La personalidad de Jesús de Nazaret

 

Escrito por José Barros Guede   

miércoles, 09 de marzo de 2011

A propósito de la publicación de “Jesús de Nazaret. Desde la entrada a Jerusalén hasta la resurrección” de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

Hoy, día 10 a las 5 de la tarde, el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de Obispos, presenta el II tomo de Jesús de Nazaret escrito por el papa Benedicto XVI. Pues bien, hoy como ayer, nos preguntamos: ¿Cuál era la personalidad del histórico Jesús de Nazaret?

 

 

Porque millones y millones de fieles le siguen, le adoran y ponen en él toda su esperanza. Millares de mártires mueren por su causa, de misioneros que abandonan su familia para predicar el Evangelio en tierras lejanas y de religiosos, varones y mujeres, que se encierren en monasterios y conventos bajo los votos de obediencia, pobreza y castidad. Para su culto de adoración se han levantado bellas catedrales, colegiatas, templos y santuarios, hermosas esculturas y pinturas y se han escrito millones de libros, revistas, artículos en papel y en digital.

Por los Evangelios conocemos que Jesús de Nazaret fue un israelita que nace en Belén de Judá, sobre el año 748 después de la fundación de Roma. Su madre María estaba unida en matrimonio con José, su padre legal. Perseguido a muerte por el rey Herodes, sus padres se refugian con él en Egipto. Fallecido Herodes, regresan a Palestina y fijan su domicilio en Nazaret, pueblo natal de sus padres, donde Jesús pasa su niñez, pubertad y juventud. A sus treinta años, sin título alguno académico y religioso sin asistir a las escuelas judías de Jerusalén y sin conocer la lengua y cultura griega, inicia su vida pública de predicación evangélica y de milagros por las regiones de Galilea y Judea. Muere crucificado a sus treinta y tres años siendo inocente, justo y santo.

 Jesús de Nazaret, viendo la interpretación y aplicación hipócrita de la ley mosaica por los príncipes de los sacerdotes judíos y por los escribas y fariseos y considerando la injusticia que el pueblo judío sufre, concibe la idea de fundar el Reino de Dios o de los Cielos, de carácter espiritual y escatológico, basado en el amor filial a Dios Padre y en el amor fraterno y universal a los humanos, en el cual las personas, tras su muerte, resucitan a la vida eterna, feliz o infeliz, según sus obras buenas o malas respectivamente.

 Un sábado entra en la sinagoga de Nazaret, abre el libro del profeta Isaías y lee a sus oyentes paisanos: “El Espíritu del Señor vino sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres el Evangelio, me ha enviado para anunciar la liberación de los cautivos, la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy”. Todos los oyentes se quedaron admirados de sus palabras llenas de gracia, diciendo: “No es éste el hijo del carpintero” (Lc 4).

Pero Jesús les dice: “Seguramente me vais a decir, médico, cúrate a ti mismo, en verdad os digo ningún profeta es bien recibido en su patria.”. Entonces, todos los presentes en la sinagoga llenos de ira, se levantan, le arrojan de Nazaret y le llevan a un monte escarpado para despeñarle, pero Jesús se marcha. Esta actitud hostil de sus paisanos hacia su persona y el vil asesinato del gran profeta, Juan Bautista, al que admiraba y quería, por mandato de Herodes, le conmueve y decide, a sus treinta años, iniciar su vida pública de misionero, predicador y taumaturgo recorriendo toda Galilea y Judea para proclamar el Evangelio del Reino de Dios en las sinagogas, pueblos, montes, valles y riberas del lago de Galilea.

Para ello, se marcha de Nazaret a Cafarnaún donde fija su residencia. Un sábado entra en la sinagoga y dice a los judíos presentes: “Convertíos, porque está cerca el Reino de Dios” (Mt 4, 15). Es decir, tenéis que cambiar vuestro temor y miedo por el amor filial a Dios Padre y por el amor fraterno y universal a todos los humanos, porque el Reino de Dios está próximo, cuya naturaleza espiritual y escatológica expresará claramente en su célebre sermón de la Montaña, en su místico discurso del Pan de Vida y en sus múltiples comparaciones y parábolas.

Inicia el sermón de la Montaña, llamado el gran mitin de la historia, con la Bienaventuranzas en las que manifiesta que las personas a quienes este mundo llama infelices y desgraciados son felices en el Reino de Dios o de los Cielos. A continuación, con un lenguaje concreto, conciso y metafórico enseña que si somos como los escribas y fariseos, hipócritas y falsos, no entraremos en su Reino. Nos manda buscarlo por medio de la oración del Padre Nuestro y por la práctica de la Justicia que consiste en creerle y amar filialmente a Dios y amar fraternalmente a todos los seres humanos, sean amigos o enemigos (Mt 5, 6 y 7).

Sobre el Pan de Vida nos enseña: “Yo soy el pan de la vida, el que venga a mí no tendrá hambre y el que crea en mí no tendrá sed” (Jn 6, 4). Un doctor de la ley le pregunta maliciosamente: “Maestro, ¿qué haré para alcanzar la vida eterna?. Le contesta: ¿Qué está escrito en la Ley?. El doctor le responde: Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. Jesús le contesta: “Bien has respondido, haz esto y vivirás”. El doctor, de nuevo le pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”. Entonces, Jesús le pone el ejemplo del samaritano que es único que auxilia al judío herido a pesar de su enemigo (Lc 10, Mt 22, Mc 12).

