Autor: Don Giorgio
Pontiggia
Fuente:
www.vatican.va
Los jóvenes ante Cristo y la Iglesia
El descubrimiento más grande que he hecho y que hago a diario es, que enseñando se crece
No he
encontrado una descripción más sintética e imaginativa de la situación de los
jóvenes de hoy que aquélla surgida en un diálogo de Don Giussani con un grupo
de universitarios:
"Es como si todos los jóvenes de hoy hayan sido arrollados por una especie de
Chernobil, por una enorme explosión nuclear: su organismo sigue siendo
estructuralmente como antes, pero ya no lo es dinámicamente; ha ocurrido un
plagio fisiológico, realizado por la mentalidad dominante. Es como si hoy no
hubiera otra evidencia real fuera de la moda - que es un concepto y un
instrumento del poder. Ahora como nunca antes, el ambiente, entendido como
clima mental y modo de vida, ha tenido por instrumento una invasión tan
despótica de las conciencias. Hoy más que nunca, el ambiente con todas sus
formas de expresión es educador, o el ´deseducador´ soberano. También así el
anuncio cristiano tiene hoy día más dificultades para ayudar a que la vida del
cristiano sea en una vida de convenc imiento, para que se convierta en vida y
convicción. "quello que se escucha y se ve no es realmente asimilado: aquello
que nos rodea, la mentalidad dominante, la cultura que invade todo, el poder,
realizan en nosotros un enajenarse respecto a nosotros mismos. Por un lado uno
permanece abstracto en el trato consigo mismo y descargado afectivamente (como
pilas que en vez de durar horas duran sólo minutos); y por otro lado, en
contraposición, se refugia en la comunidad como protección".
"...Un enajenarse respecto a nosotros mismos. Por un lado uno permanece
abstraído en el trato consigo mismo". Porque, según todos los factores, se ha
sustituido la razón, tan necesaria para el conocimiento de la realidad y de la
experiencia, por el sentimiento; la persona no es aquello que es, pero es
aquello que siente; la razón se convierte en la capacidad de justificación de
esta reacción: "Anda a donde te lleve el sentimiento", y así lo que prevale es
la opinión y no el juicio.
Se ha eliminado la evidencia de una debilidad original en la que vive la
persona. Se ha tomado como dogma y se ha difundido a los medios de
comunicación social la afirmación de Rousseau: "Haz lo que quieras, porque el
hombre por naturaleza es impulsado a actos virtuosos". Por ello la fatiga y el
sacrificio se han convertido en una objeción y no en la condición para vivir.
"...y descargado afectivamente (como pilas que en vez de durar horas duran
sólo minutos)". El afecto se convierte en la satisfacción de un placer y ya no
en el atractivo de la verdad. Así todo es cambiante, inseguro, y las pilas
descargadas convierten la vida no en un camino hacia una meta sino en un
vagabundear, en una discontinuidad en vez de un amanecer.
También la religiosidad juvenil a menudo es más un fluctuar del sentimiento
hacia Dios que el reconocimiento de él, por lo cual todas las religiones son
iguales porque corresponden más con la propia espontaneidad y no porque
realizan más la propia naturaleza.
"...y por otro lado, en contraposición, se refugia en la comunidad como
protección". Así las asociaciones juveniles nacen más por una proximidad a
sensaciones y modas que como una ayuda para hacer crecer a la persona,
convirtiéndose así en una nueva forma de ideología, en la correa de
transmisión de la moda y de la mentalidad dominante.
Don Giussani escribió en Porta la speranza, Ediciones Marietti, de donde cito
un capítulo:
"Pero para el lugar que ocupa en la cronología de cada vida, en todos los
tiempos la juventud habrá presentado una escena de crisis. Por ello, si hoy se
habla de una crisis particular y excepcional de los jóvenes, ésta, haciendo un
último análisis, debe ser buscada en una crisis de la educación y de los
factores educativos. La crisis de los educadores se perfila: en primer lugar
como una falta de conciencia que hace de los educadores mismos colaboradores,
aunque inconscientes, de las deficiencias del ambiente. .."
