Jesucristo

Introducción

Un día me encontré con un hombre que cambió mi vida. No sabía quién era ni como se llamaba, pero al mirarme con sus ojos y llamarme con su voz, dentro de mí se produjo una «explosión» que no ha sido capaz de acallarla ni el calor de los días ni el frío de las noches, ni la dureza de las pruebas ni los tesoros del mundo entero. Ese hombre marcó mi vivir, mi pensar y mi existir. A Él he dedicado mí vida entera, mi niñez, mi juventud y todas mis ilusiones y fuerzas. Por Él te escribo estas palabras y me quiero hacer peregrino contigo. Ese hombre se llama «Jesús de Nazaret». Permíteme que te hable un poco de Él. Espero que también para ti, Él sea una «revolución en tu vida», imposible de a callar por los vientos de la tristeza ni por las aguas de los tiempos.

 

 

«Dios nos ha demostrado que nos ama enviando a su Hijo único al mundo para que tengamos vida por medio de Él» (1 Jn 4, 9).

Los cristianos creemos que Jesús, el profeta de Nazaret que recorrió los caminos de Palestina en tiempos del emperador Tiberio César (años del 14 al 37), es el Mesías de Dios, su verdadero Hijo, nuestro único Señor y Salvador.

Pero se hace urgente que respondamos a la pregunta ¿quién es Jesucristo? Su persona, hoy, como hace veinte siglos, plantea a muchos un serio interrogante. Resuenan entre nosotros las mismas palabras dirigidas por Jesús a sus discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Ante esta pregunta muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo callan, otros dicen que no quieren saber nada, muchos le siguen; pero en el fondo, todos se cuestionan ante la pregunta y bajo un silencio ineludible todos se cuestionan: ¿un desconocido, un hombre del pasado, un revolucionario, un profeta más, el Hijo de Dios?

Pero quizá, eso no sea lo más difícil de responder; quizá, allí en el fondo de tu persona, surge otra pregunta todavía más interpeladora, cuestionante: 

¿quién es Jesús para ti?, ¿qué lugar ocupa en tu vida? 

Si Jesucristo fue un hombre que vivió hace dos mil años, al que sólo puedo conocer a través de la historia y que en el fondo es otra figura formidable del pasado como Sócrates, Buda, Mahoma, Cervantes, Freud, Marx..., entonces no has conocido su aventura y su riesgo, su novedad e inquietud; te resultará lejano y no te interesará.

Pero si por el contrario, Jesucristo para ti está vivo, está contigo, camina a tu lado, si puedes hablarle y escucharle, amarle y seguirle, experimentar su fuerza, si tienes algo importante que comunicar a los hombres de tu barrio y de tu trabajo, entonces, Él no te deja indiferente; tienes que buscarle y encontrarle, tienes que escuchar su palabra y unirte profundamente a Él.

«Sí te miramos, Señor, no morimos. Si confesamos tu nombre, no corremos al ríesgo de perdernos. Si te rogamos, seremos satisfechos. Devuélvenos, Señor, el vigor de nuestra fuerza primera; dígnate mantenemos en ella, sin cesar y hasta el fin».

(Oración de los primeros cristianos)

Dejemos a la gente y lo que dicen los demás, dejemos de ser espectadores y no repitamos lo que sabemos sobre Jesús de memoria, lo aprendido en las clases y en los libros. Formulémonos la pregunta con toda su viveza: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»