ZENON CARD. GROCHOLEWSKI
 

LA FE Y LA CULTURA

EN EL CAMINO DE LA UNIVERSIDAD

Conferencia pronunciada durante la inauguración del año académico
de la Universidad Católica del Norte en Antofagasta (Chile)
el 28 de marzo 2003.


EMINENCIA, EXCELENCIAS
RECTOR
AUTORIDADES CIVILES Y ACADEMICAS
ILUSTRISIMOS PROFESORES
ESTUDIANTES, SEÑORAS Y SEÑORES,


I.
La realidad que nos cuestiona
II.
La respuesta o el cuestionamiento de la fe a nivel universitario
III.
Diálogo entre fe y cultura
IV.
Los Universitarios católicos
V.
Conclusión


Estoy realmente feliz de estar presente en la inauguración del año académico de esta Universidad Católica del Norte, en Antofagasta y expreso un cordial saludo en mi nombre como de parte de la Congregación para la Educación Católica.

Me alegro con Uds. por la contribución que este creativo centro de estudios y de enseñanza ha dado y continúa dando para el desarrollo científico y cultural, cristiano y humano del Norte Grande de vuestro bellísimo y variado País, que la poetisa chilena Gabriela Mistral (1889-1957), Premio Nóbel para la literatura describió como una síntesis de todo el planeta, para indicar precisamente su increíble variedad.

En esta grata circunstancia quisiera dirigir una breve reflexión acerca del aporte que la fe puede brindar, o acerca de la provocación que puede suscitar, para enriquecer la actividad creativa a nivel universitario y la cultura contemporánea para el bien de la humanidad.

I. La realidad que nos cuestiona

Quisiera comenzar por la realidad que nos cuestiona. Es un hecho por todos conocido que nuestra época se caracteriza por profundas transformaciones que inciden directamente también en nuestra realidad universitaria y en su finalidad.

1. Entre los diversos aspectos que tienen que ver con los estudios académicos se constata, cada vez más, un interés creciente por las disciplinas productivas, es decir, del ámbito tecnológico y económico, en desmedro de las disciplinas humanísticas, con las consecuentes tendencias a reducir la conciencia del hombre, y también la verdad misma, a todo lo que es visible e inmanente.

2. La búsqueda desinteresada de la verdad en este contexto - que se podría definir tecnológico-científico - parece corresponder a una falta de atención. De hecho no se puede negar que en la realidad actual se encuentran en crisis tanto el concepto de verdad como el mismo interés por ella, en cuanto se refiere a las cosas sustanciales de la vida1 .

Peor aún se verifica, como de hecho se observa a menudo, la sumisión de las búsquedas científicas a varios intereses particulares extra científicos, el de manipulación de las mismas o su falsificación, lo que ha tenido lugar no solamente en los sistemas totalitarios.

Pero, sin la pasión por la búsqueda de la verdad toda cultura se pierde en lo relativo y lo efímero. La verdad es el verdadero fundamento del humanismo.

3. A estas observaciones está estrechamente unida la relación entre progreso científico-técnico y progreso ético-moral.

El verdadero progreso, especialmente hoy exige que el desarrollo científico-técnico se realice a la par con el ético-moral. Sin esto el desarrollo de la técnica y de la ciencia por sí solos, como bien se ha demostrado, a nivel mundial, con no pocos eventos del siglo recién pasado, conduce a injusticias siempre más dolorosas, a opresiones siempre más refinadas y finalmente a conflictos siempre más horribles. Debemos, lamentablemente, constatar que han sido precisamente los medios económicos y las modernas conquistas de la ciencia y de la técnica a ofrecer los instrumentos idóneos para realizar los crímenes más horrendos.

Al respecto vale la pena mencionar el pensamiento de un gran conocedor de la educación occidental y de su crisis, Cristopher Dawson, el cual subrayaba: “La civilización moderna, a pesar de las inmensas metas alcanzadas en el campo de la técnica, está moralmente débil y espiritualmente dividida(…) La ciencia y la técnica están sujetas a ser utilizadas por cualquier poder de facto que se encuentra controlando la sociedad para fines particulares. Podemos así ver (…) como los recursos de la ciencia hayan sido usados por los Estados totalitarios como instrumentos de poder, y como el orden tecnológico haya sido aplicado en el mundo democrático occidental al servicio de la riqueza y para responder a las necesidades materiales, aunque estas necesidades hayan sido estimuladas artificialmente por los mismos poderes económicos que encuentran sus propias ganancias precisamente en satisfacer esa necesidad”2 .

