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LA NOVEDAD DE ESTE MANDAMIENTO

AUTOR: P . SERGIO CÓRDOVA

scordova@arcol.org

 

Muchas veces he escuchado decir que el mandamiento que Cristo nos dejó en la Última Cena es “nuevo” porque está todavía sin estrenar, y que si los cristianos y la gente de buena voluntad realmente lo viviéramos, el mundo sería mucho mejor, más humano y feliz.

 

Es verdad. Pero tampoco seamos tan pesimistas y digamos que “está todavía sin estrenar”. Gracias a Dios, hay muchos buenos cristianos que viven el mandamiento de la caridad y, gracias a ellos, el mundo no es más cínico y cruel de lo que ya es. Gracias a los santos y al testimonio de tantos hombres y mujeres, todavía podemos vivir en este mundo con alegría y esperanza: ¡porque aún existe el amor!

 

Y tenemos tantísimos ejemplos de esta gran verdad. Lo que pasa es que la gente buena no hace noticia. Sólo los escándalos, las guerras, las injusticias y el mal encuentran eco en la prensa y en los medios masivos de comunicación, salvo muy raras excepciones. Nos gusta leer chismes y noticias “amarillistas”. Pero no olvidemos que existen legiones enteras de cristianos que se dedican a sembrar el bien y a repartir amor por doquier sin esperar ninguna recompensa. ¡Gracias al cielo! Pensemos, por ejemplo, en el Santo Padre Juan Pablo II, ese gran heraldo de paz y mensajero de amor y de esperanza.

 

¿Qué sería del mundo sin la Madre Teresa de Calcuta y sus hijas de la caridad? ¿o sin tantas almas buenas que se pasan la vida entera sirviendo a los pobres, a los enfermos, a los huérfanos, a los marginados y a los moribundos en todos los rincones del planeta: en los hospitales, en las cárceles, en los asilos, en las barricadas, en los campos de refugiados, en las escuelas y en las parroquias, lo mismo de las grandes metrópolis de Occidente que de las tierras de misión y los suburbios del tercer mundo?

 

Recordemos hoy el maravilloso testimonio de tantos sacerdotes, misioneros, religiosos, religiosas y laicos del pueblo de Dios que se desviven por ayudar a aquellos que no son nada a los ojos del mundo y de la sociedad opulenta, egoísta y utilitarista del siglo XXI. ¡Tenemos muchos santos en nuestra Iglesia Católica, de todas las épocas de la historia, que han sido verdaderos mártires de la caridad cristiana! Por citar sólo algunos nombres conocidos, allí están Francisco y Clara de Asís, Juan de Dios, Vicente Ferrer, Francisco de Sales, Juana de Chantal, Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Isabel de Hungría, Don Bosco, Maximiliano María Kolbe, el Padre Damián, Charles de Foucald y tantísimos otros hombres y mujeres cuya lista sería interminable…

 

San Felipe Neri, fundador del Oratorio, se dedicaba a educar en la fe a niños y adolescentes pobres que recogía de la calle y los llevaba a su casa o a la parroquia para atenderlos en sus necesidades materiales. Pero tenía que hacer con frecuencia diversos recorridos por la ciudad para pedir limosna y poder proveer a sus muchachos del alimento necesario. En una ocasión, recibió una agria negativa de parte de un señor muy rico. Como el santo sabía que ese hombre poseía bastantes riquezas, insistió y volvió a tocar la puerta de la casa. El señor salió molesto y furioso, lo insultó y lo escupió en la cara. San Felipe, sin inmutarse, se limpió el rostro y le dijo: “Bien, eso ha sido para mí. Y qué me va a dar para mis muchachos?"

 

Aquí tenemos otro ejemplo de lo que es la auténtica caridad cristiana, que sabe servir, ayudar al necesitado, perdonar las ofensas y seguir amando, sin guardar odios ni resentimientos. Porque la caridad que Cristo nos enseñó es hacer el bien sin esperar recompensa. Así tendremos un gran premio en el cielo y seremos hijos de nuestro Padre celestial, que es bueno con todos, también con los malos y los ingratos.

