Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 5:
Tercero:
Santificarás
las fiestas
El domingo
es un regalo
especial de
Dios para
toda familia
y para toda
la
humanidad.
Es un día
para
dedicarlo a
Dios, a
nuestra
familia, a
nuestro
descanso
personal y
para hacer
algo por los
demás.
Con este
mandamiento
debería
quedar bien
claro que
nuestra
religión
cristiana y
católica no
es triste ni
aburrida,
sino alegre,
pues la
fiesta está
en el centro
de la vida
cristiana...
El mejor
descanso de
la semana
está en el
domingo.
El domingo,
para un
cristiano,
debería ser
el gran
estallido de
la fiesta,
el día en
que el amor
se desborda.
Todos, al
ver nuestro
gozo,
deberían
preguntarse
por qué
estamos
contentos.
¿Es así? No
sé si en
todas las
iglesias el
domingo es
un estallido
de fiesta.
Tal vez en
alguna
iglesia o
parroquia
parezca
reinar el
aburrimiento.
Gentes
resignadas
que miran
repetidamente
el reloj y a
quienes se
les hace
larguísima
la hora de
la misa.
Personas que
salen de los
templos con
la impresión
de haberse
quitado un
peso de
encima para
alejarse con
la sensación
de que “ya
han
cumplido”.
Así se dice
todavía en
algunas
partes “ya
he cumplido
con la
misa”. ¡Cómo
que has
cumplido con
la misa! Con
la misa no
se cumple y
ya; la misa
hay que
disfrutarla
en comunidad
cristiana,
con gozo y
en familia.
Julien Green,
escritor
francés de
inicios del
siglo XX y
que perdió
su fe en la
juventud,
cuando, ya
en la edad
madura,
empezó a
recuperarla,
tenía la
costumbre de
situarse a
la puerta de
las iglesias
y observar
las caras de
los que de
ellas
salían:
caras
seriotas,
apagadas,
medio
somnolientas
y tristes...
y esto
retrasaba su
vuelta a la
fe. El
aburrimiento
que esas
caras
dibujaban le
hacía pensar
que allí
dentro no
debían
darles nada
agradable.
¿Te pasa a
ti algo
parecido?
Y el mismo
Nietzsche no
se cansó de
repetir que
“si los
cristianos
creyéramos
en la
salvación,
que se
ofrece en
cada misa,
tendríamos
más caras de
salvación”.
¡Rostros de
resucitados!
Si la gente
cree que la
religión es
triste, lo
cree porque
te ve triste
y aburrido.
Si, en
cambio,
convirtiéramos
nuestras
celebraciones
en
verdaderas
fiestas: con
buenos
cantos y
cantores,
buenos guías
y lectores,
homilías
sustanciosas,
momentos de
silencio
profundo y
respetuoso,
jovialidad,
espíritu de
familia...
todos
vendrían a
ver qué
celebramos.
Celebramos
la fiesta de
Dios que nos
salva y nos
comunica su
vida divina.
Nuestra
mejor
homilía
sería para
el mundo el
rostro
alegre y
sereno de
los
cristianos
en domingo.
El domingo,
pues, es el
día de la
alegría, el
día del
amor. Por
eso hay que
santificarlo,
de manera
especial.
Esto no
significa
que los
demás días
de la semana
deben ser
días
paganos. No.
Pero el
domingo se
lo quiere
Dios
reservar
para
disfrutarlo
con todos
nosotros,
sus hijos,
de manera
especial,
sin el
agobio del
trabajo, y
sin las
preocupaciones
de la
semana.
Toda la
semana
tienes que
vivirla en
presencia de
Dios, y con
alegría, y
no sólo el
domingo. El
cristiano no
es sólo
dominguero.
El cristiano
vive su fe y
su alegría
en Cristo
todas las
horas, todos
los días de
la semana; y
no sólo el
domingo.
Pero el
domingo es
el día más
especial de
la semana
para ti,
para la
Iglesia,
para tu
familia, y
para Dios.
Si me sigues
leyendo,
sabrás por
qué es el
día más
especial de
la semana.
I. ¿QUÉ
CELEBRAMOS
EL DOMINGO?
Repasaré la
carta
apostólica
del Papa
Juan Pablo
II “Dies
Domini” del
31 de mayo
de 1998,
sobre el
domingo, día
del Señor.
¿La has
leído?
Sabes que el
día de culto
para los
musulmanes
es el
viernes, y
para los
judíos es el
sábado. ¿Y
para los
cristianos?
Es el
domingo.
¿Por qué el
domingo?
Porque
celebramos y
revivimos la
resurrección
de Cristo,
el gran
triunfo de
nuestra
salvación,
el gran día
de la
liberación
de todos los
creyentes.
¿Qué hacen a
los presos
cuando les
liberan y
llegan a su
patria? ¡Una
gran fiesta!
Así también
tú cada
domingo
deberías
gritar la
alegría de
tu
liberación
ganada para
ti por
Cristo
Resucitado.
Dios te ha
vuelto a
liberar de
los pecados
y te ha
concedido la
salvación
del alma.
Te resumo
los motivos
de tu
alegría
dominical,
según esta
carta del
Papa.
1° Cada
domingo
estás
celebrando
las
maravillas
obradas por
Dios
Creador,
quien
después de
haber creado
todo, al
séptimo día
descansó. En
cada misa
deberías
experimentar
aquel mismo
gozo que
Dios Creador
experimentó
después de
la creación:
“Y vio que
todo era muy
bueno”
(Génesis 1,
31).
¿Sientes
cada domingo
en la misa
el soplo de
Dios que te
vuelve a
crear y a
poner vida
sobre tu
cuerpo de
barro,
cansado y
deteriorado
por el
trabajo
semanal?
Dios vuelve
a soplar
sobre ti el
soplo de su
vida divina
y así
infundirte
su aliento,
su ánimo, su
fuerza, su
amor.
2° Cada
domingo es
el día del
Señor
Resucitado,
pues
conmemoramos
el triunfo
de Cristo
sobre la
muerte y el
pecado. El
domingo es
el día del
Sol
verdadero
que ilumina
nuestra
vida. Y
también el
domingo es
el día del
fuego, pues
la luz de
Cristo está
íntimamente
vinculada al
fuego del
Espíritu. En
cada domingo
te revistes
de esa luz y
de ese
fuego.
Deberías
salir hombre
luminoso y
lleno de
calor, es
decir, de
caridad,
bondad,
alegría.
Resucitas
junto con
Cristo. El
domingo,
pues, es el
día de la
fe. Por eso
rezas el
Credo: el
cristiano
renueva su
adhesión a
Cristo y a
su
Evangelio, y
renueva las
promesas del
Bautismo.
¿No te
entusiasma
saber todo
esto? Si
sales alegre
es porque te
has
encontrado
con Cristo
resucitado
en esa misa.
3° Cada
domingo es,
además, el
día de la
Iglesia.
¿Por qué?
Porque nos
reunimos
como
comunidad y
familia
cristiana:
con nuestro
sacerdote,
que preside
en nombre de
Cristo y con
todos los
fieles, que
junto a él,
celebran la
Eucaristía,
y que son
tus hermanos
en la fe. El
domingo es
el día de la
unidad, nos
une a todos,
la mesa de
la Palabra y
la mesa de
la
Eucaristía;
y nos damos
el abrazo y
el beso de
la paz. Y
todos
comulgamos
el mismo
Cuerpo de
Cristo. Es
sacrificio y
banquete y
encuentro
fraterno.
Por eso
todos
participamos:
cantos,
lectores,
guías,
personas que
llevan al
altar las
ofrendas...Si
faltas tú al
banquete, la
familia
cristiana no
está del
todo
contenta,
pues faltas
tú, que eres
miembro de
esta
familia.
¿Habías
pensado esto
alguna vez?
Pero si
vienes,
estamos muy
contentos
porque
estamos
reunidos
todos en
familia
cristiana
para este
banquete
eucarístico,
que nos
regala Dios
Padre al
ofrecernos
el Pan de su
Palabra y el
Cuerpo de su
Hijo, para
la salvación
de la
humanidad y
para el
fortalecimiento
de la
Iglesia y
para la
propia
santificación
personal y
comunitaria.
4° El
domingo es
también día
del hombre,
pues es día
de alegría,
descanso y
solidaridad.
Es día de
paz del
hombre con
Dios, de paz
consigo
mismo y de
paz con sus
semejantes.
Es día para
disfrutar en
familia,
para tomarse
un descanso
del trabajo,
para
compartir
algo con los
necesitados.
¿Haces esto
el domingo?