Se trata de la preocupación expresada por hombre de prestigio a quienes les preocupa la finalidad del estudio. Piénsese por ejemplo en lo que escribe Romano Guardini, en relación a la Universidad: “De manera siempre más clara se abre paso ese valor que pretende sustituir la verdad por el poder”3 .

El desarrollo de la técnica, para servir realmente a los hombres, exige un desarrollo proporcional de la vida moral4.

“El sentido esencial del dominio del hombre sobre el mundo visible, que le fue asignado como tarea por el mismo Creador - ha señalado acertadamente Juan Pablo II -, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en la primacía de las personas sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia”5.

De otro modo se corre el riesgo que el desarrollo de la técnica se vuelva contra el hombre mismo, que no logre hacer de la vida humana sobre la tierra en todos los aspectos una vida más humana, que la haga indigna del hombre mismo; en este punto el hombre, precisamente en cuanto hombre, no se desarrolla ni progresa, más bien retrocede y se degrada en su humanidad6.

En esta perspectiva, como lo hice presente hacen tres días en Valparaíso, el Pontífice vislumbra el peligro real “(…) que, mientras progresa enormemente el dominio de parte del hombre sobre el mundo y las cosas, de este dominio el pierda finalmente los hilos esenciales, y de diversas formas su humanidad se encuentre sometida a ese mundo, y que él mismo se convierta en objeto de múltiples (...) manipulaciones, mediante toda la organización de la vida comunitaria”. En cambio, “el hombre no puede renunciar a sí mismo, ni al lugar que le corresponde en el mundo visible, no puede convertirse en esclavo de las cosas, esclavo de los sistemas económicos, esclavo de la producción, esclavo de sus propios productos.

Una civilización con un perfil puramente materialista, condena al hombre a esa esclavitud”7 , subordina al hombre a sus exigencias parciales, lo ahoga y disgrega la sociedad8.

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II. La respuesta o el cuestionamiento de la fe a nivel universitario

Este discurso en relación a la realidad que nos cuestiona, no significa en absoluto que las diversas ciencias tengan que perder su autonomía y su finalidad respectiva; esto significa en cambio subrayar la necesidad de hacer de manera tal que el progreso científico-tecnológico tan vertiginoso sea humanizado de manera que se convierta realmente en una ventaja para el hombre y la sociedad.

La fe tiene la capacidad de enriquecer este desarrollo científico y tecnológico de diversas formas. Quisiera indicar cuatro factores.

1.Antes que nada provocando en su interior la reflexión sobre el significado y la finalidad última de la investigación y de la tecnología.

De hecho la ciencia por sí sola no está en grado de dar una respuesta plena al respecto, y se trata de una cuestión vital en el cultivo de las ciencias9.

Vital también “para garantizar que los nuevos descubrimientos se utilicen para el bien de los particulares y de la sociedad humana en su conjunto”10.

En esta perspectiva hay que observar además: “Si es responsabilidad de cada Universidad encontrar este significado, la Universidad católica está llamada de una manera especial a responder a esta exigencia; su inspiración cristiana le permite incluir en su investigación la dimensión moral, espiritual y religiosa de evaluar los logros de la ciencia y de la técnica en la perspectiva de la totalidad de la persona humana”11.

Juan Pablo II hace notar precisamente que con el significado de la investigación científica y de la tecnología está en juego también el “de la convivencia social, de la cultura, pero más profundamente aún está en juego el significado mismo del hombre”12.

La Universidad católica no puede por lo tanto prescindir del cuestionamiento de la fe en una cuestión tan importante.

