el amor entre esposos, en vistas a la procreación. ¡Qué
maravilla! ¿No crees?
La Biblia no separa el amor humano y el amor divino, no contrapone el amor de
eros y el amor de ágape . Basta leer el Cantar de los Cantares para corroborar
esto que estoy diciendo, donde Dios nos describe lo que es el amor en todos los
aspectos. El amor sabe integrar todos los elementos: afectivo y sentimental,
amistoso y personal, espiritual y sexual, formando un precioso equilibrio humano
y un verdadero encuentro personal entre dos seres, esposo y esposa. ¡Encuentro
entre dos personas, y no sólo entre dos cuerpos!
La Biblia, pues, no esconde este elemento maravilloso de la sexualidad. Más bien
lo ennoblece y lo coloca en su justa dimensión: dentro del matrimonio tiene su
profunda verdad, su encauzamiento, su finalidad y su realización. Fuera del
matrimonio es un abuso y sólo es fuente de placer.
Recuerda bien: el placer no es el fin del sexo. El fin del sexo es la unión
mutua y la procreación dentro del matrimonio. El placer es consecuencia de esto,
y no el fin, y lo quiere Dios para el bien y alegría de esos esposos.
¿Quién mejor que Dios sabe lo que es nuestro cuerpo y la sexualidad? Él inventó
nuestro cuerpo. Él lo hizo con sus propias manos, de materia y de luz…Con su
propio cuerpo –puesto que vino a vivir a nuestra tierra- lo rehizo para siempre
y en el amor. ¿Cómo no iba a tener sobre nuestro cuerpo ningún derecho de autor?
De autor y de salvador.
Por eso, siempre hay que preguntar a Dios cómo comportarnos con nuestro cuerpo y
con nuestra sexualidad, pues Él lo ha creado, la ha creado. ¿Y quién mejor que
Él sabe lo que quiere decir amar? ¿Él, cuyo único oficio es ése, amar?
Ver la sexualidad en la luz de Sus ojos, en Él, es verla cara a cara, tal y como
es. Cualquier otra mirada es miope. Cualquier otro enfoque deforma la realidad.
“Es obsceno lo que se detiene a mitad de camino del misterio. El erotismo es un
alto en el trayecto”.
El mayor favor que se puede hace a la sexualidad, dirá Jean Guitton, filósofo
francés, es exponerla a la luz, y no a una luz tenue y difusa, sino a plena luz.
Cuando se la haya mirado cara a cara, habrá que sobrepasarla, después de haber
ahondado en ella, para alcanzar el misterio más íntimo de la sexualidad, que es
un misterio oculto en la Trinidad misma” .
Mientras no mires la sexualidad con una óptica eterna, no podrá ser más que una
práctica pasional. Es decir, pasajera y vacía, y no mensajera de vida. Proyectar
la sexualidad a plena luz es restituirla a esa aurora donde ha nacido, pues ha
nacido del corazón de Dios.
Te invito a que contemples así todo lo relacionado con la sexualidad: con los
ojos de Dios, pues Él la puso en cada uno de nosotros como un don. Ama tu
cuerpo. No lo desprecies ni lo profanes. Ese tu cuerpo te ha sido confiado como
inseparable compañero de camino. Cuídalo, respétalo.
Ojalá pudieras decir con san Gregorio Nacianceno, un obispo del siglo IV:
“Quiero a mi cuerpo como a un compañero de cautiverio. Lo respeto como a un
coheredero, pues hemos heredado luz y fuego. Compañero de fatigas del que cuido;
lo quiero como a un hermano por respeto a Aquel que nos ha reunido”.
¡Qué maravilloso es nuestro cuerpo! Lo más fantástico, lo más inaudito, lo más
increíble, lo más inconcebible es que, mediante ese cuerpo, puedes hacer existir
a alguien, a una persona que no ha existido todavía, y que existirá siempre,
siempre…Y además hacerlo en un acto en el que se expresa y se entrega tu
corazón, en el que tu cuerpo es el lugar de encuentro del amor y de la vida.
¿Cómo no dar gracias a Dios por esto?
Nada hay tan hermoso, tan grande, tan conmovedor como la eclosión de una vida.
Misterio que nos fascina, nos desconcierta, no nos cabe en la cabeza, nos deja
estupefactos, nos maravilla. Sólo Dios podía inventarlo. ¿Cómo no lo vas a
cuidar con respeto y usarlo para lo que Dios quiso?
Cuídalo. No lo fuerces. No lo violentes. Acéptalo tal y como se te ha confiado.
El amor total es amar con alma y cuerpo. Tu cuerpo tiene que ser, pues, vehículo
de tu alma para expresar el amor, la ternura, la entrega total.
II. PROFUNDIDAD Y SACRALIDAD DE LA SEXUALIDAD
Ya te hablé en el cuarto mandamiento sobre el matrimonio como sacramento, con
sus propias leyes, constituido como alianza sobre el consentimiento personal e
irrevocable del hombre y la mujer, uno, indisoluble y con la doble finalidad del
amor y la transmisión de la vida.
Pues bien, la sexualidad sólo tiene sentido profundo, sagrado y recto dentro del
matrimonio. Fuera del matrimonio, el uso de la sexualidad es un abuso y un
desorden. Tienes que tener bien claro esto. Es el plan de Dios. Dios te dio este
sexto mandamiento para ayudarte a usar correctamente el gran don de la
sexualidad.
Pero, ¿qué pasa?
El cuerpo, además de expresar el amor, puede también expresar sus miserias. Sí,
el cuerpo tiene poder de comunicación y es lugar de intercambio, pero también
puede ser un factor de aislamiento y una fuente de opacidad. Incluso en la unión
sexual los dos componentes de la pareja, esposo y esposa, pueden permanecer
profundamente extraños el uno al otro. Y en vez de manifestar el amor, se pone
de manifiesto el impulso del instinto, el ímpetu anárquico, la violencia ciega,
que recuerda el salvajismo animal y disimula una amenaza de muerte.
En este sentido, nuestro cuerpo encierra una ambigüedad. Puede ser vehículo de
amor o vehículo de instinto ciego.
Y cuando entra el instinto ciego, entonces hay egoísmo y satisfacción propia,
desligada de la hondura del verdadero amor.
Por eso, Dios también con este mandamiento quiere regular esta fuerte tendencia
y poner cauce a esta ambigüedad de nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo tiene que ser siempre vehículo y manifestación del amor
espiritual, limpio, hermoso y desinteresado. De lo contrario, el cuerpo devora,
acapara, pudriendo y envenenando las relaciones sexuales entre los esposos. En
esas uniones íntimas, se debe entregar toda la persona, alma y cuerpo,
sentimiento y afecto, amistad, fe y religiosidad.
Traigo aquí una frase del escritor francés George Bernanos:
“La pureza no se nos ha impuesto como un castigo, sino como una de las
condiciones misteriosas, pero evidentes, de esa realidad que llamamos fe. No
porque la impureza destruya la fe, sino porque hace que el hombre deje de
desearla. El impuro termina por no amarse a sí mismo y quien no se ama sí mismo,
ya no siente la necesidad de amar a Dios, ya no necesita la alegría, ya no
experimenta la necesidad de la fe”.
No sé si has leído “La sonata a Kreutzer” del escritor realista ruso León
Tolstoi. Esta pequeña y terrible novela supongo que desconcertará a muchos
lectores contemporáneos, porque muchas cosas han cambiado desde que se escribió,
a finales del siglo XIX e inicios del XX. Pero me temo que no pocas sigan siendo
válidas.
Tolstoi trata de demostrar en esa novela que el amor, el verdadero amor, está
corrompido en la mayoría por el deseo carnal. Externamente, es la simple
historia de un marido celoso que acuchilla un día a su mujer. Pero la clave de
arco de su historia es esa podredumbre del amor, de la que también habló George
Bernanos, que anteriormente cité.
