COMITÉ PONTIFICIO
PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS INTERNACIONALES

 

La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros

 

Reflexiones teológicas y pastorales
para preparar el 50° Congreso Eucarístico Internacional
que se celebrará en Dublín, Irlanda (10 – 17 de junio de 2012)

 

ÍNDICE

Primera parte:
Una oportunidad de oro

I. Introducción

a. El 50° Congreso Eucarístico Internacional
b. ¿Qué significa Comunión?
c. La relevancia del tema
d. La Eucaristía en Irlanda
e. Hermanas y hermanos en Cristo
f. Un Congreso Eucarístico para todos

II. Caminando juntos hacia el Congreso Eucarístico 2012

a. Promoviendo la eclesiología y la espiritualidad de comunión
b. Evangelización
c. Una historia para guiarnos: los discípulos en el camino de Emaús

Segunda parte:
Las partes de la Misa como una guía hacia el tema del Congreso

III. Los ritos iniciales de la Misa: Caminando en comunión con Cristo y con nuestro prójimo

a. Cristo Crucificado y Resucitado, nos reúne
b. El acto penitencial y la oración “colecta” – en mutua solidaridad

IV. La Liturgia de la Palabra: Comunión con Cristo en la Palabra

a. La doble mesa de la Palabra y del Pan de Vida
b. La Palabra nos une, a través del poder del Espíritu Santo, haciéndonos “semejantes a Cristo”.
c. La homilía, la profesión de fe y la oración de los fieles

V. La Liturgia Eucarística: Comunión con Cristo en la Eucaristía

a. Correspondiendo a la Última Cena
b. La preparación de los dones: signos de amor, acción de gracias y comunión
c. La Plegaria Eucarística – una acción de gracias común a Dios Padre

i. La epíclesis – reunidos por el Espíritu Santo
ii. La anámnesis – Un memorial comunitario
iii. La consagración – Jesucristo, fuente de comunión transformadora, está real, verdadera y substancialmente presente
iv. El banquete del sacrificio – nuestra participación en el sacrificio de entrega de Cristo

VI. El rito de la Comunión: Respondiendo “amén” a lo que somos

a. Recibiendo la Sagrada Comunión
b. La Eucaristía nos hace uno
c. La comunión espiritual

VII. El rito de conclusión: Hechos uno para que todos seamos uno

a. La despedida
b. Tomando como guía el ejemplo de Cristo en el lavatorio de los Pies

VIII. Conclusión

 

Primera parte:
Una oportunidad de oro

 

I. Introducción

 

I. a. El 50° Congreso Eucarístico Internacional

1. En junio de 2012, se celebrará en Dublín, Irlanda, el quincuagésimo Congreso Eucarístico Internacional. Por una feliz coincidencia, el año 2012 también marca el quincuagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. El tema para el Congreso Eucarístico en Dublín “La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros”, recoge la noción de comunión que fue tan central en la visión del Concilio.

2. El Concilio Vaticano II puede ser descrito como un acontecimiento Pentecostal que permanece como brújula segura por la que la Iglesia también hoy mantiene su rumbo. Una inquietud primordial a lo largo de sus deliberaciones fue cómo, en estos tiempos en que la raza humana ha entrado en un nueva etapa de la historia que involucra numerosos cambios nuevos, rápidos y profundos[1], la Iglesia puede manifestar mejor a Jesucristo para que las personas de nuestro tiempo puedan verlo, escucharlo, y encontrarse con Él viviendo entre nosotros. En respuesta a esta inquietud, el Espíritu Santo guió al Concilio para promover una eclesiología de comunión. Es muy apropiado, por lo tanto, que el Congreso Eucarístico, coincidiendo con este significativo aniversario del Concilio, dirija nuestra atención a este tema de comunión.

3. El Congreso nos presenta una oportunidad extraordinaria para explorar más profundamente hasta qué punto hemos dejado que nos impacte la reforma propuesta por el Concilio en términos de comunión, tanto respecto a la vida interna de comunión de la Iglesia, como también en referencia a nuestra apertura a todos los que caminan junto a nosotros en los senderos de la historia. La noción de comunión es, justamente, muy significativa para la evangelización, en concreto para comunicar la Buena Nueva de Jesucristo que desea estar junto a nosotros en su alegría y libertad, en su ardor y paz. Los muchos hermanos y hermanas en la fe que se congregarán para el Congreso Internacional, procedentes de Asia y África, de América y Oceanía, así como de Europa, enriquecerán nuestra exploración del tema del Congreso al expresar la unidad y diversidad de la comunión de la Iglesia.

4. Han pasado ochenta años desde que se celebró un Congreso Eucarístico Internacional en Irlanda, entonces se recordaba el 1500 aniversario de la llegada de san Patricio a la isla y la difusión del amor de los misioneros irlandeses por la Eucaristía. El Congreso del año 1932 fue un evento muy significativo en múltiples facetas. A pesar de caracterizarse, según los criterios actuales, por un cierto triunfalismo, se dice que el Congreso hizo una poderosa contribución para sanar las heridas de la guerra civil que había desgarrado a Irlanda tan sólo unos años antes[2]. Sin embargo, también se ha señalado que la fusión entusiasta del sentimiento católico y el orgullo nacional en esa ocasión tuvo sus inconvenientes a largo plazo. Hubo muchos cambios en Irlanda en el período intermedio. El contexto actual es muy diferente. El estilo, el propósito y el resultado de los Congresos Eucarísticos han sido también considerablemente alterados a través de los años. En los últimos tiempos, un Congreso Eucarístico Internacional es más una fiesta de fe, que consiste en seminarios, conciertos, talleres, exhibiciones. El resultado de todo esto es que el Congreso de 2012 será bastante diferente del que se llevó a cabo hace ochenta años.

5. El escenario contemporáneo irlandés para el Congreso Eucarístico es luz y oscuridad. Por un lado, conscientes de “la roca” de fe en la que fueron labrados las mujeres, hombres y niños irlandeses de la Iglesia (Cf. Is 51,1), todavía podemos estar agradecidos a Dios por esa generosa contribución, muchas veces heroica, hacia la Iglesia y a la humanidad por pasadas generaciones de irlandeses[3]. Una buena noticia en tiempos recientes, a la que han contribuido las iglesias, ha sido el proceso de paz en Irlanda del Norte. A pesar de las dificultades financieras actuales, Irlanda puede reconocer con satisfacción las enormes mejoras socio-económicas de la isla en comparación con 1932. Se debe reconocer, sin embargo, al comienzo de estas reflexiones teológicas y pastorales, que hoy la Iglesia Católica en Irlanda está recorriendo un camino de curación, renovación y reparación, particularmente a causa de los abusos de niños y jóvenes vulnerables por parte de sacerdotes y religiosos. En muchos aspectos, como los discípulos en el camino de Emaús, los católicos irlandeses se sienten desorientados por las cosas que han sucedido en su Iglesia. El grito de víctimas y supervivientes de los abusos sexuales del clero traspasan el Cielo y la Tierra, pidiendo signos radicales de arrepentimiento.

6. El Congreso de 2012 puede ser visto como un momento de “kairos”, en el sentido bíblico de un tiempo oportuno, cuando puede suceder algo especial a causa de la intervención de Dios. Es un momento en el que la Iglesia, tanto en Irlanda como en el mundo entero, puede beneficiarse mucho de escuchar de nuevo lo que el Espíritu Santo ha dicho y está diciendo a la Iglesia, en y a través del Concilio Vaticano II. De hecho, es una ocasión providencial para que la gente se reúna en comunión con Cristo y entre sí “a reflexionar sobre las heridas infligidas al cuerpo de Cristo, sobre los remedios necesarios, a veces dolorosos, para vendarlas y curarlas; y sobre la necesidad de unidad, caridad y ayuda mutua en el largo proceso de recuperación y renovación eclesial”[4]. El Congreso también puede considerarse como una especie de momento ‘statio’, es decir, una pausa para la oración y el compromiso, una parada a lo largo del camino de la Iglesia a la que invita la Iglesia en Irlanda a la Iglesia universal. Es un momento específico en su peregrinación, en el que la Iglesia universal es invitada a fijarse especialmente en un aspecto de la Eucaristía, el de la comunión con Cristo y entre nosotros, propuesto por el tema del Congreso. De esta forma adoraremos públicamente ese vínculo de caridad y unidad. Al congregarnos junto con peregrinos de todas las partes del mundo, el Congreso será un auténtico signo de fe y caridad en comunión ofrecido a todos.

I. b. ¿Qué significa comunión?

7. Al inicio de este documento será necesario clarificar qué significa la noción de comunión. Los católicos están acostumbrados a decir “ir a la Comunión” o “recibir la Comunión” en Misa. Sin embargo, la noción teológica de comunión (‘koinonia’ en el Nuevo Testamento griego) es polifacética.

8. Al proclamar el Reino de Dios, Jesús sabía que había sido enviado “a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos” (Cf. Lc 4,16-20). A través de sus hechos y palabras formó una comunidad mesiánica de discípulos que experimentaron cómo ese Reino de Dios se acercaba a ellos en el mismo Jesús. Los miembros de esta comunidad se relacionaban los unos con los otros de una manera nueva, en relaciones marcadas por el amor, la libertad y la verdad, la igualdad y la reciprocidad. Aquellos llamados para dirigir la comunidad debían ejercitar su responsabilidad mediante el servicio. En el Cuarto Evangelio escuchamos a Jesús rezando, la noche antes de su Muerte, una oración que parece resumir su misión, “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). La comunidad debía ser nada menos que una participación en la misma vida de Dios.

9. Sin embargo, el proyecto mesiánico de Jesús parecía haber fracasado miserablemente con su Muerte en Cruz. Y, sin embargo, ese no fue el final de los acontecimientos. Cristo Resucitado venció a la muerte. Donde existía el pecado, con toda su oscuridad, división y miedo, abunda ahora la gracia con toda su luz, comunión y libertad (Cf. Rom 5,17-21). Cristo Muerto y Resucitado volvió a convocar a su comunidad. Los lazos de comunión se profundizaron. Estaba vivo, construyendo su comunidad a través de la proclamación del Evangelio, a través de los sacramentos, especialmente la administración de la Eucaristía, a través del servicio de aquellos encargados del ministerio, a través de carismas y a través del amor mutuo de los miembros de la Iglesia: “Y perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42). Así como fue durante su vida en la Tierra, y más aún ahora, aquellos que ahora siguen a Jesús, no estaban solos. Estaban unidos en comunión con Jesucristo y, por lo tanto, los unos a los otros, a través de numerosos lazos de comunión, pero especialmente mediante la Eucaristía.

10. El apóstol Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, reflexiona acerca del significado de la Eucaristía como presencia, banquete de comunión y sacrificio (Cf. 1 Cor 10,16-22). Está escribiendo a una comunidad que había sido enriquecida con muchos dones y funciones, pero en la que también había serias divisiones. San Pablo quiere hacerles comprender que estamos unidos en comunión por la Eucaristía. Escribe: “El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1 Cor 10,16-18). La palabra que usa Pablo para “compartir” es “comunión”. Al recibir la Eucaristía, los muchos miembros de la comunidad se convierten en uno, es decir, comparten tan profundamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo que, juntos, se convierten en el cuerpo de Cristo. Así, Jesucristo es quien da sentido y armonía a la diversidad de dones y funciones. La gente no pertenece a Cristo simplemente como si fueran miembros de una asociación social o corporación formada por Él, sino que son atraídos, en un sentido muy real y a través de la Eucaristía, hacia una profunda unión personal con Cristo Resucitado y unos con otros.

11. El apóstol Pablo siente que tiene que reevangelizar a la comunidad de Corintio en cuanto a lo que significa comunión. Por eso ofrece un relato muy antiguo de la Última Cena (1 Cor 11, 17-33), como si subrayara que en el misterio pascual, anticipado sacramentalmente por la Última Cena, encontramos el código genético de la identidad de la Iglesia como comunión. Después de todo, fue la ofrenda de sí mismo que hizo Jesús con su Muerte y Pasión la que obtuvo la salvación para la humanidad, y la salvación puede ser entendida como comunión con Cristo y, por lo tanto, entre nosotros. Ahora, la Eucaristía nos permite y nos invita a vivir esta comunión en nuestras vidas. Esto implica una lógica de reconciliación, tolerancia y mutua disponibilidad:

Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria”. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación… Por ello, hermanos míos, cuando os reunís para comer esperaos unos a otros (1 Cor 11, 23-29; 33).

12. San Pablo estaba convencido de que, debido a la Eucaristía, nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos han sido tan profundamente transformadas que estaba sorprendido de encontrar indiferencia, negligencia hacia los pobres y una falta general de amor mutuo entre los Corintios. En efecto, refiriéndose a las divisiones en la comunidad Corintia, san Pablo, el fundador de esa comunidad, llega hasta el extremo de decir que están condenándose ellos mismos, en el sentido de estar contradiciendo con sus propias vidas aquello que están proclamando en la celebración Eucarística. La Eucaristía no es un deber moral; es primero y ante todo una transformación realizada por Cristo. Nuestra dignidad consiste en ser llamados a la comunión en Cristo y en responder con nuestras vidas a esa llamada.

13. Como hemos mencionado al principio de este documento, el Concilio Vaticano II dirige nuestra atención nuevamente a la importancia del tema de la comunión. La comunión de los fieles en Cristo se basa en una participación en las cosas santas. Hay comunión en la fe, comunión de los sacramentos, comunión de carismas y, sobre todo, una comunión en la caridad. La comunión se extiende a compartir los bienes, tanto espirituales como materiales. Nuestra comunión no se limita a aquellos que están en la Tierra, sino que es también con quienes se han ido antes que nosotros y especialmente con los santos.

14. El tema de la comunión también ha sido objeto de diálogo entre las iglesias. La Comisión Internacional Anglicana-Católica (en adelante ARCIC) ha propuesto el siguiente texto sobre la noción de comunión:

La unión con Dios en Cristo Jesús a través del Espíritu es el corazón de la koinonia cristiana. Junto con las varias formas en que se usa el término koinonia en diferentes contextos del Nuevo Testamento, nos concentramos en el que significa una relación entre personas como resultado de la participación en una misma realidad (Cf. 1 Jn 1,3). El Hijo de Dios ha tomado en sí mismo nuestra naturaleza humana, y ha enviado sobre nosotros su Espíritu, que nos hace verdaderamente miembros del cuerpo de Cristo, tanto que nosotros también podemos llamar a Dios “Abba, Padre” (Rom 8,15; Gal 4,6). Además, al compartir el mismo Espíritu Santo, nos convertimos en miembros del mismo cuerpo de Cristo e hijos adoptivos del mismo Padre, y estamos unidos los unos a los otros en una relación completamente nueva. Koinonia del uno con el otro por nuestra koinonia con Dios en Cristo. Este es el misterio de la Iglesia (…) por la Eucaristía todos los bautizados estamos en comunión con la fuente de koinonia. Él es el que destruyó los muros que dividían a la humanidad. (Ef. 2,14); Él es el que murió para reunir a los hijos de Dios, su Padre, en unidad (Cf. Jn 11,52; 17,20ss)[5].

