La misión de los Centros Culturales Católicos


Autor: Cardenal Paul Poupard
Fuente: Consejo Pontificio de la Cultura (17-09-2003)

 

Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos,
Honorables Autoridades,
Muy Queridos Hermanos Sacerdotes y Laicos,
Señoras y Señores:

Mi intervención de hoy, quiere fijar su atención sobre la identificación de estos puntos de anclaje, de la sociedad del Cono Sur, en las que ustedes viven su servicio y misión de Centros Culturales Católicos.

Considero importante traer a la memoria un párrafo del documento Para una Pastoral de la Cultura publicado por el Consejo Pontificio de la Cultura en 1999, con respecto a la misión de los Centros Culturales Católicos: Bien insertados en su medio cultural, les corresponde afrontar los problemas urgentes y complejos de la evangelización de la cultura y de la inculturación de la fe, a partir de los puntos de anclaje, que ofrece un debate ampliamente abierto con todos los creadores, actores y promotores de cultura, según el espíritu del Apóstol de las Gentes [1].

Estos puntos de anclaje de nuestras culturas contemporáneas, parafraseando a mi entrañable amigo Gabriel Marcel [2], no pueden ser reducidos a mera objetivización dado que son realidades que emergen de la cultura de los hombres; y por ello remiten necesariamente a la condición de misterio del hombre. Aproximarnos a estos puntos de anclaje implicará entonces reconocer y acoger el rostro del otro, la historia, los gozos y las esperanzas, las penas y los sufrimientos del quien está cara a cara implicado, según la expresión de Levinas [3].

Dado que el conocimiento del contexto actual del Cono Sur corresponde más prudentemente exponer a quienes tienen el privilegio de habitar en estas bellísimas tierras, permítanme que dirija mi reflexionar más bien a cuatro fenómenos que emergen con cierta constancia en la sociedad latinoamericana: El fenómeno de las sectas, los crecientes agnosticismo e indiferentismo religioso, la resistencia y desconfianza de las instituciones, el agudo desequilibrio social.

Estos fenómenos he querido identificarlos con cuatro vocablos de la lengua española, a manera de puntas de Iceberg, cuya cima visible remite a los talantes culturales que aún escondidos a la simple observación sociológica, constituyen el cuerpo de los cambios culturales. De estos vocablos, haré un somero bosquejo de algunas implicaciones culturales, dejando flotar algunos cuestionamientos, que motiven nuestra búsqueda del verdadero cuerpo del Iceberg. Por ello he colocado el sustantivo “cultura” en los subtítulos, a fin de recalcar que mi acercamiento a estas realidades resalta las puntas de un Iceberg, sin pretender reducir la realidad únicamente a este aspecto. Cultura de la emoción, cultura de la tolerancia, cultura del lucro, cultura de la no creencia.

Una parte importante de la información sobre la realidad cultural del Cono Sur, me han sido proporcionada por las respuestas al Cuestionario sobre la no-creencia, que durante los últimos meses del 2002 e inicios del 2003, he enviado a diversos destinatarios como preparación a la Asamblea del Consejo Pontificio de la Cultura en el 2004.

No es posible pensar una Nueva Evangelización que no sea renovada e inteligente inculturación del Evangelio de Cristo en las culturas del presente. Realizarlo exige proyectos culturales bien definidos que con una propuesta seria del Evangelio, alcancen las diferentes áreas culturales y geográficas. Un instrumento adecuado y privilegiado de acción y respuesta para este reto son ciertamente los Centros Culturales Católicos [4].

Un momento privilegiado de esta misión, corresponde al discernimiento de las fuerzas que generan cambios culturales. Identificar y conocer estas fuerzas de cambio epocal y de raíz antropológica, son el único medio de ofrecer una propuesta cultural viable, oportuna, contextualizada y seria del Evangelio; que sin reducirse a las meras coyunturas inmanentes, las asume realmente y las transfigura.

Existen en el lenguaje corriente de nuestras sociedades, algunos vocablos particularmente significativos, que a guisa de muestra, describen el trasfondo conceptual de la mentalidad dominante.

El análisis del lenguaje, sea como exégesis, hermenéutica, semántica, semiótica, lingüística, etc. muestra la importancia que este “Instrumento inherente” del ser humano ha conquistado justamente en el campo gnoseológico contemporáneo. Autores como Wittgenstein, Fregge o Propp entre otros, son nombres reconocidos en todo estudio de educación superior. No es necesario insistir demasiado entonces, sobre la actualidad del discurso, precisamente cuando la mayor parte de las actividades de todo nivel humano vienen envueltas con el manto global de la informática.