2. La fe además nos permite asumir el concepto de humanismo que, con el esfuerzo de todos, es necesario reubicar en el seno de la universidad haciendo que reencuentre su vocación originaria., lugar asignado de “humanitas”, como campo de cultivo de un saber orientado a desarrollar el hombre en su integridad y por lo tanto también en su dimensión espiritual-religiosa. Fue por eso que en las primeras universidades se encuentra la facultad de teología.

En este sentido - refiriéndonos a Vaticano II13 - la Const. Apostólica Sapientia christiana, en su comienzo subraya: “La sabiduría cristiana (….) está continuamente promoviendo a los fieles para que se esfuercen en reunir los acontecimientos y las actividades humanas en una sola síntesis vital junto con los valores religiosos, bajo cuya dirección todas las cosas están coordinadas para la gloria de Dios y para el desarrollo integral del hombre, desarrollo que comprende los bienes del cuerpo y los del espíritu”14.

Una observación parecida fue hecha también en la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae: “Es necesario, por lo tanto, promover (una) síntesis superior, en la cual la sed de verdad inscrita profundamente en el corazón del hombre encontrará su satisfacción. Guiados por las contribuciones específicas de la filosofía y de la teología los estudiosos universitarios asumirán el compromiso en el esfuerzo constante a fin de determinar la relativa ubicación y el significado de cada una de las diversas disciplinas en el marco de una visión de la persona humana y del mundo”15.

3. En esta perspectiva la fe necesariamente nos compromete a exigir a la universidad que escudriñe más profundamente el misterio del hombre al mismo tiempo lograr que la universidad al formar al hombre promueva el auténtico bien de la sociedad.

En este contexto me permito recordar lo que Juan Pablo II señala con insistencia: “No se puede (…) comprender al hombre hasta el fondo sin Cristo. O más bien el hombre no es capaz de comprenderse a sí mismo hasta el fondo, sin Cristo. No puede entender quién es ni cual es su dignidad, ni cual es su vocación y destino final. No puede entender todo esto sin Cristo. Es por eso que no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre de cualquier parte del mundo y de cualquier extensión geográfica”16.

Cristo es “la clave de comprensión de esa gran y fundamental realidad que es el hombre”17. Citando las palabras de Vaticano II, Juan Pablo II subraya: “En realidad, únicamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra la verdadera luz el misterio del hombre (…) Cristo (….) revela (…) plenamente el hombre al hombre y le permite descubrir su altísima vocación”18, y la plena verdad acerca de la libertad humana19, su verdadero bien20. Más aún “mediante la Encarnación Dios ha dado a la vida humana esa dimensión que quiso darle desde sus inicios y se la ha dado de manera definitiva”21. En él se ha revelado de una manera nueva y más admirable todavía “la verdad fundamental sobre la creación” entera22. Por lo tanto “el hombre que quiere comprenderse a sí mismo hasta el fondo y no solamente de acuerdo a criterios inmediatos, parciales y a menudo superficiales y aparentes, debe (...) acercarse a Cristo”23.

4. Servir al hombre significa - de acuerdo al humanismo cristiano -, antes que nada buscar desinteresadamente la verdad, la cual tiene su plenitud en Cristo. Consagrarse sin reservas a la causa de la verdad significa servir “la dignidad del hombre y la causa de la Iglesia, la cual posee la <<íntima convicción que la verdad es su verdadera aliada y que el conocimiento y la razón son fieles ministros de la fe>> (Cardenal Newman)”24. “Nuestra época (...) tiene una urgente necesidad de esta forma de servicio desinteresado, que es el de proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual se termina con la libertad, la justicia y la dignidad del hombre”25.

La Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae invita a la Universidad católica precisamente a dedicarse “por completo a la búsqueda de todos los aspectos de la verdad en su unión esencial con la Verdad suprema, que es Dios”26.

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III. Diálogo entre fe y cultura

1. En esta perspectiva , la palabra de la fe aparece como interlocutor culturalmente significativo y relevante en el ámbito universitario. En efecto, “una fe que no se hace cultura (en el sentido de existir y de ser del hombre) es una fe no plenamente acogida, no intensamente pensada ni fielmente vivida”27.