15. La vida de comunión ha comenzado ya aquí en la Tierra para nosotros en las formas mencionadas anteriormente, pero no es todavía completa hasta que lleguen la nueva Tierra y los nuevos Cielos, como fue prometido por Jesucristo. La Eucaristía es un anticipo y una promesa de esos nuevos Cielos y esa nueva Tierra, donde la vida de comunión no tendrá fin. La exclamación final de las escrituras es “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Apoc. 22,20). La Eucaristía nos orienta a una comunión entre nosotros para ese futuro, no como una amenaza sino como una invitación. En un mundo que fácilmente puede preocuparse por el presente, la Eucaristía nos invita a abrir nuestros corazones a la espera del futuro como promesa de Dios. A través de la Eucaristía anticipamos este nuevo futuro a través de palabras y acciones, de modo que la futura comunión ya puede darse en el presente, de modo que podemos ya gustar y vivir aquello en lo que nos convertiremos.

I. c. La relevancia del tema

16. Particularmente en un tiempo en el que hay cambios fundamentales en los patrones de comunicación y relaciones humanas, el tema de la comunión habla al corazón de nuestra identidad y nuestra misión. Mientras más disminuyen los lazos sociales y las redes interpersonales tradicionales, mayor es la necesidad de encontrar nuevos modelos para relacionarse a nivel regional, nacional y global. Esto plantea preguntas para la forma en que la Iglesia expresa su propia vida de comunidad.

17. En el plan de Dios, la Iglesia debe ser un signo y un instrumento de unión de la gente con Dios y entre sí.[6]Como indicó Tertuliano, uno de los escritores de la Iglesia primitiva, “Un cristiano solo no es cristiano”. En la Eucaristía descubrimos el código genético de comunión que está en el centro de su identidad como Iglesia. Al meditar lo que significa la Comunión Eucarística, nos damos cuenta de cómo las rupturas en la comunión del cuerpo de Cristo hieren el corazón de la misión evangelizadora de la Iglesia. La capacidad de la Iglesia de ser escuchada por la sociedad disminuye seriamente cuando aparecen sus propios fracasos en la vida de comunión, causando escándalo a muchos, por ejemplo, en mecanismos de sectarismo, doloroso abuso de posición, institucionalismo o autoritarismo. Todo esto llama a una continua atención a lo que significa comunión con Cristo y entre nosotros en todos los aspectos de la vida. En particular, tenemos que encontrar nuevas formas de transmitir la vida de comunión a los jóvenes que viven en el mundo occidental, donde muchas veces es negada incluso la plausibilidad de la fe. Nunca ha sido más verdadero decir que el gran desafío de hoy en día es “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” con todo lo que esto también implica para una reforma institucional.[7]Que podamos ser uno, para que el mundo crea (Cf. Jn 17,21).

I. d. La Eucaristía en Irlanda

18. El Concilio Vaticano II define la Eucaristía como “fuente y cumbre de toda la vida Cristiana”[8]y afirma que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”.[9]Desde los tiempos de san Patricio, los católicos en Irlanda han tenido una gran estima a la Eucaristía. Ha sido celebrada con fe en pequeñas capillas de islas, aldeas monásticas, catedrales y, más tarde, en tiempos de persecución, en altares de piedra al aire libre. Muchos tesoros de nuestro patrimonio nos recuerdan nuestro amor a la Eucaristía[10]. El himno Eucarístico latino más antiguo conocido, Sancti venite, se descubrió en el Antifonario de Bangor, un texto monástico irlandés del siglo séptimo[11]. Contenido en el famoso Book of Kells, hay también una gran riqueza de iconografía Eucarística. En la historia irlandesa más reciente, la imagen asociada con la aparición de Nuestra Señora de Knock incluye un motivo Eucarístico[12]. El venerado lugar de la Eucaristía entre los irlandeses fue también testimoniado en el Congreso Eucarístico del año 1932 previamente mencionado y en la visita papal de 1979. La Misa ha sido de importancia central para los miles de misioneros irlandeses que llevaron la fe a África, Asia y el Continente Americano, como también para tantos emigrantes irlandeses en diferentes partes del mundo. Hoy también, Irlanda sigue teniendo uno de los mayores índices en Europa de participación de los fieles en la Misa semanal. Los números referentes a la Misa diaria son también sorprendentes. Hay una significativa presencia de la adoración Eucarística en la vida eclesial en Irlanda. La práctica de tener Misas ofrecidas por alguien continúa siendo muy popular. En tiempos recientes, las liturgias Eucarísticas se han enriquecido por la presencia de nuevos inmigrantes en el país.

19. El alto aprecio que los irlandeses han tenido por la Eucaristía es un regalo del Espíritu Santo. Quizás fue remotamente preparado por los ancestros irlandeses quienes, al igual que otras gentes, dejaron signos poderosos de su búsqueda por lo Absoluto. Por ejemplo, los monumentos de la era de piedra en Newgrange en el valle de Boyne (construidos alrededor de 3200 AC) fueron construidos de manera que expresaban esa búsqueda de la gente por estar en sintonía con lo que para ellos era lo único que no pasaba: la renovación anual de la Tierra por el sol. Lo que se celebraba cada año en el solsticio de invierno en Newgrange era, en cierto sentido, quizás movido por el Espíritu Santo a nivel cósmico, una intuición del misterio pascual cristiano, que habla de la reconciliación, la paz, la unión con Dios y entre nosotros. En el encuentro con el Evangelio de Jesucristo, los irlandeses descubrieron la Eucaristía como el verdadero y gran tesoro que nos une con Dios, el Único que no pasa, y a unos con otros en Cristo, “el Alfa y la Omega” de la historia humana (Apoc. 1,8).

20. Sin embargo, en los últimos años, se han dado cambios en las actitudes hacia la Misa. Hoy, muchos dicen que no encuentran la Misa como dadora de vida y parece no tener conexión con la vida. Se dice que es aburrida; que carece de sentido de misterio. Hay una tendencia a buscar la realización espiritual fuera de la comunidad Eucarística de una iglesia. Preocupa seriamente que la participación de los jóvenes es desproporcionadamente menor. Con la disminución de la cantidad de sacerdotes, Irlanda puede próximamente experimentar el problema que ya se experimenta en otros países con respecto a la Eucaristía: la imposibilidad de acceder semanalmente a una celebración dominical.

21. Claramente hay muchas razones para el cambio de actitudes respecto de la Misa – sin dejar de lado lo que a veces puede ser una pobre y poco atractiva celebración de la liturgia. No obstante, en un tiempo en el que el mismo sentido de Dios es experimentado por muchos como un sol que ha descendido bajo la línea del horizonte, la restauración de la Eucaristía en su lugar central para la vida de la gente está muy ligado al redescubrimiento de la verdadera faz del Dios encarnado, el Dios que es amor, el Dios que ha venido entre nosotros: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18,20).

22. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II afirma que en la renovación de la liturgia, “hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo”[13]. El Papa Benedicto XVI ha hablado de la importancia de conocer el ars celebrandi, el arte de la celebración de la liturgia. Aquellos que tienen funciones específicas que desempeñar en la celebración necesitan preparase bien, comenzando por el sacerdote, pero también por los lectores, los músicos, los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, aquellos que proclaman las plegarias de los fieles, así como aquellos involucrados en el servicio o en la presentación de los dones. Es usual, hoy en día, que grupos parroquiales preparen juntos la liturgia. Los Comentarios sobre la Misa son de ayuda; y podemos hacer particular mención aquí de la Instrucción General del Misal Romano y la Introducción General al Leccionario.Nadie es un mero espectador en la Misa. Todos son llamados a participar activamente, entrando en el misterio de la Eucaristía, buscando amarse el uno al otro, y participando atenta y devotamente, uniéndose interiormente con todo lo que está sucediendo. De hecho, puede decirse que la participación activa en la Misa necesita comenzar mucho antes de la propia celebración. La mejor preparación para sintonizar con lo que significa la Eucaristía son nuestros esfuerzos por vivir el Evangelio en los pequeños momentos y detalles de la vida.

23. Uno de los frutos del Concilio Vaticano II fue el Misal Romano de 1970. Se espera que la traducción del Misal Latino 2008 al inglés ya haya sido publicada para el momento en que tenga lugar el Congreso Eucarístico. Esta nueva traducción al inglés del Misal reflejará las orientaciones indicadas en una instrucción para el Rito Romano denominada Liturgiam authenticam, que llama a una traducción más precisa del contenido del Misal Latino[14]. El Congreso Eucarístico utilizará la traducción en inglés de la tercera edición del Misal Romano.

I. e. Hermanas y hermanos en Cristo

24. Inspirados por las enseñanzas del Concilio Vaticano II, el Congreso Eucarístico Internacional de 2012 busca ser una ocasión para que nuestras hermanas y hermanos de otras iglesias y comunidades eclesiales puedan compartir los conocimientos y la sabiduría de sus experiencias y estructuras eclesiales[15]. Hay mucha doctrina Eucarística que tenemos en común. Está claro que muchas iglesias y comunidades eclesiales se reconocen como comunidades Eucarísticas, celebrando el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

25. El texto de Lima de 1982, Bautismo, Eucaristía y Ministerio fue acogido calurosamente por muchos, precisamente, por señalar las enseñanzas que compartimos. Nos han enriquecido a todos los numerosos diálogos bilaterales sobre la Eucaristía en los que la Iglesia Católica se ha visto involucrada. Éstos ayudan a los católicos a entender su fe de una manera más profunda[16]. Por eso, en el contexto del Congreso, se recomendará el estudio en conjunto de los numerosos documentos que se han publicado provenientes de este diálogo. Estos incluyen:

Consejo Mundial de Iglesias

El Texto de Lima: Bautismo, Eucaristía y Ministerio (1982);

Comisión Conjunta para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa

El misterio de la Iglesia y la Eucaristía a la luz del misterio de la Santísima Trinidad (1982)

ARCIC

Doctrina Eucarística (1971)
Doctrina Eucarística: Clarificación (1979)
Clarificación de ciertos aspectos de los declaraciones acordadas acerca de la Eucaristía y el Ministerio (1994)

El diálogo Luterano-Católico

La presencia de Cristo en la Iglesia y en el mundo (1977)

Diálogo Metodista-Católico

Relación de Dublín (1976)
La gracia que te ha sido dada en Cristo (2006).

26. Gracias a la cooperación mutua y a los contactos cada vez más profundos entre sí, los cristianos experimentan el deseo ardiente de unirse a celebrar la única Eucaristía del Señor. Sin embargo, a pesar los múltiples y ricos frutos del diálogo, nuestras iglesias no han llegado aún al punto de unirse en plena comunión alrededor de la misma mesa Eucarística. Por eso, es sobre todo en la Eucaristía donde los cristianos sienten más exageradamente el impacto de sus divisiones. Tiene que reconocerse el dolor de esta herida. El documento de Lima, Bautismo, Eucaristía y Ministerio n. 26 habla de la tragedia de esta situación por su impacto en el testimonio misionero.

27. El Concilio Vaticano II estableció dos principios fundamentales que gobiernan la participación sacramental. El primero hace referencia a la unidad de la Iglesia y el segundo se refiere a la comunión en cuanto a la gracia. El principio de testimonio de la unidad de la Iglesia, como regla general, no permite que miembros de iglesias que no están en completa unión con la Iglesia católica compartan la Eucaristía, pero la gracia que puede obtenerse de ello a veces permite esta práctica. No siempre es fácil caminar entre estos dos principios. Son, en realidad, complementarios. La enseñanza católica nos recuerda que los dos principios básicos siempre deben ser tenidos en cuenta juntos. Sobre esta base, la Iglesia Católica prevé ciertas situaciones en las que, habiendo una necesidad espiritual objetivamente grave, un miembro de otra iglesia que manifiesta la fe que la Iglesia Católica profesa en la Eucaristía, puede recibir la Santa Comunión en una Iglesia Católica. Ejemplos de estas situaciones (cada caso ha de juzgarse por separado) incluyen: la admisión a la Sagrada Comunión del padre de un niño que va a ser bautizado durante la Misa, o va a recibir la Primera Comunión o Confirmación; el padre o esposa de alguien que va a recibir el Orden Sagrado; la familia allegada de un difunto durante la Misa de Funeral.

28. Mientras que todavía no es posible la comunión Eucarística plena entre todos los cristianos, son posibles y necesitan ser cultivadas otras expresiones de comunión[17]. En nuestro deseo de unidad no estamos comenzando de cero. Si la Eucaristía es la fuente y el culmen de la vida cristiana, hay una vasta campo alrededor de ella que todos podemos y necesitamos continuar explorando. Desde que, a través del bautismo, hemos sido insertados en la única Iglesia de Cristo (Gal 3,28; 1 Cor 12,13; Ef 4,4) hay muchas “presencias” de Jesucristo para ser valoradas y compartidas juntos, celebradas y vividas. Nuestra fe bautismal es la puerta de entrada a muchas formas de inter-comunión en un diálogo de vida, que provee la base para varias iniciativas, especialmente en torno a nuestra comunión en la Palabra de Dios, como vísperas ecuménicas, liturgias e iniciativas de paz, peregrinaciones ecuménicas, trabajos de beneficencia y una apertura hacia el pobre y el marginado, consejos pastorales locales, proyectos de evangelización, así como afiliación conjunta en nuevas y antiguas comunidades y asociaciones, monasterios, órdenes religiosas y movimientos.

