La pasión por la verdad y por Dios de un viaje
para la historia
Editorial Ecclesia
Escrito por Ecclesia Digital
lunes, 20 de septiembre de 2010
Más allá de los tópicos y de las grandilocuencias,
la visita apostólica al Reino Unido de Benedicto XVI ha sido un éxito, una
gracia, un acontecimiento histórico, repleto de escenas y discursos memorables,
repleto, en suma, de esperanza. Y es que Benedicto XVI se supera constantemente
a sí mismo. Las dificultades lejos de acobardarle, le hacen crecerse, con
humildad, con sencillez, con amabilidad y con firmeza, notas y rasgos ya tan
características de su personalidad y ministerio proverbiales. Y el éxito y la
gracia de su periplo británico han podido incluso con los más recalcitrantes,
con las campañas teledirigidas y prefabricadas antes y durante la visita. Ya no
se trata solo de que Benedicto XVI ha movilizado masas en las distintas etapas
de su viaje: el Papa ha movido corazones y ha interpelado conciencias con la
incisividad, clarividencia y dulzura de su mensaje y de su persona.
Glosar en una página, en poco más de setecientas palabras, la riqueza de
contenidos y de hechos de esta visita apostólica es tarea imposible. No
obstante, creemos que el hilo conductor de la misma ha sido la pasión por la
verdad, la pasión por Dios y, en definitiva, la pasión por servir al hombre esta
verdad que es el Dios de Jesucristo. Esta fue la misión que descubrió para su
vida John Herny Newman, el nuevo y flamante beato, sobre cuya figura Benedicto
XVI no ha tenido sonrojo alguno en reconocer su cercanía, inspiración y
devoción.
La pasión por la búsqueda de la verdad es y significa intrepidez, valentía,
honestidad, honradez, libertad, conciencia, conversión. En la Inglaterra del
siglo XVI y en otros muchos lugares del mundo, la pasión por la verdad acarreaba
el peligro cierto y a veces hasta inevitable de perder la propia vida como les
sucedió a Tomás Moro, Juan Fisher, Isabel Barton y a tantos más. En el siglo XIX
de Newman, en pleno apogeo del “Victorianismo”, suponía romper moldes, salirse
de lo política, social y culturalmente correcto. Y ahora, en los todavía
primeros compases del siglo XXI, inmersos en la dictadura silenciosa de la
cultura del relativismo, del materialismo y del laicismo, conlleva también
numerosos riesgos, no ya tanto de martirio cruento o de destierro, sino de
marginación, ridiculización, exclusión.
La pasión por la verdad es también vivir en clave de conversión permanente. Es
reconocer las propias limitaciones y fragilidades. Es asumir la realidad, por
dolorosa, vergonzosa y humillante que sea. Y en esta actitud se inscriben, una
vez más, los gestos, las palabras y los encuentros de Benedicto XVI a propósito
de los abusos a menores realizados por algunos eclesiásticos. Ya desde el
comienzo del viaje, Benedicto XVI volvió a “coger el toro por los cuernos” y
volvió a demostrar a propios y a extraños que esta no es un página inadmisible
pero ya superada y del pasado, y que todavía se puede y se debe decir y, sobre
todo, hacer más para sanar las heridas de las víctimas, para atajar de raíz este
mal tan inmenso y para ofrecer a nuestro mundo el testimonio de nuestra contrita
y decidida voluntad de nunca más tales y tan execrables atropellos, pecados y
delitos.
La pasión por la verdad es pasión por la misión y por la evangelización. Frente
al secularismo externo e interno –y más cuanto más militante y agresivo sea y se
muestre-, no cabe cruzarse de brazos y mirar a otro lado, no cabe adecuarse a
los valores en alza y de moda, no caben rebajas buscando “simpatías”… Se impone
la nueva evangelización con ardor y fidelidad, con humildad y constancia, con el
testimonio de una vida íntegra y virtuosa. Y para que esta pasión evangelizadora
dé fruto es imprescindible la comunión eclesial y la búsqueda denodada y
generosa de la unidad de los cristianos, un imperativo categórico del único
Señor de la Iglesia y una acuciante demanda de los signos de los tiempos.
Y es que la pasión por la verdad es pasión por Dios. Es pasión para que Dios
ocupe su lugar en la ciudad terrena. Es pasión para que su Nombre y su Religión
no sean ocultados, ni restringidos. Porque Dios no es el enemigo del hombre y de
su progreso y desarrollo, sino su amante Creador, su magistral Redentor, su guía
providente y la única fuente de su felicidad.