1.- Cultura de la emoción

Un primer término que quisiera proponer es el de la emoción. Esta voz, viene empleada de modo preferencial por el sector juvenil de la sociedad. La emoción es el nuevo nombre de la “evidencia”. Cuanto más intensa es la emoción, tanto más fuerte es la certeza de la “verdad” experimentada. La emoción dentro del campo epistemológico, toca dos vías de conocimiento, el empírico o experiencial y el subjetivo o racional. La emoción abre de alguna manera detrás de sí un efecto objetivo, una sensación irrefutable, cuya verificación en cambio, es campo casi exclusivo de la subjetividad; cuyos datos vienen de este modo asignados a eventuales producciones internas. La aplicación o identificación de las causas de tal efecto, de sus consecuencias y de sus límites permanecen en la elaboración circunstancial e interna del sujeto.

Culturalmente las manifestaciones afectivas entre familiares, amistades o parejas de prometidos, para no hablar de algunos lamentables espectáculos urbanos, han tenido un notable crecimiento en la exterioridad pública. Dejando de lado la dimensión moral de estas expresiones, las caricias como formas publicas de socialización, expresan otro indicio de esta nueva forma cultural occidental de generar de modo sensorial emociones que muestren con cierta velocidad y sin dilación, el estado interno de la persona.

La palabra emoción se ve en muchos campos polarizada a dos estados casi antagónicos: la depresión, como ausencia de una carga estimulante para vivir, y el placer, realidad de intensa gratificación sensorial, que abruma la inteligencia con el peso intenso de un presente armónico, con un deseo insaciable de felicidad que comienza a ser satisfecho.

De este modo, la emoción no sólo viene conectada con la epistemología moderna, sino con la ética, “conocer el modo menos doloroso y más veloz de gozar un instante, se vuelve una máxima sapiencial de nuestra era”. Lo fugaz, lo contingente, la veleidad, deviene principio absoluto de veracidad y bondad. Lo transitorio sustenta ahora la estructura de la razón y de la voluntad, y el ser, la entidad, no aparece sino exclusivamente en los rasgos del sentir. Los bienes inmediatos y verdades pasajeras conforman ahora el paisaje de lo contemporáneo, un paisaje tanto polifacético como absurdo.

La eternidad como trascendencia de toda veleidad, no requiere ni siquiera ser negada, ya que no entra en el campo conceptual del lenguaje contemporáneo, no es sino a lo sumo un arcaísmo figurativo para hablar de indeterminación, o en términos emotivos, una sinónimo de aburrimiento perfecto.

La inmortalidad existe precisamente en la convicción individual de un indeterminado presente de permanecer igual, mientras no llega la experiencia violenta de un ser querido, que modifica la certeza de no verle más, precisamente porque esa persona murió, mientras que el yo jamás morirá, “estoy condenado a ser inmortalmente solo”.

Una vez que el concepto de eternidad ha sido extirpado del horizonte lingüístico y consciente de la mentalidad dominante, es posible caminar con paso libre a la nulificación de la historia. Lo fugaz, lo efímero, no dejan lugar a la continuidad, la fragmentación cronológica de la vida humana, carente de cualquier sentido objetivo viene superada por la absurdidad del instante, permaneciendo como único medicamento, el paliativo de la “sugestión” o la alienación fantasiosa de lo sublime, cuyas “emociones místicas” viene a reivindicar el desprecio que sufriera durante las tres décadas pasadas.

La forma regular de vida burguesa o anquilosada, ha llevado a nuestras sociedades a inventar juegos y diversiones que rayan en lo temerario o grotesco. Tirarse de una altura de más de 20 metros con caída libre para ser luego levantado como un muñeco de trapo por una liga, simulando o provocando la sensación de la muerte, no puede ser visto como indiferente o ajeno a esta forma cultural de tedio de la vida.

La depresión como enfermedad o como estado anímico, viene pesada con este criterio de la emoción. La incapacidad de ofrecer una estructura perseverante ante este mal endémico de nuestra época, cuyas expresiones se confunden con los rasgos de una sociedad adicta, que busca en la “terapéutica” una plataforma gratificante del sentido de la vida.

Al colocar la emoción como criterio de veracidad, las caricias reemplazan a la fidelidad y la honestidad reciba el relevo de la oportunismo. Se puede decir, que el hombre y la mujer contemporáneos se perciben a sí mismos como realizados, cuando la intensidad de las emociones gratificantes rebasa en su duración, el impacto de las sensaciones de insatisfacción, frustración o fracaso. No es el fracaso en su objetividad lo que más agobia, cuanto la sensación de dolor de la que se pretendía escapar la que destruye. Lo sensitivo de la subjetividad importa más que la falta objetiva.

De este modo el hombre moderno, sediento de vida, nada en una pecera donde la únicas opciones de sobre vivencia son la alienación idealista de tipo religioso, o el cinismo hedonista, que tarde o temprano arrastra al suicidio fisiológico o existencial.