29. Es de esperar que el Congreso Eucarístico pueda ser un forum de nuevas vías de reflexión, a la luz de tantas experiencias positivas que han surgido desde el Concilio Vaticano II. Debería también ser una ocasión para reconocer con gratitud el papel valioso, y muchas veces precursor, de familias interreligiosas por construir la comunión con Cristo y entre nosotros con cristianos de diferentes iglesias. Quizás podamos unirnos en oración común por el Congreso – para que pueda ser una oportunidad de vivir una mayor comunión de vida y amor para nosotros; para que podamos entrar en ese “espacio interior en donde Cristo, fuente de unidad de la Iglesia, puede obrar eficazmente, con todo el poder de su Espíritu, el Paráclito.”[18]

I. f. Un Congreso Eucarístico para todos

30. A veces se ha sugerido que la frase “aquí vienen todos”, usada por James Joyce en una de sus obras, se refiere, de alguna manera, a la noción de catolicidad. Como la Eucaristía contiene todo lo que Dios ha hecho y hará por la humanidad en la historia de la salvación, un Congreso Internacional sobre la Eucaristía ha de llegar a todos, incluyendo tanto a la generación presente como a las futuras generaciones, bautizadas o no. El Concilio Vaticano II nos enseña que, como Jesucristo murió por cada uno, “debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual”[19].

31. No podemos negar que algunos encuentran dificultad incluso en entrar por la puerta de una iglesia, después de lo que han experimentado a través de las acciones de sacerdotes y religiosos o la pasividad de sus superiores. Otros, por diferentes razones, mantienen escaso contacto con la Iglesia o participan en ella principalmente en ocasiones especiales. Es de esperar, sin embargo, que aquellos que, por cualquier motivo, se sientan alejados de la Iglesia puedan considerar visitarla de nuevo y adoptar una renovada mirada a su mensaje en el contexto del Congreso. Es de esperar que descubran una comunidad que, en años recientes, ha reconocido sus faltas y fracasos más claramente, buscando ahora sanar los recuerdos en un nuevo espíritu de arrepentimiento y reconciliación y comenzar de nuevo con el compromiso de ser y hablar del mensaje de Cristo, que da vida.

32. En línea con lo que propone el Concilio Vaticano II, hoy la Iglesia quiere aprender de sus hermanas y hermanos con quienes peregrina en este camino[20].Cada uno puede contribuir a la reforma en la Iglesia. En las palabras del profeta Isaías 43,18, “mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”.

II. Caminando juntos hacia el Congreso Eucarístico 2012

33. El Congreso Eucarístico es mucho más de lo que sucederá en junio del año 2012. Son muy importantes también el camino previo a este acontecimiento, a la vez que su seguimiento posterior. El programa de saneamiento, renovación y reparación vinculado al escándalo de los abusos sexuales del clero continúa siendo una prioridad. Los indicadores para guiarnos a lo largo de este año y medio de preparación son provistos por las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Los demás puntos, aglutinados en torno a los motivos de comunión y evangelización, son meramente indicativos. El Congreso Eucarístico puede ser visto, sobre todo, como una plataforma para la evangelización, que comienza con los católicos mismos, congregándose en un camino de nueva evangelización.

II. a. Promoviendo la eclesiología y espiritualidad de comunión

34. El tema del Congreso puede sugerir muchas actividades. Sin embargo, antes de hacer planes prácticos, es necesario promover sobre todo una espiritualidad de comunión, centrada en el encuentro con la Persona de Jesucristo. Como escribió el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Caritas Est, n. 1, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. A la luz de la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II, que se centra en la Persona de Jesucristo, se puede decir que hoy el Espíritu Santo está instando a toda la Iglesia a promover una espiritualidad de comunión, que permita ver y encontrar a Jesucristo[21]. En la que es quizás una de las descripciones más fuertes de la comunión, en términos de amor de hermano/a, en un texto del Magisterio dirigido a toda la Iglesia, el Papa Juan Pablo II explicó algunas figuras fundamentales de la espiritualidad comunitaria, que está en la base de todas las vocaciones[22]. Esta espiritualidad ha de ejercitarse en las relaciones entre obispos, sacerdotes y diáconos, entre sacerdotes y laicos, entre clérigos y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales.

35. Antes que nada, la espiritualidad de comunión involucra “una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado”. También significa “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece»”. El Papa subraya un nuevo “pensamiento” y “sentimiento” en términos de compartir con otros “sus alegrías y sus sufrimientos (...) sus deseos y (...) sus necesidades”. Esto significa ofrecerle una verdadera y profunda amistad.

36. Una espiritualidad de comunión implica también “capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí»”. Finalmente, el Papa Juan Pablo II señala la necesidad de saber cómo “hacer lugar” a nuestros hermanos y hermanas, “ayudándose mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6,2) y resistiendo las tentaciones egoístas, que constantemente nos acechan y provocan competencia en general, competencia profesional, falta de confianza y envidia.

37. El Papa Juan Pablo II concluye su comentario sobre la espiritualidad de comunión de manera sorprendente diciendo que “no nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento”.

38. Sobre la base de la espiritualidad de comunión vivida entre nosotros, podemos y debemos proceder a desentrañar las implicaciones de la eclesiología de comunión en todos los niveles de la vida de la Iglesia. Como propuso el Concilio Vaticano II, esto conlleva una nueva atención a la Palabra de Dios, un mayor sentido de corresponsabilidad en el cuidado pastoral, un amor preferencial por los pobres y los jóvenes, un redescubrimiento de la dimensión carismática de la Iglesia y un mayor aprecio por la dinámica sinodal en la vida de la Iglesia.

39. El período de preparación para el Congreso es un tiempo para revisar el significado de la Misa dominical semanal en términos de comunión con Cristo y entre nosotros. El “precepto dominical” es una obligación, no menor para nosotros, a prestar atención al hecho de que somos parte de una comunidad y a darnos cuenta que nuestra comunidad y nosotros mismos sufrimos cuando esto lo pasamos por alto. La Carta Apostólica Dies Domini (31 de mayo de 1998) es un valioso recurso para explorar los múltiples aspectos profundos de la Misa. La catequesis sobre este tema puede destacar cómo la Eucaristía es el misterio de Cristo viviendo y trabajando en la Iglesia, entendida como comunión. Dicha catequesis puede explicar también más claramente las implicaciones sociales, éticas y culturales de la Eucaristía.

40. La familia como “Iglesia doméstica”, juega un papel primordial en la vida de la Iglesia. La entrega mutua de sí mismos del hombre y de la mujer crea una nueva realidad de comunión, una vida compartida que se desborda hacia la vida de la sociedad y de la Iglesia. La Iglesia ha hablado a menudo del carácter nupcial de la Eucaristía, el sacramento de Cristo esposo y de su esposa. En la Exhortación Apostólica del Papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía Sacramentum caritatis, n. 27 leemos cómo “en la teología paulina, el amor esponsal es signo sacramental del amor de Cristo a su Iglesia, un amor que alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus «nupcias» con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía. Por eso, la Iglesia manifiesta una cercanía espiritual particular a todos los que han fundado sus familias en el sacramento del Matrimonio.” El Congreso Eucarístico de 2012 es una valiosa ocasión para explorar cómo, en la sociedad contemporánea, la familia puede ser ayudada a testimoniar su vida de comunión y a descubrir también lo que la vida familiar puede ofrecer, en la riqueza de sus múltiples facetas, a la más amplia vida de comunión de la Iglesia. La Exhortación Apostólica del Papa Juan Pablo II, Familiaris consortio (1981) y su Carta a las familias (1994) también pueden ser estudiadas en este contexto.

41. La contribución al bien común de los matrimonios que se aman y de la vida familiar estable es inconmensurable. Por eso, tanto mayor es la angustia por los matrimonios que se rompen y las familias divididas. La Iglesia desea acercarse a todos los fieles que se encuentran en estas circunstancias tan difíciles y se necesita un cuidado discernimiento de las diferentes situaciones. El Congreso Eucarístico Internacional de 2012 debería examinar lo que se dice en Sacramentum caritatis, 29 “los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración Eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos”.

II. b. Evangelización

42. La Iglesia existe para evangelizar. Tiene Buenas Noticias que anunciar. Está llamada a indicar el camino hacia la felicidad y la plenitud. En el Evangelio leemos que unos griegos se acercaron al discípulo Felipe durante una peregrinación a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y solicitaron “ver a Jesús” (Cf. Jn 12,21). Hoy también mucha gente quiere verlo. Quieren que los cristianos no sólo les “hablen” de Él, sino que, incluso más que antes, que se lo “muestren” también.

43. La Eucaristía nos adentra en una comunión que, por su propia naturaleza, es misionera, evangelizadora. Si vivimos las implicaciones de la Eucaristía, mostraremos a Jesucristo en nuestra vida personal y comunitaria. Comunión y evangelización están íntimamente ligadas. Como dice un autor contemporáneo, “sin duda, es evidente que sólo una persona de Dios, que ha permitido ser congregada en unidad y unanimidad, puede convencer al mundo”.[23]Por una deuda de amor salimos transformados por la Eucaristía para transformar el mundo a nuestro alrededor, con el amor con el que nos hemos encontrado en la Eucaristía. Vamos convencidos a prolongar el acercamiento de Jesucristo a todos, construyendo la comunión: “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros” (1 Jn 1,3).

44. El Congreso Eucarístico Internacional del año 2012 es, consecuentemente, un tiempo para revisar juntos las implicancias que tiene la Eucaristía para la evangelización. Sobre la base de la eclesiología de comunión misionera del Concilio, la misión evangelizadora de la Iglesia es descrita muchas veces en términos de “círculos de dialogo”[24]. Dialogamos el uno con el otro, con nuestras hermanas y hermanos cristianos, con hermanas y hermanos de otras religiones. El diálogo se extiende a toda la gente de buena fe, tenga o no convicciones religiosas, que se esfuerza por construir un mundo basado en la dignidad de la persona humana y los valores de justicia y liberación, vida y paz, solidaridad con los marginados, educación y cuidado por los enfermos y los necesitados. Reconociendo esto, el Congreso Eucarístico puede convertirse en un acontecimiento de proclamación respetuosa, de diálogo, de compartir la Buena Nueva y ofrecer testimonios. Esto también significa renovar nuestra llamada a estar “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Ped 3,15). Podemos inspirarnos también en la aguda visión del beato John Henry Newman sobre la relación entre la fe y la razón.

45. La Iglesia nos invita hoy a ser imaginativos. Nos habla de la necesidad de una nueva evangelización, nueva en energía, método y expresión. El Congreso Eucarístico debería involucrar e integrar diversas formas de piedad popular relacionadas con la Eucaristía dentro de la nueva evangelización de la Iglesia.

46. Parece apropiado que la preparación para el Congreso incluya alguna forma de reconocimiento, ante Dios y ante todos, de las faltas que han sido cometidas por los miembros de la Iglesia. La purificación de la memoria es esencial, tanto para la comunión como para la evangelización.

47. El misterio Eucarístico abre nuestros ojos a las implicaciones sociales, culturales y políticas del Evangelio. Es la “escuela de amor activo al prójimo”[25]. Podemos pensar en los comentarios de la beata Madre Teresa de Calcuta en el sentido de que en la Misa tenemos a Cristo en la apariencia del pan, mientras que en los barrios podemos ver a Cristo y tocarlo en los cuerpos destrozados y en los niños abandonados. Una verdadera participación en la Misa nos pedirá revisión de nuestras relaciones personales, sociales e institucionales con nuestros prójimos. El Congreso Eucarístico 2012 puede ser ocasión para mostrar, a la luz de la doctrina social de la Iglesia, las implicaciones de la Eucaristía en el compromiso de la Iglesia para promover la justicia, la paz y la libertad. En particular, la vida económica y política puede ser analizada en términos de comunión a la luz de la encíclica Caritas in Veritate (2009) del Papa Benedicto XVI.

48. Otra vía útil que puede ser seguida para preparar el Congreso es examinar la protección de la creación dentro de una lógica de comunión. Es una oportunidad para reflexionar acerca de las amenazas al medio ambiente y el deseo cristiano que nos compromete a trabajar con responsabilidad para proteger la creación. La Eucaristía tiene un carácter universal, es decir, cósmico porque “también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación”[26].

49. Finalmente, el Congreso Eucarístico Internacional 2012 puede ser una oportunidad para reflexionar en las inmensas posibilidades ofrecidas por los medios de comunicación y la tecnología digital en la construcción de la familia mundial de la humanidad. Reflexionando en el mensaje de la Eucaristía, podemos encontrar perspectivas espirituales, teológicas y culturales que tienen algo que ofrecer a la reflexión de cómo entender y usar mejor los medios de comunicación.

II.c Una historia para guiarnos: los discípulos en el camino de Emaús

50. El episodio del encuentro de Jesucristo con los discípulos en el camino de Emaús tiene mucho que decirnos al comenzar nuestro camino hacia el año 2012 (Lc 24,13-35). El relato es una metáfora que puede inspirarnos. Es un acontecimiento que sucedió “a lo largo del camino”. Dos discípulos que han seguido a Jesús están caminando juntos y hablando acerca de los recientes, angustiantes y misteriosos acontecimientos que habían sucedido en Jerusalén – la Crucifixión de Jesús y el descubrimiento de la tumba vacía. Un “forastero” se acerca a ellos y les habla. No lo reconocen. En su desilusión y vacilante fe, los dos discípulos se encuentran tristes y son incapaces de reconocer que el forastero es Jesús Crucificado y Resucitado. Encerrados en su trauma, son incapaces de ver lo nuevo. Sin embargo, el forastero desconocido entra en su conversación. En lo que es casi una proclamación pascual, les cuenta su historia hasta la Crucifixión. ¡La única parte que falta es la Resurrección! La Muerte de Jesús había borrado claramente su esperanza de liberación. Habían esperado que Cristo inaugurara la venida del Reino de Dios con sus implicaciones en su relación con Dios y con los demás en la comunidad mesiánica recién formada. Contrariamente, habían sido algunos de sus propios jefes quienes lo habían entregado para ser condenado a muerte. Los discípulos están desorientados y apenados. Las cosas no habían resultado como esperaban. Es verdad, habían escuchado los primeros rumores de la tumba vacía por parte de las mujeres seguidoras de Jesús, las primeras en anunciar la Resurrección, pero incluso eso había suscitado en los dos hombres un mero interés pasajero.

51. En este momento, Jesús, que había estado escuchando atentamente, comienza a hablar. ¡Él es la Buena Noticia que ellos necesitan experimentar! Lo primero que hace es indicar todo aquello que en la Escritura les ayudará a entender el acontecimiento Cristo. Les señala la condición esencial para entrar en la nueva vida divina con Dios: sufrir y morir como Cristo para resucitar a una nueva vida. El camino llega a su fin. Los discípulos han llegado a su destino. Es de noche. Los discípulos presionan a Jesús para que se quede con ellos. ¿Podemos percibir en esto una petición a Jesús para permanecer con nosotros en nuestra comunidad cuando se acerca la noche de la prueba?

