Monseñor Bruno Forte: "En la noche del mundo, el hombre siente nostalgia de Dios"
Comienzan los “Diálogos en la catedral” entre la fe y la cultura, en San Juan de Letrán

ROMA, miércoles 16 de marzo de 2011 de (ZENIT.org).- “El hombre busca a Dios, siente nostalgia de su presencia”: esta constatación, apoyada por los estudios sociológicos de los últimos años, ha dado vida a la primera cita de los “Diálogos en la catedral”, comprende tres encuentros propuestos por la diócesis de Roma en la basílica de San Juan de Letrán con diversos exponentes de la cultura.

Sobre la nostalgia de Dios en la cultura contemporánea trataron el pasado 10 de marzo monseñor Bruno Forte, arzobispo de Chieti-Vasto y Pietro Barcellona, de la universidad de Catania.

“El hombre contemporáneo -afirmó el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, presentando el encuentro- incluso en el drama de las situaciones existenciales, espera conocer y encontrar no un Dios genérico sino al Dios de los vivos”. Su nostalgia “nace de la desilusión de los dioses pero también de las propuestas culturales insatisfactorias de nuestro tiempo”. En su corazón, de hecho “hay todavía la esperanza viva de ser amado y de ser interlocutor para construir una historia que se desarrolla en el tiempo y prosigue más allá de él”.

La noche del mundo

“El ocaso de las ideologías – afirmó monseñor Forte – ha dado paso al 'tiempo de la noche del mundo', un tiempo tan pobre que no reconoce la falta de Dios como ausencia”. Se ha demostrado que la “muerte de Dios”, celebrada por Nietzsche, no ha generado “un hombre más feliz, sino más solo y más violento, como demuestran las guerras y las masacres llevadas a cabo por los totalitarismos, tanto de derechas como de izquierdas, durante el siglo XX”.

La pobreza que sigue a “la crisis de los grandes relatos ideológicos”, por ello, “no es tanto la percepción de la ausencia de Dios como que los hombres no sufran más por esta falta”. Ha desaparecido el “sentido de pertenencia”. “Y por esto -subraya Forte- las mentes más despiertas advierten de la necesidad de una vuelta de lo sagrado, reconociendo muy distintas señales de espera, por ejemplo en el canto de los poetas”. Deber del poeta es “suscitar la nostalgia de Dios, cantar su ausencia”.

“Es cierto -advierte Forte- que de la noche no se sale fácilmente”. De hecho, “en su rechazo crítico de los mundos ideológicos, la posmodernidad no es más que una forma invertida de ellos” de manera que “la sed de plenitud de la razón emancipada puede convertirse en una nueva totalidad, la del negativo que abarca todas las cosas”.

“Sin embargo se dibuja en la inquietud posmoderna -prosiguió – una especie de búsqueda del Otro, del huésped deseado y al mismo tiempo inquietante”. Se percibe que “huir de la presunción totalitaria de la razón moderna exige confesar una alteridad que destroce el dominio del sujeto y se ofrezca como origen y fin”. “El resultado de lo moderno y de lo posmoderno -afirmó Forte- es hambre y sed de sentido, declaradas o no confesadas”, es decir, “la necesidad de dar un sentido a una vida tan frágil”.

Un Dios en el que confiar

¿Cuál es entonces el Dios “del que se puede hablar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo?”. “Un Dios de confianza -destacó el arzobispo de Chieti-Vasto- que no nos violenta porque quiere para sí sólo hombres libres”. El cristianismo, de hecho, “es la religión de la libertad que se diferencia radicalmente por esto, entre otras cosas, del Islam, donde todo está predestinado”.

“En la pregunta que todo el mundo lleva en su interior acerca de la inevitabilidad de la muerte -afirmó Forte- va perfilándose la imagen de un padre-madre en el amor, alguien en quien confiar sin reservas, casi un puerto donde reposar nuestro cansancio y nuestro dolor, seguros de no ser rechazados al abismo de la nada”. ¿Por qué, entonces, si esta necesidad es tan fuerte, surge en tantos un rechazo incluso visceral de la figura del padre?”. Esencialmente por “el miedo de tener que depender de Él”.

La elección decisiva es aceptar “un padre-madre que nos ame haciéndonos libres”. “Elegir de qué parte estar”. Esto es, para Forte, “el riesgo de la fe”. “No hemos sido nosotros los que hemos amado a Dios en primer lugar, sino Él”.

“La nostalgia de Dios en el mundo contemporáneo -concluyó el arzobispo- no está dirigida hacia un juez sino hacia el Crucifijo”. El hombre de la Síndone atrae “porque en aquella debilidad se revela el infinito amor de Dios”. ¿Cuál es entonces el paso que hay que dar? “Entregarse a este amor que no es debilidad sino 'buena noticia'”. “Los cristianos que lo han experimentado, como el ministro paquistaní Shahbaz Bhatti, saben que es la única razón por la que valga la pena vivir y morir”.

Derrotar a la muerte

No son diferentes las conclusiones de Pietro Barcellona, profesor de filosofía del derecho en la facultad de Derecho de la Universidad de Catania, ex miembro del Consejo Superior de la Magistratura y ya diputado del Partido Comunista italiano.

“La nostalgia -afirmó Barcellona- nace de la sensación de pérdida”. El nuestro es un tiempo caracterizado por la “pérdida de la dimensión interior y de la memoria, e incluso del contacto con el mundo real”. La oferta, en efecto, es “la 'Second life', una vida virtual”.

El iluminismo tecnológico -afirmó Barcellona- es el último intento de la arrogancia del hombre de hacer frente a la incontenible angustia de muerte que lo invade desde los primeros momentos de su venida al mundo”

En la realidad virtual, de hecho, “no aparecen más, de modo alguno, ni la experiencia dolorosa del existir como seres mortales ni la experiencia de la imaginación como capacidad de pensar otro modo posible de estar en el mundo”. Las más avanzadas tecnologías funcionan como “un gran dispositivo anestésico” en la medida que “a los hombres no les gusta pensar porque esto les lleva a contactar con sus propias contradicciones”.

“En la época de la actual miseria -se interrogó Barcellona- en la que el nihilismo parece haber vencido sobre cualquier intento de reabrir el animo a la esperanza, ¿de qué Dios se puede tener nostalgia?”. El Dios hacia el que se siente “la atracción irresistible”, según Barcellona, es “el Hijo de Dios que se ha hecho hombre y que asumiendo la carne y la sangre de los seres mortales ha compartido hasta las últimas consecuencias el dolor y la miseria, eligiendo hacerse crucificar como al último de los delincuentes”.

“Solo un Dios que acepta ser derrotado por la muerte -concluyó Barcellona- es capaz de comunicarse todavía con los seres humanos”.

Por Chiara Santomiero. Traducción del italiano por Carmen Álvarez