Hay una pérdida del significado personal de la identidad cristiana, que es el
de constituirse un sujeto nuevo en la Historia y no un sujeto como los demás
con alguna tarea más, como ha dicho el cardenal Ratzinger en el Encuentro de
Rimini en 1990:
"Se ha difundido aquí y allá la idea, también en elevados ambientes
eclesiásticos, de que una persona es más cristiana cuanto más esté
comprometida en las actividades de la Iglesia. Se empuja hacia una especie de
terapia eclesiástica de la actividad, el de ponerse manos a la obra. Se
intenta asignarle a cada uno una comisión o asignarle por lo menos alguna
actividad dentro de la Iglesia. [...] Puede suceder que alguno ejerza
ininterrumpidamente una actividad asociativa eclesial y que para nada sea un
cristiano. [...] La Iglesia no existe con la finalidad de tenernos ocupados
como en cualquier asociación mundana o para que se conserve viva ella misma,
en cambio existe para que tengamos acceso a la vida eterna".
Al interior de la sociedad contemporánea a menudo el cristianismo aparece
ligado a las estructuras. Éstas, al no ser siempre vivificadas por un
testimonio personal, hacen que el rechazo o la indiferencia en relación a
estas estructuras coincidan con el rechazo o la indiferencia en relación a la
identidad cristiana, como si la participación en aquéllas bastase para
justificar el propio ser cristiano.
En muchos cristianos falta el testimonio de la subjetividad nueva que es el
cristianismo que dé vida a estas estructuras: se ha perdido la conciencia del
significado personal de la vocación cristiana. Así la identidad cristiana
permanece abstracta, extraña a la vida, al mundo normal.
"...y, en segundo lugar, como una falta de vitalidad en la actitud educativa,
que no les hace combatir con la suficiente energía contra el ser negativo del
ambiente, como lo demuestra su posición esquemática tradicional, formalista,
en vez de llevarles a renovar el eterno Verbo re dentor en el espíritu de la
nueva lucha".
Se favorece la fractura entre cristianismo y vida. La sociedad tiende a
rechazar o a relegar el cristianismo al ámbito de una dimensión privada: es
decir, se realiza una separación de Dios como origen de la vida y con ello de
la experiencia. Es como si Dios respondiera a la "religiosidad" y no a las
exigencias de la vida. Así, inconscientemente, se acepta el rol que la
sociedad quiere reservar a los cristianos. Esta "religiosidad" es como un
suplemento religioso, el alma para la realización del propio proyecto en vez
de ser el criterio y con ello colaboradores originales de la aspiración común
de los hombres hacia la felicidad.
Las dificultades de los hijos son un dramático interrogante para los padres;
por eso deberíamos preguntarnos con T.S. Elliot: "¿Es la humanidad la que ha
abandonado a la Iglesia?" o "¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la
humanidad?" (Cfr. T.S. Elliot, I cori de la Rocca).
Cr isto y la Iglesia
El cristianismo es un hecho, un acontecimiento
El cristianismo es un acontecimiento; una persona ha entrado en la Historia:
Jesucristo, que algunos han encontrado y aceptado. La Iglesia es la
posibilidad donde se puede repetir hoy este encuentro, la posibilidad donde se
repita para todos, como ha dicho el Santo Padre en la XVIII Jornada Mundial de
la Juventud en este año: "Queridos jóvenes, lo sabéis: el cristianismo no es
una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es
una Persona, es el Viviente!".
Por lo tanto no es una teoría, pero sí un hecho que nos incumbe a nosotros, un
hecho que nos ha sido entregado por una Presencia personal, la Presencia de
Cristo, del Emmanuel, "Dios-con-nosotros", de Dios que se ha hecho compañero,
amigo del hombre.
Como escribía Fedor Dostoevskij en Los Demonios: "Muchos creen que sea
suficiente creer en la moral de Cristo para ser cristianos; no es la moral de
Cristo, ni tampoco la doctrina de Cristo lo que salvará al mundo, pero sí
precisamente lo siguiente: que el Verbo se hizo carne".
El acontecimiento es el método
El "Acontecimiento" no es sólo el momento en el que este hecho ha sucedido,
pero indica un método, el método elegido y usado por Dios para salvar al
hombre: la Encarnación, Dios salva al hombre a través de lo humano.
El Cristianismo no es la revelación de la existencia de Dios pero sí el
estupor de que Dios es un Hombre, el estupor de Kafka: "Aquel que nunca hemos
visto, pero el que esperamos con verdadero anhelo, el que racionalmente ha
sido considerado inaccesible para siempre, aquí está sentado" (F. Kafka, El
Castillo).