El novelista ruso –que escribe esta historia en una crisis
místico-puritana-religiosa de sus últimos años- acusa a una humanidad que ha
entronizado la carne y que llama “amor” a lo que es puro atractivo sexual. Por
eso, esos dos seres que se han elegido para amarse, se odian. ¿Por qué? ¿Qué
veneno ha emponzoñado su amor? Un mundo que les ha enseñado que el deseo lo es
todo, que todo debe subordinarse a él, que el vicio es lo normal entre los
hombres. No se casó con una persona, sino con la carne.
Y por eso, le fue como le fue. “El amor se había extinguido –cuenta Tolstoi- una
vez que la sensualidad había sido satisfecha y habíamos quedado el uno frente al
otro, con nuestros verdaderos sentimientos, es decir, dos egoístas, dos
extraños, deseosos de obtener el uno del otro la mayor cantidad posible de
placer”. Luego vendría la larga y lenta crecida del odio progresivo. Y ya sólo
sería necesaria la chispa de los celos para conducir al estallido y a la muerte.
Sólo después de cometido el crimen dirá el protagonista: “Después contemplé su
rostro golpeado y amoratado, y por primera vez, olvidando mi persona, mis
derechos, mi orgullo, vi en ella una criatura humana”.
Esta es la clave de la historia de Poznichev y su mujer, narrada por León
Tolstoi en esta novela. Han convivido una serie de años, pero no se han visto,
no se han visto como seres humanos. Se han tapado el uno al otro con su carne,
con su orgullo, con sus supuestos derechos personales. Esta novela de Tolstoi
es, desde luego, una caricatura del amor.
Ojalá que no te pase a ti lo mismo. La carne no debe devorar al amor. Al
contrario, el amor verdadero debe ennoblecer y encauzar la carne.
En cuanto entiendas que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, entonces no te
parecerá demasiado la exigencia de este mandamiento, que encauza, orienta y
regula esta tendencia fuerte que todo hombre tiene de disfrutar de estos
placeres del cuerpo sin medida y sin referencia alguna al plan de Dios para la
sexualidad.
No pienses que la Iglesia desprecia el cuerpo o la sexualidad. De ninguna
manera.
Al contrario, la Iglesia presenta una concepción extraordinariamente positiva al
respecto. ¿Cómo la Iglesia va a despreciar el cuerpo? Si el mismo Dios asumió un
cuerpo, tomó carne de María Santísima. ¡Qué audacia la de la religión católica
al creer en la Encarnación de Dios: hay un cuerpo humano, el cuerpo de Jesús,
que es el cuerpo de carne de una Persona divina!
Hay más. La Iglesia católica es la religión del cuerpo. En su cuerpo
crucificado, Jesús Hijo de Dios hecho hombre, ha llevado todo el peso de
nuestros pecados y de nuestra muerte, ha triunfado sobre ellos y ha inaugurado
la vida imperecedera del mundo nuevo.
Y por si esto no fuera suficiente, te presento otra prueba de que la Iglesia de
Cristo es religión que no desprecia el cuerpo. El cuerpo de Jesús, después de su
Ascensión, permanece accesible en la Eucaristía que te ofrece la Iglesia, de
manera sacramental, es decir, bajo las apariencias del pan y del vino. ¡Pero son
verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo! Cuando recibes la Hostia
consagrada, comes el Cuerpo glorioso de Cristo, comulgas con el Cuerpo de quien
ha llevado tus pecados sobre la cruz. Y cuando adoras el Santísimo Sacramento
expuesto en la custodia sobre el altar, adoras el Cuerpo santísimo de quien te
acogerá un día en los cielos nuevos y la tierra nueva que ha comenzado en Él el
día de Pascua. ¡Es preciso tener la audacia de creer esto! Tú, ¿lo crees?
Una última prueba de que la Iglesia de Cristo no desprecia el cuerpo. La Iglesia
cree que desde tu bautismo, te has incorporado a la vida de Jesús. Por tanto, tu
cuerpo es un templo en el que habitan las tres divinas Personas. ¡Qué inmensa es
la dignidad de tu cuerpo, aun en la humildad y la ambigüedad de su condición
actual!
Tu cuerpo está creado para la gloria eterna. Eres tú mismo quien está destinado
a la resurrección, siguiendo a Cristo resucitado. Dios no ha hecho tu cuerpo
para la podredumbre del sepulcro, para las cenizas de la muerte. Tampoco lo ha
destinado al desolador anonimato de sucesivas reencarnaciones, como creen las
religiones orientales. No; ha hecho tu cuerpo, el tuyo, tu cuerpo único, para la
vida que no termina. ¿Crees esto?
¿Quién, fuera de la Iglesia católica, tiene un lenguaje tan audaz sobre la
infinita dignidad y el destino eterno del cuerpo humano?
Te resumo un poco todo lo dicho.
1° La sexualidad es un don de Dios. ¡Agradéceselo! No es un juguete con el que
puedas jugar a tu antojo. La sexualidad fue considerada por Dios como buena al
crear al hombre y a la mujer, y lo sigue siendo, a pesar del desorden que el
pecado introduciría en este campo, porque es constituyente de la esencia del ser
humano. Y Cristo ha bendecido ese amor de los esposos, expresado con el cuerpo y
a través del cuerpo.
2° La distinción fundamental de los dos sexos se ordena al mutuo amor y, a
través de él, a la prolongación de la vida, es decir, la multiplicación de los
seres de la especie. Por tanto, los dones de Dios tienen su finalidad. La
sexualidad tiene como fin intrínseco el amor como donación y acogida, dentro del
matrimonio uno e indisoluble. Es un bien que consiste en la capacidad de
cooperar con el amor de Dios para la venida al ser de una nueva persona humana,
el hijo. El hijo debe ser el fruto de ese amor entre esposo y esposa, y no el
descuido en esa relación. Así pues el sexo tiene dos fines concretos: unitivo y
procreativo, es decir, unirse y crecer en el amor en la pareja, y ser fecundos,
es decir, tener hijos, frutos de ese amor dentro del matrimonio estable y
ratificado por un serio compromiso, como es el casamiento civil y religioso.
3° En esta relación íntima de la pareja casada hay que saber integrar todas las
dimensiones del amor; la afectiva y sentimental, la personal y amistosa, la
espiritual y la sexual. Sólo así la sexualidad viene ennoblecida, de lo
contrario, viene rebajada. ¡Que hermoso, pues, es vivir así! De esta manera esa
relación íntima es fuente de gozo y de santificación personal., porque cuenta
con la gracia de Cristo, regalada el día de su boda.
4º Dios en la Biblia ha expresada el amor por todos nosotros, por su pueblo, en
términos de la unión conyugal entre el esposo y la esposa: “Te desposaré a mí,
para siempre; te desposaré en justicia y derecho, en ternura y misericordia; te
desposaré en fidelidad, y conocerás a Yahwéh” (Oseas 2, 21-22).
También san Pablo ha comprendido del mismo modo el amor de Cristo con su
Iglesia: “Varones, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se
entregó por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en
virtud de la palabra, para mostrar ante sí mismo a la Iglesia resplandeciente,
sin mancha, arruga o cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada” (Efesios 5,
25-27).
Cristo ha amado y ama a la Iglesia como a una persona, como un hombre puede amar
a una mujer. Se ha entregado por ella sobre la cruz y, a través de la historia,
la purifica y la santifica con el agua del bautismo. Se ha entregado a la
Iglesia en cuerpo y alma, con amor eterno, en la cruz. Y esta alianza de Cristo
y la Iglesia, indisolublemente fiel, es además fecunda, fuente de vida, pues
nuevos hijos por el bautismo son incorporados a la Iglesia, a la que podemos
llamar en verdad nuestra santa Madre Iglesia.