¡Cuántas
veces
algunos se
van de
juerga el
sábado en la
noche y
llegan a su
casa en la
madrugada
del domingo!
Y, ¿qué
hacen?
¿Santificar
el domingo?
¡Qué va! Se
echan a
dormir todo
el domingo,
pues vienen
cansados y
molidos de
su noche de
diversión o,
tal vez, de
sus
francachelas
donde ha
corrido
alcohol y
otras cosas.
¿Así se
santifica el
domingo? No
hagas tú
esto. ¡Por
amor de
Dios, no
hagas tú
esto! En
este día
comparte con
tu familia,
juega fútbol
con tus
amigos,
disfruta de
una buena
película con
los tuyos,
regálate con
un buen
almuerzo o
una buena
cena. Te lo
mereces,
porque el
domingo es
el día para
que te
alegres por
la
resurrección
del Señor.
Pero, sobre
todo, ve a
misa y
disfrútala,
encontrándote
con Dios
Padre, con
Cristo Amigo
y Redentor,
con tu
comunidad,
con tu fe.
5° El
domingo es
el día de
los días,
pues nos
recuerda el
domingo sin
ocaso, que
será el
cielo.
¿Habías
pensado todo
esto alguna
vez? Cada
domingo
deberías
sentir la
nostalgia
del
verdadero
domingo
eterno,
donde
disfrutarás
y gozarás de
la presencia
de Dios y de
los amigos
de Dios en
el cielo.
¿No te
ilusiona
esto?
Te cuento
una
maravillosa
anécdota
para que
veas qué
importante
es el
domingo, y
cómo todo
cristiano
debe
respetarlo
siempre.
Visitaba
Londres el
año 1844 el
zar de Rusia
Nicolás I, y
quiso ver
todo lo que
fuera digno
de atención.
Un domingo
se empeñó en
visitar la
famosa
fundición de
Nasmiths.
Fue un
ayudante a
hablar con
el
propietario
de la
fábrica para
pedirle hora
de visita.
Nasmiths,
buen
cristiano,
contestó:
- Poca cosa
verá hoy el
emperador en
mi fábrica,
porque, como
es domingo,
no se
trabaja.
Replicó el
ayudante:
- Estoy
seguro de
que no le
será difícil
ponerla en
marcha para
dentro de
unas horas.
Le estará
muy
agradecido
el
emperador.
Pero
Nasmiths no
cedía.
Aseguraba
que le
importaba
más el favor
de Dios.
Tampoco los
obreros
aceptarían
tal cosa.
Aún le
quedaba un
argumento a
su
interlocutor:
-
¿Trabajaría
usted hoy si
se lo
mandase la
reina de
Inglaterra?
La respuesta
del
fabricante
dejó zanjada
definitivamente
la cuestión:
- Nuestra
reina no me
exigiría
nada
parecido.
¿Qué te
pareció?
¡Cuántos
cristianos
hoy dejan la
misa
dominical
por
cualquier
nadería!
¿Sabes el
testimonio
de unos
cristianos
del Norte de
África, en
Cartago en
el año 304?
Fueron
presentados
al procónsul
por los
oficiales
del
tribunal. Se
le informó
que se
trataba de
un grupo de
cristianos
que habían
sido
sorprendidos
celebrando
una reunión
de culto con
sus
misterios
(es decir,
la santa
misa).
El primero
de los
mártires
torturados,
Téleca,
gritó:
- Somos
cristianos:
por eso nos
hemos
reunido.
El procónsul
preguntó:
- ¿Quién es,
junto
contigo, la
cabeza de
estas
reuniones?
El mártir
respondió
con voz
clara: - El
presbítero
Saturnino y
todos
nosotros.
Victoria,
una de las
cristianas,
declaró: -
Todo lo que
he hecho, lo
hice
espontáneamente
y por mi
propia
voluntad.
Sí, yo he
asistido a
la reunión y
he celebrado
los
misterios
del Señor
con mis
hermanos,
porque soy
cristiana.
El
presbítero
Saturnino,
experimentando
las torturas
en su
cuerpo, fue
llevado
delante del
procónsul,
que le dijo:
- Tú has
obrado
contra el
mandato de
los
emperadores
reuniendo a
todos estos.
Saturnino,
lleno del
Espíritu, le
respondió: -
Hemos
celebrado
tranquilamente
el día del
Señor,
porque la
celebración
del Día del
Señor no
puede
omitirse.
Mientras
atormentaban
al
sacerdote,
saltó
Emérito, un
lector: -Yo
soy el
responsable,
pues las
reuniones
las han
celebrado en
mi casa. Y
lo hemos
hecho porque
el Día del
Señor no
puede
omitirse:
así lo manda
la ley.
El procónsul
le
preguntó:-
¿En tu casa
se han
tenido las
reuniones?
¿Por qué les
permitiste
entrar?
- Porque son
mis hermanos
y no podía
impedírselo.
- Pues tu
deber era
impedírselo.
- No me era
posible,
pues
nosotros no
podemos
vivir sin
celebrar el
misterio del
Señor (“sine
dominico non
possumus”;
es decir, no
podemos
vivir sin la
misa).
Asimismo
varios de
los
cristianos
salieron a
declarar. -
Nosotros
somos
cristianos,
y no podemos
guardar otra
ley que la
ley santa
del Señor.
El procónsul
les dijo: -
No les
pregunto si
son
cristianos,
sino si han
celebrado
reuniones.
El autor de
la crónica a
este punto
comenta:
“Necia y
ridícula
pregunta del
juez. Como
si el
cristiano
pudiera
pasar sin
celebrar el
Día del
Señor.
¿Ignoras,
Satanás, que
el cristiano
está
asentado en
la
celebración
del Día del
Señor?”.
Un joven,
Félix, dio
valiente
testimonio:
- Yo celebré
devotamente
los
misterios
del Señor, y
me junté con
mis
hermanos,
porque soy
cristiano.
Un niño,
llamado
Hilariano,
sin miedo a
los
tormentos,
también
dijo:- Yo
soy
cristiano, y
espontáneamente
y por propia
voluntad
asistí a la
reunión,
junto a mi
padre y mis
hermanos...
¡Qué
impresionante
testimonio
de hermanos
nuestros
cristianos
del siglo
IV! Sin el
domingo, sin
la misa
dominical no
podían
vivir. Les
podían
quitar todo:
casas,
ganado,
familia,
dinero…Pero
no podían
quitarles el
domingo,
porque sin
él no podían
vivir los
primeros
cristianos.
Los
cristianos
del siglo
XXI, ¿pueden
decir esto
mismo? Te
dejo pensar.
II. ¿POR
QUÉ ALGUNOS
NO VIENEN A
MISA LOS
DOMINGOS?
Dice el Papa
Benedicto
XVI: “La
participación
en la misa
dominical no
tiene que
ser
experimentada
por el
cristiano
como una
imposición o
un peso,
sino como
una
necesidad y
una alegría.
Reunirse con
los
hermanos,
escuchar la
Palabra de
Dios,
alimentarse
de Cristo,
inmolado por
nosotros, es
una
experiencia
que da
sentido a la
vida, que
infunde paz
en el
corazón. Sin
el domingo,
nosotros,
los
cristianos,
no podemos
vivir”.
¿Por qué no
todos los
cristianos
experimentan
esto que
dice el
Papa?
Hay
dificultades
internas y
externas,
sociales y
culturales,
personales y
ambientales:
“No tengo
tiempo, eso
no es para
mí; aunque
yo no voy a
misa, soy
buen
cristiano;
voy cuando
puedo; no
acostumbro,
eso es cosa
de mujeres”;
etc...
Algunos
jóvenes,
como dijimos
anteriormente,
el domingo
se reponen
de sus
juergas del
viernes y
sábado en la
noche.
Unos no
vienen por
no saber lo
que en cada
misa vivimos
y
celebramos:
el encuentro
con Cristo
resucitado
que nos sale
a través de
su Palabra,
del Pan
partido y de
la comunidad
reunida.
Falta una
verdadera
formación.
Otros por
pereza,
simple
pereza. No
tienen una
jerarquía de
valores en
su vida.
Para ellos
es más
importante
ver un
partido de
fútbol por
televisión
que venir a
misa. Cuando
en realidad
podrías
hacer las
dos cosas:
ver el
partido a
una hora y
participar
de la misa
en otra hora
del domingo,
pues se
celebran
misas cada
hora, más o
menos.
Hay quienes
se van
olvidando de
Dios, debido
a la
indiferencia
religiosa, a
la
ignorancia
de esta
dimensión
religiosa
del hombre,
y se dejan
llevan del
espíritu
materialista.