La salvación no estará: está aquí; el valor del presente
Si Dios está con nosotros, entonces la salvación está aquí; y no sólo está
aquí, sino que está en medio de nosotros; por eso podemos hacer uso de ella,
la podemos exp erimentar ahora, porque Dios, que es la Salvación, se
compromete con el hombre, con toda su vida y con la historia. La salvación es
una compañía, la compañía de Dios con el hombre, en la cual el hombre
encuentra la posibilidad de su realización, la consistencia de su vida y de sí
mismo, su verdadera fisonomía, la unidad de su persona.
Nuestra realización, nuestra redención no es el resultado de nuestro esfuerzo
por la coherencia humana, pero sí la consecuencia de la aceptación de aquella
compañía.
"Salvar" quiere decir que el hombre entienda quién es, que entienda su
destino, que sepa cómo seguir sus pasos hacia su destino y que pueda caminar
hacia él.
Es encontrando esta Presencia que la persona empieza a comprenderse a sí
misma, a comprender cuál es su destino, a comprender cómo andar por el camino
de su destino y con qué energía debe caminar.
Abrazar la identidad cristiana, seguir el cristianismo tiene como condición la
conversión. Conv ertirse no es analizar el anuncio, pero sí comprometerse con
él, es decir, con un hecho, con un acontecimiento. Toda la consistencia del
anuncio reside en el hecho de que el anuncio penetre en la existencia y la
cambie. La experiencia de una renovación de la vida, de una fisonomía personal
imprevista es la prueba existencial de que la obra de la Salvación se está
cumpliendo al ciento por cien aquí en la tierra.
Así les recuerda el Santo Padre a los jóvenes en esta próxima Jornada mundial
de la juventud: "Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros
deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1),
es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida
eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros
la verdadera felicidad".
O como decía el cardenal Giacomo Biffi en un convenio de teólogos en Bologna:
"Nosotros no somos el «pueblo del libro», ni siquiera somos el «pueb lo de la
palabra»; pero somos el «pueblo del Acontecimiento» [...] Desaventurado aquel
teólogo, aquel exégeta, aquel lector de la página sagrada que diga que Jesús
es en primer lugar un personaje literario, y por ello habla del Cristo de los
sinópticos, del Cristo de san Pablo, del Cristo de san Juan, y no de su
Salvador".
No hay posibilidad de entender el cristianismo si no se intuye que el
cristianismo nace enteramente como pasión por el hombre, por cada individuo,
por el destino de cada individuo.
La persona renace de un encuentro
Si Dios se ha hecho hombre entonces ha entrado en la Historia; el método para
conocerlo ya no puede ser aquél de antes de su venida, aquél de todas las
demás religiones fundadas en la búsqueda, en la tentativa del hombre. Primero
se basaba todo en el esfuerzo, el estudio, la genialidad, el sentimiento
religioso; ahora hay Alguien a quien encontrar; no se requiere una capacidad
particular, pero sí la sencillez de un encuentro.
Como escribió el Santo Padre a don Giussani para los veinte años de la
Fraternidad de Comunione e Liberazione "El cristianismo, antes de ser un
conjunto de doctrinas o una regla para la salvación, es el «acontecimiento» de
un encuentro. Es esta la intuición y la experiencia que él ha transmitido en
estos años a tantas personas que se han adherido al movimiento de Comunione e
Liberazione. Más que ofrecer nuevas cosas, quiere ayudar a que se vuelva a
descubrir la Historia de la Iglesia, para expresarla de nuevo en un modo que
sea capaz de hablar e interpelar a los hombres de nuestro tiempo".
El yo se vuelve a encontrar a sí mismo en el encuentro con una presencia que
conlleva esta afirmación: "¡Existe aquello de lo que tu corazón está hecho!
Mira, por ejemplo en mí existe". El encuentro con una presencia no constituye
ontológicamente la persona en su subjetividad: el encuentro despierta algo que
antes era oscuro, algo que existencialmente no se h abía pensado y que era
impensable.
El hombre vuelve a descubrir la propia identidad original encontrándose con
una presencia que ejerce una fuerza de atracción y provoca un volver a
despertarse de las exigencias constitutivas de su naturaleza, una conmoción
llena de sensatez, por cuanto realiza una correspondencia a las exigencias de
la vida según la totalidad de sus dimensiones: desde el nacimiento hasta la
muerte. Porque, paradójicamente, la originalidad del propio yo emerge cuando
uno se da cuenta de que tiene en sí algo que está en todos los hombres.
Por lo tanto, se trata de una experiencia que hay que hacer. Ha dicho el gran
experto de la Biblia Ignace de la Potterie: "La fe cristiana es un camino de
la mirada".