5° Aunque la sexualidad es en sí buena, querida por Dios, ha quedado
profundamente perturbada por el pecado, estableciéndose dentro del hombre una
especie de guerra intestina: la razón, por una parte, señala los límites, y la
pasión, por otra, ofusca la mente para que salte la barrera del orden natural,
violando las leyes del Creador. Por eso, necesitamos una virtud que regule y
modere este fuerte tironeo: la pureza.
La pureza, hija de la templanza, es la virtud que asegura el dominio del alma
sobre los placeres carnales .
Te he hablado de pureza. Quiero distinguir bien estas dos palabras: virginidad y
castidad o pureza.
Virginidad es la decisión que incluye el propósito de abstenerse total y
perpetuamente de los placeres provenientes de la actividad sexual, aun de los
que son legítimos y santos en el matrimonio, por amor a Dios, sin otro fin que
consagrarse a Él de una manera especial y total. Sólo así la virginidad se
transforma en virginidad consagrada.
La virginidad es distinta a la castidad o pureza. La castidad es la virtud que
regula el buen uso del sexo. No excluye, por cierto, las relaciones sexuales
dentro del matrimonio, sino solamente las faltas que pueden cometerse con
ocasión de ellas.
Mientras la virginidad no es para todos, sino para quienes sientan interiormente
el llamado de Dios a una consagración total, la pureza o castidad, por el
contrario, es una virtud para todos.
Para los casados, la pureza significa fidelidad y entrega del corazón y de todo
el ser a una única persona y a Dios en ella. Para los solteros significa
abstinencia temporal del uso del sexo y encauzamiento de esas tendencias, hasta
el matrimonio, donde la sexualidad tiene su sentido hondo, profundo y religioso;
sólo así se preparan para vivir en plenitud y absoluta donación el estado
matrimonial. Para los consagrados significa abstención total y perpetua, a fin
de dedicarse por completo a Dios en cuerpo y alma, sublimando esta tendencia por
un bien supremo: Dios. A esta abstención total, completa y perpetua, por amor a
Dios, la llamamos virginidad.
Para vivir esto Dios concede a los sacerdotes, religiosos y religiosas una
gracia especial para mantenerse fieles y felices en la entrega a Él en castidad
perpetua y por amor. Sólo el amor a Dios motiva la entrega en castidad de todos
los sacerdotes y religiosos. No es miedo al matrimonio. Ni mucho menos
menosprecio a la carne. La carne del hombre está permeada de espíritu y está
llamada a realizar una relación esponsal y personal. Ni Cristo despreció la
carne ni la Iglesia. Ya te lo expliqué más arriba.
La castidad no es sólo mera represión de las pasiones. Su fin es bien positivo:
sanar al hombre de las heridas dejadas por el desorden del pecado, y orientarlo
hacia su verdadero fin, es decir, alcanzar la felicidad en Dios. “Por
consiguiente es falsa la opinión, según la cual la virtud de la castidad tiene
un carácter negativo. El hecho de estar ligada a la virtud de la templanza
ciertamente no le da ese carácter. Al contrario, la moderación de los estados y
de los actos inspirados por los valores sexuales sirve positivamente a los de la
persona y del amor. Únicamente un hombre y una mujer castos son capaces de
experimentar un verdadero amor” .
Un último consejo: fíate de la Iglesia.
A cada avión se le atribuye un pasillo de vuelo preciso, dentro del cual puede
volar libremente sin amenaza constante de colisión. Pues bien, la torre de
control que te guía y te da las coordenadas de seguridad es la Iglesia. Ella
sabe lo que es la vida. Por la experiencia.
Dos mil años y pico de experiencia sobre el hombre, ¿no es acaso suficiente para
ser fiable? Y sobre todo ella sabe lo que piensa Dios, de quien viene toda vida
y todo amor. ¡Ella ve al hombre con los ojos de Él! Por eso siempre la Iglesia
está por el amor, por la libertad, por la verdad, por la vida, por el cuerpo.
Por lo que dura siempre. Por lo que tiene la claridad del día.
Fuera de la Iglesia, se está fácilmente contra: se contra-dice la Palabra de
Dios (herejías, manipulaciones). Se contra-hacen sus obras maestras (maltrato y
abuso de la naturaleza). Se contra-ponen a su plan de amor (rebeldías). La
contra-cepción es contra-vención que penaliza la vida. Se contraría al que se
conserva virgen hasta el matrimonio. El aborto es una contra-ofensiva de la
muerte contra la vida.
La Iglesia se está convirtiendo en el único lugar en el que la vida será
protegida incondicionalmente. Donde nunca se dará la muerte. ¿Es que pronto los
hospitales, clínicas y maternidades católicas serán los únicos lugares en que
podamos estar seguros de que toda la prodigiosa técnica médica se pondrá
exclusivamente al servicio de la vida?
La Iglesia te invita siempre a vivir la pureza, virtud hermosa de Cristo y de
María.
Mira a Cristo, siempre puro. ¡Cómo se comportó con las mujeres! Con que respeto,
pudor y recato. Trató con ellas con espontaneidad, pero no con chabacanería o
vulgaridad. Habló con ellas, pero con comedimiento y sin segundas intenciones.
Se dejó acompañar y servir por ellas, pero las puso en su lugar, valorando los
detalles de delicadeza de esas mujeres y agradeciéndoles sus servicios.
Mira a María, ejemplo perfecto de pureza y virginidad. ¡Qué encanto emanaba de
su persona! ¡Qué fragancia al oírla hablar o al contemplarla en la oración! Su
trato con José fue siempre respetuoso y limpio.
Por eso, atrévete a vivir la pureza, como Dios quiere. Vive la pureza como una
expresión de amor a tu futuro cónyuge con el que compartirás tu vida y tus
hijos, como regalos de Dios. Ya sabes los medios que tienes para vivir esta
hermosa virtud.
Unos son medios sobrenaturales: oración diaria, confesión frecuente, comunión
fervorosa, devoción tierna a la Virgen, el sacrificio amoroso, dirección
espiritual con algún amigo sacerdote.
Y otros son medios naturales: descanso mental y físico con el deporte, paseos;
tener un horario equilibrado de trabajo y de descanso; seleccionar los
espectáculos a los que quieres asistir, la televisión que quieres ver;
seleccionar bien tus amistades y compañías; buscar la vida familiar, dedicarle a
ella lo mejor de tu tiempo y lo mejor de ti mismo.
A modo de ejemplo, te pongo éste para que valores la confesión, como el gran
medio para limpiar tu alma de toda impureza y poder recobrar la imagen bella de
Dios en ti.
Fueron dos chicos a pasar una temporada en casa de un tío suyo subastador de
obras de arte en la ciudad de Londres. Un día, el tío se los llevó consigo para
que asistieran a una venta pública. En una gran sala se habían dado cita un buen
número de personas adineradas y de expertos en cuestiones de arte. Había allí
todo tipo de objetos: muebles, cuadros, porcelanas, etc.
Salió a subasta un cuadro de un militar. La pintura parecía excelente; el marco,
finísimo. Los chicos se sorprendieron un poco al ver que ese cuadro lo llevaba
un señor por una cantidad de dinero más bien modesta. Le tocó el turno a un
cuadro pequeñito, con un marco medio roto, la pintura casi no se podría apreciar
de sucio que estaba. Este cuadro se vendió por un dineral.
De vuelta a casa, preguntaron al tío por qué aquel cuadro tan pequeño y
estropeado había alcanzado un precio fabuloso.
- Porque es de un gran artista. Cualquier obra suya tiene inmenso valor.
Los sobrinos objetaron que casi no se veía nada en él.
A esto repuso el subastador:
- Será muy diferente cuando lo hayan restaurado. Entonces lo veréis brillar con
toda su belleza. Probablemente lo contemplaréis colgado en las paredes de la
National Gallery de Londres.