No es extraño entonces que el criterio dominante en la elección de la religión, sea precisamente la emoción, fuente de verdad, bien y trascendencia, entendiendo como trascendencia la mera exteriorización de la interioridad, y no como paso o apertura a una realidad radicalmente diversa o externa. El argumento del pluralismo sectario vendrá desarrollado en la Conferencia de Mons. José Angel Rovai, por ello no me detendré en el argumento.

Los efectos de esta fragmentación polivalente, de rasgar la vida con placer o depresión, son la absurdidad de la existencia y la tristeza profunda de la vida; el cansancio y desilusión de un placer que tarda más en ser conseguido que en ser disfrutado es injusto e inhumano. De alguna manera el ciclo letal de Shopenhauer encuentra una nueva manifestación epocal.

Pero, ¿Qué desea profundamente el hombre cuando busca la emoción? ¿Busca en la emoción solamente la fugacidad o persigue más bien la intensidad que le gratifica? Y si busca la fugacidad, es en función de la fugacidad misma, o del placer que genera la intermitencia? ¿Qué busca el hombre al querer tocar los umbrales de la muerte en medio de fuertes cargas de adrenalina?


2.- Cultura del lucro

Un otro termino en boga del actual cuadro cultural, es el de ganancia o lucro. Este concepto es referido la mayor parte de las veces al campo económico, reflejando la polarización cultural del mundo en una clave exclusivamente monetaria. Desde esta perspectiva viene juzgadas todas las demás esferas humanas, de modo que el dinero como centro y criterio de desarrollo personal [5], regional o nacional, se admite de modo absoluto e indiscutible. La política, la sanidad pública, la seguridad nacional, la educación, la cultura, etc. Todo en función de los centros de funcionamiento económico.

El poder adquisitivo, el nivel de vida económico, el Producto Interno Bruto, Deuda externa, la Bolsa, la inflación, la devaluación, la paridad de las divisas, etc., son conceptos comunes en los noticieros de las cadenas televisivas. El estado de las finanzas nacionales viene identificado y presentado normalmente al medio día, como si éste fuera el único pan de cada día.

Los países denominados en “vías de Desarrollo”, desarrollo, ¿Qué desarrollo?, económico, o ¿existe otro verdadero desarrollo para la mentalidad dominante? [6] , deben necesariamente utilizar sus recursos culturales como una forma potencial de ganancia económica.

El comercio de lo cultural dentro de la globalización económica y social, supone en términos laborales, la uniformidad de una mentalidad que sabe apreciar bailes, ritos, ceremonias, vestidos; como adornos externos, pasados, exóticos, bizarros, de lo que debe ser el modelo uniforme de mentalidad, eliminando la memoria y el arraigo. De este modo se pretende mantener la competencia entre pueblos, en torno siempre al paradigma económico implantado precisamente por una forma servil del ver al hombre subordinado al dinero.

Las formas culturales tradicionales o populares vienen vendidas como folklore, a fin de poder continuar la vertiginosa carrera del mercado mundial. Ello genera entre otros efectos en los pueblos de tradición cristiana:

a) La disolución de la misma cultura popular, dado que el centro de la cosmovisión antropológica viene desplazado del campo trascendente de la fe a la inmanencia del dinero.

b) La cultura no viene ya vivida como expresión natural de los grupos humanos, sino como un elemento de producción económica, desnaturalizando así las relaciones interpersonales que la generaron, dado que la cultura es expresión del ser del hombre. Ello quiere decir, que aún cuando la intención de los seres humanos muestre conscientemente en sus relaciones interpersonales la intención del lucro [7], la condición personal de las relaciones culturales, escapa en su consistencia metafísica a la manipulación intencional de ganancia. Dicho de otra manera aún en una cultura del lucro es posible generar cultura.

Podríamos decir, que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de buscar en las relaciones con los demás un canal de beneficio económico, pero, ninguno de nosotros tiene la posibilidad de eliminar la condición relacional en cuyo desarrollo pueden o no, ser buscados réditos financieros. La gratuidad, la contemplación de lo simple, la simple cotidianidad libremente asumidas y buscadas, aparecen entonces como el paradigma antagónico, como la “mediocridad feroz”.

