Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 1:
¿Qué son
los diez
mandamientos?
Escucha bien
lo que nos
dice nuestro
Padre Dios
en la
Biblia. No
olvides que
la Biblia es
la carta que
te escribió
a ti, que
eres su
hijo: “Y
ahora,
Israel, esto
es lo único
que te pide
el Señor, tu
Dios: que le
temas y
sigas todos
sus caminos,
que ames y
sirvas al
Señor, tu
Dios, con
todo tu
corazón y
con toda tu
alma,
observando
sus
mandamientos
y sus
preceptos,
que hoy te
prescribo
para tu
bien”
(Deuteronomio
10, 12-13).
Desde el
inicio te
digo con
toda mi
convicción y
amor: Los
diez
mandamientos
son diez
recetas que
Dios te ha
dado para tu
bien, para
la verdadera
felicidad,
aquí abajo,
y sobre todo
diez recetas
para
conseguir la
felicidad
allá arriba.
¿Te parece
poco y de
poca monta?
¿Quieres ser
feliz?
Cumple los
diez
mandamientos.
¿Quieres
salvarte, es
decir,
salvar tu
cuerpo y tu
alma? Vive
los diez
mandamientos,
con mucho
amor. Ellos,
los
mandamientos,
son camino
seguro de
salvación
eterna. Sé
que esta
palabra,
salvación
eterna, te
queda grande
y tal vez te
asuste. No
temas: es la
realidad más
hermosa que
existe.
Nadie quiere
perderse.
Todos
quieren
salvarse, no
sólo aquí
abajo, sino
después de
nuestra
muerte, ¿no
es así?
Los
mandamientos
son
semáforos
que en tu
camino hacia
Dios te
marcan lo
que debes
hacer y lo
que debes
evitar; te
señalan luz
verde, luz
roja, luz
ámbar.
¿Quieres
darte un
cacharrazo?
Tú sabes lo
que pasa
cuando no se
respetan las
señales de
tráfico:
accidentes
mortales,
caos,
lágrimas,
muchas
lágrimas.
Pero si
respetas las
señales, te
irá bien y
llegarás a
tu destino,
sano y
salvo.
Tú me dirás
si es o no
oportuno
hablar hoy
día, en
pleno siglo
XXI sobre
los diez
mandamientos.
¿Crees que
están
pasados de
moda?
En la última
conferencia
sobre la
carta de la
tierra en
Johannesburgo
se pidió
quitar el
Decálogo,
los diez
mandamientos,
y se propuso
otro
decálogo
nuevo. El
Decálogo que
dio Dios a
Moisés está
ya desfasado
–decían los
grandes de
la tierra-
y, sobre
todo, hiere
las
sensibilidades
de quienes
no creen en
Dios. Por
tanto,
“hagamos”
otro
decálogo que
guste a
todos, un
decálogo a
la carta.
En 1997, el
expresidente
soviético
Gorbachev
dijo lo
siguiente,
cuando se
estaba
cociendo lo
de la carta
de la tierra
, donde Dios
está
totalmente
ausente y
promueve el
nuevo orden
mundial que
apoya el
inmanentismo
panteísta y
muchas cosas
más que no
puedo
explicarte
en este
momento: “
Hay que
ayudar a la
humanidad a
cambiar la
visión
antropológica
el hombre.
Se necesita
hacer la
transición
de la idea
del hombre
como rey de
la
naturaleza a
la
convicción
que el
hombre forma
parte de
ella.
Necesitamos
encontrar un
nuevo
paradigma
que
reemplace
los vagos
conceptos
antropológicos.
Esos nuevos
conceptos se
deberán
aplicar a
todo el
sistema de
ideas, a la
moral y a la
ética, y
constituirán
un nuevo
modo de
vida. El
mecanismo
que
usaremos,
será el
reemplazo de
los Diez
Mandamientos,
por los
principios
contenidos
en esta
Carta o
Constitución
de la
tierra”.
¿Entendiste
a Gorvachev?