52. Jesús realiza las acciones asociadas al ritual de la comida judía. El lector cristiano percibe el lenguaje de la acción Eucarística. Ahora Jesús se convierte en la cabeza de la familia, por así decirlo, compartiendo su mesa con los discípulos. Es un recordatorio de que en la Eucaristía, los creyentes están invitados a participar en el banquete celestial presidido por el mismo Cristo Resucitado. Los dos discípulos experimentan allí su presencia. En la Eucaristía finalmente reconocen quién es aquel que estaba caminando con ellos. Pero, una vez que lo reconocen, Jesús desaparece de su vista. Su presencia es ahora “visible” de una manera nueva, a través de su fe. Es ahora “visible” en los mismos discípulos, cuyos ojos han sido abiertos por las Escrituras y por la Eucaristía. Ahora, por así decirlo, continúan con la misión de Jesús de difundir la Nueva Noticia. Él está en ellos y entre ellos.

53. En su relato de los discípulos en el camino de Emaús, el Evangelista Lucas nos subraya cómo, antes de abrir lo ojos de los discípulos, Jesús les abrió las Escrituras, una preparación real para el encuentro personal en la fe. Lucas está también ayudándonos a reconocer que era el Espíritu Santo el que estaba obrando en ellos, haciendo “arder” sus corazones mientras Jesús hablaba (Cf. Lc 3,16), encendiendo la fe, creando una nueva relación con Cristo Resucitado y dándoles la fuerza para salir y dar testimonio. Se nos dice que los dos discípulos volvieron a Jerusalén inmediatamente, aunque era ya tarde. Obviamente, es importante retornar a esa comunión con los otros quienes, en Cristo Jesús, son el núcleo de la Iglesia primitiva. Allí escuchan la proclamación de los once: “¡el Señor ha resucitado y se le apareció a Simón!”, que es Pedro. El testimonio de Pedro y el de los apóstoles escogidos por Jesús tendrá autoridad sobre la fe en la Resurrección de Jesús. Pero los discípulos también van a Jerusalén a evangelizar. Los dos discípulos van a contar su historia de lo que les pasó a lo largo del camino, es decir, la explicación de las Escrituras por un compañero desconocido y cómo luego reconocieron al Cristo Resucitado al “partir el pan”. El mensaje es claro. Para la comunidad cristiana, las Escrituras y la Eucaristía son las dos fuentes principales del encuentro con Cristo Resucitado, quien nos constituye en comunión entre nosotros como “otros Cristos” y nos envía a evangelizar.

 

Segunda parte:
Las partes de la Misa como una guía hacia el tema del Congreso

54. En la segunda parte de este documento llegamos a la consideración del tema del Congreso. Ninguna síntesis podría hacer justicia a la riqueza de significado y referencia contenida en la Eucaristía. Como dice el Catecismo de la Iglesia, “la Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Iglesia es ella misma”[27]. En la Antífona O Sacrum Convivium[28], santo Tomás de Aquino nos ofrece una síntesis maravillosa de la Eucaristía: “Oh Sagrado Banquete, en el cual se recibe a Cristo, se renueva el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da en prenda la vida futura.”

55. La Misa es la acción de lo que san Agustín llama el “Cristo Total”, que es Jesucristo y su cuerpo, la Iglesia. Jesucristo es el que verdaderamente preside la Eucaristía. Él es el que nos ama primero al congregarnos, hablarnos, elevar nuestras oraciones y, en el poder del Espíritu Santo, ofrecerse al Padre en nuestro nombre. Nos nutre con el pan del Cielo, el Pan de Vida, el Pan de la Verdad. La Eucaristía nos proyecta hacia la gloriosa venida de Cristo. La Iglesia depende totalmente de esta acción de Cristo. El Pueblo de Dios ora y se ofrece a sí mismo al Padre a través de Cristo, con Cristo y en Cristo, en la unidad del Espíritu Santo. Cada comunidad que se congrega para la Misa, no importa qué pequeña sea, representa a la Iglesia universal en esta gran acción de la Eucaristía. Como tal, la Misa es un acto público y no una actividad privada o individual[29].

56. Para concentrarnos en el tema del Congreso, esta parte del documento se organizará en torno a la estructura de la celebración de la Eucaristía. Un estudio cuidadoso de las partes de la Misa y de sus textos nos revela tantísimos tesoros espirituales de la Iglesia. Mientras dejamos que las partes de la Misa guíen nuestra reflexión sobre el tema del Congreso Eucarístico Internacional de 2012, podemos darnos cuenta de cómo se interrelacionan tres comuniones: la comunión con Cristo en nuestro prójimo, la comunión con Cristo en la Palabra y la comunión con Cristo en los signos sacramentales del pan y del vino. El inicio de nuestra reflexión en cada sección será una cita del relato de los discípulos en camino hacia Emaús.

 

III. Los ritos iniciales de la Misa:
Caminando en comunión con Cristo y con nuestro prójimo

 

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús (…) Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos (…) Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída ». Y entró para quedarse con ellos. (Lc 24,13-17; 28-29)

III. a. Cristo Crucificado y Resucitado nos reúne

57. Los discípulos en el camino de Emaús le piden a Cristo que se quede con ellos. Al hacer esto Él se convierte, por así decirlo, en la cabeza de la familia, reuniéndolos para el banquete Eucarístico. Cuando va a comenzar la Misa, la gente se congrega en un mismo lugar atraída por el mismo Jesucristo.

58. Cuando nos reunimos, la Iglesia se congrega en ese lugar. Escribiendo acerca la participación en la Cena del Señor, san Pablo usa la frase “cuando se reúnen…” (1 Cor 11, 18,20; Cf. 14,26) que resuena con la palabra ekklēsia, usada en griego para Iglesia y con qahal, la palabra hebrea para asamblea del Pueblo de Dios. Jesucristo, que siempre precede a la Iglesia, el invisible pero el que realmente preside en la Misa, está congregando a su pueblo sacerdotal (Cf. 1 Ped 2,9). Él es el esposo de la Iglesia, su pueblo esponsal, y nos invita a entrar de nuevo en el “banquete-memorial” en el que el acontecimiento de salvación realizado una vez por todos se hará efectivamente presente. Nuestro canto en la Misa es una fusión de voces en una sola voz, hecho que expresa que somos este Pueblo, un solo corazón y una sola alma dando gloria a Dios.

59. El reunirnos para la Misa es una cuestión tan obvia que podemos pasar por alto lo que significa la asamblea. En un tiempo en el que el encuentro con los demás está marcado por la tecnología de la televisión, el internet y la telefonía celular, en vez de la interacción humana cara-a-cara, especialmente en el anonimato de las metrópolis urbanas, es bueno redescubrir esta característica tan obvia de la Misa: congrega a gente de diferentes edades, realidades e intereses. Justamente, uno de los nombres más antiguos para la Eucaristía es synaxis, reunión, asamblea.

60. La procesión señala el comienzo de la celebración. La procesión de entrada, sea grande o pequeña, recuerda la dimensión de camino en nuestras vidas. Todos estamos unidos en un camino santo. El Pueblo de Israel caminaba por el desierto “conducido sobre alas de águila” bajo la guía de Moisés, Josué y otros hacia la tierra prometida (Ex 19,4). Dios les proveyó el maná como comida durante el trayecto. Jesús mismo reunió a discípulos a su alrededor y caminaron juntos hacia Jerusalén. En un nivel más profundo, Jesús habló de su camino en términos de pasar de este mundo a Aquél que Él llamaba “Abba” Padre. Como podemos ver en el caso de los dos discípulos en el camino de Emaús, después de su Muerte y Resurrección, Cristo Crucificado y Resucitado vuelve a congregar a su comunidad mesiánica, que había sido dispersada por el aparente fracaso total de su misión. Transformó a sus discípulos para convertirlos en seguidores de lo que pronto llamarían “el Camino”: Jesucristo mismo es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). En cada Misa, Jesucristo congrega a su Pueblo para celebrar el gran memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección. Este memorial nos une y nos hace participar en la victoria de nuestra cabeza, el nuevo Josué, que nos guía en nuestro camino hacia la nueva tierra prometida de comunión con Cristo y entre nosotros.

61. En el mismo saludo inicial, cuando el obispo o el sacerdote, actuando en la persona de Cristo dicen, “El Señor esté con vosotros”, y la gente responde: “Y con tu espíritu”, estamos reconociendo la realidad de que Jesucristo está presente entre nosotros, realizando y excediendo nuestro deseo de congregarnos. Él ha prometido: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Sin embargo, cuando decimos que Jesús está entre nosotros, recordamos también que Él quiere que estemos donde está Él: en el corazón mismo de Dios.

62. Justamente al principio de la Misa, cuando hacemos la señal de la Cruz, recordamos que no estamos simplemente en una iglesia particular haciendo un acto de alabanza a un Dios distante. No le somos extraños a Dios sino que, a través de Jesucristo, somos “cercanos”, eso es, creyentes bautizados que ya estamos compartiendo la vida de Dios, viviendo, por así decirlo, dentro de las relaciones internas pertenecientes a Dios de comunión amorosa, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús nuestro Sumo Sacerdote y el que preside la oración, se encuentra delante del trono de la gracia, intercediendo por nosotros. A través del rito litúrgico somos introducidos dentro de un movimiento de amor que nos alcanza en Cristo Jesús, que nos atrae en el Espíritu hacia el Padre y así abre nuestros ojos hacia nuestras hermanas y hermanos en la comunión de fe. Estamos en un edificio llamado iglesia, pero en realidad estamos también en un espacio santo que ha sido preparado para nosotros por el Espíritu Santo. En este ambiente pneumatológico del Dios trinitario que es amor (1 Jn 4) somos invitados a descubrir a cada prójimo como a una hermana o un hermano con quien estamos unidos, porque cada uno es una hermana o hermano por quien Jesucristo murió. (Cf. 1 Cor 8,11).

III. b. El acto penitencial y la oración “colecta” – en mutua solidaridad

63. En la Misa, inmediatamente después de declarar que el Señor está con nosotros, conscientes del gran acontecimiento que vamos a celebrar y justo antes de escuchar la Palabra de Dios, se nos da la oportunidad de realizar una pausa en silencio y luego confesar nuestras faltas y recibir el perdón sanador de Dios. Sólo Dios puede perdonar nuestros pecados, pero en el Cuarto Evangelio leemos cómo, por la tarde del primer día de la semana, Jesús confirió sobre los Doce el poder de perdonar los pecados (Jn 20,21-23). Hizo esto a través de la recepción del Espíritu Santo por parte de los discípulos, simbolizado en el aliento de Jesús sobre ellos. La comunidad que se congrega para la Misa busca el perdón, no sólo como individuos, sino como comunidad, ya que hay solidaridad en nuestra necesidad de ser perdonados. Nos apoyamos en la oración en comunión con María, los ángeles y los santos y todos nuestros hermanos y hermanas. Nos comprometemos a comenzar de nuevo en nuestro camino bautismal de amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro corazón y nuestra mente. El rito de la bendición y la aspersión de agua bendita al comienzo de la Misa subrayan este lazo entre nuestro bautismo y la participación en la Eucaristía. El Gloria es la oportunidad de dar voz todos juntos a la alabanza a Dios por cada don recibido, sobre todo, el don de su Hijo.

64. La invitación del sacerdote “oremos” anticipa la oración “colecta”, que concluye los ritos iniciales de la Misa. Somos invitados al silencio y a la oración. Es una llamada a reunir todas las oraciones de nuestro corazón y, juntos, expresarlas en la oración “colecta” de la Iglesia, oración colectiva a Dios Padre, a través de Cristo, en el Espíritu Santo. El hecho es que, imbuidos por la fe, la esperanza y el amor, nuestra vida está llamada a ser un dilatado “sí” a Dios, expresado en el amor a nuestro prójimo y en nuestras oraciones diarias. Esto se declara más fuertemente en la Misa. Traemos con nosotros toda nuestra vida personal y familiar. Llevamos con nosotros ante el Señor las alegrías y las tristezas, las esperanzas y los deseos de toda la Iglesia y de toda la humanidad. Necesitamos que este momento esté precisamente al principio de la Misa, cuando recordamos y damos gracias a Dios por su bondad con nosotros y le pedimos más dones. La oración colecta expone generalmente afirmaciones profundas sobre la fiesta del día o del tiempo litúrgico.

 

IV. La Liturgia de la Palabra:
Comunión con Cristo en la Palabra

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. (...) Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». (Lc 24,27.32)

IV. a. La doble mesa de la Palabra y del Pan de la Vida Eterna

65. En el relato de Emaús escuchamos a Jesús Resucitado reprochar a los dos discípulos por no permitir que las Escrituras alimentaran suficientemente su fe, “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!” (Lc 24,25). Antes de abrir los ojos a los discípulos para que lo reconocieran al partir el pan, Jesús les abre e interpreta las Escrituras. En otras palabras, el encuentro con Cristo en las Escrituras está íntimamente conectado con el encuentro personal en fe en la fracción del pan. El sexto capítulo del Evangelio según san Juan también indica que recibir el Pan de Vida no se puede separar de escuchar, vivir y creer en la Palabra de Jesucristo.

66. La historia del Pueblo de Israel es la historia de un pueblo guiado vivamente por la Palabra de Dios. El mundo fue creado a través de la Palabra. Los profetas proclamaron la Palabra del Señor. La Palabra era vista casi como teniendo presencia personal. Para el Pueblo de Israel era claro que, como la lluvia y la nieve, la Palabra de Dios no vuelve a Él sin haber realizado aquello para lo que fue enviado (Is 55,10ss). En los escritos paulinos, la Palabra está también presente como algo vivo y activo. San Pablo encomienda a los presbíteros de Éfeso la Palabra que construye (Cf. Hech 20,32). En el prólogo del Cuarto Evangelio leemos cómo Jesús realizó todo lo que se dice que hizo la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento. Jesús es la “Palabra hecha carne”; que habitó entre nosotros (Jn 1,14). Hay una íntima vinculación entre Jesús, la Palabra que vino del Cielo, las palabras de vida que nos comunica en las Escrituras y en el Pan de Vida que él nos da como nuestro alimento espiritual. La Primera Carta de san Juan comienza con una descripción de cómo los apóstoles escucharon, vieron, contemplaron y transmitieron la “Palabra de vida”.