Las obras de los grandes artistas -qué duda cabe- valen siempre. Nuestra alma
tiene el valor de ser imagen y semejanza de Dios. Puede mancharse y deslucirse,
pero basta la confesión para que recobre su grandeza anterior.
¿Ves qué maravillas hace la confesión?
Atrévete a ser puro, y verás qué paz tendrá tu corazón. Es verdad que la pureza
no es la primera de las virtudes que debes conseguir. Antes están la fe y la
caridad. Pero la pureza constituye algo así como el clima necesario para que
esas dos virtudes, y con ella todas las demás, se desarrollen convenientemente.
Y sobre todo, la pureza es camino a la unión con Dios.
¿Serías capaz de hacer lo que hizo una niña de doce años, que prefirió
mantenerse pura antes que pecar, aunque eso le supuso la muerte del que quiso
violarla?
Sí, se trata de María Goretti; hoy santa María Goretti.
María Goretti (1890-1902) sólo vivió doce años. Catorce brutales puñaladas, en
el pecho y en el vientre, acabaron con su vida. Todo fue por oponer resistencia
al depravado que intentaba violarla. Agonizante, la pobre niña María tuvo que
ser intervenida urgentemente, sin cloroformo. Mientras trataba de resistir al
horrible dolor -físico y moral- y ya al límite de sus fuerzas, una sola cosa la
obsesionaba: que todos la escucharon decir...: «¡Le perdono! ¿Me oís? ¡Le
perdono de todo corazón, Señor, y le quiero conmigo en el paraíso!».
Nada pudo hacerse por salvar su vida. La investigación policial concluyó con la
confesión del asesino: se trataba de Alessandro Serenelli, de veintiún años, a
quien los padres de María Goretti habían acogido en casa como a un hijo más
desde que era pequeño.
Fue condenado a treinta años de cárcel. Una noche, Alessandro soñó que María
Goretti, envuelta en luz, le regalaba un precioso ramo de lirios. Al despertar,
lloró amargamente y se sintió del todo perdonado por la niña.
Un último dato curioso: el 24 de junio de 1950, Pío XII canonizaba a la nueva
santa. Era la primera vez que una madre, Asunta, asistía en primera fila a la
ceremonia de canonización de un hijo.
Ahora te narro el ejemplo de un caballero.
¿Serías capaz de hacer lo que hizo Bernardo, hoy san Bernardo?
A Bernardo, joven apuesto, le aconteció lo siguiente. Todavía no había entrado
de monje.
En cierta ocasión, cabalgando lejos de su casa con varios amigos, les sorprendió
la noche, de forma que tuvieron que buscar hospitalidad en una casa. La dueña
les recibió bien, e insistió en que Bernardo, como jefe del grupo, ocupase una
habitación separada.
Durante la noche, la mujer se presentó en la habitación con intenciones
deshonestas. Bernardo, en cuanto se hizo cargo de lo que se avecinaba, fingió
con gran presencia de ánimo creer que se trataba de un intento de robo, y con
toda su fuerza empezó a gritar: “¡Ladrones, ladrones!”. La intrusa se alejó
rápidamente.
Al día siguiente, cuando el grupo se marchaba cabalgando, sus amigos empezaron a
bromear acerca del imaginario ladrón; pero Bernardo contestó con toda
tranquilidad: - No fue ningún sueño; el ladrón entró indudablemente en la
habitación, pero no para robarme el oro y la plata, sino algo de mucho más
valor: la pureza.
¿Para ti también la pureza es tesoro más valioso que el oro y la plata?
Decídete ya a vivir la pureza. Ten voluntad. Imita el ejemplo de Agustín, hoy
san Agustín de Hipona.
No hace falta recordar ahora cómo fue la juventud de San Agustín, llena de
pecados y miserias. Poco a poco se iba acercando a la fe católica. Sobre todo le
movían los sermones de San Ambrosio de Milán, porque sentía cada vez más en su
alma al Dios de los cristianos, e incluso se daba cuenta de que de alguna manera
lo amaba. Pero no acababa de decidirse a vivir la castidad. Su oración era:
«Dame, Señor, la virtud de la castidad, pero no todavía».
Un día, en casa de su amigo Alipio, recibe la visita de un antiguo amigo
africano. En la conversación le cuenta la vida santa de los ermitaños en el
desierto de la Tebaida, y esta charla turba a Agustín. Cuando marcha aquél, se
vuelve a Alipio con vehemencia: -¿Qué hacemos? Sí, ¿qué hacemos? ¿No has oído?
Los ignorantes se levantan y arrebatan el Cielo, mientras que nosotros, con
nuestras doctrinas sin corazón, nos revolcamos en la carne y en la sangre.
Alipio le mira con estupor. La agonía interior de Agustín es terrible. Todas sus
faltas y miserias pasadas se presentan a sus ojos y siente hasta qué punto está
apegado a ellas. Se indigna con su cobardía. Luego, marcha al jardín, y allí se
hinca de rodillas debajo de una higuera. Rostro en tierra, comienza a llorar.
«¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo ha de durar que yo diga mañana, mañana? ¿Y por qué
no enseguida? ¿Por qué no poner fin a mis maldades en esta misma hora?».
Entonces -nos cuenta el autor de las Confesiones- es cuando oye la voz de un
niño que canta en la casa vecina y repite: «Toma y lee, toma y lee». Agustín se
estremece al escuchar este canto, y siente que es como una orden divina. Regresa
junto a su amigo, que está sentado donde le dejó y tiene al lado las epístolas
de san Pablo. Abre el libro al azar, y el primer versículo que se ofrece a sus
ojos: “Andemos con decencia, como quien vive en pleno día. Nada de comilonas y
borracheras; nada de lujuria y libertinaje…Por el contrario, revestíos de
Jesucristo, y no fomentéis vuestros desordenados apetitos” (Rom 13.13-14), es
definitivo. Cierra el libro. En ese momento tiene una gran paz. Y se convierte a
Dios. Y se decide a llevar una vida digna y santa, como corresponde a los hijos
de Dios y a todo cristiano.
III. ¿SABES CUÁLES SON LOS ATENTADOS CONTRA ESTE MANDAMIENTO?
Salvaguardar el amor, proteger la libertad, promover la vida, valorar el cuerpo,
en ocasiones significa gritar: “¡Atención! ¡Terreno minado! ¡A vuestra cuenta y
riesgo!”. Por eso, la Iglesia siempre te avisará de los atentados contra este
mandamiento.
Frente al mal, neutralidad es sinónimo de complicidad. La Iglesia prefiere pasar
hoy por retrógrada, por reaccionaria, antes de ser acusada mañana de complicidad
con los culpables del autogenocidio contemporáneo; ante la esclavitud de la
mujer en el imperio romano, la Iglesia se alzó fieramente. Y hoy, se alza
nuevamente contra todos aquellos que banalizan la sexualidad, la explotan y se
ríen de ella.
¿Comprendes ahora por qué la Iglesia puede parecer tajante a veces en su toma de
posición, sin compromisos? Y es que en cosas tan graves como las manipulaciones
genéticas o las perversiones del amor, se juega la supervivencia misma de la
especie humana. En el inmenso naufragio de todos los valores hace falta esa roca
de diamante, ese pedestal de existencia al que amarrar con toda seguridad
nuestras embarcaciones, que hacen agua por todas partes y se dejan arrastrar por
la corriente, a la deriva.
Cada vez más no creyentes son atraídos hacia la Iglesia católica, simplemente
por sus certidumbres absolutas, incondicionales, al hablar de cuerpo, amor y
vida, y de los atentados contra todo esto.
Sí, existen atentados contra este mandamiento de Dios. Mucho más hoy, por todos
los incentivos del ambiente, en muchas partes, pagano.
¿Cuáles son esos atentados? Apunta bien. Te los explico para que te queden más
claros.