Dime si es o
no oportuno
hablar hoy
de los diez
mandamientos
cuando en la
conferencia
mundial
sobre la
mujer
celebrada
hace unos
años en
Pekín se ha
conseguido
batir el
récord de
las trampas
del
lenguaje: al
asesinato
del feto lo
han
denominado
eufemísticamente
“selección
sexual
prenatal”,
como si la
trampa del
lenguaje
pudiera
dulcificar
la barbarie.
Nada nuevo
bajo el sol:
antes ya
habían
logrado que
todo el
mundo
hablase de
eutanasia,
de buena
muerte, de
“muerte
dulce” al
referirse a
la
“aséptica”
liquidación
de un
enfermo
terminal,
eso sí, con
música de
Beethoven de
fondo.
¡Cómo no va
a ser
oportuno y
necesario
hablar o
escribir
sobre los
diez
mandamientos
cuando hoy
llaman al
crimen
abominable
del aborto
“interrupción
del
embarazo”!
Digamos si
es o no
necesario y
oportuno
hablar o
escribir
sobre los
diez
mandamientos
hoy, cuando
ha aumentado
el número de
gente que
cree en
supersticiones,
horóscopos,
magia,
consulta a
adivinos...
en vez de
creer y
confiar en
Dios nuestro
Padre;
cuando hay
gente a
quien le da
lo mismo
venir o no
venir a
misa... y no
le pasa
nada; cuando
hay niños
que
protestan,
insultan a
sus padres o
maltratan a
sus
profesores,
faltan el
respeto a
sus mayores;
cuando se
están
introduciendo
leyes nuevas
en las
naciones
contrarias a
la ley de
Dios: ley de
salud
reproductiva,
que no es
otra cosa
que “vía
libre” al
aborto, a la
promiscuidad,
al sexo
libre; la
ley civil y
religiosa
del
casamiento
de
homosexuales;
la ley de la
eutanasia y
otros
desmanes
más.
Dime, ¿es o
no es
oportuno y
necesario
hablar de
los diez
mandamientos
de la ley de
Dios?
Hoy más que
nunca es
oportuno,
necesario y
urgente
hablar y
escribir
sobre los
diez
mandamientos
de la ley de
Dios, aunque
no guste a
algunos. Si
no, ¿quién
va a parar
esa ola de
relativismo,
escepticismo,
agnosticismo
ante las
cosas de
Dios? ¿Quién
va a parar
esa ola de
corrupción,
degeneración,
malversación
de fondos,
mentiras,
fraudes
electorales,
deshonestidades...
olas que
pretenden
ahogarnos?
¿Quién va a
parar esa
ola de
libertinaje,
desenfreno,
descaro
pornográfico
e indecencia
en las
películas?
Si no
hablamos o
escribimos
sobre los
diez
mandamientos,
¿quién va a
parar a esos
médicos
asesinos, a
esos
políticos
inescrupulosos,
a esos
abogados
comprados, a
esos
maestros y
sacerdotes
-pocos
gracias a
Dios-
pedófilos?
¿Quién va a
parar a esas
parejas que
sin estar
casadas, ya
están
juntadas,
viviendo
bajo el
mismo techo,
en la misma
cama, como
si fueran
esposo y
esposa, y no
se
ruborizan, y
no les
importa lo
que de ellos
digan, pues
“todos lo
hacen”?
¿Quién va a
parar a esas
parejas ya
casadas, que
ante la
primera
dificultad y
cambio de
aire, ya
prefieren
dejar su
pareja, sus
hijos... y
buscar otro
compañero
sentimental
y afectivo,
que le llene
esa carencia
que
necesita?
¿Quién va a
parar esa
ola de
narcotráfico,
mafias,
guerras,
robos?
¿Urge o no
urge hablar
de los diez
mandamientos?
Los diez
mandamientos
son camino
de
felicidad,
de paz, de
armonía, de
serenidad,
de amor, de
limpieza, de
honradez. Y
sobre todo,
son el modo
de demostrar
a Dios que
de verdad le
amas, le
pones
contento, y
demuestras
que eres su
hijo bueno.
Hoy debe
volver a
resonar
fuerte la
voz de Dios
que dice:
“No tendrás
otros dioses
que yo”.
