JESÚS RESUCITADO
Autor: Juan Pablo II

1. "Este es el día que hizo el Señor". Todos los días, entre el Domingo de Pascua y el segundo domingo después de Pascua, in albis, constituyen en cierto sentido el único día. La liturgia se concentra sobre un acontecimiento, sobre el único misterio. "Ha resucitado, no está aquí" (Mc 16, 6) Cumplió la Pascua. Reveló el significado del Paso. Confirmó la verdad de sus palabras. Dijo la última palabra de su mensaje: mensaje de la Buena Nueva, del Evangelio. Dios mismo que es Padre, esto es, Dador de la Vida, Dios mismo no quiere la muerte (cf. Ez 18, 23. 32), y "creó todas las cosas para la existencia" (Sab 1, 14), ha manifestado hasta el fondo, en Él y por Él, su amor. El amor quiere decir vida.

Su resurrección es el testimonio definitivo de la Vida, esto es, del Amor.

"La muerte y la vida entablaron singular batalla. El Señor de la vida, muerto, reina vivo" (Secuencia).

"Este es el día que hizo el Señor" (Sal 117 [118], 24): "más sublime que todos, más luminoso que los demás, en el que el Señor resucitó, en el que conquistó para Sí un pueblo nuevo... mediante el espíritu de regeneración, en el que ha llenado de gozo y exultación las almas de todos" (San Agustín, Sermo 168, in Pascha X, 1; PL 39, 2070).

Este único día corresponde, en cierto modo, a todos los siete días de que habla el libro del Génesis, y que eran los días de la creación (cf. Gén 1-2). Por esto los celebramos todos en este único día. En estos días, durante la octava, celebramos el misterio de la nueva creación. Este misterio se expresa en la persona de Cristo resucitado. El mismo es ya este misterio y constituye para nosotros su anuncio, la invitación a él. La levadura. En virtud de esta invitación y de esta levadura somos todos en Jesucristo la "nueva creatura".

"Así, pues, festejémosla, no con la vieja levadura..., sino con los ácimos de la pureza y la verdad" (1 Cor 5, 8).

2. Cristo, después de su resurrección, vuelve al mismo lugar del que había salido para la pasión y la muerte. Vuelve al Cenáculo, donde se encontraban los Apóstoles. Mientras estaban cerradas las puertas, Él vino, se puso en medio de ellos y dijo: "La paz sea con vosotros". Y añadió: "Como me envió mi Padre, así os envío yo... Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Jn 20, 19-23).

¡Qué significativas son estas palabras de Jesús después de su resurrección! En ellas se encierra el mensaje del Resucitado. Cuando dice: "Recibid el Espíritu Santo", nos viene a la mente el mismo Cenáculo en el que Jesús pronunció el discurso de despedida. Entonces profirió las palabras cargadas del misterio de su corazón: "Os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré" (Jn 16, 7). Así dijo pensando en el Espíritu Santo.

Y he aquí que ahora, después de haber realizado su sacrificio, su "partida" a través de la cruz, viene de nuevo al Cenáculo para traerles al que ha prometido. Dice el Evangelio: "Sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22). Enuncia la palabra madura de su Pascua. Les trae el don de la pasión y el fruto de la resurrección. Con este don los plasma de nuevo. Les da el poder de despertar a los otros a la Vida, aún cuando esta Vida esté muerta en ellos: "a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados" (Jn 20, 23).

Pasarán cincuenta días desde la Resurrección a Pentecostés. Pero ya en este único día que hizo el Señor (cf. Sal 117 [118], 24) están contenidos el don esencial y el fruto de Pentecostés. Cuando Cristo dice: "Recibid el Espíritu Santo", anuncia hasta el fin su misterio pascual.

2. Jesús es el Buen Pastor por el hecho de dar su vida al Padre de este modo: entregándola en sacrificio, la ofrece por las ovejas. Aquí entramos en el terreno de una espléndida y fascinante semejanza, ya tan familiar a los Profetas del Antiguo Testamento. He aquí las palabras de Ezequiel:

"Por eso, así dice el Señor Yavé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas/ y las reuniré.../ Yo mismo apacentaré a mis ovejas/ y yo mismo las llevaré a la majada"
(Ez 34, 11. 15; cf. Jr 23, 3-4).

Recogiendo esta imagen, Jesús reveló un aspecto del amor del Buen Pastor que el Antiguo Testamento no presentía aún: dar la vida por las ovejas.