1. Impureza de pensamiento, palabras, miradas y acciones. Todo esto se da en ti,
lo quieres tú, lo provocas tú, lo buscas tú, lo cultivas tú…Pero si tuvieras el
corazón limpio, no harías caso a toda esta basura que no te ayuda para nada; al
contrario, te ensucia. Ten pensamientos nobles y limpios. Respira aire puro.
Mira las alturas de las montañas nevadas y hermosas. Mira los hermosos
amaneceres o atardeceres, los ríos y mares, los bosques y jardines.
2. Pornografía en libros, revistas, cine, espectáculos, internet y diversiones
deshonestas. También está en ti el detener esta avalancha de suciedad. Eres tú
quien toma esa revista y la hojea; eres tú quien va a ese cine y se sienta en la
butaca para ver esa película indigna; eres tú quien abre la Internet; eres tú
quien enciende la televisión; eres tú quien va a esa diversión deshonesta. Sé
valiente y no permitas esa tentación. En la pornografía, el cuerpo humano es
exhibido como simple objeto de concupiscencia con vistas a satisfacciones
egoístas e inmediatas que son lo contrario del amor. Se excluye el espíritu.
Comprar o leer este género de publicaciones, ver este género de películas,
aunque no fuera más que ocasionalmente, sería hacerse cómplice de una empresa
satánica de degradación de la sexualidad .
3. Falta de decoro y pudor en la forma de vestir y comportarse, para provocar
los instintos y tendencias sensuales y sexuales en quienes te ven. De nuevo,
está en ti el no consentir en todo esto. No te hace bien. Sé digno. Compórtate
como caballero o como dama. ¿Qué haría Cristo en tu lugar? ¿Qué haría la Virgen
en tu lugar?
4. Permitir ocasiones próximas de pecado. ¿Por qué te metes en la boca del lobo?
¿No sabes que te va a morder? ¿Tan necio eres?
Si bien es verdad que frecuentemente se dice que hay muchas formas de vivir y
ejercer la sexualidad, conforme a la diversidad de las culturas y se las
presenta como indiferentes desde el punto de vista moral, es preciso afirmar que
todo uso mentiroso y falseado del lenguaje sexual es moralmente desordenado.
Hay formas regresivas y degeneradoras de vivir y ejercer la sexualidad que por
falsear su verdad, han de ser calificadas como inmorales, precisamente porque
niegan y rechazan valores y bienes fundamentales de la sexualidad integrada en
toda la persona, e impiden, consiguientemente, llevar a plenitud lo humano del
mismo hombre.
No puedes reducir el amor a la satisfacción individual, ni puedes considerar el
placer como un valor por sí mismo. Tan alto es el significado esponsal de la
sexualidad que toda actuación de la facultad genital fuera del matrimonio
constituye un desorden moral. No te dignifica como persona. Al contrario, te
degrada, te rebaja. Te ofendes a ti mismo, además de ofender a Dios.
¿Qué otros comportamientos concretos son inmorales?
1. El autoerotismo o masturbación, que consiste en darse a sí mismo,
solitariamente, el placer sexual por la excitación voluntaria de las partes
genitales. No es un gesto de comunicación y de entrega al otro. Es un acto
egoísta y cerrado en sí mismo. Por su misma naturaleza, la masturbación
contradice el sentido cristiano de la sexualidad vivida como alianza de amor. No
se encuentra en ella nada de la alianza recíproca y fecunda de Cristo y de la
Iglesia.
La masturbación, comportamiento privado de la verdad del amor, deja a menudo
insatisfecho a quien se entrega a ella. Conduce al vacío y al disgusto. Es un
gesto egoísta, que empaña el alma y turba el corazón. En sí, objetivamente, la
masturbación es un desorden serio que contradice el sentido humano y cristiano
de la sexualidad y del amor. Pero la inmadurez psicológica, el desasosiego
interior, el peso de los hábitos, pueden entonces disminuir la responsabilidad
personal.
No es ciertamente el pecado más grave que puedes cometer. Pero eso no impide que
te haga esclavo, te habitúe a una sexualidad egoísta e inmediata y asfixie en ti
la vida espiritual.
¿Cómo salir de ella? Si la masturbación es un replegarse sobre sí mismo,
entonces la superarás abriéndote a Dios, al mundo, a los demás, a tus tareas.
Todo lo que estimula el sentido del trabajo, del compromiso y de la relación, te
ayudará mucho. Justo descanso y deporte, te vendrá bien. Y la oración y los
sacramentos. Te ayudará mucho el consejo de un director espiritual. Ah, y no te
olvides de pedirle ayuda a la Virgen Santísima, pues Ella sí sabe de pureza.
2. La homosexualidad ejercitada, que cierra el acto sexual al don de la vida .
La homosexualidad consiste en la conducta sexual resultante de una atracción
erótica preferencial, y a veces exclusiva, en relación con personas del mismo
sexo.
Objetivamente, el comportamiento homosexual contradice la estructura del amor
humano y cristiano: niega la diversidad interior del amor, la diferencia de
sexos; y niega por ello la fecundidad. Sobre el plano humano y psicológico es
notorio que la homosexualidad corresponde a una fijación o a una regresión del
instinto sexual a un estadio incompleto de desarrollo.
El homosexual ama a otra persona, pero esta persona no es resueltamente otro,
puesto que es del mismo sexo y la relación establecida no puede conducir a un
tercero, que es el hijo. ¿Qué debe hacer un homosexual que tiene esa tendencia,
si quiere permanecer fiel a Jesús y a su alianza de amor? No sería sensato
aconsejar el matrimonio a un homosexual verdadero. La única solución
auténticamente cristiana a este problema es la castidad integral.
La tendencia homosexual puede ser una de las razones por las cuales un cristiano
aceptará, por amor a Jesús, vivir en celibato. No será un celibato consagrado en
la vida religiosa, a causa de los peligros graves que tal estado podría
comportar, si viviera en una comunidad del mismo sexo. Pero deberá tratarse de
un verdadero celibato vivido en un nivel de gran profundidad espiritual, con
ayuda psicológica, espiritual y familiar.
3. Las relaciones extraconyugales, fornicación: en lugar de ser la expresión de
la entrega de una persona a otra se convierte sólo en el simple desahogo del
sentimiento amoroso o de la búsqueda erótica del placer. La sexualidad está en
este caso disociada de la verdad cristiana del amor y de las exigencias que
brotan de él. Tomas del otro la ocasión que te da el disfrutar momentáneamente
de él y de ti, pero no te das a él, en cuerpo y alma, en un compromiso radical
de tu libertad.
Aquí entraría el convivir sin la intención de contraer matrimonio y el
matrimonio a prueba.
En la cohabitación, sin intención de matrimonio, cada uno encuentra en el otro
un desaguadero a su necesidad de amar y de ser amado, un remedio a la soledad y
una fuente de placer. Pero, ¿hay una verdadera donación mutua de las personas?
¿No está acaso minada ésta, desde el principio, por la reserva implícita o
explícita, que acompaña a toda unión “suelta”: “si no nos entendemos, nos
separamos o permaneceremos juntos mientras dure nuestro amor”?
Y el matrimonio a prueba contradice aún más claramente el respeto debido a la
persona. Se puede probar una máquina, no un ser humano.
Le preguntaban al escritor francés Thibon qué pensaba sobre el llamado
“Matrimonio a prueba”, ése que se “contrae” para evitar luego los fracasos.
Contestó: “El hecho de probar un ser humano como se prueba un coche o un aparato
electrodoméstico o, mejor aún, como se contrata -temporalmente y bajo condición
de satisfacción recíproca- a una cocinera o a un contable, bastaría para
destruir todo lo que de único y sagrado hay en la intimidad de un matrimonio. La
idea de que, después de todo, no se trata más que de una experiencia a la que se
puede poner fin cuando se quiera, se introduce ya como un germen de ruptura en
la unión. ¿En qué se convierten, en esa geometría plana de la sexualidad, la
profundidad, el misterio, la maravilla del amor? ¿Dónde queda ese sentimiento de
donación gratuita e irreversible que liga para siempre dos destinos? Sin hablar
del lado cómico de la situación. Imaginad a un chico diciendo a una chica:
Querida, ¿cuántas veces has sido ya probada sin ser aceptada?”.