Se han
perdido las
actitudes
más nobles
del hombre
ante Dios:
gratitud,
reconocimiento,
alabanza,
confianza y
amor. ¿No
tienes nada
que
agradecer a
Dios cada
domingo?
¡Cuántas
cosas el
Señor te ha
regalado
durante la
semana! ¡Qué
hermoso
detalle con
Dios venir a
misa para
agradecer!
¿Cómo lo
ves?
¿Por qué
algunos no
vienen a
misa?
1.“Yo no
voy a misa
porque es
muy larga”
¿De veras?
¿Cuánto dura
una misa de
domingo? Una
hora. Esto,
¿te parece
mucho? La
religión que
tiene su
reunión
semanal más
breve es la
religión
católica.
Las
reuniones de
las demás
comunidades
son mucho
más largas,
cuando se
reúnen cada
semana. Los
cristianos
de oriente
(Grecia,
Rusia,
Turquía y
Egipto,
etc.)
demoran casi
tres horas
en su misa
del domingo,
y dicen:
“Con Dios no
hay que
tener afanes
y prisas.
¿Por qué
andar con
tacañería
robándole
tiempo al
Dios que nos
dio todo el
tiempo que
tenemos y
que nos va a
dar la
eternidad?”.
Ciertos
católicos
que dicen
que no van a
misa porque
dizque es
muy larga,
se van en
cambio a un
estadio de
fútbol
cuatro horas
antes de que
empiece un
partido
internacional
y allí
sentados
sobre un
duro
cemento,
aguantando
la
inclemencia
del frío o
del calor,
se están
seis o más
horas...y
esto no les
parece
largo. O
incluso se
van hasta el
extranjero,
hasta Japón,
por ejemplo,
para ver a
su equipo
jugar.
Por eso un
santo decía:
“La que es
larga no es
la misa. La
que es corta
es tu fe”.
Por tener
raquítica tu
fe, por eso
la misa te
parece
larga.
2. “Yo no
voy a misa
porque me
queda muy
lejos”
¿De veras?
En una
ciudad
pavimentada,
con
abundantes
colectivos,
donde hay
bastantes
iglesias y
bastantes
misas en
domingo...¿te
queda lejos?
Los antiguos
campesinos,
nuestros
abuelos,
caminaban
cuatro y más
horas para
ir a misa
del domingo
y nosotros,
sus hijos o
nietos, ¿no
seremos
capaces de
viajar por
media hora
para ir a la
santa misa,
que nos va a
obtener el
perdón de
los pecados
y la
salvación
del alma?
Es una falsa
excusa
puesta por
el demonio,
porque él
sabe las
gracias
inmensas que
te
proporciona
la santa
misa. El
demonio es
como un
ladrón que
nos asalta
cada domingo
y nos roba
estas
gracias.
3.“Yo no
voy a misa
porque no
tengo
tiempo”
Esta excusa
es una
mentira.
Cada uno
tiene tiempo
para lo que
quiere, y no
tiene tiempo
para lo que
no quiere.
¿Es posible
que en doce
horas de luz
del domingo,
no tengas ni
una hora
para Dios?
¿Tan falto
de fe estás?
Si en cada
misa te
dieran un
millón de
dólares,
¿quién no
iría? Pues
en cada misa
se gana
mucho más
que un
millón de
dólares. Se
ganan
tesoros para
el cielo y
para tu
propia
santidad
personal,
para tu
familia,
para el
mundo, para
toda la
Iglesia. No
te prives de
estas
gracias que
te
enriquecen y
con las que
enriqueces a
todos.
¿Todo el
tiempo del
domingo
dedicado al
cuerpo que
es mortal, y
no hay ni
una hora
para el alma
que no se va
a morir
nunca y que
está llamada
a disfrutar
de Dios en
el cielo?
Tenemos
tiempo para
dormir,
tiempo para
comer,
tiempo para
charlar,
jugar y ver
televisión,
y bailar y
reír y hasta
tiempo para
pecar...y
¿no tenemos
tiempo para
Dios y para
el alma?
La misa dura
60 minutos.
El domingo
tiene 1.440
minutos.
¿Cuántos
minutos das
a Dios y
cuántos te
reservas
para ti?
4.“Yo no
voy a misa
porque no me
nace de
dentro”
Las leyes no
son para
cuando te
nace el
cumplirlas.
¿Qué tal si
llamáramos a
los
empleados
del gobierno
y les
dijéramos:
“Nosotros
que vivimos
en la calle
X y en el
número Z ya
no pagaremos
en adelante
ni luz, ni
teléfono, ni
agua...porque
no nos nace
pagar”? ¿De
veras nos
dejarían
estos
servicios?
Yo creo que
nos
cortarían
luz, agua y
teléfono en
ese mismo
instante. ¡Y
esto es
lógico y
razonable!
¡Hay que
pagar! Las
leyes no son
para
cumplirlas
cuando nos
nace. Son
para todas
las veces,
para cuando
nos nace y
para cuando
no nos nace.
Imagínate si
te subieras
a un
colectivo y
le dijeras
al chofer:
“Señor, hoy
no le pago
porque no me
nace”, ¿qué
te
respondería
el chofer?
Se
enfurecería
y te
mandaría
fuera. Si a
un chofer
que te va a
llevar por
unos
kilómetros
no te
atreves a
decirle que
no le pagas
porque no te
nace, y a
Dios que te
quiere
llevar al
cielo, sí le
dices que no
vas a misa
porque no te
nace.
¿Respetas
más a un
chofer que a
Dios
Creador?
Si no nos
nace ir a
misa
tendremos
doble
premio. Uno
por la misa
en sí misma
y otro por
el
sacrificio
que hicimos
al asistir a
ella sin
tener deseos
de asistir.
Jesús dijo
que la
primera
condición
para ser
discípulo es
negarse a sí
mismo, es
decir, hacer
lo que nos
cuesta
hacer.
Si en la
vida sólo
hiciéramos
lo que nos
agrada...¿cuántos
estudiarían,
cuántos
trabajarían,
cuántos
cumplirían
sus deberes?
Al cielo no
se va en el
colchón de
la
facilidad,
sino por el
camino
angosto y
estrecho del
sacrificio,
ofrecido por
amor a Dios.
5. “Yo no
voy a misa
porque el
cura es muy
aburrido”
Es que no
tienes que
ir a misa
por el cura.
Tienes que
ir para
encontrarte
con Jesús,
para
alimentarte
con su
Palabra y
con su
Cuerpo y
para
compartir la
fe con tu
comunidad
parroquial,
y salir con
ilusión de
la misa
dispuesto a
transmitir
lo que ahí
se te ha
dado: el
mensaje de
Cristo que
libera y
hace feliz.
Estoy de
acuerdo
contigo en
que el
sermón del
cura es muy
importante y
que el cura
debe
prepararlo
muy bien,
por respeto
a sus
oyentes que
vienen cada
domingo para
llevarse un
mensaje
concreto,
vivo,
convencido y
actual,
extraído de
las lecturas
de ese día.
Por lo
demás, si no
te gusta el
cura de tu
parroquia,
eres libre
para ir a
otra iglesia
donde
encuentres
un cura que
entiendas,
que te
llegue al
corazón, que
hable tu
idioma, que
te
comprometa
con tu fe.
¡Hay tantos
y tan
excelentes!
Pero no te
pierdas la
oportunidad
de nutrirte
interiormente
y de
contagiar tu
alegría a
los demás.
En pocas
palabras,
las causas
profundas
por las que
muchos no
van a misa y
no respetan
el domingo
son éstas:
el olvido de
Dios, la
negación de
Dios, la
indiferencia
religiosa,
ignorar las
dimensiones
del
espíritu,
desconocer
que el
hombre es
criatura,
limitada y
débil, y se
realiza en
Dios, y en
Él alcanza
la plenitud.
Abandonada o
descuidada
la
referencia a
Dios, se
está
produciendo
una especie
de vacío
espiritual,
sobre todo
en los
jóvenes, que
se
manifiesta
con
frecuencia
en
situaciones
de
aburrimiento
o falta de
ilusión.
Para
recuperar el
domingo hay
que comenzar
por
recuperar a
Dios en el
corazón
humano,
teniendo
presente que
negar a Dios
es negar al
hombre, y
despreciar a
Dios es
dejar
desamparado
al hombre.
Hay que
recuperar
las
actitudes
más nobles
del hombre
ante Dios:
gratitud,
reconocimiento,
alabanza,
confianza y
amor.
El tercer
mandamiento
de la Ley de
Dios manda,
pues, ir a
misa y
santificar
las fiestas.
