PENSAMIENTO Y ACCIÓN
Juan Pablo II: el esplendor de una vida

 Editorial de la revista PÁGINAS PARA EL MES (número 71, octubre 2003) www.paginasparaelmes.com 13/11/2003

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El pontificado de Juan Pablo II, que cumplió 25 años en octubre, es tan extenso y rico en facetas que sería un ejercicio inútil pretender establecer un balance siquiera aproximado en unas pocas líneas. A lo largo de su andadura, quienes hacemos la revista PÁGINAS PARA EL MES hemos aprendido del Papa una inteligencia más profunda de la historia que nos ha tocado vivir, y hemos encontrado en él una guía segura para nuestra aportación a una convivencia social basada en la libertad y dignidad de toda persona. Por eso, en este momento, queremos tan sólo señalar los aspectos de su magisterio y de su testimonio personal que nos parecen especialmente decisivos para nuestra particular aventura.

El cristianismo es un acontecimiento

El cristianismo, antes que ser un conjunto de doctrinas o una regla para la salvación, es el "acontecimiento" de un encuentro. Muchas personas, alejadas de la tradición cristiana, se han encontrado en Juan Pablo II con el espectáculo de la novedad humana que genera la fe y, admirados, se han preguntado por su origen. Uno de ellos, el filósofo judío francés Bernard Henry-Levy, ha reconocido: "No encuentro en todo el mundo un testimonio de nobleza humana como el suyo". Con su humanidad atenta a todos los aspectos e intereses de la vida, Juan Pablo II ha demostrado que el cristianismo no es una venerable pieza de arqueología, sino una experiencia que potencia y abraza cualquier pregunta y deseo verdaderamente humano, mostrándole una respuesta que se puede empezar a vivir aquí y ahora.

La fe y la razón

Una fe que prescinde de la razón sería inhumana, incapaz de conectar con las aspiraciones más verdaderas del hombre. Y una razón que se cierre a cuanto la supera, que pretenda ser medida de todas las cosas, aboca al hombre a la frustración de su propia esperanza. El joven de Cracovia que buscó en la poesía y el teatro sus vehículos tempranos de expresión, el catedrático de filosofía curtido en el diálogo con el ateísmo marxista y el obispo que acompañaba a los universitarios en su aventura intelectual y afectiva precedieron al Papa de la Fides et Ratio. Por eso Juan Pablo II entiende la fe como una auténtica aventura del conocimiento, que arranca del encuentro personal con Cristo y permite una inteligencia nueva y más profunda de toda la realidad.

La libertad de la Iglesia

La esperanza del mundo radica en un factor nuevo que ha entrado en la historia para afirmar la verdadera imagen del hombre y para salvarla. Ese factor es el pueblo cristiano, formado por hombres y mujeres hechos del mismo barro que todos los demás, pero reunidos por la gracia del Resucitado. Karol Wojtyla vivió en su Polonia natal la experiencia de la Iglesia como espacio de libertad en una sociedad sofocada por la mentira de la ideología. Ese bagaje ha sido fundamental para su defensa de la "libertas ecclesiae" como clave esencial de la presencia cristiana en todo tipo de sociedades. La Iglesia no busca el amparo del poder político, ni una supuesta hegemonía cultural, sino la garantía de su libertad para servir al hombre, de acuerdo con su propia naturaleza y vocación.

El método de la misión

Como explicaba recientemente el cardenal Joseph Ratzinger, Juan Pablo II ha mostrado que el anuncio de la salvación de Cristo se produce a través de un encuentro humano, mediante el diálogo y el testimonio de la caridad, como hicieron los apóstoles en la gran misión de la Iglesia antigua, sin servirse del poder mundano, sino confiando sólo en la persuasión de la verdad. Así lo refleja esta preciosa intervención ante los jóvenes (en su mayoría musulmanes y ateos) de Kazajistán:

"El Papa ha venido para deciros que Dios, que os ha pensado y os ha dado la vida, os ama personalmente y os encomienda el mundo. Es él quien suscita en vosotros la sed de libertad y el deseo de conocer. Queridos amigos, intuís que ninguna realidad terrena os podrá satisfacer plenamente. Sois conscientes de que la apertura al mundo no basta para colmar vuestra sed de vida y de que la libertad y la paz sólo pueden venir de Otro, infinitamente más grande que vosotros, pero familiarmente cercano a vosotros. Permitidme profesar ante vosotros, con humildad y orgullo, la fe de los cristianos: Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre hace 2.000 años, vino a revelarnos esta verdad con su persona y su doctrina. Sólo en el encuentro con él, Verbo encarnado, el hombre halla plenitud y felicidad".

La civilización del amor

Juan Pablo II no ha dejado de recordarnos que la fe contribuye a realizar en el tiempo un hogar más habitable para los hombres. Por eso la Iglesia es el sujeto de la continua epopeya humana para crear la civilización de la verdad y del amor. Es lo que hicieron los benedictinos en la Edad Media, enseñando a leer a Europa, roturando los campos y estableciendo nuevas ciudades; es la historia de San Juan de Dios creando hospitales; o la de San Juan Bosco con sus talleres y escuelas para los jóvenes de la calle en Turín; o la de Madre Teresa en los suburbios de Calcuta.

Como subraya en su último documento sobre La Iglesia en Europa, esta novedad empieza a tomar forma ante todo en la comunidad cristiana, ya que ahora "es la morada de Dios con los hombres", en cuyo seno Dios actúa, renovando la vida de cuantos habitan en ella.