 

Se cuenta una bella historia de san Hugo, obispo de Grenoble. Se retiraba de vez en cuando a la Cartuja Mayor para vivir, bajo la guía de san Bruno, como un religioso más. En cierta ocasión le tocó ser compañero de celda de un monje llamado Guillermo –es costumbre, como se sabe, que los cartujos vivan de dos en dos en cada habitación—. Pues fray Guillermo se quejó amargamente del obispo ante san Bruno. )Cuál fue su queja? Que, con gran pesar suyo, el santo obispo realizaba las faenas más humildes y penosas, y se portaba no como compañero, sino como criado, prestándole los servicios más bajos. Por ello, rogó instantemente a san Bruno que moderara aquella humildad y solicitud del santo obispo y diera orden de que las labores humildes de la celda fuesen compartidas igualmente por los dos. San Hugo, a su vez, suplicaba también con insistencia a san Bruno que le permitiera satisfacer su devoción y entregarse con solicitud al servicio de su hermano. Tales son las contiendas de los santos.

 

Nuestro Señor nos dijo que la caridad sería la señal con la que nos distinguirían que somos realmente sus discípulos. ¿A cuántos de nosotros se nos distingue, efectivamente, por la práctica de esta virtud?

 

Y es que la caridad es como el resumen y la culminación de muchísimas otras virtudes. No en vano nuestro Señor la llamó “su mandamiento nuevo”, la plenitud de la Ley, el primero y el más grande de todos los mandamientos, hasta el punto de equipararla con el amor a Dios, ya que, como nos recuerda san Juan: “Si uno dice amar a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve ” (I Jn 4, 20). Y Jesús nos dijo que lo que hiciéramos a uno de éstos, sus humildes hermanos, lo habríamos hecho a Él en persona (Mt 25, 40).

 

San Pablo, por su parte, nos recuerda que “la caridad es paciente, es benigna, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera… Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad” (I Cor 13, 4-7.13).

 

La caridad es perdón, es comprensión, es bondad de corazón; es incapaz de negar nada y está siempre atenta para prestar un servicio a los demás. La caridad no piensa mal, no habla mal, no quiere mal a nadie, ni siquiera a nuestros enemigos o a los que nos ofenden y maltratan.

 

¡Qué hermosa virtud, pero cuánto heroísmo requiere en ocasiones, cuánta abnegación nos exige y cuánto olvido de nosotros mismos para ayudar a nuestros prójimos!

 

Pidamos al Señor la gracia de asemejarnos cada día más a Él, amando a los demás como Él nos amó a nosotros hasta el punto de entregar su vida y derramar toda su sangre por nosotros. Si somos cristianos, procuremos vivir como Él vivió. En esto conocerán que somos discípulos suyos.

 

 

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EL MANDAMIENTO NUEVO DEL AMOR

HÉCTOR M. PEREZ V. PBRO

padrehector@reflexion.org.mx

 

REFLEXIÓN

EL TEXTO

 

Este es el comienzo de discurso de despedida que Jesús hace con sus discípulos en la última cena. Parecería como un  testamento que Jesús quiere dejar a sus discípulos antes de partir. Esto le da una importancia muy especial a las palabras de Jesús.

 

Salta a la vista inmediatamente la característica principal que Jesús hace da sus discípulos: saberse amados y amarse los unos a los otros. Esto no es solo una característica moral, saberse amados por Dios y amarse unos a otros es parte constitutiva de nuestro ser cristiano. En ese sentido no es equiparable al amor que otras personas no cristianas pueden vivir. La diferencia esencial está en que nosotros vivimos el amor porque PRIMERO NOS SABEMOS Y NOS SENTIMOS AMADOS POR DIOS, por lo tanto, nuestro amor por los demás es fruto del amor de Dios y no sólo un gesto humanitario de nuestra parte.

 

ACTUALIDAD

 

Vale la pena preguntarnos hoy ¿en qué fundamentamos nuestro ser cristiano? Es decir, ¿por qué nos decimos discípulos de Cristo? Todos podremos decir, “por que somos bautizados”, o tal vez, “porque vamos a misa” o tal vez, “porque estoy en un grupo apostólico” o los más dirán “porque mis padres y mis abuelos lo son... es decir por ‘tradición’”. Al escuchar este evangelio, ¿podremos seguir diciendo lo mismo? Ser cristianos significa sabernos amados por un Dios que se encarnó entre nosotros, vivió, murió y resucitó por nosotros; sabernos amados por un Dios al que le importamos tanto que no escatimó ni en su propio Hijo porque nosotros comprendiéramos su amor. Y en un segundo momento, ser discípulo de Cristo significa amar como somos amados, perdonar como somos perdonados por Dios, ser solidarios como Jesús lo fue con nosotros.