67. Las Escrituras son proclamadas en cada Misa siguiendo una tradición antigua. San Justino, escribiendo alrededor del año 150 d.C., describe la Misa en términos fácilmente reconocibles hoy y ofrece las líneas básicas del orden de la celebración Eucarística, que ha permanecido igual hasta nuestros días. Menciona cómo las “memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas son leídos, mientras el tiempo lo permite y que, cuando el lector ha terminado, el presidente instruye verbalmente y exhorta a imitar estas cosas buenas[30].

68. Muchos textos conciliares y patrísticos, que reconocen la presencia de Cristo en las Escrituras, trazan un paralelismo entre la Eucaristía y la Palabra. San Ignacio de Antioquía afirma: “Mi refugio es el Evangelio que es para mí como la carne de Cristo”.[31]Cesáreo de Arles escribe: ‘Díganme, hermanos y hermanas, ¿qué creen que es más importante: la Palabra de Dios o el Cuerpo de Cristo? Si quieren responder bien, deben decir sin duda que la Palabra de Dios no es menos que el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, si somos cuidadosos cuando nos es dado el Cuerpo de Cristo para que nada se caiga de nuestras manos al suelo, ¿no debemos también tener igual cuidado para que la Palabra de Cristo, que se nos ofrece y da, no se escape de nuestros corazones, algo que sucedería si estuviéramos pensando en otra cosa? No se es menos culpable escuchando negligentemente la Palabra de Dios que dejando caer al suelo el Cuerpo de Cristo”[32]. San Jerónimo también compara el Cuerpo y la Sangre de Cristo con la ciencia de las Escrituras: “Ciertamente, dado que el Cuerpo del Señor es verdadera comida y su Sangre verdadera bebida (…) tenemos la ventaja en nuestra vida actual en el mundo de ser capaces de comer su Cuerpo y beber su Sangre, no sólo en el misterio, sino también al leer las Escrituras. La verdadera comida y la verdadera bebida que uno saca de la Palabra de Dios es la ciencia de las Escrituras. Quien no come mi Cuerpo y no bebe mi Sangre (...)”[33]. Y, por supuesto, podemos recordar la famosa frase de san Jerónimo: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”[34]. En el Concilio Vaticano II se dijeron muchas cosas excelentes acerca de la importancia de la Palabra de Dios[35]. Uno de los grandes méritos del Concilio fue urgir “para que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia”[36].

69. Usando la imagen de la “mesa” de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo alrededor del cual nos congregamos en la Misa, la Instrucción General del Misal Romano nos hace notar el vínculo entre la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía: “La Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto, ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento”[37].

70. La parte central de la Liturgia de la Palabra está formada por la lectura de las Sagradas Escrituras, así como un salmo entre las lecturas. La homilía, la profesión de fe, y la oración universal u oración de los fieles continúan la liturgia de la Palabra y la concluyen. Es verdad que se dicen y se escuchan muchas palabras en esta parte de la liturgia y en el torrente de palabras de nuestro mundo hoy, es fácil que nos cansemos y que las palabras dejen de impactarnos. Sin embargo, todos hemos tenido la experiencia de la enorme ayuda de una palabra apropiada dicha en el momento apropiado. Las palabras pueden consolidar o alentar, establecer o restaurar la amistad, expresar amor o propósito. ¡Las palabras comunican más que mera información! Son el vehículo para la relación interpersonal. Tanto más en el caso de Jesucristo, que está presente y nos habla por medio de su Palabra proclamada en la Iglesia, Palabra que construye comunión[38].

IV. b. La Palabra nos une, a través del poder del Espíritu Santo, haciéndonos “semejantes a Cristo”

71. La Liturgia de la Palabra es un momento importante ya que provee a la comunidad reunida de un rico y efectivo encuentro con Jesucristo en su Palabra, construyendo así nuestra comunión con Él y entre nosotros. Este encuentro tiene lugar en el poder del Espíritu Santo. Como leemos en la Introducción General al Leccionario: “La Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres”[39]. La Liturgia de la Palabra nos guía a un diálogo activo en el que el Espíritu está activo. De hecho, el Espíritu Santo hace posible nuestra respuesta efectiva a la Palabra de Dios, de modo que en la celebración de la liturgia nos identificamos con lo que escuchamos y queremos hacer lo que la Palabra nos dice (Cf. Sant 1,22).

72. La Palabra también construye comunión porque, a través del poder del Espíritu, el diálogo-encuentro con Jesucristo en la Palabra, si estamos abiertos a él, nos “cristifica”, es decir, provoca una cierta muerte y resurrección en nuestras vidas; un morir a lo que san Pablo llama el “hombre viejo” en orden a revestirnos del “hombre nuevo”, Cristo en cada uno de nosotros cumple lo que somos en el plan de Dios (Cf. Ef 4, 22-23). Si nos mantenemos en viva comunión con el testimonio de los apóstoles, que se nos transmite en la Escritura, la Palabra nos ayuda a entender más profundamente nuestra identidad bautismal: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20). Y si Cristo vive en nosotros, entonces todos nosotros somos uno: “No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gál 3, 28).

73. En la parábola del sembrador que salió a sembrar la semilla (Mc 4,1-20), aprendemos que la Palabra de Dios contiene el poder del Reino de Dios. Puede dar mucho fruto. Podemos ver que la Palabra proclamada y escuchada en la Misa puede tener un efecto muy poderoso en nuestras vidas en el hecho de que, a través de la historia de la Iglesia, ha habido muchos episodios significativos de personas que han escuchado la Palabra de Dios en la Misa y han cambiado la dirección de sus vidas. ¡Sí, la Palabra de Dios es profética y provocadora! Basta pensar en san Antonio Abad, quien, al escuchar y poner en práctica el versículo del Evangelio proclamado en la Misa cambió completamente su vida: “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme” (Mt 19, 21). Se convirtió así en el fundador de la tradición monástica en la Iglesia, una tradición que ha proporcionado o inspirado un sinnúmero de comunidades caracterizadas por una vida radical de comunión. Del mismo modo, el encuentro de san Francisco de Asís con la Palabra dio vida al movimiento de reforma franciscana. Por lo tanto, sigue teniendo valor en la actualidad un consejo práctico dado en los primeros siglos de la Iglesia por san Juan Crisóstomo: “Cuando vayas a tu casa deberías tomar las Escrituras junto con tu mujer y tus hijos, releerlas y repetir la Palabra que has escuchado (en la Iglesia)”[40].

IV. c. La homilía, la profesión de fe y la oración de los fieles

74. Puede decirse que la homilía es a la Liturgia de la Palabra lo que la fracción del pan es al rito de Comunión. Su propósito es animarnos a aceptar la Palabra como lo que verdaderamente es, la Palabra de Dios, y a ponerla en práctica en cada pequeño momento de nuestra vida. La palabra “homilía” viene de la palabra griega que significa “conversación familiar” o “corazón hablando con corazón”. A través de la homilía, la Palabra hablada de Dios y la Liturgia de la Eucaristía se convierten, unidas, en “la proclamación de las maravillas de Dios en la historia de la salvación o el misterio de Cristo”[41]. Al ayudar a la gente a hacer suyos los mismos sentimientos de Cristo mediante la exposición de algún aspecto de las lecturas de las Sagradas Escrituras o de otro texto del Ordinario o del Propio de la Misa del día, quien hace la homilía necesita considerar tanto el misterio celebrado como las necesidades particulares de quienes escuchan[42]. La homilía está orientada a explicar la Palabra de Dios y a ayudar a que la gente descubra el “arte de vivir” en comunión con Cristo y entre nosotros, que fluye de la Eucaristía.

75. La profesión de fe, o Credo, que es recitado en la Eucaristía semanal resume los grandes misterios de la fe. El Credo es como nuestro carnet de identidad, que expresa nuestra comunión en un lenguaje común de fe. El Catecismo comenta que “recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos”[43]. En efecto, cuando en los principios de la Iglesia se encontraron variaciones de la expresión ‘in pace’ (en paz) en las tumbas cristianas, este lenguaje no era simplemente una oración para el reposo de la persona que había muerto, sino una declaración de que el fallecido había vivido en la comunión de fe de la Iglesia. Cada vez que recitamos el credo afirmamos nuestra fe en el Dios Trinitario, la fuente última y modelo de comunión de la Iglesia. La vocación de la Iglesia es ser vista como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”[44].

76. Después de recitar el Credo presentamos nuestras peticiones por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo en la oración de los fieles. En esta oración, ampliamos nuestra conciencia de comunión más allá de los confines de la comunidad orante, congregada en un mismo lugar. Rezamos con confianza, apoyándonos en la promesa de Jesús de que “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo” (Mt 18,19). En este punto nos encontramos con Cristo ante el trono de la Gracia, intercediendo por toda la humanidad. La intercesión es una forma de oración que se encontraba ya en antiguos patrones de oración de las sinagogas y que los cristianos adoptaron e insertaron en la celebración de la Eucaristía desde el principio. La oración de los fieles no es algo banal, es un privilegio formar parte de la comunidad orante unida a Cristo y con los demás.

 

V. La Liturgia Eucarística:
Comunión con Cristo en la Eucaristía

“Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (Lc 24,30).

V. a. Correspondiendo a la Última Cena

77. Al describir el momento culminante del relato de Emaús, Lucas describe a Cristo Resucitado realizando las mismas acciones básicas que realizó en la multiplicación de los panes y en la Última Cena. Toma el pan, lo bendice, lo parte y lo distribuye. Claramente, Lucas se propone darle una connotación eucarística. De hecho, tras los cuatro relatos que nos ofrecen las Escrituras de la institución de la Eucaristía en la Última Cena (Cf. Mt 26,17-35; Mc 14,12-31; Lc 22,7-38; 1 Cor 11,23-26) podemos detectar un texto litúrgico que era usado tempranamente en las comunidades apostólicas, en el que son resumidos los hechos y las palabras de Jesús en la Última Cena.

78. La Instrucción General del Misal Romano, n. 72, nos recuerda que la Liturgia Eucarística corresponde a las palabras y acciones de Cristo en la Última Cena, que nos han sido entregadas en las Escrituras y la Tradición:

― En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

― En la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, fuente de nuestra comunión con los demás.

― Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aún siendo muchos, reciben de un solo pan el Cuerpo y de un solo cáliz la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.

V. b. La preparación de los dones: signos de amor, acción de gracias y comunión

79. Los dones del pan y del vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo son llevados al altar al comienzo de la Liturgia Eucarística. Se trata de simples elementos, signos del amor de Dios, que representan, a modo de microcosmos, los dones de la creación que Dios nos ha dado y que nuestro trabajo y creatividad han ayudado a formar. La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y “pone los dones del Creador en las manos de Cristo. Él es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios”[45].

80. Con su fórmula de bendición, llamada berakah, la ofrenda del pan y del vino se hace eco de la liturgia judía. La bendición berakah no es simplemente un ritual de bendición de cosas, sino una declaración de acción de gracias a Dios por los beneficios y maravillas que ha hecho por su Pueblo. Expresa admiración y fe, a la vez que reconoce la necesidad de responder completamente a Dios, que ha unido a su Pueblo y ha hecho una alianza con él. Podemos celebrar las maravillas de la salvación dando gracias a Dios y bendiciendo su nombre sólo porque Dios nos amó primero, viniendo al encuentro de su Pueblo y bendiciéndonos.

81. El pan y el vino presentados en este momento de la Misa son signos que también nos preparan para lo que vendrá. El pan y el vino serán transformados por Dios en el Cuerpo y la Sangre glorificada de su Hijo. Luego, su vida glorificada se nos comunicará en forma de comida y bebida que nos dará energía y nos unirá como comunidad. Cuando, en el rito de la Comunión, masticamos, tragamos y digerimos el pan transformado en el Pan del Cielo, de tal modo que, en cierto sentido, lo “deshacemos”, su “deshacerse” será realmente un “hacernos a nosotros mismos”, porque nos transformará en Cristo, en comunión entre nosotros. Así, al preparar los dones, no estamos solamente abriéndonos a la acción de Dios, que transformará el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que también nos estamos haciendo disponibles para ser transformados en instrumentos de comunión. El añadir una gota de agua al cáliz también puede entenderse en este sentido, al significar nuestra humanidad unida al sacrificio de Cristo que conmemoramos en la Eucaristía y en la cual somos hechos uno.

82. La presentación de las ofrendas también nos ayuda a darnos cuenta de que estamos involucrados en lo que a veces se llama la “liturgia cósmica”, es decir, el movimiento de toda la creación hacia el último fin escatológico de la glorificación de Dios y de la transformación del mundo. El propósito de la Eucaristía es que comience aquí y ahora la “cristificación” del cosmos entero, para que sea llevado hacia la glorificación de Dios, que será “todo en todos” como escribe san Pablo (1 Cor 15,28). El hecho de que usemos pan y vino, simples elementos de la creación, nos recuerda la sacralidad de la creación. El mundo no es algo indiferente, las materias primas no son meramente para ser utilizadas como nos parezca. Al contrario, son creadas por Dios y forman parte esencial del plan divino. Unidas a la humanidad, son asociadas a nuestra llamada a ser hijos e hijas en el único Hijo de Dios, Jesucristo (Cf. Ef 1,4-12). La Eucaristía tiene un carácter cósmico. Teilhard de Chardin ha escrito hermosamente acerca de la Eucaristía en términos del “himno del universo”.

83. Muchas veces en la Misa, al mismo tiempo que se realiza la presentación del pan y del vino, se lleva a cabo una colecta o se llevan al altar dones caritativos, subrayando así el fuerte vínculo que hay entre la Eucaristía y el mandamiento del amor a los demás. Sabemos que desde el principio los cristianos estaba preocupados por las consecuencias sociales de la fe y comenzaron, por ello, a compartir sus bienes (Cf. Hech 4,32) y a ayudar a los pobres (Cf. Rom 15,26), como una expresión de su vida en comunión. En descripciones de mitad del siglo segundo acerca de la Eucaristía, se menciona la colecta para huérfanos y viudas y aquellos que pasan necesidad por enfermedades u otras causas. Podemos pensar en las palabras de san Justino, “aquellos que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que preside para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle necesitado”[46]. Las palabras de san Juan Crisóstomo también pueden ser citadas en este contexto: “¿Deseas honrar a Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. ¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Piensa que esto lo haces con Cristo, cuando lo contemplas errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar"[47].