Jesús en su enseñanza, como se sabe, se servía frecuentemente de parábolas para hacer comprensible a los hombres, generalmente sencillos y habituados a pensar mediante imágenes, la verdad divina, que El anunciaba. La imagen del pastor y del redil era familiar a la experiencia de sus oyentes, como no deja de ser familiar a la mentalidad del hombre contemporáneo. Aún cuando la civilización y la técnica hacen grandes progresos, sin embargo, esta imagen es todavía actual en nuestra realidad. Los pastores llevan las ovejas a los pastos (como, por ejemplo, en las montañas polacas, de donde provengo), y allí permanecen con ellas durante el verano. Las acompañan en los cambios de pastizales. Las guardan para que no se pierdan, y de modo particular las defienden del animal salvaje, tal como vemos en el pasaje evangélico: "el lobo arrebata y dispersa las ovejas" (Jn 10, 12).

El Buen Pastor, según las palabras de Cristo, es precisamente el que "viendo venir al lobo", no huye, sino que está dispuesto a exponer la propia vida, luchando con el ladrón, para que ninguna de las ovejas se pierda. Si no estuviese dispuesto a esto, no sería digno del nombre de Buen Pastor. Sería mercenario, pero no pastor.

Este es el discurso alegórico de Jesús. Su significado esencial está precisamente en esto, que "el buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11) y esto, en el contexto de los acontecimientos de la Semana Santa, significa que Jesús, muriendo en la cruz, ha dado la vida por cada hombre y por todos los hombres.

"Sólo Él podía hacerlo; sólo Él podía llevar el peso del mundo entero, el peso de un mundo culpable, la carga del pecado del hombre, la deuda acumulada en el pasado, en el presente y en el futuro; los sufrimientos que nosotros deberíamos, pero no podríamos pagar; 'en su cuerpo, sobre el madero de la cruz' (1 Pe 2, 24) 'por el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo inmaculado a Dios... para dar culto al Dios vivo' (Heb 9, 14).

"Esto fue la obra de Cristo, que dio la vida por todos: y por esto es llamado el Buen Pastor" cardenal J. H. Newman, Parochial and Plain Sermons, 16, London 1899, pág. 235).

Mediante el sacrificio pascual, todos se han convertido en su redil, porque Él ha asegurado a cada uno la vida divina y sobrenatural que, desde la caída del hombre a causa del pecado original, se había perdido. Sólo Él podía devolvérsela al hombre.

3. La alegoría del Buen Pastor y, en ella, la imagen del redil, tienen importancia fundamental para entender lo que es la Iglesia y las tareas que debe realizar en la historia del hombre. La Iglesia no sólo debe ser "redil", sino que debe realizar este misterio, que siempre se está realizando entre Cristo y el hombre: el misterio del Buen Pastor que da su vida por las ovejas. Así dice San Agustín: "¿Acaso el que primero te buscó, cuando lo despreciabas en vez de buscarlo, te despreciará, oveja, si lo buscas? Comienza, pues, a buscar a quien primero te buscó y te llevó sobre sus hombros. Haz que se realice su palabra: las ovejas que me pertenecen escuchan mi voz y me siguen" (Enarrationes in Psalmos, Sal 69, 6).

La Iglesia, que es el Pueblo de Dios, es al mismo tiempo una realidad histórica y social, en la que este misterio se renueva y se realiza continuamente y de diversos modos. Y hombres diversos tienen su parte activa en esta solicitud por la salvación del mundo, por la santificación del prójimo, que es y no cesa de ser la solicitud propia de Cristo crucificado y resucitado. Ciertamente, ésta es, por ejemplo, la solicitud de los padres en relación con sus hijos. Más aún: la solicitud de cada uno de los cristianos, sin diferencia, en relación con el prójimo, con los hermanos y hermanas, que Dios pone en su camino.

Evidentemente esta solicitud pastoral es de modo particular la vocación de los Pastores: presbíteros y obispos. Y ellos deben de modo particular fijar la mirada en la figura del Buen Pastor, meditar todas las palabras del discurso de Cristo y ajustar a ellas la propia vida.

Dejemos hablar una vez más a San Agustín: "¡Con tal que no vengan a faltar buenos pastores! Lejos de nosotros que falten, y lejos de la misericordia divina el no hacerlos surgir y constituirlos. Es cierto que allí donde hay buenas ovejas, hay también buenos pastores: en efecto, de las buenas ovejas salen los buenos pastores" (Sermones ad poputum, 1, Sermo 44, 13, 30).