Autor: Alfonso Aguiló Pastrana
Fuente: www.conoze.com
Moral laica
Alfonso Aguiló Pastrana (Conoze.com) reflexiona la educación moral y la vida laica.
Muchos padres y educadores están preocupados por la
educación moral de sus hijos, alumnos, etc. Ven que bastantes de sus actuales
problemas tienen la raíz en una deficiente o insuficiente formación básica en
las convicciones morales, criterios de conducta, ideales de vida, valores,
etc. Pero lo que más me llama la atención es que bastantes de esos padres y
educadores, aun considerándose buenos creyentes, apenas cuentan con la fe a la
hora de educar, y eso me parece un error de graves consecuencias.
Es cierto que se puede tener una moral muy exigente sin creer en Dios. Y
también es cierto que existen personas de gran rectitud moral que no son
creyentes. Y es verdad se pueden encontrar doctrinas éticas respetables que
excluyen la fe.
Pero no veo que ninguna de esas razones haga aconsejable que una persona
creyente eduque a sus hijos como si no tuviera fe, o que ignore la importancia
que tiene la religión en la educació n moral de cualquier persona.
De entrada, no veo cómo puede existir una ética que prescinda totalmente de
Dios y pueda considerarse racionalmente bien fundada, pues la ética se remite
a la naturaleza, y ésta a su autor, que no puede ser otro que Dios. Además,
una ética sin Dios, sin un ser superior, basada sólo en el consenso social, o
en unas tradiciones culturales, ofrece pocas garantías ante la patente
debilidad del hombre o ante su capacidad de ser manipulado.
Una referencia a Dios sirve -y la historia parece empeñada en demostrarlo- no
sólo para justificar la existencia de normas de conducta que hay que observar,
sino también para mover a las personas a observarlas. El creyente se dirige a
Dios no sólo como legislador sino también como juez.
Porque conocer la ley moral y observarla son cosas bien distintas, y por eso,
si Dios está presente -y presente sin pretender acomodarlo al propio capricho,
se entiende- será más fácil que se observen esas leyes morales.
En cambio, cuando se prescinde voluntariamente de Dios, es fácil que el hombre
se desvíe hasta convertirse en la única instancia que decide lo que es bueno o
malo, en función de sus propios intereses. ¿Por qué ayudar a una persona que
difícilmente me podrá corresponder? ¿Por qué perdonar? ¿Por qué ser fiel a mi
marido o mi mujer cuando es tan fácil no serlo? ¿Por qué no aceptar esa
pequeña ganancia fácil? ¿Por qué arriesgarse a decir la verdad y no dejar que
sea otro quien pague las consecuencias de mi error?
Quien no tiene conciencia de pecado y no admite que haya nadie superior a él
que juzgue sus acciones, se encuentra mucho más indefenso ante la tentación de
erigirse como juez y determinador supremo de lo bueno y lo malo.
Eso no significa que el creyente obre siempre rectamente, ni que no se engañe
nunca; pero al menos no está solo. Está menos expuesto a engañarse a sí mismo
diciéndose que es bueno lo que le gusta y malo lo que no l e gusta. Sabe que
tiene dentro una voz moral que en determinado momento le advertirá: basta, no
sigas por ahí.
Sin religión es más fácil dudar si vale la pena ser fiel a la ética. Sin
religión es más fácil no ver claro por qué se han de mantener conductas que
suponen sacrificios. Esto sucede más aún cuando la moral laica se transmite de
una generación a otra sin apenas reflexión. Como ha señalado Julián Marías,
los que al principio sostuvieron esos principios laicos como elemento de un
debate ideológico, tenían al menos el ardor y el idealismo de una causa que
defendían con pasión.
Pero si esa moral se transmite a los más jóvenes, a los hijos, y después a los
hijos de estos, sin ninguna vinculación a creencias religiosas, es fácil que
ese idealismo quede en unas simples ideas sin un fundamento claro, y por tanto
pierden vigor.
Cuando se niega que hay un juicio y una vida después de la muerte, es bastante
fácil que las perspectivas de una persona se re duzcan a lo que en esta vida
pueda suceder. Si no se cuenta con nada más, porque no se cree en el más allá,
el sentido de última responsabilidad tiende a diluirse, y la rectitud moral se
deteriora más fácilmente.
¿Y qué decir al que, a pesar de buscar a Dios, no tiene fe? Le diría que
buscar a Dios es un paso importante, y que casi siempre supone tener ya algo
de fe. Si la búsqueda es sincera, tarde o temprano lo encontrará. Yo
recomendaría a esa persona que pensara en su propia conducta y en la verdad,
que reflexionara sobre qué está bien y qué está mal, y que procurara actuar
conforme a ello, pues tal vez es Dios precisamente quien se lo está pidiendo,
y al obrar bien se dispone a descubrir a quien es la fuente del bien.
Hay ocasiones en que los motivos de conveniencia natural para obrar bien nos
impulsan con gran fuerza. Pero hay otras ocasiones -y no son pocas-, en que
esos motivos de conveniencia natural pierden peso en nuestra mente, por la
razón que sea, y entonces son los motivos sobrenaturales los que toman un
mayor protagonismo y nos ayudan a actuar como debemos. Prescindir de unos o de
otros es un error moral y un error educativo de gran alcance. Por eso, los
padres creyentes que dan poca importancia a la formación religiosa de sus
hijos suelen acabar por darse cuenta de su error, pero casi siempre tarde y
con amargura.