La verificación de la fe y la debilidad cristiana

 

Fuente: ForumLibertas

 

Una verificación vital de la fe en Cristo es el empequeñecimiento del temor a la muerte, entendida en un sentido amplio, antes del instante, en sus prólogos de miserias y sufrimiento, más allá de ella, al pavor de desaparecer, de ser nada. De perder toda conciencia, todo recuerdo.

Explican las crónicas de los romanos que los celtas eran considerados grandes guerreros por su fenomenal valor personal, porque en el combate no temían a la muerte. La causa de su ausencia de temor era debida a su creencia en la reencarnación. Pues bien, los cristianos disponemos de algo que debería llenarnos de mayor certeza y alegría: la promesa de la vida eterna en la felicidad de un Dios que nos ama como un padre. El mismo Jesucristo nos lo ha explicado con la sencillez necesaria para que la fe no sea consecuencia de la sabiduría, sino el acceso a ella. La realidad de Dios es inefable para el ser humano, de imposible comprensión, pero el sentido de ese Misterio inabarcable se hace evidente en las palabras de Jesucristo porque todos sabemos lo que puede amar un padre, una madre, hasta el más extremo sacrificio.

La gran debilidad cristiana de nuestro tiempo es el miedo a la muerte, al sufrimiento y miserias previas, al dolor de los que nos rodean. Incluso, aceptan, como quienes no creen, el equívoco intento de hacer desaparecer la muerte de la vida y, entonces, la perspectiva de cualquier dolor deviene insoportable. Están incluso  dispuestos a sufrir por algo accesorio, como una intervención de cirugía estética, pero no por la muerte, porque se intuye, como en los tiempos oscuros, como el fin de todo. Quien es esclavo de todo esto todavía  no ha renacido en Jesucristo en un grado suficiente. La muerte, su entorno, es la verificación de la madurez de nuestra conversión cotidiana.

Los sacerdotes de este país, los religiosos, las mujeres consagradas, los obispos, tienen la gran responsabilidad de guiarnos por este camino, de ofrecernos el acceso a la santidad. Es decir, hacerse transparentes para acceder a la experiencia de Dios. Su tarea es ayudarnos a abrir la puerta, a la consciencia del misterio de Dios.

Sin posibilidad de asombro ante la inmensidad de quien nos ama la fe se reduce a puro formulismo. Es como querer transmitir la emoción de un bello amanecer en términos de radiación de onda. No necesitamos gestores de la gris mediocridad, que confunden la prudencia con el temor, ni ilustrados miembros de vanguardias obsoletas, ni ocupados en tantos quehaceres que no tienen tiempo ni pasión para evangelizar. Necesitamos pastores que nos ayuden en la apertura al Misterio, a la experiencia del encuentro con Jesucristo. La Fe llama a las puertas del mundo otra vez, con fuerza. Es hora ya de alzarse para ser dignos del don.