V. c. La Plegaria Eucarística – una acción de gracias común a Dios Padre

84. Con la Plegaria Eucarística llegamos al corazón y culmen de la celebración de la Misa. Esta oración es un acto comunitario de acción de gracias a Dios Padre por medio de Jesucristo y en el poder del Espíritu Santo. En el curso de la oración recordamos la grandeza de las obras de Dios; el pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nosotros también somos conformados en un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo. Nosotros mismos nos unimos al único sacrificio de amor perfecto, el de Jesucristo que da su vida por nosotros.

85. La Plegaria Eucarística comienza con un diálogo del sacerdote que, actuando en la persona de Cristo, nos guía dentro de la Plegaria Eucarística: “El Señor esté con vosotros (…) Levantemos el corazón (…)” La asamblea, en virtud de su sacerdocio real y participando en la fe, responde: “Es justo y necesario (darle gracias)”. Luego el prefacio continúa expresando el agradecimiento al Padre por todas sus obras de creación, redención y santificación.

86. En toda la Plegaria Eucarística resuenan los motivos de comunión. Se menciona, por ejemplo, al obispo local y a todo el colegio episcopal unido al Papa. No estamos simplemente rezando por ellos; estamos expresando nuestra comunión con ellos. Y así escuchamos en una de las Plegarias Eucarísticas: “fortalezcas los vínculos de comunión con el Papa N., nuestro Obispo N., los presbíteros y diáconos y todo el pueblo redimido por ti.” Habitualmente, en la Iglesia primitiva, los cristianos que viajaban fuera de su hogar llevaban con ellos una carta de su propio obispo, que confirmaba que estaban en plena comunión con él. Luego, el obispo del lugar al que habían viajado se fijaba en la lista de obispos con quien estaba en plena comunión con el credo que profesaban. Si el obispo que había enviado la carta estaba en la lista, el viajero era admitido a la comunión en la Eucaristía en esa ciudad, porque compartía la comunión de la fe. El Papa es mencionado durante la Plegaria Eucarística ya que, al ejercer el ministerio de Pedro en la Iglesia, es asociado a toda celebración de la Eucaristía. Es nombrado como un signo y como servidor de la unidad de la Iglesia universal[48].

87. Al final de la Plegaria Eucarística, en la gran doxología, todos juntos aclamamos: “Amén”, un poderoso “sí” a Dios. En el “gran Amén” proclamamos que creemos lo que se ha dicho, que nos unimos a la oración y que estamos comprometidos con todo lo que esto significa. Nuestra afirmación personal “creo” se integra dentro del “creemos” de toda la comunidad eclesial, congregada en torno a Cristo Crucificado y Resucitado para el culto.

88. Podríamos meditar mucho más en los textos de la Plegaria Eucarística. Llegados a este punto de nuestro documento podemos revisar brevemente algunas de las características que sobresalen en relación al tema de comunión del Congreso.

V. c. i. La epíclesis – reunidos por el Espíritu Santo

89. La Misa es la acción más intensa del Espíritu Santo. La tercera Persona divina es el principio de la unidad de la Iglesia, ya que nos une íntimamente en Cristo y lleva a cabo la comunión de la Iglesia. La invocación al Espíritu Santo durante la Plegaria Eucarística se llama epíclesis. Ya en el relato de la creación escuchamos cómo el Espíritu se cernía sobre el cosmos para llevar a cabo la primera creación. Sabemos que, en la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo descendió sobre María para llevar a cabo la creación de la humanidad de Jesús, que fue el comienzo de la nueva creación. En la Plegaria Eucarística el Espíritu Santo es invocado para llevar a cabo la maravilla de una nueva gracia y creación. Se trata de un importante recordatorio de que la acción que estamos celebrando está más allá de nuestra capacidad. Viene de Dios. En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe el Espíritu Santo (o el poder de su bendición) para bendecir los dones del pan y del vino, para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que haga un solo cuerpo y un solo espíritu de aquellos que participan en Eucaristía.

90. En la Plegaria Eucarística tercera, por ejemplo, escuchamos decir primero que el Padre, a través del poder del Espíritu Santo, da vida, santifica a la creación y nos reúne: “Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar (…)” Después de proclamar este dinamismo o poder del Espíritu Santo como fuente de vida y consagración universal, se invoca la acción santificadora y dadora de vida del Espíritu Santo para llevar a cabo su actividad culminadora de “santificación” o consagración de los dones del pan y del vino, que se convertirán para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: “Te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti”. A nuestro berakah en la Preparación de las Ofrendas se responde con la consagración por parte del Espíritu Santo. Después del relato de la institución de la Eucaristía escuchamos la proclamación de la epíclesis de Comunión, la invocación del Espíritu sobre aquellos congregados para la Eucaristía: “Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.”

91. La invocación sobre la comunidad congregada en la Eucaristía es digna de ser subrayada en relación al tema del Congreso. A través del poder del Espíritu Santo, los elementos del pan y del vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero el Espíritu Santo es también invocado sobre el pueblo porque, como cuerpo de Cristo, debe corresponder más plenamente al don de comunión que Dios le ha conferido “hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4,13).

92. La epíclesis nos revela algo importante acerca de nuestra identidad. La Iglesia tiene muchas formas externas de organizarse como cuerpo social, pero la acción del Espíritu Santo es vital para hacer posible nuestra comunión. Sin el Espíritu Santo nuestra vida de comunidad está muerta. Sin la acción del Espíritu es “sería inútil planear, organizar, emanar normas y reglas, tener todo previsto y controlado. Tendríamos una empresa modelo, una sociedad ejemplar. Pero una comunidad de hombres es cuerpo de Cristo cuanto está alentada y animada por el Espíritu de Cristo. Y ese es el sentido de la epiclesis eucarística”[49].

V. c. ii. La anámnesis – Un memorial comunitario

93. En los últimos años ha habido un descubrimiento más profundo del rico significado bíblico de la noción de “memoria” (anámnesis) que subyace debajo de nuestro “memorial” en la liturgia[50]. Hacemos memoria de lo que hizo Jesús, no como en una clase de historia, sino como un acontecimiento que nos implica hoy también a nosotros.

94. De hecho, el Pueblo de Dios ha conmemorado las acciones maravillosas del Dios salvador que le formó como Pueblo desde los tiempos de la ley mosaica. En particular, la celebración de la Pascua se convirtió en el memorial (zikkarón) del acontecimiento fundacional de su historia como Pueblo de Dios. El ritual de la Pascua, celebrado cada año, conmemora el paso de la esclavitud a la libertad. Está indicado en Ex 12,1-28, donde se describe el rito como un banquete en el que se come un cordero. La sangre del cordero se unta en la puerta de la casa para defenderse del ángel destructor que mató a los primogénitos de Egipto. Al celebrar la fiesta, el pueblo judío no sólo relata la historia de un evento pasado sino que hace eficaz en el presente un acontecimiento que sucedió en el pasado. A través de la celebración, participan en los momentos fundacionales de su identidad y también se preparan para el futuro.

95. La Última Cena que Jesús celebró con sus discípulos la noche antes de su Pasión y Muerte era la cena pascual (Mt 26, 2. 17-19; Mc 14, 12-17; Lc 22, 7-14). Cuando llegó el momento de comer el cordero pascual, Jesús tomó el pan y el vino, lo bendijo y proclamó: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros.” Y “esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por vosotros” (Lc 22,19-20). Al hacer esto interpretó su Muerte en la Cruz como el sacrificio del cordero. En su caso, salvaría a la humanidad de la condición de esclavos del pecado, con todas sus divisiones y falta de comunión, y nos introduce en la libertad de los hijos de Dios y, por lo tanto, en la comunión de unos con otros.

96. La cena pascual que Cristo celebró con sus discípulos representó una anticipación sacramental de su Pasión y Muerte que llevaría a la Resurrección y a la efusión del Espíritu. Del pan, hizo un signo de su Cuerpo entregado por nosotros, y del vino un signo de su Sangre derramada por nosotros. El pan y el vino se convirtieron en signos sacramentales de la alianza escatológica que se cumple en Él. Dijo a sus discípulos que debían conmemorar su acción: “Haced esto en memoria mía”. (Lc 22,19; 1 Cor 11,25).

97. El memorial Eucarístico se celebra en fidelidad al mandato de Jesús. No es un mero hacer memoria de un acontecimiento pasado, sino que es la proclamación eficaz de la Iglesia de la acción reconciliadora de Dios en Cristo. A través de él, no sólo recordamos la Pasión de Jesucristo en nombre de toda la Iglesia, sino que participamos “hoy” de estos beneficios y entramos en el dinamismo de la entrega de Jesús. A través del poder del Espíritu Santo, el acontecimiento único y para siempre de la Muerte de Cristo en la Cruz se hace presente en nuestro tiempo en cada Misa. Podríamos decirlo también de otra manera: somos nosotros los que nos hacemos presentes en este gran acontecimiento y, por él, somos reunidos en comunión, no sólo con aquellos con quienes nos encontramos en una Misa particular, sino también con todos aquellos congregados alrededor de la Eucaristía en todos los rincones del mundo y a través de los tiempos[51].

98. Por eso, a través de la Eucaristía, nos convertimos en contemporáneos de los acontecimientos fundacionales que han establecido nuestra comunión con Cristo y entre nosotros. En el Catecismo de la Iglesia Católica leemos:

En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (Cf. Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.[52]

99. Cada celebración Eucarística también realiza sacramentalmente “hoy” para nosotros la reunión escatológica del Pueblo de Dios. Cada Misa es, en otras palabras, una verdadera anticipación, aquí y ahora, del banquete final anunciado por los profetas (Cf. Is 25,6-9) y descrito en el Nuevo Testamento como “las bodas del Cordero” (Apoc 19,7-9). En la Plegaria Eucarística tercera, después de recordar la ascensión de Jesús a los Cielos, cuando el celebrante dice las palabras “esperamos su venida gloriosa”, somos invitados a reconocer que nuestro “memorial” de los acontecimientos fundacionales de nuestra fe nos pone en contacto con nuestro futuro compartido en la venida de Cristo. Por esta razón, en la proclamación del misterio de la fe, aclamamos que “Cristo vendrá de nuevo”. En cada Misa recordamos nuestro futuro y somos llevados hacia él.

100. Nunca estamos tan cerca de nuestros hermanos y hermanas difuntos como cuando estamos en la Misa, debido a este dinámico sentido Eucarístico de “memorial”, donde pasado y futuro están de algún modo ya presentes para nosotros aquí y ahora. Se renueva nuestra comunión con los que nos han precedido, ya marcados con el signo de la fe. Como se afirma en Lumen gentium, n. 50, “al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unirnos al culto de la Iglesia celestial”. En este contexto entendemos las palabras que santa Mónica dijo antes de morir a sus hijos, san Agustín y su hermano: “solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mí ante el altar del Señor”.[53]

V. c. iii. La consagración – Jesucristo, fuente de comunión transformadora, está real, verdadera y substancialmente presente

101. La Plegaria Eucarística es una oración de acción de gracias y de santificación. Cristo Crucificado y Resucitado actúa en el pan y en el vino a través del poder del Espíritu Santo, comunicando su vida definitiva por medio de estos elementos transformados. Pan y vino son convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo “con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3,21). Desde el principio de la Iglesia se ha afirmado la eficacia de la Palabra de Dios y de la acción del Espíritu Santo para llevar a cabo esta conversión. El Concilio de Trento resume:

Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, (…) por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación[54].

102. El modo de presencia de Cristo en las especies Eucarísticas es único. En su Elucidación, la Comisión Internacional Anglicana y Católica Romana declara: “a la pregunta ‘¿qué es eso?’ antes de la Plegaria Eucarística, el creyente responde: ‘es pan’. Después de la Plegaria Eucarística, a la misma pregunta, el creyente responde: ‘es verdaderamente el Cuerpo de Cristo, el Pan de Vida’.”[55] Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está “verdadera, real y substancialmente contenido” bajo las apariencias externas del pan y del vino[56]. El pan y el vino son elevados a un nuevo orden de ser para expresar el amor de Jesucristo: “la copa de vino mezclado con agua y el pan preparado por el hombre reciben la palabra de Dios, se convierten en la eucaristía de la sangre y del Cuerpo de Cristo y con ella se sostiene y se vigoriza la substancia de nuestra carne”[57].

103. El tema de la presencia real debe ser entendido también en línea con las grandes obras de Dios en la historia, por medio de las cuales formó a su Pueblo en comunión con Él y unos con otros. A través de toda la historia de salvación leemos como Dios habita (shekinah) en medio de su Pueblo – habita en el cosmos, está presente en Israel. En Jesucristo, Dios se encarna y habita entre nosotros. Jesucristo está ahora presente de muchas maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de la Iglesia, “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), en los pobres, en los enfermos y en los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos. Pero está especialmente más presente en las especies Eucarísticas. Cristo Crucificado y Resucitado está concentrado bajo la apariencia del pan y del vino en Cuerpo y Sangre, para poder comunicarnos su propio ser a través de ellas y conformarnos en su Cuerpo.

104. A través de estos elementos transformados, Jesús nos comunica su vida definitiva de comunión con el Padre. Convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino nos insertan en un principio de transfiguración gradual que nos llevará hacia el fin al que ansiamos: la definitiva transformación de todos en comunión con Cristo y entre nosotros: “Nosotros (…) nos vamos trasformando en su imagen con resplandor creciente por la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3,18). Nuestras preocupaciones personales y el cuidado por nuestra familia, nuestro trabajo y nuestras relaciones con los demás son incorporadas dentro de este principio transformador. Cada vez que vamos a Misa ofrecemos algo nuevo para ser cambiado, especialmente los aspectos más difíciles y obstinados de nuestras relaciones con los demás, a la vez que las situaciones de dolor - socioeconómicas, culturales o ecológicas, ya sean locales o globales, que hayamos escuchado quizás a través de los medios de comunicación. La Eucaristía es el testimonio, la garantía y la anticipación de la transformación del mundo y de nosotros mismos en comunión.

V. c. iv. El banquete de sacrificio – nuestra participación en el sacrificio de entrega de Cristo

105. La Eucaristía es el banquete sacrificial. Como hemos visto anteriormente, re-presenta (hace presente) el sacrificio de la Cruz. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio que tiene como resultado nuestra comunión.