Las ciencias técnicas ayudadas a superar una reducción cultural que las mortifican circunscribiéndolas a un saber meramente funcional y pragmático, pueden de esta manera retomar su fisonomía de investigación puesta al servicio de la calidad de vida, nunca separada de la verdad fundamental acerca del hombre y del mundo.

Las ciencias humanas por su parte, son impulsadas a rescatarse de una visión del saber instrumental y calculador, que tiende a relegarlas a roles secundarios, y a mostrar en cambio su capacidad de escrutar al hombre en su profundidad, y por lo tanto de ser capaz de descubrir en el deseo vivo de Dios y al mismo tiempo la idoneidad del intelecto humano de saber llegar, con su agudeza , a Dios mismo28.

2. En este horizonte, se comprende como fe y cultura no sean extrañas unas a otras, ellas están indisolublemente unidas en la raíz misma: “en la base ontológica el fenómeno de la cultura posee una intrínseca dimensión religiosa que se manifiesta de muchas maneras ese desiderium naturale videnti Deum (ese deseo natural de ver a Dios) que está presente en cada hombre”29.

La dimensión religiosa aparece entonces punto de encuentro natural y fecundo entre la concepción de hombre y el concepto de cultura. “Es tiempo de comprender más profundamente que el núcleo generador de toda auténtica cultura está constituido por su acercamiento al misterio de Dios, en el cual encuentra su fundamento un orden social centrado en la dignidad y la responsabilidad personal”30.

3. Un eventual intento de romper esta unión lleva al hombre y a la cultura misma a doblegarse sobre sí misma, sobre sus intereses puramente egoístas, y no abrirse a horizontes más amplios que son indispensables para que el hombre pueda realmente ser comprendido y expresarse en su totalidad.

En este diálogo tiene una gran importancia la reflexión teológica dentro de la universidad. De hecho ella promueve precisamente un diálogo constructivo en la verdad, contribuyendo a evitar una concepción dualista del saber humano y por lo mismo una separación entre Evangelio y cultura, entre fe y razón.

El carácter de científico que la reflexión teológica asume impide toda confusión de planos. Mediante el uso crítico de la razón ella intenta ilustrar la coherencia, la estructura, inteligible, el significado perenne de los fundamentos de la fe en relación con el cambio de las culturas, dejándose cuestionar por ellas y al mismo tiempo cuestionándolas para una inteligencia siempre más profunda de la verdad. Uniendo en sí misma la audacia de la investigación y la paciencia de la maduración, el horizonte teológico puede y debe interesar todos los problemas que atormentan a los hombres; puede y debe valorizar todos los recursos de la razón.

4. De todos modos, es necesario subrayar en este contexto que la cuestión de la Verdad y del Absoluto - la cuestión de Dios - no es una investigación abstracta, separada de la vida cotidiana, sino la pregunta crucial, de la cual depende radicalmente el descubrimiento del sentido (o de la falta de sentido) del mundo y de la vida.

5. Por lo tanto, el diálogo entre fe y cultura, la atención permanente al significado de la búsqueda y de la tecnología, la preocupación por un saber que abarque la visión y la formación integral del hombre, la búsqueda desinteresada de la verdad: todo esto constituye un servicio al hombre mismo y al verdadero progreso.

La sensibilidad cristiana está llamada a insertarse en este diálogo, sin ningún tipo de pretensión hegemónica de ningún tipo. Y no solamente por respeto a la legítima libertad de expresión y convicción, sino por fidelidad a su misión específica.

Hace veinte años, Juan Pablo II, dirigiéndose a los profesores y estudiantes en Alemania, subrayó: “Una solución segura, capaz de responder a las urgentes cuestiones relativas al sentido de la existencia humana, a los principios que guían el actuar, a las perspectivas de una esperanza abierta al futuro es posible únicamente en una renovada unión entre el saber científico y la fuerza de la fe del hombre, la cual busca la verdad. La lucha por un humanismo, sobre el cual se puede fundar el desarrollo del tercer milenio, llevará al suceso únicamente cuando en él el conocimiento científico se una nuevamente y de manera vital con la verdad que ha sido revelada al hombre como don de Dios”31.