“Amaras al
Señor, tu
Dios, con
todo el
corazón,
toda tu alma
y todas tus
fuerzas y a
Él sólo
servirás” y
“Amarás a tu
prójimo como
a ti mismo”.
“Maestro,
-le
preguntaba
el joven del
Evangelio a
Cristo- ¿Qué
he de hacer
yo de bueno
para
conseguir la
vida
eterna?”. Y
Jesús le
responde:
“Si quieres
entrar en la
vida, guarda
los
mandamientos”
(Mateo 19,
16-17).
Es necesario
que vuelvan
a resonar
los diez
mandamientos
de Dios:
“Amarás a
Dios sobre
todas las
cosas”.
“No tomarás
el Nombre de
Dios en
vano”.
“Santificarás
las
fiestas”.
“Honra a tu
padre y a tu
madre”.
“No
matarás”.
“No
cometerás
actos
impuros”.
“No
robarás”.
“No dirás
falsos
testimonios
ni
mentirás”.
“No desearás
la mujer o
el varón que
no te
pertenece...No
consentirás
pensamientos
ni deseos
impuros”.
“No
codiciarás
los bienes
ajenos”.
Y estos
mandamientos
dicen todo
con
claridad.
“No
matarás”. No
dice: “No
interrumpirás
el embarazo”
o “No harás
una
selección
sexual
prenatal”.
“No
mentirás”.
No dice: “No
mentirás en
algunas
ocasiones”.
“No
cometerás
adulterio”.
No dice:
“Cuando no
te vaya bien
con tu
mujer,
búscate
otra”.
“No
robarás”. No
dice: “No
robarás al
que no te
roba”.
A ti que me
lees, te
invito a
subir
conmigo al
monte Sinaí
con Moisés,
para poder
escuchar una
vez más, con
nuevos oídos
interiores,
estos diez
mandamientos,
para
grabarlos en
tu
conciencia y
en tu
corazón. ¡Es
Dios quién
nos los
ordenó! Y
son para
todos:
cristianos,
budistas,
musulmanes,
judíos,
creyentes o
ateos. Nadie
está
dispensado
de ellos: El
Papa, los
sacerdotes,
los
presidentes,
los reyes,
los pobres y
ricos,
niños,
adolescentes,
jóvenes,
adultos,
ancianos.
¡Son para
todos!
Estos diez
mandamientos
que te iré
explicando
con claridad
y amor deben
ser una
bocanada de
oxígeno y
una ráfaga
de luz en la
oscuridad,
un punto de
referencia y
una sacudida
moral en
medio de
nuestra
buscada y
confusa,
pero
comodísima
ambigüedad.
Este es el
código moral
más antiguo
de la
humanidad y
el único
válido para
construir
una hermosa
civilización.
Señor, amo
tus
mandamientos,
grábamelos a
fuego en mi
corazón. Que
los viva con
alegría,
pues son
camino para
amarte y son
también
camino de
felicidad y
realización
personal.
Resumen
del
Catecismo de
la Iglesia
católica
2075 "¿Qué
he de hacer
yo de bueno
para
conseguir la
vida
eterna?" -
"Si quieres
entrar en la
vida, guarda
los
mandamientos"
(Mt
19,16-17).
2076 Por su
modo de
actuar y por
su
predicación,
Jesús ha
atestiguado
el valor
perenne del
Decálogo.
2077 El don
del Decálogo
fue
concedido en
el marco de
la alianza
establecida
por Dios con
su pueblo.
Los
mandamientos
de Dios
reciben su
significado
verdadero en
y por esta
Alianza.
2078 Fiel a
la Escritura
y siguiendo
el ejemplo
de Jesús, la
Tradición de
la Iglesia
ha
reconocido
en el
Decálogo una
importancia
y una
significación
primordial.
2079 El
Decálogo
forma una
unidad
orgánica en
la que cada
"palabra" o
"mandamiento"
remite a
todo el
conjunto.
Transgredir
un
mandamiento
es
quebrantar
toda la ley.
2080 El
Decálogo
contiene una
expresión
privilegiada
de la ley
natural. Lo
conocemos
por la
revelación
divina y por
la razón
humana.