106. En el Antiguo Testamento encontramos un fuerte vínculo entre “alianza”, “sacrificio” y “comida de alianza/comunión”. En el libro del Éxodo (24,1-11) leemos acerca de cómo la nueva relación (alianza) de Dios con su Pueblo elegido fue sellada por el derramamiento de sangre animal (sacrificio) y la consumición de la comida sacrificial (Comunión). Moisés dijo de la sangre, “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros” (Ex 24,8). Después roció sangre en el altar (simbolizando a Dios) y sobre la gente, un gesto que expresaba la comunión de vida que Dios estableció con Israel. Al comer la comida del sacrificio junto con otros, en lo que se puede llamar el banquete sacrificial, el Pueblo se comprometía con la alianza y, al mismo tiempo que compartía las bendiciones de Dios, era hecho uno. Con el tiempo, fue prometida una nueva alianza, que estaría escrita en los corazones de los creyentes (Cf. Is 55,3; Jer 31,31-34).

107. Durante su vida, Jesús habló de la necesidad genuina de piedad interior y no de realizar simples sacrificios o rituales externos. Su vida entera fue una entrega de amor hacia otros. La Carta a los Hebreos dice que cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo –pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Heb 10, 5-7). La misión entera de Cristo fue la de entregar su vida para que pudiéramos ser uno. Las comidas que compartía con otros expresaban su apertura. El amor de Jesús “hasta el fin”, como dice el Evangelista Juan (Jn 13,1), culmina con su Pasión y Muerte.

108. En la Última Cena Jesús interpretó por nosotros, por así decirlo, el sacrificio de su Muerte en la Cruz. Aplicó a sí mismo las palabras de Moisés: “porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza” (Mt 26:28), o, como leemos en Lucas: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22,20). Interpretó su Muerte como sufrimiento vicario por nosotros. Si durante su camino a Jerusalén había dicho, “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la multitud” (Mc 10,45), en la Cruz Él habría de vivir esto hasta el extremo. La entrega de Jesús no fue una “cosa” cualquiera, fue la entrega personal de sí mismo por amor. Se une a la ofrenda. Él es al mismo tiempo el sacerdote, que realiza el sacrificio, y la ofrenda, todo en uno. El apóstol Pablo desarrolló más el significado de esto al señalar el intercambio de lugar ocurrido en la Cruz entre nosotros y Jesucristo. Jesús, el sin pecado, se hizo pecado por nosotros, para que pudiéramos convertirnos en Él en justicia de Dios (2 Cor 5,21). Él que era el Hijo de Dios “se anonadó a sí mismo” por nosotros para que pudiéramos compartir la vida de Dios. Tenía que sentirse lejos de Dios, abandonado, para que pudiéramos conocer a Dios, que está cerca, con nosotros, entre nosotros en nuestra comunión de unos con otros. San Pablo escribe, “el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8,9).

109. Aunque en la Misa nos beneficiamos de la comunión objetiva que resulta del sacrificio de Cristo y que nos viene como don gratuito, también en ella nos es dada la oportunidad privilegiada de expresar nuestra participación en el don sacrificial de Cristo. Ya desde nuestro bautismo Jesucristo nos inserta en su sacrificio al convertimos en miembros de su cuerpo. Día a día nos ofrecemos como un sacrificio vivo y santo (Rom 12,1). Pero en la Misa, como escuchamos en la Plegaria Eucarística cuarta, Cristo y la Iglesia son unidos en el sacrificio de alabanza: “Dirige tu mirada sobre esta Víctima que tú mismo has preparado a tu Iglesia, y concede a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu Gloria”. Nuestra oración, alabanza y entrega personal se unen a las suyas para ser ofrecidas por la Iglesia “por Cristo, con él y en él”. En la Eucaristía el sacrificio de Cristo también se convierte en el sacrificio de los miembros de su cuerpo. San Agustín lo describe así:

Toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. (...) Este es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo de Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el Sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma[58].

110. El sacrificio de Cristo presente en el altar hace posible que todas las generaciones de cristianos estén unidas con su ofrenda. La Iglesia se representa muchas veces en las catacumbas romanas como una mujer en oración, con los brazos extendidos en posición orante, de forma similar a Cristo que extendió sus brazos en la cruz. El objetivo es claro: en comunión con Cristo, la Iglesia se ofrece ella misma e intercede por todos[59]. ¿Qué es lo que podemos ofrecer? Le damos a Dios nuestros sufrimientos y oraciones, trabajos y actos de amor. Al unirse con Cristo y su ofrenda total, adquieren un valor nuevo. Incluso el ofrecimiento más pequeño adquiere un valor nuevo. Estamos permitiendo que la entrega personal de amor de Jesucristo toque y transforme todos nuestros débiles esfuerzos para construir la comunión con los demás. Unidos al sacrificio personal de Cristo, el amor penetra todo. Esto no es poco. Al asociar el sacrificio de Cristo a nosotros mismos y nuestro mundo circundante, contribuimos con lo que Teilhard de Chardin llamó la “amorisation” (derivada de la palabra latina amor) del universo.

111. Nuestra participación en la ofrenda persona del Hijo se convierte en una oración, no sólo para los vivos, sino también para los fieles difuntos, nuestras hermanas y hermanos que han muerto en Cristo, pero todavía no están completamente purificados en el amor. San Cirilo de Jerusalén escribe: “Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores (…), presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres”[60]. Más aún, nuestra oración está en comunión con aquellos que ya están en la gloria del Cielo, especialmente María. “La Iglesia ofrece el Sacrificio Eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo”[61].

 

VI. El rito de la Comunión:
Respondiendo “amén” a lo que somos

A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron (Lc 24,31)

VI. a. Recibiendo la Sagrada Comunión

112. Continuando con la dinámica de la Liturgia Eucarística, sigue lógicamente el rito de Comunión. La comunidad se ha congregado en un lugar. El plan de Dios ha sido puesto ante nosotros en la lectura de las Escrituras, generando una respuesta por parte nuestra en forma de ofrenda. La acción de gracias ya ha sido formulada. El pan y el vino han sido transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nosotros también hemos sido transformados en un mismo cuerpo, un mismo espíritu en Cristo. Ahora ha llegado el momento de recibir la Sagrada Comunión.

113. El “Padre Nuestro” da comienzo al rito de Comunión. El Catecismo dice que, ubicado entre la Plegaria Eucarística y la Comunión, la Oración del Señor “recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar”[62]. La oración del Padre Nuestro es la oración primordial de la Iglesia. Nos revela al Padre, al mismo tiempo que nos revela a nosotros mismos. Gracias a nuestra comunión con Cristo, reconocemos que tenemos un Padre y que somos todos hermanas y hermanos; tenemos la confianza de cruzar el umbral de la gracia divina con Jesucristo. Reconocemos esto de nuevo en el intercambio del saludo de la paz.

114. En la Instrucción General del Misal Romano, n.80 leemos, “ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como alimento espiritual. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, que conducen a los fieles a la Comunión.” La fracción del pan, o “fractio panis”’ es un acto simbólico que nos recuerda que todos compartimos este único pan del Cielo que vamos a recibir. En la fracción, se agrega al cáliz una partícula de la hostia (conocida como fermentum). Una interpretación de este gesto es una especie de recordatorio de una antigua práctica para simbolizar la unidad de cada celebración local de la Misa con la del Obispo de Roma. Durante varios siglos, el Papa enviaba una partícula de pan consagrado de su celebración de la Misa a cada sacerdote que presidía una celebración local, para que no estuviera separado de la comunión con él. Esta partícula (conocida como el fermentum) se depositaba después dentro del cáliz antes de la distribución de la Comunión, para expresar que la Eucaristía es verdaderamente el sacramento de la unidad de la Iglesia. El término fermentum era posiblemente una referencia a la Eucaristía como la levadura de la vida cristiana y el instrumento por el cual los cristianos esparcidos por todo el mundo eran unidos en un único cuerpo, el cuerpo de Cristo como levadura en el mundo.

115. Dado que lo que estamos recibiendo es el “pan del Cielo” y “el cáliz de la salvación”, san Justino nos recuerda que nadie ha de tomar parte en él, excepto el que crea en las enseñanzas de la Iglesia, haya recibido el bautismo para el perdón de los pecados y una nueva vida y viva de acuerdo con las enseñanzas de Cristo[63]. Cuando el sacerdote o ministro extraordinario de la Sagrada Comunión sostiene la hostia delante de nosotros y dice “el Cuerpo de Cristo”, estamos siendo preguntados implícitamente: “¿Eres tú el cuerpo de Cristo?, es decir, “¿Estás en comunión con Cristo y con tus hermanas y hermanos?” Y si podemos responder: “Amén”, entonces podemos alimentarnos con el Cuerpo de Cristo.

116. Recibimos el Cuerpo de Cristo para que juntos podamos ser más verdaderamente el cuerpo de Cristo en el mundo. Como nos recuerda san Agustín de Hipona, en la Eucaristía hemos de ser lo que vemos y recibir lo que somos[64]. También continúa diciendo: “A lo que sois respondéis con el amén, y vuestra respuesta es vuestra rúbrica. Se te dice: ‘El cuerpo de Cristo’, y respondes: ‘Amén’”[65]. Ahora el “Amén”, dicho cuando recibimos la Comunión, es una continuación del gran Amén que expresa nuestra disposición a entrar en la vida de comunión que Cristo ha obtenido para nosotros con su Muerte y su Resurrección.

VI. b. La Eucaristía nos hace uno

117. Santo Tomás de Aquino y muchos otros en la Tradición de la Iglesia afirman que el efecto extraordinario de la Eucaristía es nuestra asimilación mística y real con Cristo. San Agustín, por ejemplo, expresa esta convicción a través de la interpretación de la entrega de Jesús en la Comunión y dice: “Yo soy el alimento del las almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transformarás en ti como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te transformarás en mí"[66]. El gran teólogo medieval, san Alberto Magno, también afirma que “este sacramento nos transforma en el cuerpo de Cristo, de tal forma que nos convertimos en hueso de sus huesos, carne de su carne, miembro de sus miembros”[67]. Y como buen maestro continúa explicándonos: “Siempre que se unen dos sustancias de modo que una deba cambiarse y transformarse en otra, entonces la sustancia superior, más noble y activa, asimila la inferior, más débil e imperfecta. Siendo, pues, este alimento de naturaleza superior y más perfecta, tócale a él recibir la asimilación y cambiar al hombre que la recibe espiritualmente en Cristo”[68]. En la acción de gracias, exclama: “Cuántas gracias debemos a Cristo, quien con su cuerpo vivificante nos transforma él, para que nos convirtamos en su cuerpo divino, puro y santo”[69]. Santa Teresa de Lisieux, una doctora de la Iglesia muy reciente, escribió: “Cada mañana Jesús transforma la hostia blanca en sí mismo para comunicarte su vida. Lo que es más, con un amor que es mayor aún, quiere transformarte en él”. En el Concilio Vaticano II, se cita a san León Magno: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos”[70].

118. Dado el efecto extraordinario de la Eucaristía, nuestra transformación en Cristo, podemos comprender cómo la Eucaristía realmente nos convierte en un solo cuerpo y una sola alma de manera única. El Papa Benedicto XVI comenta esto, subrayando cómo el proceso de nuestra transformación, que ya ha comenzado cuando el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se apresura ahora y como consecuencia produce otros cambios:

El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que a su vez nosotros mismos seamos transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consanguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración (…) llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo[71].

119. Se produce una nueva comunión de vida, que excede toda nuestra experiencia de comunión y crea una verdadera comunidad humana. Todas las semillas de desunión en nuestra vida y alrededor de nosotros pueden ser contrarrestadas por el poder unificante del cuerpo de Cristo. El Papa Benedicto XVI relaciona este proceso con una “fisión nuclear ocurrida en lo más íntimo del ser”. “Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo”[72].

120. Al recibir la Eucaristía, somos llamados a anticipar un nuevo futuro a través de palabras y acciones para que éste pueda ser injertado ahora en el presente y podamos gustar de lo que vamos a ser. La experiencia de silencio en nuestras celebraciones Eucarísticas da la oportunidad a la gente, no sólo de recordar el pasado y celebrar el presente, sino también de abrir sus corazones al futuro de perfecta comunión con Cristo y entre nosotros, que nos promete Dios. Con los ojos del alma podemos vislumbrar los nuevos cielos y la nueva tierra que inaugura para nosotros la Eucaristía.

VI. c. La comunión espiritual

121. No todos aquellos que asisten a Misa pueden estar en condiciones de recibir la Comunión en la Misa, pero todos son capaces de vivir lo que se llama “una comunión espiritual”, un acto de alabanza en el que cada uno se une a la dinámica de entrega personal que se celebra en la Misa. Santa Teresa de Ávila escribió: “Y cuando no comulgareis, hijas, y oyereis misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho, y hacer lo mismo de recogeros después en vos, que es mucho lo que se imprime el amor así de este Señor”.[73]Estamos todos, de algún modo, unidos por el Espíritu Santo. Quienes no pueden recibir la Comunión pueden declarar en su corazón su ferviente y sentido deseo de recibirlo y pueden unirse y unir su sufrimiento del momento con el sacrificio de Jesucristo. Recientemente, muchas veces se invita a quienes no pueden recibir la Comunión sacramental en la Misa, por ejemplo, niños antes de su Primera Comunión y adultos que no son católicos, a recibir una “bendición” en el momento de la Comunión.

 

VII. El rito de conclusión:
Hechos uno para que todos seamos uno

A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. (…) Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros (…) Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 31-35)

VII. a. La despedida

122. Con la despedida por parte del diácono o el sacerdote al final de la Misa, “Podéis ir en paz”, somos enviados “para que cada uno regrese a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo a Dios”[74]. La despedida de los discípulos en el relato de Emaús contiene algo misterioso. Inmediatamente después de haber reconocido a Cristo Resucitado en la fracción del pan él “desapareció de su vista”. ¿Cómo podemos interpretar esto? Vale la pena atender a este detalle, ya que nos dice algo importante acerca de los efectos de nuestro encuentro con Jesucristo en la Eucaristía. Lo que vemos en el relato de Emaús es que, una vez que los discípulos han acogido la Palabra de Dios y la Eucaristía en sus vidas, pueden aceptar ahora la vida Pascual que Jesucristo les ha dado y convertirse en su presencia en el mundo: “Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (Flp 1,21). Han sido transformados en Cristo. Ahora Cristo continúa viviendo, por así decirlo, en ellos y entre ellos. Aquí podemos pensar en las palabras de una oración atribuida a santa Teresa de Ávila, “Cristo no tiene otro cuerpo que el tuyo; no tiene manos ni pies en la tierra, excepto los tuyos. Tuyos son los ojos a través de los cuales Él mira a este mundo con compasión. Tuyas son las manos con las que Él bendice a todo el mundo.” Ahora somos nosotros, en unidad, quienes continuamos el camino de Cristo a través de los senderos del mundo.