 

Nadie da lo que no tiene, por eso Dios nos ama primero, para que como cristianos compartamos ese amor que primero recibimos de él.

 

PROPÓSITO

Acerquémonos a recibir el amor de Dios. Si estas batallando para amar a alguien, para perdonar a tu pareja, a tu padre, a un amigo(a), o a quien sea; acércate primero a Dios, pídele ese amor, esa misericordia para que entonces la puedas dar tu también. ¿Cómo acercarse a Dios? En silencio, búscalo en la Biblia, en el Santísimo (en el Templo), en un rato de meditación, rezando el Padre Nuestro. Como tu quieras, pero búscalo y El te encontrará.


 

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EL MANDAMIENTO NUEVO DEL AMOR

FRAY MIGUEL DE BURGOS, O.P.

mdburgos.an@dominicos.org

mdburgos.an@dominicos.org

I. Evangelio: (13,31-35): La batalla del amor

I.1. Estamos, en el evangelio de Juan, en la última cena de Jesús. Ese es el marco de este discurso de despedida, testamento de Jesús a los suyos.  La última cena de Jesús con sus discípulos quedaría grabada en sus mentes y en su corazón. El  redactor del evangelio de Juan sabe que aquella noche fue especialmente creativa para Jesús, no tanto para los discípulos, que solamente la pudiera recordar y recrear a partir de la resurrección. Juan es el evangelista que más profundamente ha tratado ese momento, a pesar de que no haya descrito la institución de la eucaristía. Ha preferido otros signos y otras palabras, puesto que ya se conocían las palabras eucarísticas en los otros evangelistas. Precisamente las del evangelio de hoy son determinantes. Se sabe que para Juan la hora de la muerte de Jesús es la hora de la glorificación, por eso no están presentes los indicios de tragedia.

 

I.2. La salida de Judas del cenáculo (v.30) desencadena la “glorificación” en palabras del Jesús joánico. ¡No!, no es tragedia todo lo que se va a desencadenar, sino el prodigio del amor consumado con que todo había comenzado (Jn 13,1). Jesús había venido para amar y este amor se hace más intenso frente al poder de este mundo y al poder del mal. En realidad esta no puede ser más que una lectura “glorificada” de la pasión y la entrega de Jesús. Y no puede hacerse otro tipo de lectura de lo que hizo Jesús y las razones por las que lo hizo. Por ello, ensañarse en la pasión y la crueldad de su sufrimiento no hubiera llevado a ninguna parte. El evangelista entiende que esto lo hizo el Hijo del hombre, Jesús, por amor y así debe ser vivido por sus discípulos.

 

I.3. Con la muerte de Jesús aparecerá la gloria de Dios comprometido con él y con su causa. Por otra parte, ya se nos está preparando, como a los discípulos, para el momento de pasar de la Pascua a Pentecostés; del tiempo de Jesús al tiempo de la Iglesia. Es lógico pensar que en aquella noche en que Jesús sabía lo que podría pasar, tenía que preparar a los suyos para cuando no estuviera presente.  No los había llamado para una guerra y una conquista militar, ni contra el Imperio de Roma. Los había llamado para la guerra del amor sin medida, del amor consumado. Por eso, la pregunta debe ser: ¿Cómo pueden identificarse en el mundo hostil aquellos que le han seguido y los que le seguirán? Ser cristiano, pues, discípulo de Jesús, es amarse los unos a los otros. Ese es el catecismo que debemos vivir. Todo lo demás encuentra su razón de ser en esta ley suprema de la comunidad de discípulos. Todo lo que no sea eso es abandonar la comunión con el Señor resucitado y desistir de la verdadera causa del evangelio.