Poco después, añadía a las razones anteriores un nuevo modo de contemplar este
problema: “¿Al cabo de cuánto tiempo se puede estimar que la experiencia es
concluyente? Hay coches que se portan maravillosamente al probarlos y cuyos
defectos sólo se revelan después de miles de kilómetros. Numerosos matrimonios
marchan también de forma excelente al principio, y después se deterioran con los
años a causa de la evolución divergente (e imprevisible) de los cuerpos, de los
caracteres, de los gustos, etc. Desde este punto de vista, lo lógico sería
sustituir la institución del matrimonio por una serie de pruebas siempre
revocables”.
4. Las relaciones prematrimoniales: un caso particular de relaciones
extraconyugales es el de las relaciones sexuales entre la pareja que tiene la
intención de casarse o entre prometidos que, por definición, se preparan al
matrimonio.
Aquí hay un problema muy diferente del que plantean las simples relaciones de
encuentro ocasional o el matrimonio a prueba. En este caso se encuentra una
voluntad firme de casarse. La situación es, pues, bastante más compleja.
A nivel de principios, sin embargo, todo es claro: cristianamente y humanamente
la relación sexual expresa el don recíproco total de las personas y su común
apertura a una fecundidad que les sobrepasa. No tiene, pues, pleno sentido más
que en el interior de una comunidad de vida irrevocable, a imagen –si tú eres
cristiano- del don irrevocable de Cristo a la Iglesia sobre la cruz y en la
Eucaristía. Esto no tiene lugar más que en el matrimonio, por el cual, la
promesa humana de fidelidad intercambiada entre el hombre y la mujer, se
encuentra englobada en la indefectible fidelidad del Dios hecho hombre.
De nuevo, se debe decir aquí que dichas relaciones prematrimoniales están
falseadas, pues hay exclusión sistemática de los hijos. Esto revela claramente
que aquí la sexualidad es vivida en un contexto que, por principio, le priva de
uno de sus componentes esenciales: la fecundidad.
Todo esto que te pide Cristo, es decir, no tener relaciones antes de casarte no
podrá ser vivido sin sacrificio ni quizá sin algún desliz ocasional, pero si os
ponéis de acuerdo, este esfuerzo os unirá más duradera y profundamente que las
experiencias sexuales prematuras, inspiradas por la voluntad de tener todo
enseguida. La calidad humana y cristiana de vuestro amor debe pagar este precio.
Déjame decirte unas cuantas palabras sobre el noviazgo, ese tiempo hermoso de tu
vida. El noviazgo es una franca preparación para el matrimonio, por lo que no
debes hacerte novio o novia de cualquiera que pase frente a ti y te conquiste
con su atractiva sonrisa. El noviazgo es una oportunidad sensacional para
conocerse más profundamente, para conversar del futuro, de los intereses y
sueños de cada uno.
Durante el noviazgo se debe conversar mucho para enterarse de las cosas que
después pueden afectar al matrimonio: el tipo de familia que les gustaría tener,
el tipo de casa, la comida que les gusta, sus diversiones y pasatiempos, la
educación que quieren para sus hijos, el tipo de colegio que desean para ellos,
los hábitos de limpieza, su concepto de Dios y de la religión, sus ideales, sus
juicios sobre los acontecimientos y las personas. Hay que aprovechar el noviazgo
intensamente para no llevarse sorpresas en el matrimonio.
Es bueno a los ojos de Dios tener muestras de cariño hacia tu novio o tu novia.
Sus diferencias y su complementariedad hacen que deseen estar juntos y eso es
bueno. Esa atracción que sientes hacia él o ella, está encaminada a que en un
futuro se unan totalmente y por toda la vida y juntos formen una familia
numerosa y feliz.
Sin embargo, siempre surge la misma duda: ¿hasta dónde pueden llegar las
muestras de cariño en el noviazgo? ¿Qué es lo que está permitido y qué no?
La respuesta es muy sencilla; sólo tienes que tomar en cuenta los siguientes
criterios:
· La unión sexual entre hombre y mujer sólo puede llevarse a cabo plenamente
dentro del ambiente de protección, amor y compromiso que da el matrimonio. Tener
una relación sexual fuera del matrimonio es insatisfactorio, inseguro y
arriesgado, además de ser un pecado grave en contra del sexto mandamiento.
Insatisfactorio, porque la unión sexual, para que sea plena, exige un clima de
tranquilidad y libertad que sólo se da cuando hombre y mujer se unen en cuerpo y
alma de una manera permanente. Inseguro, pues no siempre esos novios llegarán al
matrimonio. Arriesgado, porque toda relación sexual puede generar una nueva
vida. Es una verdadera injusticia traer una nueva vida al mundo sabiendo que no
se tiene la capacidad para darle el amor y la seguridad que necesita, y que sólo
da el matrimonio .
· Dejando a un lado el acto sexual, en el noviazgo está permitido todo lo que no
ofenda a tu futura esposa o esposo. No son moralmente aceptables aquellas
caricias o actos que tengan como finalidad provocar el placer venéreo, aunque no
se llegue al acto sexual completo; también son gravemente imprudentes aquellas
caricias o actos que de tal manera exciten la pasión que constituyen ocasión
próxima de pecado. Analiza tu actitud al darle las caricias. Todo lo que ponga
tu egoísmo por encima del sacrificio, es decir, que busque el “sentir más” y no
“el amar más”, está mal. Todo lo que ponga el sacrificio por encima del egoísmo,
el “amar más” por encima del “sentir más”, está bien.
Sólo tú y tu conciencia pueden decidir el límite entre lo uno y lo otro, la
diferencia entre cariño y placer, la frontera entre amar y usar. Hay un dicho
popular que dice: “El hombre es el fuego, la mujer es la estopa…llega el demonio
y sopla”.
En las relaciones con tu novio o novia no olvides nunca que el demonio estará
listo para hacerlos caer en faltas graves. El demonio es muy listo y conoce la
debilidad del hombre en este campo, sabe que una vez desencadenada la excitación
es muy difícil frenarse y se aprovecha de ello para perder a muchas almas.
Tú no debes permitirlo. Ten en cuenta que si te arriesgas y eres normal,
seguramente caerás. Si te acercas al fuego, te quemarás. Por eso se dice que en
este campo, el más valiente es el que más corre. Aléjate de la tentación.
Procura verte con tu novio o novia en lugares adecuados y aprovechad para hablar
de lo que debéis hablar en el noviazgo para que seáis felices en vuestro futuro
matrimonio.
5. La prostitución que transforma el mismo cuerpo de la mujer –o del hombre- y
no solamente su imagen, en objeto de transacción financiera y de disfrute
carnal. Implica una negación práctica de la dignidad espiritual de la persona.
Hay disociación sistemática de lo carnal y de lo espiritual, de la genitalidad y
del amor.
6. Las violaciones o el estupro, que consiste en forzar a una persona a la
relación sexual con la violencia, intimidación, engaño. ¡Qué falta de respeto y
dignidad!
7. Los profilácticos, píldoras o preservativos burlan la verdadera relación
sexual y cierran la relación sexual a la procreación. Es verdad que los padres
deben transmitir la vida y determinar el número de hijos que acogerán teniendo
en cuenta, a la vez, el bien de la pareja, de la felicidad de los hijos, la
situación económica y social del hogar, pero también de las exigencias morales
de la apertura del don de Dios.