El ir a Misa
es un bien
para el
hombre y le
ayuda a
recuperarse,
a
realizarse,
a vivir en
dignidad, a
no apartarse
de Dios, a
vivir de
cara a Él.
El día
séptimo, el
domingo, es
un día que
Dios bendijo
y lo hizo
sagrado.
Todos los
mandamientos
afectan e
interesan a
todos los
hombres,
están
grabados en
el corazón
humano, son
buenos para
todos porque
a todos
ayudan a
caminar y su
observancia
redunda en
bien de toda
la sociedad.
En el caso
del tercer
mandamiento,
la fiesta,
el descanso,
el culto a
Dios, la
convivencia
familiar y
social, son
otros tantos
aspectos de
la vida
favorecidos
por el
precepto de
observar las
fiestas.
Este
mandamiento
te ayuda
tener en
cuenta los
valores del
espíritu y
las
realidades
trascendentes.
¿Por qué el
domingo y no
el sábado
judío? Te
vuelvo a
repetir:
Porque el
domingo es
el día en
que Cristo
resucitó, y
por tanto,
es el día
gozoso de la
nueva
creación.
Desde el
inicio de la
Iglesia
celebrar el
domingo era
reunirse en
comunidad,
hacer
memoria del
Señor,
volver a
escuchar su
Palabra,
conmemorar y
hacer
presente su
sacrificio,
su ofrenda
al Padre por
todos y
fortalecerse
con el
alimento de
su Cuerpo en
la
Eucaristía.
Orar,
cantar, dar
gracias,
reconciliarse
y ayudarse
mutuamente
como
hermanos.
¿Por qué hay
que
santificar
las fiestas?
¿Por qué hay
que ir a
misa todos
los
domingos?
El motivo
profundo por
el que el
hombre ha de
celebrar el
domingo, es
su relación
directa,
vital,
esencial,
con Dios, su
Creador y
Padre, y con
Cristo, el
Señor, y con
la Iglesia,
ese medio de
salvación
que nos
regaló
Cristo para
formar la
comunidad de
creyentes, y
con la
familia, esa
iglesia en
pequeño.
III.
¿CÓMO
RECUPERAR EL
GUSTO POR EL
DOMINGO Y
POR LA MISA?
Necesitas
rescatar la
belleza del
domingo. El
domingo es
el día
propicio
para
recuperar
fuerzas,
serenar el
espíritu,
moderar las
prisas,
evitar que
se dispare
la ansiedad.
El domingo
es una cura
o terapia de
materialismo,
de egoísmo y
de mal humor
acumulado
durante la
semana.
¿Verdad que
durante la
semana,
queriendo o
sin querer,
acumulas un
poco de todo
eso? Ven a
misa, y
recupera la
paz.
El domingo
abre la
ventana al
espíritu,
propicia la
relación
fraterna
desinteresada,
ayuda a
recuperar el
sentido de
la vida, a
cultivar el
amor
verdadero y
la fe
profunda, y
a despertar
la esperanza
gozosa, tan
necesaria
para vivir y
luchar.
Perder el
domingo, es
renunciar a
una parte
importante
de la vida;
es decir, a
la dimensión
espiritual
de la
persona.
Pero si
renuncias a
esta parte
de tu vida,
¿qué te
queda? Un
simple
animal que
come y
duerme y
trabaja. Por
eso, te
invito a
rescatar tu
domingo que
te
dignifica,
te
ennoblece,
te
espiritualiza
y te
humaniza.
Aún hay más.
En el
domingo
celebramos
un misterio
¡Es Pascua!
¡Es el día
de la
creación
nueva y
siempre
renovada!
¡Es luz y
alegría y
gozo! ¡Es
resurrección!
¡Encuentro
con Cristo
resucitado y
con la
comunidad
viva!
En general
no se valora
la misa, por
eso no se va
a misa.
Cuando se
valora la
misa y se
sabe lo que
en ella se
realiza,
entonces
nunca se
dejará la
misa.
En la misa
se celebra
un banquete.
En ella se
realiza una
inmolación y
un
sacrificio.
En ella se
queda una
presencia
viva.
Primero, en
la misa se
celebra un
banquete. Lo
primero que
llama la
atención
cuando
participas
de la santa
misa es su
carácter de
banquete.
Observa a tu
alrededor.
Vestimenta
del
sacerdote,
según el
período
litúrgico.
Manteles
limpios y
tendidos
sobre el
altar.
Flores
variadas que
perfuman el
recinto
sagrado.
Velas
encendidas
sobre el
altar que
invitan a la
cena.
Pan y vino
compartidos,
convertidos
en Cuerpo y
Sangre de
Cristo.
Alegres y
variados
cantos que
proclaman
nuestra fe,
esperanza y
amor a Dios.
Saludos y
abrazos de
paz y
fraternidad.
Este
banquete
está
ordenado a
la unidad de
la Iglesia.
Tanto el
pan,
elaborado
con muchos
granos de
trigo, como
el vino,
exprimido de
muchos
racimos,
constituyen
también un
símbolo de
la íntima
unidad que
la
eucaristía
realiza
entre
nosotros,
que somos
muchos.
Asimismo, la
gota de agua
que el
sacerdote
mezcla con
el vino es
expresión
del pueblo
cristiano
que se
sumerge en
Cristo. Por
tanto, ya en
el plano de
los signos
que vemos en
cada misa:
banquete,
pan, vino,
gota de
agua,
cantos... se
muestra la
eucaristía
como
sacramento y
banquete de
unidad de la
Iglesia.
La
eucaristía
es banquete,
donde
recibimos el
cuerpo
resucitado y
glorificado
de Cristo. Y
al entrar el
Cuerpo
glorificado
de Cristo en
nuestra
carne
mortal, la
va
espiritualizando,
santificando,
purificando
y llenándola
de
inmortalidad.
La vida
nueva que
recibimos y
que se
aumenta en
cada
comunión es
ya el inicio
y germen de
la vida
eterna.
Eso sí: es
un banquete
y hay que
venir con el
traje de
gala de la
gracia y
amistad de
Dios en tu
alma, si es
que quieres
comer el
Cuerpo de
Cristo. Si
no, acércate
antes a la
confesión.
En segundo
lugar, la
misa es
sacrificio e
inmolación.
¿Qué
significa
esto?
Es el
sacrificio
de Cristo en
la Cruz que
se actualiza
y se hace
presente
sacramentalmente
sobre el
altar. El
sacrificio
que hizo
Jesús en la
Cruz, el
Viernes
Santo,
muriendo por
nosotros
para darnos
la vida
eterna,
abrirnos el
cielo,
liberarnos
del
pecado... se
vuelve a
renovar en
cada misa,
se vuelve a
conmemorar y
a revivir
desde la fe.
Cada misa es
Viernes
Santo. Es el
mismo
sacrificio e
inmolación,
pero de modo
incruento,
sin sangre.
El mismo
sacrificio y
con los
mismos
efectos
salvíficos.
En cada misa
asistimos
espiritualmente
al Calvario,
al
Gólgota... y
en cada misa
con la fe
podemos
recordar,
por una
parte, los
insultos,
blasfemias
que le
lanzaron a
Jesús en la
Cruz... y
por otra
parte, las
palabras de
perdón de
Cristo a los
hombres y de
ofrecimiento
voluntario y
amoroso a su
Padre
celestial:
“Padre,
perdónales,
porque no
saben lo que
hacen...Todo
está
cumplido”.
En cada
misa, ese
Cordero
divino que
es Jesús se
entrega con
amor para,
con su Carne
y Sangre,
dar vida a
este mundo y
a cada
hombre.
Si
tuviéramos
fe, nos
dejaríamos
empapar de
esa sangre
que cae de
su costado
abierto... y
esa sangre
nos
purificaría,
nos lavaría,
nos
santificaría.
Y la misa,
en tercer
lugar, es
presencia.
Es presencia
de Cristo,
en la forma
de pan, que
se queda en
el Sagrario
para ser tu
amigo, tu
confidente,
para que le
comas, te
alimentes,
entres en
común unión
con Él. Y
esa
presencia se
puede
guardar en
los
Sagrarios
para que tú
puedas
visitarlo
durante el
día y
saludarlo, y
cuando te
enfermes,
pueda el
sacerdote
llevarte
hasta tu
casa el Pan
de vida, que
es Cristo, y
que está
reservado en
ese
Sagrario,
donde está
la Presencia
viva y
sacramental
de Cristo.
¡Qué sublime
es, pues, la
santa Misa,
la
Eucaristía!