Sin embargo, si bien es verdad que la cultura es inherente al ser del hombre, no es menos verdadero es que la forma ontológica humana no es el único elemento de la antropología, pues aún siendo fundante al ser humano, reclama la también inherente dimensión histórica del hombre. Esta dimensión histórica viene gravemente lacerada y a veces aniquilada por la avidez de lucro, generando situaciones de verdadera explotación humana [8], una atmósfera de rencor, desconfianza, odio, indiferencia social, impunidad, venganza y resentimiento; en pocas palabras produciendo una anticultura de muerte.

c) Las tradiciones culturales cristianas, no desaparecen en su expresión, ya que son protegidas generalmente por las entidades gubernativas como folklore; pero vienen privadas de la fuerza y del talante de fe que las produjo, de la contemplación cristiana de la realidad y de las actitudes morales derivadas de ésta. La expresión tradicional de la fe como dato cultural corre el riesgo de transformarse en arcaísmo social, identificándolo con un momento ya superado de la cultura latinoamericana. El folklore reduce las formas culturales populares a teatros o museos vivientes, no pocas veces valorados como formas primitivas e retrógradas de sociedad.

Desgraciadamente este fenómeno de rechazo, abandono, o auto devaluación de la propia cultura, viene dramáticamente vivido en América Latina, constatable en los millones de personas que cada año emigran a otro país más industrializado o las grandes ciudades de su propia nación, víctimas la mayor parte de las veces de un modelo absolutista Neoliberal que ha fincado al centro de la dignidad humana el signo monetario. La Ponencia de Su Eminencia el Cardenal Hummes, seguramente iluminará abundantemente esta dolorosa realidad.

Ganancia y solo ganancia pueden condicionar la duración de la vida y la cultura de estos hermanos nuestros. Cuanto más distante sea la propia cultura del modelo global [9], tanta mayor resistencia tendrá que enfrentar la persona para engranar en el proceso económico de ganancia.

Por ganancia y por la presión se sobre vivencia física, se coacciona a vender el recinto de la voz de Dios en el hombre. Una conciencia cristiana que busca revertir este modelos corre el riesgo de permanecer en la marginación y el descrédito. Vender la identidad cultural es vender el ser mismo del hombre, su memoria, su arraigo, implican tanto su dignidad metafísica de persona como su indisoluble condición histórica.

La corrupción e impunidad son los guardaespaldas las muestras de un modelo que une lucro e irracionalidad, un modelo de explotación y control muy semejante al que describía Hannah Arendt con respecto al uso de la propaganda y el terror de los sistemas totalitarios [10], con la diferencia que en ellos se pretendía aniquilar cualquier ideología que fuese disidente del gobierno totalitario, mientras que, en nuestras sociedades, el modelo dominante, tiene como destinatario de su persecución y cacería, las diferencias culturales.

Pareciera que hemos olvidado, que el liberalismo agnóstico y el comunismo ateo, son hijos del mismo principio de autonomía y soberanía económica que el materialismo devorador ha generado [11]. Uno mediante la posesión idolátrica de la individualidad, otro mediante la adoración de la colectividad. Ambos han erigido el altar sacrificial del dinero, un paradigma en el que se inmola el hombre, donde el creador se ofrece por su criatura, realizando una parodia grotesca de la Historia de la Salvación.

Moderar esta pluralidad de campos culturales y sociales, remite a la cuestión Conciliar del Vaticano II: La tensión entre inmanencia y Trascendencia. Este reto acecha el desarrollo político económico con dos extremos igualmente perniciosos: El secularismo materialista y el fundamentalismo religioso, polos que en los últimos años se han visto confrontados a nivel político y armado.

Considero que es fatal confundir el movimiento inherente del ser humano de progreso integral, que requiere del desarrollo económico, con la mentalidad del modelo reinante neoliberal que subordina la persona al factor económico. En el primer caso, la economía permite el desarrollo de la dignidad humana “no se tiene para sobre vivir, sino para vivir”. En el segundo caso se condiciona la dignidad humana a la economía, “se sobre vive para tener, no para vivir”.

El desarrollo de una cultura sana y sólida exige que las condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la dignidad humana. Elementos que no pueden asegurarse en millones de personas que viven en esta latitud en extrema pobreza o miseria. O frente a más de 6 generaciones de ciudadanos que han nacido con una deuda externa que ni siquiera sus bisnietos podrán liquidar aún cuando en este momento se detuviera el monto total del débito. Así, mientras los pocos capitales consistentes son trasladados al extranjero [12], para asegurar únicamente un patrimonio individual, se corona un sistema piramidal de lesión al bien común, reforzando la arraigada cultura del lucro.

Pero, detrás de esta forma desproporcionada de ambición financiera, ¿Qué busca el hombre? ¿Qué efecto proporciona el dinero en cada uno de nosotros que le buscamos con tanto afán? ¿Cuál es la estabilidad que persigue? La palabra ganancia o lucro ¿No será un denominador cultural de la necesidad existencial de todo ser humano, de buscar una seguridad palpable? La ganancia no estará indicando de laguna manera una acción desesperada de invertir el flagelo de la miseria vivida o temida, en un nuevo y real orden de cosas [13]?