 


 

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EL MANDAMIENTO NUEVO DEL AMOR

P.FRANCISCO J. DE LA JARA, SVD

svdcom@adsl.tie.cl

 

  

Estoy seguro de que hoy, todos nos hemos levantado con un sentimiento distinto, difícil de explicar, pero del todo evidente. Y no es para menos, puesto que celebramos el DIA DE LA MADRE. Para unos, se trata del mejor de los recuerdos. Aquella mujer sin la cual no se podría ni siquiera explicar los años de infancia, niñez y juventud. Aquella que por volverla a ver o escuchar, empeñaríamos con gusto buena parte de la vida. Para otros, quienes tienen la suerte de tenerla en vida, sigue siendo la primera persona a quien acuden con sus alegrías y penas. No importa la edad que se tenga; lo cierto es que no hay nada mas dulce y reconfortante que poder decir, “mama”. Por lo mismo, tengo una inquietud que quiero compartir con Uds. Si las mamás lo son todos los días del año y todos los años de la vida, ¿no les parece que es muy pobre ofrecerles este homenaje y recuerdo sólo una vez al año? Si están de acuerdo, corrijamos esta situación, viviendo como hijos todos los días. 

 

Si a lo largo de la vida las mamás nos van transmitiendo sus creencias y valores en un proceso cotidiano, es normal que a la hora de la despedida, en la medida de lo posible, quieran hacer un resumen de lo esencial. Es algo así como su testamento espiritual. Y es también lo que llevamos muy dentro de nosotros y guardamos como un auténtico tesoro. Algo similar podemos comentar hoy de lo que sucedió entre Jesús y sus apóstoles. Después de la Última Cena, durante la conversación de sobremesa y a pocas horas de su Pasión y Muerte, resume su vida y enseñanza en lo que Él llama un “mandamiento nuevo”. Y este es, “que os améis los unos a los otros así como yo os he amado”. Y agrega, “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: sí os tenéis amor los unos a los otros”. De esta manera, Jesús deja establecido lo que es fundamental e irreemplazable en la identidad de quienes serán sus discípulos. 

 

El amor mutuo del que habla Jesús, en el fondo no es una exigencia nueva para sus oyentes. Tampoco lo era fuera del pueblo de Israel. De hecho, bajo diversas fórmulas y costumbres, estuvo presente desde antiguo prácticamente en todos los pueblos y culturas. La auténtica novedad, está dada por el Señor, en cuanto el cambia la medida de ese amor. Lo que hasta allí se proponía como lo ideal, era amar al otro tanto como uno se ama a sí mismo. Pero para Él, eso es insuficiente. A sus discípulos, pide un paso más. Será así como se los podrá reconocer como tales. Y ese paso, significa amar, así como el mismo Jesús amo. Justamente, es esto consiste el cambio de la medida a la hora de amar, puesto que el amo, hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Su entrega no excluyó a nadie, mas bien, incluyo tanto a sus amigos como a quienes se consideraban sus enemigos, incluso, a sus verdugos.  

 

Amar como Jesús, el mandamiento nuevo, se parece mucho a la manera de amar de las mamás. Tampoco ellas hacen diferencias entre un hijo y el otro, mas allá de lo bien o mal que se porten o de lo cariñoso o desatento que sean. Para ellas, son igualmente sus hijos. Si les causan dolor, saben disimularlo y padecerlo solas. Dar la vida por la familia, es lo que hacen las veinticuatro horas del día. Siempre postergándose; siempre buscando servir. Ser mamá, no tiene límite de horario ni días libres. Un hijo enfermo, es una herida en el propio cuerpo. Un hijo lejano, ausente, es un vacío que no llenan los que están con ella. Así, como Jesús, la mamá no vive para sí misma, sino para los suyos. Dar su vida por ellos, es lo que hace cada día. Si la exigencia del Señor a dar nuestra vida, nos parece exagerada y hasta imposible, basta con mirar a nuestra propia madre y tendremos en su ejemplo, la respuesta inequívoca que buscamos. ¡Gracias mamás, por ser como son!


 

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EL MANDAMIENTO NUEVO DEL AMOR

EN SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS

 

Cuando Santa Teresita del Niño Jesús, doctora de la Iglesia, habla del mandamiento nuevo refleja algunos aspectos esenciales del evangelio de Juan Para Juan, el amor antes de ser un mandamiento es una revelación del amor que une al Padre con el Hijo, y al Hijo con nosotros y una invitación a la libertad del hombre a entrar en esa comunión. También para Teresa el amor es una gracia. Una gracia el comprenderlo y una gracia el vivirlo.