2081 Los
diez
mandamientos,
en su
contenido
fundamental,
enuncian
obligaciones
graves. Sin
embargo, la
obediencia a
estos
preceptos
implica
también
obligaciones
cuya materia
es, en sí
misma, leve.
2082 Dios
hace posible
por su
gracia lo
que manda.
LECTURA:
Texto
extraído del
libro de
monseñor
Tihamer Toth
“Los diez
mandamientos”
en la
conclusión.
¿Hay que
someter el
Decálogo a
una reforma?
¡Oh, el
hombre no
puede
tocarlo!
Refiriéndose
al Decálogo
dice Nuestro
Señor
Jesucristo:
“No he
venido a
destruir la
doctrina de
la ley ni de
los
profetas…sino
a darle su
cumplimiento”
(Mateo 5,
17).
De modo que
con la
venida de
Nuestro
Señor
Jesucristo
no queda
derogado el
Decálogo,
sino que
debemos
observarlo
con una
conciencia
más delicada
todavía aún,
porque
ayudando Él
adquirimos
fuerzas para
cumplirlo.
Por eso
agrega el
Señor a la
frase
anterior:
“Con toda
verdad os
digo que
antes
faltarán el
cielo y la
tierra, que
deje de
cumplirse
perfectamente
cuanto
contiene la
ley, hasta
una sola
jota o ápice
de ella”
(Mateo 5,
18).
¿Es lícito,
pues,
enmendarla
en algo? Y
prosigue el
Señor: “Y
así el que
violare uno
de estos
Mandamientos,
por mínimos
que
parezcan, y
los enseñare
a los
hombres a
que hagan lo
mismo, será
tenido por
el más
pequeño en
el reino de
los cielos”
(Mateo 5,
19).
¿Reformar el
Decálogo? Si
se dejara en
manos de los
hombres, lo
reformarían
con gusto.
Pero,
gracias a
Dios no está
en nuestras
manos.
Porque es
necesario
que haya
reglas
morales que
no provengan
de nosotros,
con las
cuales no
podamos
contemporizar,
de las
cuales no
nos sea
lícito
cambiar ni
un ápice.
Al
introducir
el sistema
métrico para
medir, y
convenir los
hombres en
que la
diezmillonésima
parte del
cuadrante de
un meridiano
terrestre
sería “un
metro”, aún
fue preciso
vencer la
gran
dificultad
de hacer “un
metro” que
sirviera de
modelo
auténtico.
Hoy día este
metro modelo
se guarda en
París, y con
él han de
coincidir
todos los
metros del
mundo. Pero
¡cuántos
cálculos y
ensayos
hasta llegar
a un
acuerdo!: de
qué materia
tenía que
fabricarse
para sufrir
lo menos
posible de
los cambios
de
temperatura
y de la
presión del
aire. Porque
sería un
grave
contratiempo,
ocasionaría
increíbles
conflictos
en la vida
de la
humanidad,
si el metro
fuese más
corto un día
y otro más
largo, según
la
temperatura
más fría o
más
caliente,
según la
presión
menor o
mayor del
aire…
Por tanto,
al ver que
sin el
Decálogo se
dibujan en
el rostro de
la humanidad
las señales
del
marchitarse
y del
perecer, de
la desazón y
de la
infelicidad,
se nos
presenta la
cuestión:
¿Qué haremos
para no
perecer?
Os digo lo
que dijo
Moisés a su
pueblo
después de
promulgar el
Decálogo:
“Ya véis que
hoy os pongo
delante la
bendición y
la
maldición.
La
bendición,
si obedecéis
a los
Mandamientos
de Dios, que
yo os
prescribo
hoy; la
maldición,
si
desobedecéis
dichos
Mandamientos
del Señor
Dios
vuestro,
desviándoos
del camino
que yo ahora
os
muestro…Yo
invoco hoy
por testigo
al cielo y a
la tierra,
de que he
propuesto la
vida y la
muerte, la
bendición y
la
maldición.
Escoge desde
ahora la
vida”
(Deuteronomio,
11, 26-28;
30, 19).
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