3.- Cultura de la Tolerancia

Un tercer vocablo se escucha con cierta frecuencia en nuestras plazas, el concepto de tolerancia. Tolerancia política, religiosa, económica, sexual, etc.. Este término que ha sido tan exaltado hasta el cansancio, como expresión de una sociedad adulta, cosmopolita y globalizada, ofrece una muestra de lo que la mentalidad dominante propone como modelo cultural:

De una parte lo que realmente describe la tolerancia actual, no es el respeto dialogante o la veneración profunda por la dignidad personal del otro, tampoco es la escucha, la valoración, el intercambio mutuo, la asimilación y contrapropuesta de un diálogo, sino más bien la indiferencia desenfadada del otro [14]. El desprecio pasivo de cualquier verdad que trascienda el campo de lo subjetivo, en una palabra: la desilusión viviente del sueño de la objetividad. La respuesta vital de cada ser humano no puede ser compartida como verdadero tesoro de la persona, “si usted dice que encontró serenidad en el budismo, es porque cada uno elige el tótem al cual se quiere alienar” “lo que usted ha encontrado a mí no me ayuda, mi mundo está absolutamente separado del suyo”.

De otra parte lo que conlleva y busca ideológicamente la tolerancia posmodernista es la disolución de una forma comunional de relaciones, produciendo individuos que forman una masa amorfa sin certezas y por lo tanto sin proyecto cultural trascendente e histórico.

Somos observadores de una tragedia suicida, el hombre contemporáneo busca la compañía, porque ha intuido que el otro no es el infierno de Sartre. Pero se ve imposibilitado de salir al encuentro del otro, precisamente por la sobre-estima de su interioridad, el absoluto de una individualidad hermética, que considera irreformable, impidiéndole así ver en la alteridad con el otro el signo de una complementariedad.

El otro permanece en el campo de lo “soportable”, de lo “tolerable” precisamente cuando refleja las expectativas ideales, previstas y proyectadas de la subjetividad de mi yo. Tolerancia, no es sino la lubricación de millones de esferas de cristal, que a fin de no quebrarse, aprenden a deslizarse entre ellas en el río de la vida, pero sin comunicar y abrir su interioridad a la alteridad. La obediencia y la autoridad, que sustentan todo desarrollo humano sano a nivel personal y social vienen privadas de su fuerza, la confianza en el otro. No es de extrañarse que las primeras manifestaciones de la fragilidad antropológica se perciban precisamente en la actual crisis de las instituciones, prevista hace 93 años por el Papa San Pío X [15].

Como es posible constatar, esta noción de tolerancia, da por descontado, el papel amenazador y aniquilante de la autoridad [16]. La tolerancia no sólo encapsula la interioridad, sino que la atrofia, eliminando cualquier rastro de alteridad y objetividad en el otro. La confianza, se eleva por ello, como el sueño guajiro de toda relación humana.

El conflicto antropológico de la autoridad, que la psicología freudiana describe en parte en el complejo de Edipo, describe con paroxismo el enfrentamiento sanguinario, entre el hijo y el padre. cierto que el contexto griego es el concepto de moria o destino el que viene desarrollado, en la famosa tragedia de Sófocles. Sin querer entrar en el discurso de crítica literaria, me permito presentar la interpretación que describe la suerte de un hombre, que por ignorancia mata la autoridad. Destruyendo su origen, su memoria, su identidad. Aparentemente, Edipo gana la herencia que le toca por destino; desgraciadamente, esta victoria no es sino el comienzo unas relaciones de monstruosas, deformes, ciegas.

Entonces, ¿qué diremos? ¿Qué la tolerancia es realmente nefasta? Tal afirmación es igualmente letal. La tolerancia posmoderna posee sin saber, la preciosa intuición del corazón del hombre: no resistir al otro genera paz. La tolerancia tiene un correlativo en el lenguaje cristiano, el diálogo. El diálogo supone conflicto, no evasión, conflicto. Una lucha, pero no al modo marxista de contraposición clasista de destrucción de la alteridad, o al modo neoliberal reinante de la masificar sujetos intercambiables cual piezas de engranaje; donde la utopía colectiva a dejado lugar a la angustia burguesa de la sobra vivencia tolerante del desinterés comunitario.

Detrás del concepto de tolerancia ¿No se podría percibir de alguna manera el rechazo a la uniformidad “te tolero a fin de permanecer yo mismo”? ¿Qué busca el hombre al relativizar las distinciones entre sus semejantes? ¿La irrepetibilidad de la persona humana encuentra un espacio en la propuesta que hacemos del Evangelio en las formas pastorales y culturales concretas que realizamos? ¿La tolerancia que buscamos más parece fusión sincretista que dialogo?