La
Eucaristía
nos crea un
lazo de
carne y de
sangre -un
vínculo
familiar-
entre
nosotros y
Dios. Cristo
asumió la
carne humana
para darla
por nosotros
y para
dárnosla a
nosotros en
la
Eucaristía.
La liturgia
eucarística
es una
comida
sacrificial
de alianza.
Renueva una
alianza, y
cada alianza
sella un
vínculo
familiar.
Como el Hijo
de Dios se
hizo hombre,
así nosotros
nos hacemos
divinos,
«hijos en el
Hijo», por
usar la
frase
favorita de
los Padres
de la
Iglesia.
Ahora dime,
¿la misa es
aburrida?
Hay que
entenderla.
Y después,
se saborea y
llega a ser,
no una
obligación,
sino una
necesidad
del alma y
del corazón.
Termino
diciéndote
que el
domingo es
necesario
para todos.
Casados:
necesitáis
el domingo y
la misa
dominical,
para renovar
vuestras
promesas
matrimoniales.
Familias:
necesitáis
el domingo
para renovar
los lazos de
amor y
armonía.
Jóvenes:
necesitáis
el domingo
pues es
Jesús quien
quiere pasar
ese día con
vosotros,
daros su
Palabra y su
Cuerpo, y
así ser
fuertes para
dominar las
pasiones y
distinguir
el bien y el
mal, y
transformaros
en Él y ser
santos.
Niños:
necesitáis
el domingo
porque os
estáis
preparando
para la
primera
comunión, es
decir para
comulgar a
Jesús,
hacerle
vuestro
amigo
íntimo... os
estáis
preparando
para la
confirmación
y así
recibir al
Espíritu de
Jesús.
Ricos:
necesitáis
el domingo
para que las
riquezas no
os
esclavicen y
resucitéis a
una vida
nueva, y así
aprender a
usar
rectamente
vuestras
riquezas y a
ser
generosos
con los
necesitados.
Pobres:
necesitáis
el domingo
para sentir
a Cristo
como
verdadero
riqueza en
vuestra vida
y superar
los
sentimientos
de disgusto,
rencor, de
venganza y
de odio, tal
vez, por ser
pobres.
Sanos:
necesitáis
el domingo
para
agradecer la
salud a
Dios.
Enfermos:
necesitáis
el domingo
para recibir
consuelo...
aunque sea,
vivid la
misa por
televisión o
por radio,
si no podéis
acercaros a
la
parroquia.
Todos
necesitamos
el domingo y
la misa.
Pero, no
olvidemos:
hay que
acercarnos a
la misa con
fe, con la
conciencia
pura, con
alegría y
con mucho
amor.
Reza
conmigo:
“¡Oh,
Señor!
Gracias por
el día
domingo que
nos recuerda
el domingo
sin ocaso en
que
viviremos
contigo
eternamente
en el
cielo”.
Pero no
reduzcas tu
relación con
Dios a la
sola misa
dominical.
Durante
todos los
días debes
vivir en
presencia de
Dios. Y
cuando
puedas ir a
misa entre
semana,
hazlo, pues
ya has
comprendido
lo que
significa la
misa.
IV.
DOMINGO, DÍA
DE DESCANSO
Y
CONVIVENCIA
FAMILIAR
El domingo
no es sólo
para ir a
misa, sino
también para
descansar y
para la
convivencia
familiar.
Dijo el Papa
Juan Pablo
II: “Durante
algunos
siglos, los
cristianos
han vivido
el domingo
sólo como
día del
culto, sin
poder
relacionarlo
con el
significado
específico
del descanso
sabático.
Solamente en
el siglo IV,
la ley civil
del Imperio
Romano
reconoció el
ritmo
semanal,
disponiendo
que en el
“día del
sol” los
jueces, las
poblaciones
de las
ciudades y
las
corporaciones
de los
diferentes
oficios
dejaran de
trabajar.
Los
cristianos
se alegraron
de ver
superados
así los
obstáculos
que hasta
entonces
había hecho
heroica la
observancia
del día del
Señor…Los
Concilios
han
mantenido,
incluso
después de
la caída del
Imperio, las
disposiciones
relativas al
descanso
festivo…”
(Carta
apostólica,
Dies Domini
número 64).
¿Conoces a
alguien a
quien no le
gusten los
fines de
semana y los
así llamados
“feriados
largos”?
Seguramente
no. Y es que
a todos,
absolutamente
a todos los
hombres y
mujeres nos
gusta
descansar,
divertirnos,
estar con la
familia y
con los
amigos,
hacer algo
de deporte,
olvidarnos
de las
preocupaciones
y del
trabajo para
dedicar un
tiempo a
nosotros
mismos y a
lo que
sanamente
nos gusta.
Esta
necesidad de
descanso
Dios la
conoce desde
siempre,
está en la
naturaleza
del hombre.
Por otra
parte, Dios
planeó al
hombre
dentro de
una familia.
Él sabe que
en la
familia es
donde el
hombre
recibe los
valores, el
cariño, la
comprensión
que necesita
y que
difícilmente
se puede
encontrar
fuera del
seno
familiar.
También Dios
sabía desde
un principio
que el
hombre, con
una vida tan
acelerada,
iba a tener
poco tiempo
para pensar
en las cosas
de Dios y Él
sabe que
sólo en Él
puede el
hombre
encontrar la
felicidad.
¿Cómo puede
llegar el
hombre a ser
feliz, cómo
podrá
conocer a
Dios, si no
tiene tiempo
para ello?
Para
resolver
este
problema,
Dios, en su
sabiduría,
nos da este
mandamiento:
“Santificarás
las
fiestas”,
con el que
asegura que
el hombre
dedicará por
lo menos un
día a la
semana al
descanso, a
la
convivencia
familiar y a
ocuparse en
las cosas de
Dios.
El domingo
es día
también para
el descanso.
Para el
descanso del
espíritu y
del cuerpo.
La
alternancia
entre
trabajo y
descanso,
propia de la
naturaleza
humana, es
querida por
Dios mismo,
como se
deduce del
pasaje de la
creación en
el libro del
Génesis (cf
2, 2-3; Ex
20, 8-10).
El descanso
es una cosa
“sagrada”,
siendo para
el hombre la
condición
para
liberarse de
la serie, a
veces
excesivamente
absorbente,
de los
compromisos
terrenos y
tomar
conciencia
de que todo
es obra de
Dios.
El Papa León
XIII, en la
encíclica
Rerum
Novarum,
presentaba
el descanso
festivo como
un derecho
del
trabajador
que el
Estado debe
garantizar.
Por tanto,
el descanso
sano y la
distensión
serena son
necesarios a
la dignidad
de los
hombres, con
las
correspondientes
exigencias
religiosas,
familiares,
culturales e
interpersonales,
que
difícilmente
pueden ser
satisfechas
si no es
salvaguardando
por lo menos
un día de
descanso
semanal en
el que gozar
juntos de la
posibilidad
de descansar
y de hacer
fiesta.
En este día
de descanso,
las cosas
materiales,
por las
cuales nos
inquietamos,
dejan paso a
los valores
del
espíritu;
las personas
con las que
convivimos
recuperan,
en el
encuentro y
en el
diálogo más
sereno, su
verdadero
rostro. Las
mismas
bellezas de
la
naturaleza
pueden ser
descubiertas
y gustadas
profundamente
en esos días
de descanso.
Este
descanso
responde a
una
auténtica
necesidad,
en plena
armonía con
la
perspectiva
del mensaje
evangélico.
El creyente
está, pues,
llamado a
satisfacer
esta
exigencia,
conjugándola
con las
expresiones
de su fe
personal y
comunitaria,
manifestada
en la
celebración
y
santificación
del día del
Señor.
No olvides
que descanso
no significa
estar sin
hacer nada o
estar tirado
todo el día
en la cama.
La misma
naturaleza
del hombre
se rebela en
forma de
aburrimiento
cuando éste
no realiza
ninguna
actividad.
Las
actividades
deportivas,
recreativas,
culturales y
apostólicas
en familia
te darán más
descanso
corporal y
espiritual
que una
mañana
entera de
domingo
tumbado en
la cama
viendo
televisión.
La ociosidad
es la madre
de todos los
vicios. Si
no ocupas tu
mente y tu
tiempo en
cosas
buenas, el
demonio se
encargará de
llenarlos de
cosas malas.
Lo mejor es
programar tu
descanso
incluyendo
momentos
para
recuperar el
sueño, pero
también con
actividades
que relajen
la mente y
el cuerpo:
deporte,
lectura,
pintura,
visitas
turísticas,
convivencia
familiar,
escuchar
buena
música, ver
una buena
película,
hacer un
paseo con
tus amigos y
tomarse un
buen
aperitivo,
etc.