6. Quisiera agregar una palabra acerca del rol de los docentes católicos en este diálogo. También donde no sea posible hablar explícitamente de Dios se puede operar para que se de un espacio espiritual y cultural donde Dios pueda hablar. ara crear este espacio obviamente se necesita:

- Una fe viva en la fuerza del Evangelio. Debemos estar convencidos antes que nada que en el Evangelio se da “una concepción del mundo y del hombre que no deja de revelar valores culturales, humanísticos y éticos de los cuales depende toda una visión de la vida y de la historia”32;

- Un testimonio de vida cristiana visible. El poder del Evangelio, aun cuando es eficaz en sí mismo y por sí mismo, necesita sin embargo del testimonio visible de parte de los cristianos que viven en el ámbito universitario y que han realizado una síntesis existencial entre su fe y su profesión académico-científica. De hecho - como lo ha señalado Pablo VI - “El hombre contemporáneo escucha con más agrado los testimonios que los maestros, (…) y, si escucha a los maestros lo hace porque son testigos”33.

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IV. Los Universitarios católicos

Como docentes y también como estudiantes universitarios católicos estamos todos llamados a mirar a Cristo, Camino, Verdad y Vida ( Jn 14,6) el cual ha venido al mundo para traernos la plenitud de la verdad y la salvación. Nuestro discurso acerca del humanismo correría el riesgo de ser abstracto e incompleto sin esta mirada, la cual es capaz de cambiar el corazón del hombre y la visión con la cual el está llamado a ver la realidad y a resolver los múltiples problemas que la vida presenta.

Esto implica un esfuerzo continuo para armonizar fe vivida y enseñanza-búsqueda, implica un testimonio claro de vida cristiana.

Sin el aporte de los docentes católicos dentro de la Universidad, orientados a conjugar Evangelio y cultura, cualquier discurso corre el peligro de quedarse en lo abstracto. Los docentes de hecho, desarrollan una función primaria y muy delicada en el contexto de la investigación de la verdad y en abrir los corazones de los jóvenes y de sus colegas a la verdad absoluta que es Cristo mismo; más aún es necesario abrir las puertas de para en par a El, que sabe lo que hay dentro del hombre, para permitirle que hable al hombre mismo y despertar su identidad y su misión34.

Sin embargo se deben incentivar también en los estudiantes católicos la conciencia de su rol en esta perspectiva.

Esta mirada hacia Cristo, si de verdad es personal y fuerte, atrae la atención también de los docentes y de los estudiantes que no creen en Cristo , provocando su búsqueda en la verdad absoluta que es Cristo mismo. En esta dirección son significativas las palabras que Juan Pablo II escribió en la Bula del Gran Jubileo del año 2000 Incarnationis Misterium: “Con ocasión de esta gran fiesta están cordialmente invitados a alegrarse con nosotros también los seguidores de otras religiones, como también todos aquellos que se encuentran lejos de la fe en Dios. Como hermanos de la única gran familia humana, atravesamos juntos el umbral de un nuevo milenio que exigirá el compromiso y la responsabilidad de todos”35.


Conclusión

El futuro de la sociedad se juega en gran parte al interior de la Universidad lugar donde se preparan aquellos que tendrán responsabilidad de relieve en los diversos sectores del saber, de la ciencia y de la técnica. El momento actual está cargado de tensiones, incertidumbres, pero está también abierto a grandes esperanzas. Deseo con todo mi corazón a esta Universidad Católica del Norte que sepa orientar fructuosamente estas esperanzas hacia el autentico bien del hombre y de la sociedad.

Zenon Card.Grocholewski


 

1 Cf. Ad es. P. POUPARD, La ricerca della verità nella cultura contemporanea, en Studi Senesi (1994) I, 108-133; C. M. MARTÍN, Renderò gloria a Chi mi ha concesso la sapienza, Milano 2000, 20-22. Esta crisis ha sido, por otra parte, a menudo expuesta también por el Magisterio.

2 C. DAWSON, La crisis dell’educacione occidentale, Brescia 1965, 175.

3 R. GUARDINI, Tre scritti sull’università, Brescia 1999, 79.

4 Cf. JUAN PABLO II, Encíclica Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15d, 16a.

5 Enc. Redemptor hominis, 16a; cf. JUAN PABLO II, Encíclica Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1978), 27-34.