4.- Cultura de la indiferencia religiosa

Un cuarta locución, quizá no tan usada en el lenguaje ordinario de las sociedades contemporáneas es el de la indiferencia religiosa. Delante del fenómeno de la secularización que predecía la desaparición del ámbito religioso en la sociedad moderna, se ha comprobado, que lejos de desaparecer, el horizonte religioso ha crecido con nuevo vigor, aunque si bien con una orientación diversa.

La secularización del contexto moderno ha dejado una expresión religiosa de tipo subjetivista; despreciando cualquier clase de institucionalización de la esfera religiosa que pretenda proponer la verdad absoluta de su credo. Para algunos, el único canal de supervivencia de la religiosidad se encuentra en la presentación de contenidos religiosos evolutivos y polifacéticos, cualquier clase de desarrollo dogmático tradicional conduciría a la petrificación religiosa y a su anacronismo. Otros observan que la religiosidad permanecerá vigente en la medida que pueda ofrecer, una propuesta seria sobre al sentido de la vida, al que la modernidad no ha podido responder.

Por otro lado, los derechos del hombre vienen defendidos, pero sin referencia al Trascendente Personal. Estamos delante de un nuevo humanismo, un humanismo auto idolátrico, narcisista [17]. “Yoísta”, del concreto individuo, no del género humano, como lo fueron el renacimiento, el racionalismo, el idealismo alemán o el marxismo, ni siquiera del tipo reflexivo existencialista, sino de la absoluta subjetividad hermética de cada individuo.

La decepción de la razón y su acelerada caída, han afirmado en la nueva religiosidad una ruptura entre creencias profesadas y regla moral. Cualquier pretensión de norma viene visto como atentado [18] a la autonomía moral del individuo.

El hombre ya no es centro de todo, sino el “yo”. El hombre es solo, de ahí que busque una disolución de su soledad en la naturaleza [19], con la cual forma un solo elemento, pero que paradójicamente explota y destruye para lograr el confort, que constituye el valor absoluto de bondad.

Desde el ámbito fenomenológico la increencia no se presenta como corriente de pensamiento ateo, mucho menos como fenómeno claramente manifiesto, sino como un dato extendido en la realidad occidental, que no es rechazado por la sociedad, ni contestado por los creyentes. Aparece pues, como una corriente envolvente, una mezcla de apatía, relativismo y tolerancia con respecto a la realidad trascendente. Hablar o no hablar de Dios, es realmente indiferente improductivo. El ateísmo teórico ha sido tan efectivo en las décadas pasadas, que se transformado en un estilo asimilado de vida [20], donde la fe, viene suplantada por el sentimiento religioso, expresión emotiva de la inmanencia. El ateísmo no necesita ya combatir la trascendencia de Dios, hoy se vive el sepelio de Dios en la cripta sentimentalista de la yo [21].

El paradigma dominante [22] de bienestar, propone la felicidad como autosuficiencia y bienestar individual en materia económica, se erige como el único horizonte creíble de realización humana, para lo cual es preciso renunciar a la identidad histórica, la pertenencia familiar, la memoria regional, el marco de valores tradicionales y todo aquello que suponga un obstáculo a la uniformidad industrial de producción y a la generación económica. Las tradiciones son vistas como mero atavismo ancestral que impide la realización personal, por ello han de ser superadas por nuevas tradiciones, no comunitarias, sino individuales, ligadas a momentos "mágicos" de sentimiento. De este modo se intercambia la dimensión histórica de la fe y los sacramentos cristianos, con la expresión hermética de la propias formulaciones religiosas basadas en la emoción y la mágica fuerza de los amuletos personales.

La globalización como instrumento de propagación de este modelo atomizador, ha influenciado grandemente la no creencia, mediante un paradigma de felicidad norteamericano, que relativiza la relación con el Trascendente, recluyéndolo aún más en el ámbito subjetivo, igualando así las diversas formas de valores culturales y reduciendo el impacto y continuidad de la transmisión de la fe.

El resurgimiento religioso parece orientarse en dos direcciones precisas y diversas del desarrollo previo:

1) La negación de la objetividad de la realidad Trascendente, que por lo tanto no puede ser administrada u ofrecida por ninguna clase de institución religiosa; implicando así el desprecio por la dimensión histórica y Reveladora de la fe.

2) El rechazo o indiferencia a lo que signifique alteridad, la divinidad no puede ser “Personal”, ello implicaría diversidad, Autoridad y Obediencia. La vivencia colectiva sólo tiene valor en cuanto los otros sienten lo mismo que yo. La iniciación es válida para estas nuevas formas religiosas en la medida que permite sentirse o reconocerse como protagonista de esta acción o cuando permite tener emociones “fuertes”. Ello explicaría el auge occidental del modelo asiático monista de trascendencia lo humano y lo divino identificados y disueltos [23].

