¿La iglesia es santa?

articulo de armando segura, catedrático de filosofía de la universidad de Granada
 www.ideal.es /lunes 12 de abril de 2010

 

La Iglesia es santa. Y cada día es más santa. Es como un río de fuego que devora todas nuestras maldades, por eso, es precisamente, santa porque las devora.  Luego ¿hay maldades? sin duda, los periódicos nos las arrojan al rostro todos los días como si las maldades fueran un escándalo para el fuego devorador. ¿Cómo va a serlo si ese río de fuego, está ahí, justamente, para devorarlas?

 

¿Cómo explicar que la Iglesia es la asamblea de los santos que fueron pecadores o de los pecadores que luchan para ser santos? Sólo interesan las estadísticas de los que caen y a ser posible, interesa divulgar sus nombres. Nunca, se difundirán, las de los que se levanten y menos aun, se difundirán sus nombres. Un buen tema de reflexión para el "New York Times" y sus imitadores.

 

La Iglesia no es un poder político indirecto que utilice la estrategia de la fe para incrementar su dominio. Mal negocio comprar lo fugaz a costa de lo eterno. La letanía de los que ven negro todo lo blanco y acusan a los demás de los escándalos que ellos mismos practican y fomentan. Les parece ser hipócrita, el mantener la diferencia entre el bien y el mal a costa de nosotros mismos. ¿Prefieren que lo malo pase por bueno y lo bueno por malo? ¿Son así más honrados?

 

La Iglesia llama al pan, pan y al vino, vino, aunque ese juicio recaiga sobre ella misma.

 

No somos tan tontos que no sepamos de la vida y de lo que hay por ahí. Son millones los que cada día se aprestan a ser mejores y sé disponen a hacer sus deberes: las madres de familia, que con riesgo de su vida o de su comodidad, tienen muchos hijos,  afrontando burlas y chascarrillos; los trabajadores que asumen los chistes, sabiendo que Dios quiere hacer felices a sus hijos y quiere que los dejemos nacer, los enfermos y los sanos, los capacitados y los discapacitados, los ricos y los pobres, los parados y los pluriempleados. Una sola fe un solo bautismo. Miles de creyentes en todas las latitudes entregan su vida, a diario, por dar testimonio de que Cristo vive, y que la Iglesia tiene el secreto de la santidad porque guarda en su depósito la fe en la vida eterna.

 

Aquí no hay ninguno santo de nacimiento pero todos somos santos porque los sacramentos de la Iglesia nos hacen santos a diario, porque nos hacen participar de la santidad de Dios.

 

Hablamos por experiencia. Cuando una familia cristiana tiene seis o siete hijos, o más, se escandalizan. Sin embargo, cierran los ojos, sin compasión alguna, ante el millón largo de abortos anuales en España. Si pagamos impuestos, porque pagamos impuestos, si no nos permitimos ver todo lo que nos echan porque somos anticuados, si tras muchos años de trabajo logramos algún nivel social ¿Quién sabe cómo ha sido? Porque lo que no reconocerán nunca es que estén equivocados y que la fe sea más luminosa que la increencia. ¿Tan difícil es, aceptar que ver sea mejor que no ver?

 

Casos "de libro" son los dos últimos papas. Juan Pablo II arrastra multitudes, aun después de muerto, fascina a la juventud, víctima del terrorismo, no tiene miedo, sigue con mayor fuerza cada día, porque hay un manantial en la Iglesia del que bebemos todos y que nos purifica a todos de nuestras maldades.

 

Benedicto XVI, desde mucho antes de ser nombrado Papa, era el blanco de todas las críticas: retrógrado, integrista, inquisitorial, oscurantista. Si calló porque encubrió, si habló porque no debió hacerlo. Este es el trato que ha merecido el intelectual más lúcido de Europa, el pontífice de doctrina más ajustada a los últimos avances de las ciencias, el hombre que está informado de la última novedad del progreso científico, el que afronta los problemas cara a cara, el que prefiere preguntas a respuestas. No perdonan que un creyente sea inteligente, o peor aún, más inteligente; les parece una contradicción, "un hierro de madera".

 

Nosotros los creyentes no tenemos miedo ni a la vida ni a la muerte porque estamos hechos en la misma fragua de otros miles, millones que ya murieron dando testimonio.

 

Esos médicos que, por ser fieles a su conciencia, no dispensan abortivos, nunca alcanzarán" puestos de confianza". Esos maestros que se nieguen a enseñar los dogmas de la ideología de género, a la que están obligados, "por imperativo legal", no gozarán de grandes destinos ni privilegios. Ni las enfermeras tendrán un puesto adecuado sino hacen la vista gorda cuando se precipite en los hospitales, la muerte a los ancianos terminales. Tampoco  llegarán muy lejos los políticos honestos, los diputados decentes que no transijan con la mentira sistemática al pueblo. De ellos dirán: "no son de fiar". Y así infinidad de casos.

 

Esos son la Iglesia ¡Vaya con la estrategia y el poder indirecto de la iglesia! En China, en África, en la India, en Próximo Oriente, nos echan de todas partes, nos matan a diario, nos acorralan, nos despojan de nuestras tierras y nos impiden alcanzar puestos de dirección. Así ha sido siempre en la historia universal.

 

Sabemos que valemos muy poco, por no decir nada, pero llevamos un río de fuego devorador. Somos felices. No es nuestro pero mana dentro de nosotros y va devorando toda la ganga de nuestras vidas, dejando sólo el oro puro y liquido de la santidad.

 

No lo duden, la Iglesia es santa. Lo dicen las estadísticas.