 

- La gracia de comprender el amor

 “Este año, -escribe Teresa-, Dios me ha concedido la gracia de comprender lo que es la caridad [...] amándole comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en palabras” (Ms C 11v). Una gracia que Teresa ha recibido de Dios como respuesta a su amor: el descubrimiento del amor es una respuesta al amor. Profundizar su misterio no es otra cosa sino comprender las palabras de Jesús en el evangelio: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que como yo os he amado así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). Teresa centra su atención en Cristo y se pregunta: “¿Y cómo amó Jesús a sus discípulos y por qué los amó?” (Ms C 12r)

 

 Y se le descubre allí mismo la dimensión de gratuidad del amor de Jesús por los suyos. Son sus amigos simplemente porque son el objeto especial de su amor, un amor que se extiende hasta el sacrificio mismo de la vida por ellos: “No, -comenta acertadamente Teresa-, no eran sus cualidades naturales las que podían atraerle”. Pero el descubrimiento del mandamiento del amor en Santa Teresita alcanza toda su profundidad sólo cuando la compromete vitalmente: “meditando estas palabras de Jesús comprendí lo imperfecto que era mi amor a mis hermanas y vi que no las amaba como las ama Dios... pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón” (Ms C 12r).

 

- La gracia de vivir el amor

 

Aquí Teresa se acerca al corazón mismo de la doctrina de Juan sobre el amor. ¿Es posible amar como Jesús? En la teología joánica, el amor evangélico es un don divino. Amar como Cristo es hacerlo unido a él, como el sarmiento a la vid. Teresa ha descubierto esta dimensión teologal del mandamiento nuevo: “Yo sé, Señor que tú no me mandas nada imposible. Tú conoces mejor que yo mi debilidad, mi imperfección. Tú sabes bien que yo nunca podré amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí. Y porque querías concederme esta gracia, por eso me diste un mandamiento nuevo... ¿Y cómo amo este mandamiento, pues me da la certeza de que tu voluntad es amar tú en mí a todos los que me mandas amar!...” (Ms C 12v).

 

Teresa ha tocado el mismo centro de la revelación joánica sobre el amor. La existencia cristiana, para el cuarto evangelio, no es más que la prolongación de la comunión que une al Padre y al Hijo y que históricamente se ha manifestado en el amor de Jesús a sus discípulos. Como la misma vida de Jesús, también la vida del discípulo no es sólo don, gratuidad, intimidad de amistad, sino también dinamismo que se expande y difunde hacia todos los hombres. Es amor de expansión. Es lo que precisamente afirma Teresita hablando del amor: “Sí, lo sé. Cuando soy caritativa, es únicamente Jesús que actúa en mí. Cuanto más unida estoy a él, más amo a todas mis hermanas” (Ms C 12v).

 


 

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BEATA TERESA DE CALCUTA (1910-1997)

FUNDADORA DE LAS HERMANAS MISIONERAS DE LA CARIDAD

UN CAMINO SIMPLE

 

Yo digo siempre que el amor comienza en la propia casa. Primero está vuestra familia, luego vuestra ciudad. Es fácil pretender amar a la gente que está muy lejos, pero mucho menos fácil, amar a los que conviven con nosotros muy estrechamente. Desconfío de los grandes proyectos impersonales, porque lo que cuenta realmente es cada persona. Para llegar a amar a alguien de verdad, uno se tiene que acercar de veras. Todo el mundo tiene necesidad de amor. Cada uno de nosotros necesita saber que significa algo para los demás y que tiene un valor inestimable a los ojos de Dios.

 

Cristo dijo: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado.” (Jn 15,12) También ha dicho: “...cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.” (Mt 25,40) Amamos a Cristo en cada pobre, y cada ser humano en el mundo es pobre en algún aspecto. Dijo: “Tuve hambre, y me disteis de comer... estaba desnudo y me vestisteis.” (Mt 25,35) Siempre recuerdo a mis hermanas y a nuestros hermanos que nuestra jornada está hecha de veinticuatro horas con Jesús.