La opción religiosa o de creyente es asunto meramente subjetivo, de elección personal, cuyos efectos son también subjetivos y objetivamente en nada distintos de los que un no creyente experimenta. No hay diferencia entre creer y no creer. La creencia de fe no aporta ningún beneficio o privilegio objetivo, cualquier clase de razonamiento que intente mostrar que la fe da respuestas a lo que el no creyente no tiene, se ve observado como anticuado, iluso y autoritario. Esta situación proviene de la aceptación legal en que los no creyentes poseen valores propios, dignos de respeto e iguales a los cristianos. El impacto y las modalidades de secularismo y el relativismo presentes en la mentalidad hodierna de los católicos, podría requerir diversos convenios sobre el argumento, en esta ocasión será presentado por el Profesor Pedro Morandé, como uno de los rasgos culturales que configuran la actual sociedad tecnócrata.

Solamente cuando la fe es puesta como respuesta histórica al mensaje de Jesucristo, viene vista como objetivamente distinta a los valores de los no creyentes, pero precisamente por ser histórica, pero no viene valorada como opción de superioridad antropológica, sino sólo como una misión en la historia, no diversa del determinismo.

Así cualquier expresión radical de la fe es vista como sectaria. Hacer presente la fe en lo cotidiano se vuelve rareza. Del mismo modo la afirmación sin ambages de identidad católica es criticada como fundamentalismo, del mismo modo que la pertenencia a una experiencia comunitaria eclesial se denuncia como integrismo o gueto. Y esto, no por las demás religiones, sino por los mismos católicos que ha fuerza de contemporizar con el secularismo, ha generado una propuesta católica “light”.

¿Será que la insatisfacción de la experiencia religiosa de la fe católica en nuestras sociedades, es el resultado de una vivencia intensa de la fe, descubierta como fraude? ¿No será más bien el rechazo a formas ingenuas, corrompidas y superficiales de una religiosidad popular “light”, de moralismo legalista e ignorancia histórica? ¿La indiferencia no estará invocando de alguna manera una forma más radical de experiencia del Trascendente precisamente en la historia y una vivencia más intensa y personal de la vida comunitaria [24]?


CONCLUSIÓN

Al final de esta reflexión pienso que no podemos sino estremecernos de los desafíos que sólo de cuatro palabras pueden surgir panorámicamente. ¿Cómo anunciar a Jesucristo a esta generación? Los conceptos que he referido ¿No serían la clara expresión de que el Evangelio no es ya un mensaje adecuado para esta generación? ¿No será que su argumentación luego de ser vivida durante tantos siglos, ha llegado a su momento de ocaso, debiendo aceptar que es una utopía superada a la cual es inútil aferrarse?

Es indispensable tomar estas invectivas radicalmente, hoy como en otros tiempos, nos vemos favorecidos con la interpelación de la radicalidad de la fe, creer ó es cuestión de vida o muerte o no es fe. Colocar la fe fuera del campo dramático de la contingente existencia humana es desnaturalizar la fe en su identidad más honda: recepción y custodia de una Buena Noticia que vence la muerte y da la hombre la vida indestructible que anhela.

Observemos pues, cuál es el deseo escondido los conceptos enunciados, qué realidad sana, justa y santa es deseada por el hombre de nuestra época que tan afanosamente busca en el placer, la emoción, la ganancia o lucro, la tolerancia, el misterio. Descifrar el objeto deseado aun incluso en el error, es sacar a la luz una vía de acceso del hombre a Dios.

El capax Dei del hombre de San Agustín, se expresa incluso de formas deformes y pasionales, el movimiento muchas veces convulsivo de la búsqueda de armonía, aún en sus formas más aberrantes es un grito desesperado de Amor, de Paz, de Dios. Son estos los puntos de anclaje que en cada época hemos de identificar y reproponer [25] a los hombres y mujeres que nos sean contemporáneos.

Aquí inicia la verdadera misión de los Centros Culturales Católicos: discernir en las expresiones culturales y anticulturales de la propia sociedad, el movimiento de plenitud sembrado por Dios en el hombre, sin dejarse confundir por las aberraciones que en su ceguera genera la locura humana, que se concibe como sola, abandonada y destinada a la muerte.

Este deseo trágicamente escondido en el hombre solamente puede ser colmado por Uno que conoce el corazón del hombre, por ser Él mismo hombre. Por Aquel que siendo el Agua viva puede saciar la sed del deseo de Dios, por ser Él mismo, Dios. El es la compañía que colma los movimientos desordenados de la afectividad frágil de nuestra generación. Pues al acoger las deformaciones de cada hombre y mujer, sin condenarle, sino amándole. Es decir, uniendo la suerte del otro a la propia vida, al propio destino. La Vida de Jesucristo, que es Vida indestructible, endereza las deformaciones, no con golpes o represiones, sino con un paciente y amoroso morir en la Cruz. El amor perfecto que busca el ser humano encuentra por fin donde reposar, Jesucristo, el Siervo que no se resiste al mal y que sabe que la malicia del hombre es ceguera y desesperación.