Juan evangelista escribe sobre el amor: “En esto conoceréis que sois mis discípulos” (Jn 13, 35). “Si alguno dijere que ama a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4, 20 ). El amor según Pablo de Tarso es: “Longánimo, benigno, no es envidioso, ni jactancioso, ni se hincha, ni es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal, no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera” (1 Cor 13,4-6).

Jesús no sólo predica el bien sino que obra y hace también el bien. Cura a los enfermos y resucita a los muertos. Concretamente, cura a la suegra de Pedro, a la hemorroisa, al ciego de Jericó, al enfermo de la piscina de Siloé, al criado de centurión. Resucita a Lázaro y al hijo de la viuda de Naín. Convierte el agua en vino en las bodas de Caná de Galilea. Come con Zaqueo, circunstancia que aprovecha para cambiar su conducta codiciosa. Se compadece de la mujer adúltera. Multiplica los peces y panes para dar de comer a una multitud hambrienta que escuchaba su palabra.

Critica y fustiga fuertemente la hipocresía del Sanedrín y de los escribas y fariseos. Víctima de una conspiración, Judas le traiciona, Pedro le niega y el resto de sus discípulos por miedo a los judíos le abandonan. Es sentenciado y condenado a muerte por el Sanedrín judío al afirmar Jesús que era el Mesías y el Hijo de Dios en un proceso totalmente injusto e ilegal presidido por el pontífice Caifás y promovido por su suegro, el pontífice Anás, quienes le acusan ante el gobernador romano Poncio Pilatos diciendo que quería ser Rey de los Judíos. A petición de Caifás y Anás y de la turba o pueblo, compuesto de servidores de Templo de Jerusalén, Poncio Pilatos cobardemente ordena su crucifixión, siendo inocente, justo y santo.

Resucita al tercer día, visita y acompaña durante cuarenta días a sus discípulos por tierras de Palestina para instruirlos y darles ánimo. Al término de los cuales, les promete enviarles el Espíritu Santo para infundirles sabiduría, poder y fuerza para predicar y dar testimonio evangélico y sube a la casa del Dios Padre, donde nos espera a todos cuantos le creemos confiando en sus palabras.

Juan Bautista le había señalado como “el cordero de Dios”, Judas había confesado: “He entregado la vida de un inocente”. Pedro afirma: “Nunca cometió pecado alguno ni existió pecado en su boca (I Petr 2, 22). Pablo de Tarso escribe: “Fue pontífice santo, inocente sin pecado y distinto a los pecadores” (Hebr 7, 2). Los evangelistas refieren: “Pasó por la vida haciendo el bien”.

Cuentan que Napoleón conversando con sus tertulianos que le acompañaban en su destierro de Santa Elena les dice: “Jesús de Nazaret es más que un sabio, que un filósofo, que un gran hombre, que un gran maestro y que un profeta, es Dios. Veo en Licurgo, Zoroastro, Numa, Confucio y Mahoma sólo a buenos hombres y buenos legisladores, pero no veo la divinidad en ellos. No sucede lo mismo con Jesús de Nazaret, todo en él me maravilla”.

Continúa: “Es verdaderamente un ser aparte, único y divino. Sus ideas, sus sentimientos, sus hechos, dichos y su manera de convencer no se explican ni por la organización humana, ni por la naturaleza de las cosas. Los pueblos pasan, los imperios y tronos se derrumban, pero el cristianismo permanece después de tantos siglos de historia, a pesar de las grandes persecuciones y desprecios humanos. Jesús de Nazaret sigue contando con miles de millones de fieles seguidores que le adoran y le admiran. Su doctrina y su obra no es de un ser humano, sino de un ser divino”.

Jesús de Nazaret no escribió ni mandó escribir nada sobre los dichos y hechos de su vida, solamente habló y predicó la doctrina del Reino de Dios que consiste fundamentalmente en el amor filial a Dios Padre y en el amor fraterno universal humano. Fustigó a los hipócritas, dio de comer milagrosamente a muchedumbres hambrientas, curó enfermos y resucitó muertos.

En este sentido, Teresa de Calcuta dice: “Dios nos hizo para amar y para ser amados”. Dante expresa en la Divina Comedia: “El amor mueve el sol y las estrellas”. San Juan de la Cruz expresa: “Ni cansa ni se cansa”. Lacordaire escribe: “El amor es principio de todo, la razón de todo y el fin de todo”. Francisco de Quevedo manifiesta: “El amor es la última filosofía de la tierra y del cielo”.

San Agustín de Hipona, el más importante doctor y padre de la Iglesia, escribe: “Ama y haz lo que quieras, si callas, callarás con amor, si hablas, hablarás con amor, si corriges corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor”. En otro lugar, dice: “Mi amor es mi peso, por el voy adondequiera que voy”. Fray Luis de León dice: “El Amor es dulce vida y la suerte más valida”.

En síntesis: La personalidad de Jesús de Nazaret es ciertamente divina y única, pues es el fundador de una religión universal, definitiva y eterna de amor y de vida, llamada cristiana, para regenerar este mundo tan egoísta e injusto. 

 

 José Barros Guede.

 A Coruña, 10 de de marzo del 2011.