6 Cf. Enc. Redemptor hominis, 15b, 15d, 15e.

7 Ivi, 16b.

8 Ivi, 16g.

9 Cf. JUAN PABLO II, Allocutio adprofessores et alumnos publicarum Universitatum in Coloniensi metropolitano templo habita, 15 noviembre 1980, n. 3, en  AAS 73 (1981) 52-53.

10 JUAN PABLO II, Constitución Apostólica sobre las universidades católicas Ex corde Ecclesiae (15 agosto 1990), en AAS 82 (1990) 1475-1509, n. 7ª. La traducción italiana en Enchiridion Vaticanum, vol 12, nn. 414-492.

11 Ivi.

12 Ivi, 7b.

13 CONC. VAT. II, Constitución pastoral sobre la Iglesia Gaudium et spes, nn. 43ss.

14 JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Sapientia christiana, del 15 de abril 1979, en AAS 71. (1979) 469-499, Proemio1ª traducción italiana en Enchiridion Vaticanum, vol. 6, nn. 1330-1454.

15 Const. Apost. Ex corde Ecclesiae, 16.

16 JUAN PABLO II, Varsovia, 2 junio 1979, en AAS 71 (1978) 738, n. 3a. Traducción italiana en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 2 (1979), 1388.

17 Ivi.

18 Enc. Redemptor hominis, 8b; cf. ivi, 13a, donde Juan Pablo II habla del “poder de aquella verdad sobre el hombre y sobre el mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención” y del “poder de aquel amor que desde ella se irradia”.

19 Ivi, 21e.

20 Ivi, 13b.

21 Ivi, 1b.

22 Ivi, 8a.

23 Ivi, 10a

24 Cf. Conts. Apost. Ex corde Ecclesiae, 15 abril 1990, 4.

25 Ibidem.

26 Const. Ex corde Ecclesiae, 4.

27 JUAN PABLO II, Discorso ai partecipanti al Congresso nazionale del movimento ecclesiale di impegno culturale, 16 enero 1982, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 5 (1982) I, 131.

28 En fondo se trata de aquella visión metafísica que podrá ayudar a superar visiones parciales de la realidad. Al respecto me es grato recordar lo que observa Juan Pablo II en la Carta Encíclica Fides et Ratio (14 septiembre 1998): “La importancia de la instancia metafísica llega a ser aún más evidente si se considera el desarrollo que hoy tienen las ciencias hermenéuticas y los diversos análisis del lenguaje. Los resultados a los cuales estos estudios llegan pueden ser muy útiles para la inteligencia de la fe, en cuanto que hacen evidente la estructura de nuestro modo de pensar y hablar y el sentido contenido de lenguaje. Sin embargo, hay estudiosos de estas ciencias que en sus investigaciones tienen a detenerse en el cómo se comprende y se expresa la realidad, prescindiendo de verificar las posibilidades de la razón de descubrir su esencia. ¿Cómo no ver en tal comportamiento la confirmación de la crisis de confianza, por la que atraviesa nuestro tiempo, acerca de la capacidad de la razón?” (n. 84).

29 JUAN PABLO II, Messagio alla Pontificia Università Lateranense, 7 noviembre 1996, n. 3, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 19 (1996) II, 656.

30 JUAN PABLO II, Discorso al Convengo ecclesiale di Palermo, 23 noviembre 1995, n. 4, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 18 (1995) II, 1199.

31 JUAN PABLO II, Allocutio adprofessores et alumnos publicarum Universitatum in Coloniensi metropolitano templo habita, 15 noviembre 1980, n. 5, en AAS 73 (1981) 57.

32 JUAN PABLO II, Discorso al Forum dei Rettori delle Università Europee, 19 abril 1991, n. 7, en AAS 84 (1992) 55.

33 PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 diciembre 1975), n. 41.

34 JUAN PABLO II, Discorso inaugurale del Pontificato, 28 octubre 1978, en AAS 70 (1978) 947.

35 JUAN PABLO II, Bula Incarnationis mysterium (29 noviembre 1998), n. 6.