Dentro de
este
descanso se
encuentra la
convivencia
familiar.
¡Qué hermoso
es estar
reunidos
todos en
familia,
compartiendo
la mesa con
un buen
asado, la
charla amena
y sana, o
escuchando
una música
tranquila, o
viendo
juntos una
película
positiva, o
asistiendo a
un concierto
cultural, o
paseando
alegremente
por los
verdes
parques,
donde
corretean y
juegan los
niños! Todo
esto oxigena
el alma y el
cuerpo.
La atención
a la familia
es
importantísima,
pues en los
días de
clases o de
trabajo,
sabes que es
muy difícil
que todos
los miembros
de la
familia
puedan estar
reunidos,
debido a los
diferentes
horarios de
clase y
trabajo y a
las diversas
actividades
que cada
miembro debe
realizar. Es
necesario
aprovechar
los fines de
semana para
charlar,
convivir y
conocerse
mutuamente,
y así la
familia
pueda
cumplir con
su misión.
Entre lo que
te ofrece la
sociedad,
debes elegir
las
diversiones
que estén
más de
acuerdo con
una vida
conforme a
los
preceptos
del
Evangelio.
Este
descanso es
un anticipo
del descanso
eterno,
donde habrá
cielos
nuevos y
tierra
nueva, y
donde la
liberación
de la
esclavitud
de las
necesidades
será
definitiva y
total.
Te contaré
esta
anécdota
simpática.
Casiano
cuenta en
sus
Colaciones
una
simpática
leyenda
sobre san
Juan
evangelista.
Acariciaba
san Juan un
día una
perdiz
apaciblemente.
De pronto
vio venir
hacia él a
cierto
filósofo con
un arco en
la mano
dispuesto a
dedicarse a
la caza. Le
pareció a
éste que un
hombre de la
reputación
del santo no
debería
entretenerse
en algo tan
insignificante
y de tan
poco
relieve.
- ¿Eres tú
ese Juan
cuya insigne
fama y
celebridad
habían
suscitado en
mí tan gran
deseo de
conocer?
¿Por qué,
pues, te
entretienes
en tan
fútiles
diversiones?
Por toda
respuesta le
dijo el
Santo:
- ¿Qué es
eso que
llevas en la
mano?
- Un arco.
- ¿Y por qué
no lo llevas
siempre
tenso?
- No
conviene
-replicó el
filósofo-
porque a
fuerza de
estar
curvado la
tensión lo
enervaría y
lo echaría a
perder. Así,
cuando es
necesario
lanzar un
disparo más
potente
contra una
fiera, por
haber
perdido su
fuerza
debido a la
continua
rigidez, el
tiro no
parte ya con
la violencia
necesaria.
Concluyó el
apóstol Juan
diciendo que
no se
extrañase de
aquel
inocente
modo de dar
descanso a
su espíritu.
Si no lo
haces de vez
en cuando,
la misma
continuidad
del esfuerzo
lo
ablandaría,
y no
respondería
lo mismo
cuando se le
pidiera
mayor
esfuerzo.
¿Qué te
pareció?
Que no te
pase lo que
cuenta un
artículo que
leí por ahí.
Se titulaba:
Seis normas
para
preparar su
infarto;
cúmplelas al
pie de la
letra y
pronto tu
corazón
dejará de
latir.
1) Tu
trabajo
antes que
nada. Los
asuntos
personales
son
secundarios.
Entrégate de
lleno a tu
trabajo,
piensa solo
en producir,
esta es su
clave.
Tienes que
ser un
hombre o una
mujer de
éxito...
¡aunque lo
disfrutes en
el
cementerio!
2) Vete a tu
oficina
también los
sábados por
la tarde.
Nada de
descanso,
nada de
cine, nada
de canas al
aire. A lo
mejor el
trabajo del
sábado te
reporta
algunos
dólares que
te servirán
cuando te dé
el anhelado
infarto.
3) Por las
noches es
peligroso ir
a la
oficina, te
pueden
atracar, y
es mejor que
lleves el
trabajo a tu
casa. Cuando
todos
duermen,
puedes
trabajar a
tus anchas.
4) Nunca
digas “no” a
lo que piden
que hagas.
Métete en
todos los
comités,
consejos,
comisiones,
vete a todas
las
reuniones.
Demuestra
que eres el
mejor.
Métete en
todas las
asociaciones
a las que
pertenecía
tu padre.
5) Tú eres
de acero, no
tomes
vacaciones,
ya las
tomarás
cuando
mueras. El
cementerio
es un buen
hotel de
reposo. No
hace ruido.
6) Si tienes
que viajar,
por tu
trabajo
claro está,
trabaja
noche y día,
pon cara de
angustia; no
duermas,
grita, trata
mal a tus
subalternos.
Tú eres el
jefe. Tú
mandas.
Todos tus
empleados
irán a tu
entierro...
Pero para
constatar
que hayas
quedado bien
enterrado.
Y termina
así este
artículo:
Aquí yace
Inocencio
Romero. De
joven, gastó
su salud
para
conseguir
dinero. De
viejo, gastó
su dinero
para
conseguir
salud. Sin
salud y sin
dinero, aquí
yace
Inocencio
Romero.
Haz
conciencia
de lo que
realmente
tiene
prioridad en
tu vida.
Date un buen
descanso
para
disfrutar de
tu familia,
de tus
amigos y así
tu cuerpo y
tu alma
estarán
siempre
fuertes para
hacer el
bien.
Déjame
terminar
este
apartado con
un apéndice:
las
vacaciones.
¿Qué decirte
de las
vacaciones
anuales?
Te daré un
manual de
recetas para
sobrevivir
en el
verano.
Aunque eso
de
sobrevivir
puede tener
alguna
connotación
negativa.
Quizás se
trate de
sacarle el
máximo
provecho
familiar y
educativo a
una época
del año que
necesita ser
repensada.
Esto va,
especialmente,
para los
padres de
familia.
1.- Horario
flexible,
pero horario
Una casa,
incluso el
lugar de
vacaciones
elegido, no
se puede
convertir en
un sitio en
el que
desaparezcan
los relojes.
Tampoco se
puede caer
en el otro
extremo:
"venga,
corre que
llegamos
tarde".
Nada mejor,
en un
verano, que
respetar el
horario de
comidas,
incluido el
desayuno.
Quizás, todo
el secreto
psicológico
y filosófico
de esta
cuestión se
puede
resumir en
este
sencillo
punto.
Padre y
madre,
reflexionad
sobre lo que
se propone:
os
sorprenderéis
de los
resultados.
Recuerdo que
un padre me
comentaba
que no sabía
qué hacer
para que su
hijo no
llegara tan
tarde a casa
por las
noches. "¿Y
a qué hora
se levanta
al día
siguiente?",
pregunto
invariablemente
siempre que
me plantean
esta
cuestión.
"Pues, sobre
las dos o
las tres de
la tarde".
Pues ahí
está el
problema. El
horario de
una casa lo
ponen los
padres y no
los hijos. A
ese padre le
decía: "que
tu hijo
llega tarde,
bien de
acuerdo,
pero a las
nueve fuera
de la cama;
verás cómo
se arregla
el asunto".
Y todo esto
conseguido
sin montar
numeritos y
sin gritos.
Las horas de
llegadas de
los hijos no
es un
problema de
hora de
llegada, es
un problema
de hora de
levantada.
Horario
flexible,
pero
horario: en
las comidas,
en las horas
de
levantarse.
No debe ser
el horario
como durante
el curso
pero sí
algo, por
favor.
¿Y las cenas
por libre en
el verano?
Como te
descuides,
si tu hijo o
hija ya
tienen más
edad, no les
ves la cara
en todo el
día: seamos
prudentes.
Verse las
caras es, en
ocasiones,
un seguro de
vida.
Con estos
referentes
de horas,
agarraderas
del tiempo,
conseguiremos
centrar, y
bastante,
los
interminables
meses del
verano. Un
cierto
horario
centra tu
condición
temporal de
ser humano
evitando la
sensación de
vacío. Tener
cosas que
hacer te
hace
sentirte
bien contigo
mismo y
afianza tu
autoestima.
2.- Un
verano no se
improvisa
sino que se
llena de
contenidos
Y esto es
una tarea
ineludible
de los
padres. Con
los hijos
pequeños y
adolescentes
no se
improvisa
una etapa de
descanso tan
amplia. Hay
que
llenarles
los días,
evitando
tanto la
ociosidad
crónica como
la ansiedad
de no parar
de hacer
cosas.