Sin el empeño de hacer la experiencia no se puede entender qué es el camino de
la mirada. La cosa más difícil de aceptar es que, aquello que nos despierta a
nosotros, aquello que nos despierta a la verdad de nuestra vida, a nuestro
desti no, a la esperanza, a la moralidad sea realmente un acontecimiento.
Porque la palabra "acontecimiento", de la cual el encuentro es la forma,
indica una «coincidencia» entre lo real de lo experimentable y lo
sobrenatural.
El hecho más grande no es el de existir sino el encuentro: aquella única
circunstancia de la cual toda una Historia depende, un momento en el tiempo,
en el que un ser dice: "Yo soy Tú el que me haces".
Nuestra responsabilidad es hacer posible el encuentro con Cristo presente en
nuestro testimonio. Hay que identificarse con el valor de la afirmación de que
el cristianismo "es" un acontecimiento, y no que "fue" un acontecimiento; no
"ha sido" un acontecimiento sino que lo "es", ahora. Es una presencia paterna
que genera un Encuentro, es decir, el impacto de un Acontecimiento que te
comunica vida, porque la paternidad es verdadera cuando constituye una
propuesta para la vida. Es una paternidad y por eso un encuentro cuando es
propuesta de una respu esta a aquello que el otro es.
El encuentro se dilata en una compañía. El encuentro genera una compañía como
certeza afectiva, una familia, un lugar en el cual hay una esperanza para la
vida. Esta certeza afectiva para los jóvenes está en los adultos. Como ha
afirmado el Papa hace dos años: "El encuentro con ciertas personas genera
afinidad y esta afinidad genera una compañía, una comunión, un movimiento.
Vivir esta comunión es participar del Misterio del Espíritu".
Nos sentimos solicitados y atraídos por el encuentro con estas personas y nos
sentimos empujados a unirnos. Por lo tanto, el encuentro permanece como
compañía. Ésta es el lugar del ser humano, es el lugar geográfico y social, en
el que hemos sido llamados de nuevo a Aquello a lo que el encuentro nos ha
vuelto a despertar: Cristo, el destino hecho hombre.
La compañía es el lugar de una amistad que nace del presentimiento del destino
y que nos sostiene en el camino del destino, que es Crist o. Esta amistad es
ayuda en el itinerario que lleva a la realización de sí mismo y no a la
alienación de uno mismo.
Esto es lo que deberíamos provocar, lo otro sería inútil y sólo haríamos
reuniones. Es la experiencia de Algo que llevamos dentro, al que pertenecemos
tan profundamente que llena la vida con propuestas. Por medio de las palabras,
de la organización del tiempo, de las iniciativas que uno toma, y sobre todo
por medio de las relaciones que uno establece, el otro tendría que darse
cuenta de que en nosotros no ha encontrado nada más humano en toda la
humanidad. Es decir, aquí se experimenta, en sentido análogo, el milagro.
Sucede más o menos lo que ocurría con Jesús cuando hacía los milagros. Él no
vino sólo para hacer milagros, pero los ha hecho para que comprendiéramos
quién era y para qué había venido. Así nuestra meta es la de hacer presente
esta Presencia y hacer que todos los hombres se apropien de ella.
El método es un encuentro existencial, como dijo Juan Pablo II: "El verdadero
drama de la Iglesia, que se define como moderna, está en el intento de cambiar
el estupor del acontecimiento de Cristo por reglas".
El ambiente
Una presencia no puede estar sino en el ambiente. Así lo describía don
Giussani al comienzo de Comunione e Liberazione en El camino es en verdad una
experiencia: "Nuestra llamada no puede entrar directamente en la conciencia:
para llegar al yo genuino se debe perforar una mentalidad que tiene como una
especie de envoltorio. Esta especie de capa está hecha en gran parte por la
exasperación, por la influencia del ambiente cotidiano a través de los medios
más modernos que invaden a la persona: la propaganda, el colegio, la
televisión, etc. Pretender resistir o neutralizar esta influencia es una cosa
inútil si no se logra llegar a la persona precisamente allí donde la
influencia es mayor, es decir, en su ambiente. Este "ambiente" evidentemente
no coincide con un "lugar" en el s entido material de la palabra: más que un
lugar es un ámbito, es decir, todo un modo de vivir, una trama de condiciones
de la propia existencia. Precisamente en la sociedad actual tal ámbito de vida
tiene su propio eje en un lugar material, físico, que se convierte en el punto
de referencia o en el cruce obligatorio de todas las relaciones que surgen y
el consiguiente prorrumpir de ideas y de sentimientos. Los lugares de
referimiento son el colegio y, en otra proporción diferente, el trabajo".