Continuar la misma pedagogía del Dios Padre del Señor Nuestro Jesucristo, que la Constitución Conciliar Dei Verbum enuncia de modo extraordinario: Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable condescendencia de Dios, “para que aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su providencia solícita [26].

La Encarnación constituye entonces el Camino, el método de evangelizar, hacerse uno con el otro. Llevando al profundo del corazón humano, la inconmensurable riqueza del Evangelio que a su vez habíamos recibido gratuitamente. Un amor marcado por synkatábasis por una condescendencia que se adapta y se inclina hacia nosotros.

En este proceso de hacerse uno con el otro, se verifica un evento que transforma el universo creado: la comunión. Esta forma dinámica generada por Dios mismo en el corazón de los creyentes, no es una fusión, uniformación u homogenización de las morfología cultural del género humano. La comunión es la prueba que entre personas únicas e irrepetibles es posible el amor, es posible recibir una vida común, que no disuelve las diferencias sino que potencia la mutua donación de acoger al otro. Estamos llamados a descubrir: en la tolerancia: la urgencia al diálogo y el reconocimiento de la irrepetibilidad de la persona humana; en la emoción: la urgencia de un Amor que sea cercano, fiel y seguro; en el lucro: la urgencia de un orden social equilibrado; en la indiferencia religiosa: la urgencia de la certeza histórica de la Vida Eterna. A esto estamos llamados: a descubrir y reflejar en el mundo la imagen de la Santa y Vivificante Trinidad, mediante la comunión.

Los Centros Culturales Católicos precisan, junto al discernimiento y acompañamiento del hombre contemporáneo, un lenguaje y una praxis que favorezca los encuentros interpersonales, y el reforzamiento de las pequeñas comunidades eclesiales, parroquiales, diocesanas, religiosas, universitarias. La necesidad de irrepetibilidad de la persona que observamos en el termino tolerancia, no puede ser positivamente desarrollado sin la necesaria referencia a la comunidad. No se trata de atomizar la Iglesia, mucho menos de mantener una masa informe de desconocidos y anónimos bautizados, se trata de caminar pacientemente y sin violentar la persona, hacia una formación y fortalecimiento de pequeñas comunidades, que con un mismo espíritu y en la diversidad de carismas opciones, medios, estructuras, muestren al mundo el signo de la comunión.

La forma más fácil y aparentemente más pacífica y eficaz de anunciar el Evangelio es la uniformidad, evitando toda clase de conflicto entre formas diversas de expresiones de la fe católica. Con ello se reforzaría la globalización, agudizando aún más las distancias con los cristianos alejados. Si bien es cierto que el enfrentamiento hiere la comunión, no menos cierto es, que la comunión no es en modo alguno una anestesia que elimina los sufrimientos de la diferencia. Padecer pacientemente no sólo ayuda a curar la fragilidad infantil de nuestras heridas egoístas; padecer pacientemente, ofrece al mundo un signo creíble de la comunión de dos que siendo diversos no se desacreditan sino que se complementan.

El ministerio de discernimiento de los carismas está confiado al Obispo Diocesano que a su vez en mutua comunión con el sucesor de Pedro, expresa la comunión con toda la Iglesia. Esta relación tan prometedora entre la Pastoral diocesana y los Centros Culturales Católicos vendrá desarrollada por Mons. Andrés Arteaga Manieu, Obispo Auxiliar de Santiago y Presidente de la Comisión Episcopal de Cultura de Chile.

Hoy más que nunca el mensaje de Jesucristo es suspirado, sin saberlo por los hombres y mujeres de esta generación. Su lenguaje lo grita, sus acciones lo denuncian y sus sufrimientos lo imploran. ¡Bendita hora para América Latina que lleva en sus manos el más precioso tesoro que jamás el mundo haya escuchado! Dios se ha hecho carne para dar a la carne del hombre una vida indestructible, desde la historia y para la eternidad: Jesucristo Muerto y Resucitado el es nuestra Vida.

Sea Alabado Jesucristo, ahora y por siempre.



 

CONFERENCIA INAUGURAL DEL
EMMO. Y RVMO. SR. CARDENAL Paul Poupard
Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura

La misión de los Centros Culturales Católicos, un servicio al Evangelio
que refuerza la identidad católica


Encuentro de Responsables de Centros Culturales Católicos del Cono Sur

PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALPARAÍSO
17 DE SEPTIEMBRE DE 2003