3.- El
verano no es
una
continuación
de la
actividad
del Colegio
Seguramente,
para algunos
niños, será
necesario
repasar
materias o
preparar
algún que
otro examen.
Si esto es
así,
lógicamente
esta
actividad
llenará un
tiempo
importante
de la
jornada
diaria.
Pero en los
demás casos,
no podemos
pensar que
el verano
sólo se
aprovecha
ampliando
conocimientos.
Para eso ya
está el
curso
escolar.
La necesaria
preparación
profesional
para el
futuro de
los hijos
debe evitar
un efecto
rebote
dañino:
pensar que
el verano es
la época
ideal para
repasar
idiomas,
afianzar el
dominio de
las nuevas
tecnologías
y no se sabe
cuántos
tipos de
cursos más.
No se está
diciendo que
esto sea
malo. Lo que
quizás no
sea
conveniente
es pensar
que eso sea
lo
prioritario.
Y es que lo
esencial del
verano para
un crío
pequeño es
jugar; y
para los más
crecidos es
hacer planes
con los
amigos.
Creo,
sinceramente,
que esto es
así y no
deberíamos
olvidarlo.
Un verano
lleno de
contenidos
no significa
planificar
distintos
master de
especialización
para los
hijos.
4.- El
verano no es
tomar el sol
como plan
único
Aunque haya
que hacerlo
y sea
estético y
agradable el
tener buenos
colores. Y,
aquí como en
todo lo
demás,
huyamos de
las modas o
de los
convencionalismos
sociales.
“Vaya verano
que te
habrás
pegado”, te
dice el
compañero de
trabajo a la
vuelta de
las
vacaciones,
observando
tu negro de
piel aún
intacto.
Esa
afirmación,
de tópica,
queda lejos
de ser una
realidad
palmaria. Y
es que,
posiblemente,
haya más
posibilidades.
El verano es
buen momento
para
ejercitar la
imaginación.
5.- Que los
hijos tengan
más tiempo
para jugar o
hacer planes
con sus
amigos es
una buena
manera de
llenar de
contenidos
el verano
Quizás lo
interesante
esté en que
esos juegos
se alejen de
las
pantallas de
los
ordenadores
o de la
televisión y
que los
planes con
los amigos
estén llenos
de deporte
al aire
libre. Estos
mínimos
referentes
que se
ofrecen son
útiles en el
día a día
con los
hijos.
6.- Buenas
son las
actividades
formativas
en las que
los niños
aprendan
jugando
Hay muchas
instituciones
educativas o
clubes
familiares
que
facilitan
una gran
variedad de
ofertas
lúdico-formativas.
7.- Llena el
tiempo de
tus hijos
haciéndoles
partícipes
de tareas
domésticas
Se quejarán
porque son
niños pero
se sentirán
más útiles.
No se trata
sólo de que
hagan la
cama o
tengan su
cuarto en
orden.
Anímales a
algo más
según el
sentido
común.
8.- Una
cuestión de
mínimos
Proponeos,
padres, que,
al menos una
vez por
semana,
seáis
capaces de
sacar un
plan
familiar con
toda la
familia.
Aunque sólo
se consiga
tomar unos
refrescos en
alguna
plaza. Si
estos planes
se preparan
con gracia y
buen hacer,
los hijos
mayores
terminarán
agradeciéndolo.
La clave
está en no
rendirse y
poner empeño
para
conseguirlo.
Importante
es olvidar,
en estos
encuentros,
problemas o
pequeños
desencuentros
familiares.
Se trata de
pasar el
tiempo
juntos y con
buenas caras
por parte de
todos.
9.- Según
las edades y
el tiempo
disponible,
fomenta en
tus hijos
actividades
solidarias
Para eso,
todo momento
del año es
ideal pero
en verano
puede
resultar más
fácil.
Infórmate,
pregunta,
porque en
todas las
ciudades y
pueblos hay
posibilidades
para ayudar
a los que
más lo
necesiten.
Con sentido
común y
sabiendo
dónde te
metes,
pensar el
verano como
tiempo para
que los
hijos
aprendan el
valor del
compromiso y
la
solidaridad
es garantía
de felicidad
para sus
vidas.
10.- Ah, y
no te
olvides de
rezar en
familia un
poco cada
día y tu
misa
semanal, al
menos
En verano
hay que
estrechar
lazos más
fuertes con
Dios, en
torno a la
familia. Las
vacaciones
son ocasión
maravillosa
para crecer
en la
oración
serena,
pausada.
Puedes leer
en familia
un salmo de
la Biblia o
un fragmento
del
Evangelio, o
rezar una
parte del
rosario.
Procura
bendecir la
mesa antes
de la
comida, para
agradecer a
Dios. Así
tus hijos se
darán cuenta
que Dios
cuenta en la
familia y
que es el
punto de
referencia
para todo.
Todo esto es
semilla
espiritual
que
fructificará
tarde o
temprano en
cada uno de
los miembros
de la
familia.
Resumen
del
Catecismo de
la Iglesia
católica
2189
‘Guardarás
el día del
sábado para
santificarlo’
(Deuteronomio
5, 12). ‘El
día séptimo
será día de
descanso
completo,
consagrado
al Señor’
(Éxodo 31,
15).
2190. El
sábado, que
representaba
la
coronación
de la
primera
creación, es
sustituido
por el
domingo que
recuerda la
nueva
creación,
inaugurada
por la
resurrección
de Cristo.
2191 La
Iglesia
celebra el
día de la
Resurrección
de Cristo el
octavo día,
que es
llamado con
toda razón
día del
Señor, o
domingo.
2192 ‘El
domingo ha
de
observarse
en toda la
Iglesia como
fiesta
primordial
de precepto‘
(Código de
Derecho
canónico,
canon 1246,
1). ‘El
domingo y
las demás
fiestas de
precepto,
los fieles
tienen
obligación
de
participar
en la misa’
(Código de
derecho
canónico,
canon 1247).
2193 ‘El
domingo y
las demás
fiestas de
precepto...
los fieles
se
abstendrán
de aquellos
trabajos y
actividades
que impidan
dar culto a
Dios, gozar
de la
alegría
propia del
día del
Señor o
disfrutar
del debido
descanso de
la mente y
del cuerpo‘
(Código de
derecho
canónico,
canon 1247)
2194 La
institución
del domingo
contribuye a
que todos
disfruten de
un ‘reposo y
ocio
suficientes
para
cultivar la
vida
familiar,
cultural,
social y
religiosa‘
(Vaticano II,
Constitución
Gaudium et
Spes, 67,
3).
2195 Todo
cristiano
debe evitar
imponer, sin
necesidad, a
otro
impedimentos
para guardar
el día del
Señor.
Para la
reflexión
particular o
en grupo
1. ¿Por qué
y para qué
debes ir a
misa los
domingos?
2.¿Cuál
crees que es
el motivo
más fuerte
por el que
algunos no
pisan la
iglesia ni
van a misa?
3. ¿Para qué
descansas el
domingo? ¿Es
sólo una
necesidad
fisiológica?
4. ¿Qué
cosas se
pueden y se
deben hacer
los
domingos?
5. ¿Cuáles
son las
fiestas de
precepto, es
decir, los
días al año
en que debes
ir a misa,
como buen
cristiano,
además de
los
domingos?
6. ¿Qué es
la misa?
7. ¿Cuáles
son las
partes de la
misa?
8. Enumera
tres frutos
de la misa.
9. Di tres
cosas que
harían más
agradable la
celebración
de la misa.
10. ¿Los
protestantes
tienen
también
santa misa,
como
nosotros?
LECTURA
De la carta
apostólica
de Juan
Pablo II,
Dies Domini,
sobre el
Domingo (31
mayo 1998)
Banquete
pascual y
encuentro
fraterno
44. Este
aspecto
comunitario
se
manifiesta
especialmente
en el
carácter de
banquete
pascual
propio de la
Eucaristía,
en la cual
Cristo mismo
se hace
alimento. En
efecto,
"Cristo
entregó a la
Iglesia este
sacrificio
para que los
fieles
participen
de él tanto
espiritualmente
por la fe y
la caridad
como
sacramentalmente
por el
banquete de
la sagrada
comunión. Y
la
participación
en la cena
del Señor es
siempre
comunión con
Cristo que
se ofrece en
sacrificio
al Padre por
nosotros".
Por eso la
Iglesia
recomienda a
los fieles
comulgar
cuando
participan
en la
Eucaristía,
con la
condición de
que estén en
las debidas
disposiciones
y, si fueran
conscientes
de pecados
graves, que
hayan
recibido el
perdón de
Dios
mediante el
Sacramento
de la
reconciliación,
según el
espíritu de
lo que san
Pablo
recordaba a
la comunidad
de Corinto (cf.