La Iglesia invita ciertamente a una fecundidad generosa, pero controlada, es
decir, atenta a los diversos factores en juego. Pero es verdad que al insistir
sobre la esencial apertura del amor a la fecundidad, la Iglesia, sobre todo, en
nuestros días, pone en tela de juicio los ideales de la sociedad de consumo, que
coloca en primer lugar el orgasmo a voluntad, la cuenta bancaria, la dotación de
electrodomésticos y el confort doméstico y, en la cola, el hijo (o dos como
máximo).
Si te dejas atrapar por esta concepción materialista de la felicidad, es claro
que serás conducido, como tantos otros, a colocar los primeros años de tu vida
conyugal bajo el signo, no de la paternidad responsable, sino de la esterilidad
sistemática, mediante el uso de preservativos o píldoras.
Además de ser inmoral el aborto y la esterilización, también es inmoral usar
métodos artificiales o contraceptivos en la regulación de la natalidad, ya se
trate de medios mecánicos (preservativos), químicos (espermicidas), físicos
(DIU) u hormonales (ciertas píldoras). Todos se encaminan a hacer infecundo el
acto conyugal, sea antes, durante o después del mismo.
¿Por qué hace esto la pareja? Cuando al cardenal Ratzinger le preguntó Peter
Seewald sobre los anticonceptivos, respondió el cardenal que ve tres razones al
respecto :
· Antes la venida del niño se consideraba una bendición de Dios, hoy se ve como
una carga que “ocupará mi sitio en el día de mañana”, o “mi espacio vital
peligra”.
· Hoy se quiere separar sexualidad y reproducción, cosa que no se debe, pues hay
un nexo íntimo entre ambas realidades, querido por el mismo Dios.
· Los graves problemas morales nunca se pueden solucionar por medio de la
técnica o de la química; los problemas morales sólo se solucionan moralmente, es
decir, cambiando el modo de vida.
Sin embargo, el usar los métodos naturales es moralmente correcto, ya se trate
del método Ogino, el de la temperatura o de métodos recientes de observación de
índices combinados, muy fiables cuando son bien enseñados y aplicados (cálculo
de calendario, observación de la temperatura, de la mucosa cervical del cuello
del útero, etc.).
¿Dónde está la diferencia entre los métodos artificiales y los naturales, pues
ambos se proponen hacer ese acto conyugal infecundo?
Algo te había explicado ya en el quinto mandamiento. Ahora vuelvo a retocar
algunos puntos.
Se trata de un problema espiritual. Es la actitud de la persona ante el cónyuge,
ante el misterio de la vida y ante el don de Dios.
En la contracepción y métodos artificiales, el hombre y la mujer se colocan por
encima del vínculo estructural y muy profundo existente entre el amor y la
fecundidad.
Poniéndose en el lugar del Creador, esos esposos se afirman a sí mismos como los
señores que quieren dominar a su gusto, disociando voluntariamente las dos
significaciones de la sexualidad. Y al mismo tiempo que manipulan la sexualidad
humana y se colocan como árbitros y señores del designio divino, los esposos
cesan, por la contracepción, de aceptarse y donarse mutuamente uno al otro según
la verdad de su ser físico y espiritual. La mujer acoge en ella al marido, pero
con el rechazo a su gesto inseminador; el hombre recibe a la mujer, pero con la
activa negación de su ritmo fisiológico y psicológico propio. Conjuntamente, el
hombre y la mujer se acogen uno al otro en la exclusión de una apertura,
simplemente posible, a la vida del hijo.
Sin embargo, en los métodos naturales es distinta la actitud. Los esposos buscan
evitar un nacimiento, pero lo hacen por un procedimiento cuyo alcance moral es
totalmente diverso. Eligen, por razones serias y de peso, unirse cuando,
independientemente de su voluntad, el vínculo entre el amor y la fecundidad está
como en suspenso y es inoperante, por voluntad de Dios.
Aquí los esposos no son señores, sino servidores o ministros diligentes, como
custodios responsables del vínculo, inscrito en el ser y querido por Dios, entre
el don mutuo de las personas y su apertura a la vida.
Además, en los métodos naturales, el hombre y la mujer se acogen recíprocamente
y se entregan el uno al otro en el respeto de su ser íntegro, a la vez
espiritual y carnal. La mujer recibe al hombre en la acogida de su sexualidad
concreta; el hombre recibe a la mujer en la aceptación de su ritmo específico y
de los tiempos que le son propios, puestos por el mismo Dios en ella. Y siempre
en los métodos naturales se está abierto a la vida, en el caso de que viniera un
nuevo hijo.
Sigamos con los atentados contra este sexto mandamiento.
8. El adulterio, o infidelidad conyugal. Cuando un hombre o una mujer, de los
cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque
ocasional, cometen un adulterio. Y el adulterio es una injusticia, lesiona el
vínculo matrimonial sagrado, quebranta las promesas formuladas por la pareja
ante Dios y los hombres, compromete el bien de los hijos, que necesitan la unión
estable de los padres.
Hay que luchar por la fidelidad en el matrimonio. Te cuento este testimonio que
se atribuye al pianista y compositor Isaac Albéniz. Nos muestra cómo se ha de
guardar el corazón para impedir la infidelidad, cueste lo que cueste.
Se encontraba en París cuando envió a su mujer, que se hallaba en España, el
siguiente telegrama: “Ven pronto, estoy gravísimo”.
Cuando la esposa llegó a toda prisa a la capital de Francia, encontró al marido
en la estación esperándola, y parecía a primera vista rebosar salud por todos
los poros. Un tanto indignada, preguntó;
- Pero,…¿no estabas enfermo?
- Sí -contestó el músico-, gravísimo. Estaba empezando a enamorarme.
¡Hermoso ejemplo!
9. También la poligamia, es decir, el tener muchas esposas, es una ofensa
gravísima contra este mandamiento y contra la unidad del Matrimonio. Nos dice el
Catecismo de la Iglesia católica: “Es comprensible el drama del que, deseoso de
convertirse al Evangelio, se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las
que ha compartido años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta
a la ley moral, pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia
niega directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes,
porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que
en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo. El
cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en justicia a cumplir
los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus hijos” (número
2387).
10. ¿Habías escuchado algo sobre la clonación?
La clonación humana significa –nos dice el Compendio de Doctrina Social de la
Iglesia en el número 236 que reproduzco al pie de la letra- “reproducción de una
entidad biológica genéticamente idéntica a la originante. La clonación
propiamente dicha es contraria a la dignidad de la procreación humana porque se
realiza en ausencia total del acto de amor personal entre los esposos,
tratándose de una reproducción agámica y asexual. Además, este tipo de
reproducción representa una forma de dominio total sobre el individuo
reproducido por parte de quien lo reproduce. El hecho que la clonación se
realice para reproducir embriones de los cuales extraer células que puedan
usarse con fines terapéuticos no atenúa la gravedad moral, porque además para
extraer tales células el embrión primero debe ser producido y después
eliminado”.
11. Una última cuestión. ¿Crees que el divorcio civil es un pecado grave contra
el sexto mandamiento y una ofensa a la dignidad del matrimonio?
En alguna medida, aunque no siempre, así es. Por una parte, el divorcio rompe
definitivamente el signo de la Alianza de salvación de Dios con el hombre, y de
Cristo con la Iglesia. Por otra, introduce un desorden irreparable en la familia
y en la sociedad. Al romper el contrato libremente sellado un día, quien se
divorcia civilmente, perjudica normalmente a la otra parte y a los hijos,
divididos desde ese momento entre el padre y la madre, faltos de ejemplaridad y
de muchas posibilidades de educación.
Ahora bien, te he dicho que no siempre el divorcio civil es un grave mal.
Algunas veces, una víctima inocente obtiene por sentencia judicial, en la
legislación civil, liberarse de graves males conviviendo con el otro cónyuge
(golpes, peleas, amenazas, etc.). Algunas otras, el divorcio civil es condición
para la obtención de determinados derechos en bien de la esposa/o e hijos.