La capacidad educativa está en crisis, cuando no crea un ambiente y no pasa
por la confrontación con el ambiente. No es una capacidad educativa aquella
que sabe hacer discursos y que sabe organizar, pero sí la que realiza una
confrontación con el ambiente, es decir, con la trama de los problemas humanos
que surgen en la convivencia, que son reflejo de la sociedad.
El empeño con el ambiente, es decir, el encuentro es generador de cultura y
hace que juzguemos la realidad a la luz de la fe, de un horizonte que da valor
al detalle y saca a luz la mentira de la pretensión totalitaria de una
ideología. Como decía el Papa Juan Pablo II en el Congreso del MEIC en 1982:
"Una fe que no se convierte en cultura es una fe que no es acogida plenamente,
no está enteramente ideada, no está fielmente vivida".
El encuentro hace crecer la convicción a través de la verificación, es decir,
del darse cuenta de la correspondencia entre la propuesta de Cristo y las
exigencias de la persona. Dios se manifiesta al hombre más con la capacidad de
responder que con la explicación de una doctrina. Ya recibimos el céntuplo
aquí en la tierra, no de lo que inventa el hombre, pero sí de la vida vivida
ante esa grande Presencia, la misma Presencia que hizo exclamar a san Pedro:
"Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna".
De dónde partir
Un cristiano que vive los mismos problemas de todos, que sufre la injusticia
co mo todos, que está implicado en las contradicciones de toda la sociedad y
que experimenta en esta experiencia una correspondencia con su humanidad, y se
pregunta qué cosa puede hacer por el mundo, ¿puede hacer otra cosa que vivir y
hacer presente aquello que ha encontrado? El cristianismo auténtico es el
anuncio de la Encarnación: el misterio y el infinito se encuentran en una
realidad espacio-temporal, que precisa de la persona.
Para empezar no sirven otros elementos, no sirve un análisis ya realizado, no
sirve alcanzar una fuerza o capacidad determinada, no sirve estar seguro de
que uno será escuchado y que la empresa llegará a buen término.
La primera condición es que esta conciencia del acontecimiento debe producir
un cambio en nosotros: los compañeros del colegio, la gente con la que nos
encontramos, los amigos y los colegas tienen que darse cuenta de que también
nosotros estamos personalmente comprometidos con este camino de realización de
uno mismo, «educ a aquel que se deja educar». Si no se parte de aquí el resto
no sirve para nada. Se puede tener un momento de eficacia si se tiene a una
persona humanamente fascinante y activamente constructiva, pero una vez que
ésta ya no está todo se convierte en un engaño.
Los jóvenes necesitan de personas que estén a la altura de sus exigencias
humanas, que sepan transmitir la fe que hay en ellos.
Hay dos síntomas que se muestran cuando estamos con ellos con esta postura:
a) que los jóvenes mismos se hagan partícipes de esta experiencia, es decir,
que sean misioneros. Una vez que ellos mismos, en cuanto a seres que caminan
hacia el propio destino, han descubierto cómo la intensidad de la vida
cristiana coincide con la intensidad de la pasión por sí mismo en cuanto a
seres que caminan hacia el propio destino, una vez que se han descubierto a sí
mismos, se dan cuenta de que esta coincidencia vale para cada persona con la
que se encuentran, aunque sea el propio ene migo. No podemos hacer otra cosa
que comunicarla.
b) que nosotros aprendamos de los jóvenes. Porque la relación educativa es una
relación recíproca: no hacer por, pero hacer con. Así el adulto está llamado a
verificar aquello que propone al otro.
El descubrimiento más grande que he hecho y que hago a diario es, que
enseñando se crece, uno se da cuenta de que el que más aprende es uno mismo.
Uno quisiera que aquello que se aprende se hiciera transparente y persuasivo
también para aquellos que están con nosotros.
Como decía Pier Paolo Pasolini: "Si alguno te hubiera educado, no lo habría
hecho con sus palabras, pero sí lo habría hecho con su ser" (de Gennariello,
en Lettere Luterane).
Roma, 10-13 de abril 2003
Don Giorgio Pontiggia
Rector del Instituto ´Sacro Cuore´ (Milano, Italia)