1 Co
11,27-32).
La
invitación a
la comunión
eucarística,
como es
obvio, es
particularmente
insistente
con ocasión
de la Misa
del domingo
y de los
otros días
festivos.
Es
importante,
además, que
se tenga
conciencia
clara de la
íntima
vinculación
entre la
comunión con
Cristo y la
comunión con
los
hermanos. La
asamblea
eucarística
dominical es
un
acontecimiento
de
fraternidad,
que la
celebración
ha de poner
bien de
relieve,
aunque
respetando
el estilo
propio de la
acción
litúrgica. A
ello
contribuyen
el servicio
de acogida y
el estilo de
oración,
atenta a las
necesidades
de toda la
comunidad.
El
intercambio
del signo de
la paz,
puesto
significativamente
antes de la
comunión
eucarística
en el Rito
romano, es
un gesto
particularmente
expresivo,
que los
fieles son
invitados a
realizar
como
manifestación
del
consentimiento
dado por el
pueblo de
Dios a todo
lo que se ha
hecho en la
celebración
y del
compromiso
de amor
mutuo que se
asume al
participar
del único
pan en
recuerdo de
la palabra
exigente de
Cristo: "Si,
pues, al
presentar tu
ofrenda en
el altar te
acuerdas
entonces de
que un
hermano tuyo
tiene algo
contra ti,
deja tu
ofrenda
allí,
delante del
altar, y
vete primero
a
reconciliarte
con tu
hermano;
luego
vuelves y
presentas tu
ofrenda" (Mt
5,23-24).
De la
misa a la
misión
45. Al
recibir el
Pan de vida,
los
discípulos
de Cristo se
disponen a
afrontar,
con la
fuerza del
Resucitado y
de su
Espíritu,
los
cometidos
que les
esperan en
su vida
ordinaria.
En efecto,
para el fiel
que ha
comprendido
el sentido
de lo
realizado,
la
celebración
eucarística
no termina
sólo dentro
del templo.
Como los
primeros
testigos de
la
resurrección,
los
cristianos
convocados
cada domingo
para vivir y
confesar la
presencia
del
Resucitado
están
llamados a
ser
evangelizadores
y testigos
en su vida
cotidiana.
La oración
después de
la comunión
y el rito de
conclusión
-bendición y
despedida-
han de ser
entendidos y
valorados
mejor, desde
este punto
de vista,
para que
quienes han
participado
en la
Eucaristía
sientan más
profundamente
la
responsabilidad
que se les
confía.
Después de
despedirse
la asamblea,
el discípulo
de Cristo
vuelve a su
ambiente
habitual con
el
compromiso
de hacer de
toda su vida
un don, un
sacrificio
espiritual
agradable a
Dios (cf. Rm
12,1). Se
siente
deudor para
con los
hermanos de
lo que ha
recibido en
la
celebración,
como los
discípulos
de Emaús
que, tras
haber
reconocido a
Cristo
resucitado
"en la
fracción del
pan" (cf. Lc
24,30-32),
experimentaron
la exigencia
de ir
inmediatamente
a compartir
con sus
hermanos la
alegría del
encuentro
con el Señor
(cf. Lc
24,33-35)…
El
domingo día
de alegría,
descanso y
solidaridad.
La "alegría
plena" de
Cristo
55. "Sea
bendito
Aquél que ha
elevado el
gran día del
domingo por
encima de
todos los
días. Los
cielos y la
tierra, los
ángeles y
los hombres
se entregan
a la
alegría".
Estas
exclamaciones
de la
liturgia
maronita
representan
bien las
intensas
aclamaciones
de alegría
que desde
siempre, en
la liturgia
occidental y
en la
oriental,
han
caracterizado
el domingo.
Además,
desde el
punto de
vista
histórico,
antes aún
que día de
descanso
-más allá de
lo no
previsto
entonces por
el
calendario
civil- los
cristianos
vivieron el
día semanal
del Señor
resucitado
sobre todo
como día de
alegría. "El
primer día
de la
semana,
estad todos
alegres", se
lee en la
Didascalia
de los
Apóstoles.
Esto era muy
destacado en
la práctica
litúrgica,
mediante la
selección de
gestos
apropiados.
San Agustín,
haciéndose
intérprete
de la
extendida
conciencia
eclesial,
pone de
relieve el
carácter de
alegría de
la Pascua
semanal: "Se
dejan de
lado los
ayunos y se
ora estando
de pie como
signo de la
resurrección;
por esto
además en
todos los
domingos se
canta el
aleluya".
56. Más allá
de cada
expresión
ritual, que
puede variar
en el tiempo
según la
disciplina
eclesial,
está claro
que el
domingo, eco
semanal de
la primera
experiencia
del
Resucitado,
debe llevar
el signo de
la alegría
con la que
los
discípulos
acogieron al
Maestro:
"Los
discípulos
se llenaron
de alegría
al ver al
Señor" (Jn
20,20). Se
cumplían
para ellos,
como después
se
realizarán
para todas
las
generaciones
cristianas,
las palabras
de Jesús
antes de la
pasión:
"Estaréis
tristes,
pero vuestra
tristeza se
convertirá
en gozo" (Jn
16,20).
¿Acaso no
había orado
él mismo
para que los
discípulos
tuvieran "la
plenitud de
su alegría"?
(cf. Jn
17,13). El
carácter
festivo de
la
Eucaristía
dominical
expresa la
alegría que
Cristo
transmite a
su Iglesia
por medio
del don del
Espíritu. La
alegría es,
precisamente,
uno de los
frutos del
Espíritu
Santo (cf.
Rm 14,17;
Gal 5, 22).
57. Para
comprender,
pues,
plenamente
el sentido
del domingo,
conviene
descubrir
esta
dimensión de
la
existencia
creyente.
Ciertamente,
la alegría
cristiana
debe
caracterizar
toda la
vida, y no
sólo un día
de la
semana. Pero
el domingo,
por su
significado
como día del
Señor
resucitado,
en el cual
se celebra
la obra
divina de la
creación y
de la "nueva
creación",
es día de
alegría por
un título
especial,
más aún, un
día propicio
para
educarse en
la alegría,
descubriendo
sus rasgos
auténticos.
En efecto,
la alegría
no se ha de
confundir
con
sentimientos
fatuos de
satisfacción
o de placer,
que ofuscan
la
sensibilidad
y la
afectividad
por un
momento,
dejando
luego el
corazón en
la
insatisfacción
y quizás en
la amargura.
Entendida
cristianamente,
es algo
mucho más
duradero y
consolador;
sabe
resistir
incluso,
como
atestiguan
los santos,
en la noche
oscura del
dolor, y, en
cierto modo,
es una
"virtud" que
se ha de
cultivar.
58. Sin
embargo no
hay ninguna
oposición
entre la
alegría
cristiana y
las alegrías
humanas
verdaderas.
Es más,
éstas son
exaltadas y
tienen su
fundamento
último
precisamente
en la
alegría de
Cristo
glorioso,
imagen
perfecta y
revelación
del hombre
según el
designio de
Dios. Como
escribía en
la
Exhortación
sobre la
alegría
cristiana mi
venerado
predecesor
Pablo VI,
"la alegría
cristiana es
por esencia
una
participación
espiritual
de la
alegría
insondable,
a la vez
divina y
humana, del
Corazón de
Jesucristo
glorificado".
Y el mismo
Pontífice
concluía su
Exhortación
pidiendo
que, en el
día del
Señor, la
Iglesia
testimonie
firmemente
la alegría
experimentada
por los
Apóstoles al
ver al Señor
la tarde de
Pascua.
Invitaba,
por tanto, a
los pastores
a insistir
"sobre la
fidelidad de
los
bautizados a
la
celebración
gozosa de la
Eucaristía
dominical.
¿Cómo
podrían
abandonar
este
encuentro,
este
banquete que
Cristo nos
prepara con
su amor? Que
la
participación
sea muy
digna y
festiva a la
vez! Cristo,
crucificado
y
glorificado,
viene en
medio de sus
discípulos
para
conducirlos
juntos a la
renovación
de su
resurrección.
Es la
cumbre, aquí
abajo, de la
Alianza de
amor entre
Dios y su
pueblo:
signo y
fuente de
alegría
cristiana,
preparación
para la
fiesta
eterna". En
esta
perspectiva
de fe, el
domingo
cristiano es
un auténtico
"hacer
fiesta", un
día de Dios
dado al
hombre para
su pleno
crecimiento
humano y
espiritual.
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