123. Si en la Eucaristía Cristo Crucificado y Resucitado se hace presente entre nosotros de múltiples maneras, especialmente a través de la Palabra y la Eucaristía, en la liturgia de la vida seremos nosotros, “dos o más” reunidos en el nombre de Cristo, los que “actuaremos” su presencia, ahora tangible y visible a través de nosotros y entre nosotros para los demás (Cf. Mt 18,20). Será nuestra fe actuando por el amor (Cf. Gal 5,6) la que compartirá con los demás el gozo y la alegría de la Eucaristía. Podemos ir más lejos y decir que, Cristo Crucificado y Resucitado - que en el poder del Espíritu precede a la Iglesia, nos reúne y nos nutre con la Palabra y el Sacramento - también quiere ser el fruto de nuestro testimonio sobre él en la Iglesia (¡el don de sí mismo para nosotros!) Tomamos las palabras del Siervo de Dios Dorothy Day: “Debemos practicar la presencia de Dios. Él dijo que, cuando dos o tres se reúnan, él estará en medio de ellos. Él está con nosotros en nuestras cocinas, en nuestras mesas, en nuestra pobrezas, nuestras visitas, nuestros campos (…) Lo que hacemos es muy poco. Pero es como el niño pequeño que tenía unos pocos peces y panes. Cristo tomó eso pequeño y lo hizo grande. Él hará el resto”[75].

VII. b. Tomando como guía el ejemplo de Cristo en el lavatorio de los pies

124. El rito de conclusión nos envía a vivir eucarísticamente. Si queremos entender cómo, podemos tomar como guía el ejemplo de Jesús en el lavatorio de los pies, ya que resume la medida del amor de la entrega de sí mismo, que se conmemora en la Misa. En el Cuarto Evangelio, la Última Cena se presenta como el marco para el acto simbólico final de Jesús donde nos muestra el significado interno de la Eucaristía y las implicancias interpersonales y sociales vigentes en ella. El “amor hasta el extremo” (Jn 13,1) de Jesús se manifiesta cuando lava los pies de sus discípulos. Dejando a un lado su manto, realiza esta tarea doméstica, asumiendo así la condición de esclavo, sirviendo a sus amigos por amor. En el acto simbólico del lavatorio de pies, Jesús está dando un ejemplo de servicio que los discípulos deberán seguir ahora – dar sus vidas en servicio de unos a otros: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros” (Jn 13,15); “también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14).

125. Más tarde, en el discurso de despedida, Jesús desentraña nuevamente el mandamiento nuevo que encuentra su medida en la Eucaristía: “Que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,12ss). Mediante la práctica del servicio mutuo por los otros, los demás reconocerán que somos discípulos de Jesús (Cf. Jn 13,34-35). Vivir “eucarísticamente” significa aceptar la responsabilidad de construir un mundo inspirado por la lógica de la comunión fraterna, que nos enseña y nos ofrece la Eucaristía. En la Misa hemos sido bendecidos “en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos” (Ef 1,3). Ahora se nos abre la puerta para evangelizar con nuestras palabras y con nuestra vida. Cada uno de nosotros saldrá de la asamblea por un camino distinto, pero no en soledad. Ahora, unos y otros estamos dentro de nuestros corazones para continuar con lo que nos ha ocurrido en la Eucaristía, convirtiéndonos en constructores de relaciones de comunión dondequiera que vayamos. Nuestro acto de adoración a la Eucaristía fuera de la Misa también prolonga e intensifica todo lo que ocurre durante la misma celebración litúrgica[76].

126. Cuando nos vamos de la Misa, lo que hemos celebrado comienza a tener un efecto expansivo. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo (2 Cor 13,13) que hemos experimentado, permanecen ahora con nosotros y dan fruto más allá de la celebración Eucarística. Nos vamos confiados, porque durante la Misa la Iglesia ha pedido al Padre que envíe al Espíritu Santo para hacer de nuestras vidas una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, mediante la preocupación por la unidad de la Iglesia y mediante la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad [77].

 

VIII. Conclusión

127. San Pedro Julián Eymard, fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento, escribió: “Jesucristo también quiere tener su memorial (...) una obra maestra que incesantemente nos recuerde su amor por la humanidad. Él será el inventor y el artesano, el que da el don supremo. Lo consagrará como su último testamento, y su Muerte será su vida y su Gloria. ¿Cuál es este memorial supremo de amor de Jesucristo? Es la Eucaristía (...)”[78]. En estas reflexiones teológicas y pastorales hemos examinado la obra maestra de Cristo, la Eucaristía, desde la perspectiva del tema del Congreso Eucarístico de 2012, la comunión con Cristo y entre nosotros.

128. Cundo concluimos nuestras reflexiones reconocemos la insuficiencia de nuestras palabras. Quizás cuando todo está dicho y hecho es mejor invitar simplemente a todos los que participarán en este Congreso a acercarse a la Eucaristía e invitar a Jesucristo mismo, con su luz y amor, a preparar sus mentes y corazones. Hoy, tal como ha sido a través de los siglos, la Eucaristía nos invita silenciosa, pero tenazmente, a volver al Cenáculo donde, por la Institución de la Eucaristía, la Iglesia nació como “familia de Dios”, “un alma y un corazón” en comunión con Cristo y entre nosotros. En ese Cenáculo, descubrimos en la Eucaristía el latido de Jesucristo, que nos invita a reconocer lo que ha hecho por nosotros. Nos amó hasta el extremo, hasta el punto de quedarse con nosotros en todo tiempo y lugar en la Eucaristía; que fue la expresión más grande de su amor: su Pasión, Muerte y Resurrección. Santa Teresa de Lisieux, por ejemplo, impactada por el puro amor gratuito expresado en la Eucaristía, exclamó desde las profundidades de su corazón: “¡Oh, Jesús, déjame decir, con gratitud desbordante, déjame decir que tu amor llega a la locura!”[79]

129. El Congreso Eucarístico es una oportunidad para dejarnos cautivar de nuevo por este don de amor y de dejar que nuestros corazones se muevan en amor a Él, que nos ha pedido que seamos perfectos en el amor y seamos santos (1 Thes 4:3). Que nos esmeremos por alcanzar la santidad, no como un logro personal, sino como una contribución para construir una fraternidad universal en el mundo. Nuestra comunión está al servicio de una solidaridad universal. Damos la palabra final en este documento a una joven mujer recientemente beatificada, Chiara Luce Badano, cuyo amor por la Eucaristía la fortaleció para vivir para los demás incluso cuando decaía su salud en circunstancias dolorosas. La Eucaristía le trajo vida, luz y amor hasta el punto de que sus últimas palabras a su madre pudieron ser “sé feliz porque yo lo soy”. Es la felicidad de la comunión con Cristo y entre nosotros.

 


Notas

[1] Concilio Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes (GS), 4

[2] Patrick Corish, The Irish Catholic Experience (Dublin: Gill and MacMillan, 1985), p. 246.

[3] Benedicto XVI, Carta pastoral a los católicos de Irlanda, 19 de marzo, 2010.

[4] Ibid., n. 5.

[5] Comisión Internacional Anglicana-Católica (ARCIC), The Final Report (Windsor, 1981), nos. 5-6

[6] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium (LG), nos.1-4.

[7] Papa Juan Pablo II, Carta apostólica al concluir el Gran Jubileo del año 2000, Novo millennio ineunte (NMI), n. 43.

[8] LG, n. 11. Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 1322-1419.

[9] Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis (PO), n.5.a.

[10] El muy popular himno titulado Audite omnes por Secundinus, un misionero y contemporáneo de san Patricio, contiene referencias interesantes a san Patricio y la Eucaristía. El texto del himno está incluido en el famoso Antiphonary of Bangor (puede encontrarse una traducción en Dr Ludwig Bieler’s The Works of St Patrick [Longmans, Green and Co.: London, 1953]). La Instructio XIII de san Columbano es un hermoso y profundo texto místico sobre la Eucaristía, empapado del lenguaje del Evangelio de Juan (cf., The Divine Office, Office of Readings for Wednesday and Thursday of Week 21, Vol. III, 469-470 & 473-474).La edición crítica estándar de las obras de san Columbano es G.S.M.Walker, Sancti Columbani Opera, Scriptores Latini Hiberniae, Vol. II (Dublin: 1957).Ver Finbarr Clancy, ‘Vive in Christo ut Christus in te: The Christology of St Columbanus’, en T. Finan & V. Twomey (eds), Studies in Patristic Christology (Four Courts Press: Dublin, 1998), 163-195. También pueden encontrarse Cantos Eucarísticos en el Stowe Missaldel sigo nueve.

[11] El texto y su comentario pueden encontrarse en el libro de Vincent Ryan, The Shaping of Sunday: Sunday and Eucharist in the Irish Tradition (Veritas: Dublin, 1997).

[12] Cf. T. Lane, Reflecting on Knock: Before our merciful Lamb (Dublin: Columba Press, 2007).

[13] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la sagrada liturgia, Sacrosanctum concilium (SC), n. 14.

[14] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción sobre el uso de las lenguas vernáculas en la publicación de los libros de la liturgia romana, Liturgiam authenticam (28 de marzo de 2001).

[15] Ver el Concilio Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio (UR).

[16] Ver Cardinal Walter Kasper, Harvesting the Fruits: Basic Aspects of Christian Faith in Ecumenical Dialogue (London: Continuum, 2009).

[17] Juan Pablo II, Encíclica sobre el empeño ecuménico, Ut unum sint (US).

[18] Ibid., n. 35.

[19] GS, n. 22

[20] Ver GS, nos 11 y 45.

[21] Ver Sínodo extraordinario de obispos 1985, Relatio finalis; Novo millennio ineunte (NMI), n. 43; Benedicto XVI, Encíclica sobre el amor cristiano, Deus caritas est, n. 1.

[22] NMI, n. 43.

[23] Gerhard Lohfink, Does God Need the Church? Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 1999, p. 60. (Trad.: Gerhard Lohfink, ¿Necesita Dios la Iglesia? Teología del pueblo de Dios, Madrid: San Pablo, 1998).

[24] LG, nos 14-16; GS, n. 92; Pablo VI, Encíclica sobre la Iglesia, Ecclesiam suam (ES) nos. 96-114.

[25] Juan Pablo II, Carta sobre la Eucaristía, Dominicae cenae (DC), n. 6.

[26] Juan Pablo II, Encíclica sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, Ecclesia de eucharistia (EdE), n. 8.

 [27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1325.

[28] Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi), Antífona “Magnificat”, segundas vísperas: Liturgia de las horas, Vol III.

[29] SC, n. 27; n. 48.

[30] Primera apología de Justino, I, 67: PG 6, 429.

[31] San Ignacio de Antioquía, Ad Philad., 5: PG 5, 699-700.

[32] Cesáreo de Arles, Sermo, 78,2: PL 39,2319.

[33] San Jerónimo, Comm. in Eccles.: PL 23, 1092

[34] Id.,Comm. in Isaias, Prol.: PL 24, 17.

[35] Ver especialmente Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina Revelación, Dei verbum.

[36] SC, n. 51.

[37] Instrucción General del Misal Romano (IGMR), n. 28.

[38] SC, n. 7 y cf. n. 33.

[39] Introducción general al leccionario (IGL), n. 4.

[40] En Ev. Matth., 5.1: PG 57,55.

[41] IGL, n. 24. Cf. SC, n. 35, 2.

[42] Cf. Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción para aplicar la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, Inter oecumenici, n. 54: AAS 56 (1964), p.890.

[43] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 197

[44] LG, n. 4. Cipriano, De Orat Dom. 23: PL 4, 5S3.

[45] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1350.

[46] Primera apología de Justino, I, 67, 6: PG 6, 429.

[47] Comentario de Mateo, Homilía 50.3-4: PG 58, 509-509.

[48] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1369.

[49] Luis Alonso Schökel, Celebrating the Eucharist (Middlegreen, Slough, St. Paul Publications, 1988), p. 89 (Trad.: Luis Alonso Schökel, Meditaciones bíblicas sobre la eucaristía, Santander, Sal Terrae, 1987).

[50] SC, n. 47. Ver también Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes (AG), n. 14.

[51] ARCIC, Eucharist, 5; cf. 3.

[52] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1085.

[53] San Agustín, Confesiones, IX, 11, 27: PL 32, 775, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1371.

[54] Concilio de Trento (1551): DS 1642.

[55] ARCIC, Elucidation, 6.

[56] Pablo VI, Encíclica sobre la Sagrada Eucaristía, Mysterium fidei (MF), n. 45. Cf. Concilio de Trento, Decreto sobre la Eucaristía, cap. 1., DS 1636.

[57] Ireneo, Adv. Haer. V, 2, 2-3: SC 153, 30-38.

[58] San Agustín, Ciudad de Dios, 10, 6: PL 41, 283; Cf. Rom 12,5.

[59] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1368.

[60] San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mistagogicae 5, 9.10: PG 33, 1116-1117.

[61] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1370.

[62] Ibid., n. 2770.

[63] Apología de Justino. I, 66, 1-2: PG 6:428.

[64] Sermo, 272: PL 38,1246-1248.

[65] Ibid.

[66] Confesiones, VII, 10: PL 32, 742.

[67] De Euch., Dist. III, Tract. I,5,5; Borgnet XXXVIII, p257.

[68] In IV Sent., Dist. IX, A,2; Borgnet XXIX, p.217.

[69] De Euch Dist. III, Tract. I, 8, 2; Borgnet XXXVIII, p.272.

[70] LG, n. 26. Cf. S. León Magno., Serm. 63, 7: PL 54, 357C.

[71] Benedicto XVI, Homilía en la XX Jornada Mundial de la Juventud, Marienfeld (21 de agosto de 2005).

[72] Ibid.

[73] Santa. Teresa de Avila, Camino de Perfección, Capítulo 35.

[74] IGMR, n. 90.

[75] Catholic Worker, Febrero 1940

[76] Cfr. De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam (21 de junio de 1973), n.89.

[77] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1109

[78] Pierre-Julien Eymard, Œuvres complètes, XIII, p. 819, PD 42,6.

[79] Autobiography of a Saint, trans. Ronald Knox (London: Harvill Press, 1958), p. 241.