José Sánchez del Río sólo tenía 14
años cuando fue martirizado
GUADALAJARA, viernes, 18 de noviembre de 2005 (ZENIT.org-El
Observador).- Este domingo, festividad de Cristo Rey, serán beatificados 13
mártires mexicanos de la persecución religiosa (1926-1929), también conocida
como "guerra cristera", entre los que destaca el jovencísimo mártir José Sánchez
del Río, asesinado por odio a la fe a los 14 años de edad.
Nacido el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. José fue el tercero de
cuatro hijos del matrimonio de Macario Sánchez Sánchez y María del Río.
Al estallar «la Cristiada», sus dos hermanos mayores, Macario y Miguel, se
alistaron en las filas de defensa de la libertad religiosa en la región de
Sahuayo. Pero a José no lo admitieron debido a su corta edad.
Durante una peregrinación que José hizo a la tumba de Anacleto González, quien
también será beatificado el domingo, pidió por su intercesión la gracia del
martirio. E insistió más en ser admitido en las filas cristeras. Su madre se
oponía, pero José le respondió: «Mamá, nunca como ahora es tan fácil ganarnos el
Cielo».
Fue a Cotija --en su estado natal-- para entrevistarse con el general «cristero»
Prudencio Mendoza. Le dijo que si no tenía fuerzas suficientes para cargar el
fusil, podía ayudar a los soldados con las espuelas, engrasaría las armas,
prepararía la comida y cuidaría los caballos. El General lo admitió.
Además de servir a la tropa, pronto José se convirtió en su clarín y abanderado.
Como el gobierno perseguía a los familiares de «los cristeros», José, para
proteger a su familia que era conocida y de dinero, hizo que todos sus
compañeros lo llamaran José Luis.
En un enfrentamiento con las federales, el 6 de febrero de 1928, casi lograron
tomar prisionero a Guízar Morfín porque le mataron el caballo; pero José,
bajándose del suyo, se lo ofreció: «Mi general, tome usted mi caballo y sálvese;
usted es más necesario y hace más falta a la causa que yo». El general Guízar
pudo escapar, pero los federales apresaron a José y lo llevaron a la cárcel de
Cotija, donde escribió a su madre y de alguna manera logró hacerle llegar la
carta.
Al día siguiente, martes 7 de febrero, fue trasladado a Sahuayo y puesto a
disposición del diputado federal Rafael Picazo Sánchez, quien le asignó como
cárcel el templo parroquial.
Picazo le presentó varias oportunidades para huir: le ofreció dinero para que se
fuera al extranjero, y luego le propuso mandarlo al Colegio Militar. José, sin
titubear, lo rechazó.
Picazo sabía que los Sánchez del Río tenían dinero porque había sido su vecino,
así que les pidió cinco mil pesos en oro para que rescataran a José. Don Macario
Sánchez de inmediato trató de juntar esa cantidad, pero cuando José lo supo,
pidió a su familia que no pagaran el rescate porque él ya había ofrecido su vida
a Dios.
Esa primera noche de prisión en la parroquia, contempló cómo se profanaba el
templo. Ahí se verificaba todo tipo de desórdenes y libertinajes de la
soldadesca; además servía de albergue al caballo de Picazo, y el presbiterio era
el corral de sus finos gallos de pelea. Ya entrada la noche, José logró
desatarse, mató a los gallos, cegó al caballo y volvió a su rincón.
Al día siguiente Picazo se enfrentó a José, quien respondió: «La casa de Dios es
para venir a orar, no para refugio de animales». Y al ser amenazado, José
respondió: «Estoy dispuesto a todo. ¡Fusílame para que yo esté luego delante de
Nuestro Señor y pedirle que te confunda!». Ante esta respuesta uno de los
ayudantes golpeó a José en la boca tumbándole los dientes.
El viernes 10 de febrero lo trasladaron al Mesón del Refugio, donde le
anunciaron su muerte. Escribió para que su tía Magdalena le llevara el Viático.
A las once de la noche le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del
mesón y lo obligaron a caminar a golpes hasta el cementerio. Los vecinos
escucharon cómo José iba gritando por el camino: «¡Viva Cristo Rey!».
Ya en el panteón, el jefe de la escolta ordenó que lo apuñalaran. A cada herida
José volvía a gritar: «¡Viva Cristo Rey!».
Por crueldad le preguntaron si quería enviar un mensaje a su papá. José
respondió: «¡Que nos veremos en el Cielo! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de
Guadalupe!». Para acallar aquellos gritos, el jefe sacó su pistola y le disparó
en la cabeza. José cayó bañado en sangre. Eran las once y media de la noche del
viernes 10 de febrero de 1928.
Uno de los testimonios del martirio fue la carta que José envió a su madre el
lunes 6 de febrero de 1928, en la cual dice:
«Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate este día. Creo que en los
momentos actuales voy a morir; pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad
de Dios; yo muero muy contento porque muero en la raya al lado de Nuestro Señor.
No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica. Antes, dile a mis otros
hermanos que sigan el ejemplo del más chico, y tú haz la voluntad de nuestro
Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a
todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te
quiere y verte antes de morir deseaba».