Lo que agrava, en cualquier caso, el mal del divorcio es cuando suceden nuevas
nupcias y se rompe definitivamente la posibilidad de rehacer la familia.
Acerca del tratamiento pastoral a quienes se ven en tan graves situaciones, ¿qué
hace la Iglesia?
La Iglesia, aun lamentando el fracaso de algunos matrimonios entre cristianos,
admite la separación física de los esposos y el final de la cohabitación. Para
quienes, divorciados, acuden a casarse civilmente, la Iglesia quiere que los
pastores de almas muestren una atenta solicitud y caridad. No por ello quienes
así obran están excluidos de la Iglesia; por lo que será necesario ayudarles a
perseverar en la fe, en las obras de caridad, en la escucha de la palabra y la
educación cristiana de sus hijos, confiando en la misericordia del Señor para
quienes se acogen arrepentidos a ella .
No te sientas asustado por estos atentados, que juntos hemos repasado. Sólo,
vigila con atención para que no sucumbas a ninguno de ellos.
¡Sé puro! ¡Cuánto vale el hombre y la mujer puros! El mundo debería admirar,
respetar a las personas vírgenes, y no hacer chacota de ellas.
En Roma, en los tiempos del paganismo, existían las vestales o sacerdotisas de
la diosa Vesta, encargadas de tener siempre encendido el fuego sagrado en el
templo de dicha diosa.
Eran seis; entraban en el templo a la edad de diez años y estaban en él hasta
los treinta; durante ese tiempo tenían que conservar intacta su virginidad. Eran
tenidas en gran estima por los romanos: tanto, que en las solemnidades y en los
teatros tenían siempre sus puestos de honor y vestían un traje especial blanco,
con adornos de púrpura. Si un magistrado encontraba a una de ellas en la calle
le cedía la derecha; y si acaso una vestal se encontraba con un delincuente
condenado a muerte, al momento se indultaba a éste y se le ponía en libertad.
Pero si una de las vestales faltaba a su deber y violaba la castidad, era
condenada a ser sepultada viva en un lugar llamado "campo malvado".
Aquí puede verse la veneración que sentían incluso los paganos por las personas
de vida casta, y en que abominación eran tenidos los deshonestos. Y ¿hoy?
Encomienda a María Santísima Inmaculada, la Madre de Jesús y Madre tuya, esta
hermosa virtud de la pureza, que nos da tanta paz, y nos prepara para vivir el
amor en su sentido más hondo y profundo. Y no olvides: “Bienaventurados los
puros de corazón, porque verán a Dios”.
Termino con un texto de monseñor Tihamer Toth, un gran obispo de Hungría y amigo
de los jóvenes, ya fallecido:
“Fuego son tanto la pureza como la impureza. Fuerza son una vida casta y una
vida relajada. Pasión son el afán de levantarse y el afán de arrastrarse…; pero
la diferencia es como la que hay entre el cielo y la tierra.
La pureza es fuego que da madurez al carácter, como el rayo de sol a la rosa; la
impureza es fuego que destruye la vida, como la lava humeante. La pureza es
fuerza, fuerza ordenada, que empuja al trabajo y robustece para la lucha de la
vida; la impureza es fuerza, fuerza desenfrenada, que rompe diques, que llena de
limo los campos de la vida, que ahoga en un pantano las fuerzas del hombre. La
pureza es pasión, que comunica ánimo de vida, energías, genio creador, voluntad
capaz de vencer al mundo; la impureza es pasión, que hace caer inertes los
brazos, que transforma en esponja el corazón, en podredumbre la sangre, en
putrefacción la médula. La pureza da vida; la impureza todo lo inunda de
miseria. Con la pureza van la virtud y la alegría de la vida; con la impureza,
el diablo y la muerte” .
Resumen del Catecismo de la Iglesia católica
2392 ‘El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’
(Exhortación de Juan Pablo II, Familiaris Consortio 11).
2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal
de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde
reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una
vida casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona.
Entraña el aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la
masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas
homosexuales.
2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les
confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los
esposos participan de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la
paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de
los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (por
ejemplo, la esterilización directa o la anticoncepción).
2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas
graves a la dignidad del matrimonio.
Para la reflexión personal o en grupo
1. ¿Qué significa exactamente la frase de san Pablo, extraída de la primera
carta a los Corintios 6, 12-20: “Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro
cuerpo”.
2. ¿Hoy se puede ser y vivir puro? ¿Qué medios sugieres a un joven para que sea
puro?
3. ¿Dónde está la gravedad de los actos impuros?
4. ¿El cristianismo desprecia el cuerpo?
5. ¿Qué argumentos darías a unos novios para que no tengan relaciones antes de
casarse?
6. ¿Te acuerdas de todos los atentados contra este sexto mandamiento?
Enúncialos.
7. ¿Cuál es la diferencia entre sentir y consentir una tentación impura?
8. ¿Por qué el marco natural de la sexualidad es el amor conyugal fiel hasta la
muerte?
9. ¿Cuál es la diferencia entre la sexualidad animal y la sexualidad humana?
10. ¿Por qué Jesucristo llamó bienaventurados y felices a los “puros de
corazón”?
LECTURA: Testimonio de un joven, extraído del libro “Creados para amar” de
Daniel- Ange, editorial Edicep, 2 volumen, pág. 150
“Ofrecerle mi virginidad: el mayor de los tesoros”
Denis: Desde mi adolescencia he sufrido mucho a causa de mi estatura; he sufrido
el rechazo por mi retraso en llegar a la pubertad, he sufrido por no poder
alcanzar el misterio del amor.
Ha sido un sufrimiento que me ha evitado, ahora lo sé, quemar las etapas del
amor. Todo lo contrario; en esta espera, en esta soledad, he aprendido a desear
un amor verdadero y único. Pero desde el momento de mi primer encuentro no tuve
sino una obsesión: poseer al otro, amarlo, pero para mi exclusivo placer, llegar
a alcanzar aquello que aún no había logrado y poder probar a mis compañeros que
ya no era un crío porque me había “acostado” con una chica. En resumen, nada de
aquellos buenos deseos.
Sí, yo era un desgraciado, porque no sabía qué hacer. Durante mucho tiempo me
dediqué a procurarme este placer provocando, en solitario, a mi cuerpo…me
encenagué y derroché el misterio de la vida que se hallaba depositado en mí. Me
hastié de esta situación y quise llegar hasta el final con mi chica, pero ella
no quiso. Ahora le doy las gracias. Sé también que, en el fondo, algo había en
mí que lo estorbaba…
Un día todo se estropeó; ella me abandonó…Yo me quedé solo, con las manos
vacías, sin nada y sin nadie. Sólo mi fiel amigo, que siempre ha estado a mi
lado y a quien ese día decidí no abandonar nunca…Jesucristo.
Todo volvió a comenzar: Él me volvió a crear en su amor. Por medio de su cruz
lavó todo mi pecado, me renovó completamente, hasta en mi cuerpo y, además y
sobre todo, me enseñó el camino del amor verdadero. Su amor.
Hoy no me he hecho sacerdote ni monje, y vivo el misterio del amor con aquella
que Él me destinó. La encontré cuatro años después de mi primer fracaso
sentimental. Cuatro años de espera, de acogida, de esperanza, de curación de mi
afectividad. Cuando la vi, mi corazón hizo “bom, bom” (¡vosotros seguro que
sabéis qué es eso!).
En vez de precipitarme, esperé: la espera fue dolorosa, pero no me lancé a por
ella. La recibí como un regalo, un regalo que quería desenvolver lentamente, sin
prisas para no hartarme en seguida sino para apreciarlo tranquilamente en todo
su valor.
El mejor regalo que pude hacerle el día de mi boda fue mi virginidad. No, no es
una tara llegar virgen al matrimonio. Es el tesoro más valioso, ¡mucho más que
todo el escaparate lujurioso de este mundo!