La Iglesia

3. ¿Cómo es la Iglesia?

 

  La Iglesia es una
  La Iglesia es santa
  La Iglesia es católica
  La Iglesia es apostólica
  

 

La Iglesia ha reflexionado sobre sí misma para llegar a una comprensión profunda de lo que ella es —de su «verdad»— y de lo que la distingue de otras comunidades. Estas características peculiares de la Iglesia se han llamado tradicionalmente notas de la Iglesia y son las cuatro que decimos en el Credo.

La Iglesia es una

En el libro de los Hechos de los apóstoles podemos encontrar varios resúmenes muy interesantes de cómo era la vida de las primeras comunidades cristianas. En uno de ellos leemos:

“Todos ellos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones.”

Hch 2, 42

De aquí se deduce lo que quiere decir que la Iglesia es una. La unidad de la Iglesia es una unidad:

San Pablo dirá que esta unidad se basa en la confesión de "un Señor, una fe, un bautismo, un Dios Padre de todos, que lo trasciende todo y lo penetra todo y lo invade todo" (Ef 4, 5-6).

Esta unidad no significa en absoluto uniformidad. Por eso, dentro de la unidad del conjunto es posible la diversidad de estilos de predicación, de formas de piedad o de ritos litúrgicos, de formas de actividad y de compromiso, etc. Es más, gracias a esta diversidad posible y legítima, la unidad brilla más claramente en toda su misteriosa realidad. Pues en la Iglesia la unidad no es un mero requisito para organizarse mejor ni es una creación artificial fruto de un acuerdo, sino que la unidad es comunión de todos en un mismo y solo espíritu, el Espíritu de Cristo resucitado, el único Salvador de todos los hombres.

Así la unidad aparece como un don, un regalo, que el Espíritu hace a la Iglesia. Pero, a la vez, es también tarea, porque se han dado rupturas y escisiones en la unidad que oscurecen la imagen de la Iglesia, dificultan su misión y se oponen a lo que Jesús quiso para ella.

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La Iglesia es santa

«Santo» en el lenguaje de la Biblia no significa —como en nuestro lenguaje corriente— perfecto en su comportamiento, sino perteneciente o vinculado a Dios.

Por tanto, la Iglesia es santa en cuanto pertenece a Dios: es de Dios y para Dios, está unida íntimamente a Cristo como cuerpo suyo y la llena el Espíritu Santo. En realidad, la santidad de la Iglesia es la expresión de su «verdad» más profunda, de su misterio.

De esta santidad objetiva —la que la Iglesia posee por ser lo que es— ha de seguirse la santidad subjetiva, es decir, la santidad de su vida. Para ello, la Iglesia posee en este mundo los medios para santificar a la humanidad: el Evangelio, los sacramentos, los dones del Espíritu… La Iglesia es santa en su vida en la medida en que acoge con docilidad y confianza al Espíritu y se lanza al seguimiento de Jesús en la imitación de sus sentimientos y actitudes, sobre todo, el amor. La vida de tantos y tantos cristianos, que llamamos «santos» —y de tantos y tantos que viven a nuestro alrededor y no conocemos— son un testimonio precioso de esa santidad que adorna a la Iglesia.

Sin embargo, también en la Iglesia santa nos encontramos con la realidad paradójica del pecado, porque también a los pecadores la Iglesia los cuenta entre sus miembros y con ellos pide diariamente a Dios: "Perdona nuestras ofensas" (Mt 6,12).

De ahí, que la Iglesia santa aparezca también, en su caminar por este mundo, necesitada de purificación. Así lo ha expresado muy bien el Concilio Vaticano II:

“Pues mientras Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia encierra en su seno a pecadores, y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación.”

(LG 8)

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La Iglesia es católica

«Católico» significa «entero, universal». Indica, por tanto, totalidad. En este sentido, decir de la Iglesia que es católica significa dos cosas:

De esta catolicidad de la Iglesia se siguen dos aspectos muy interesantes de su vida:

—En primer lugar, el hecho de que la Iglesia católica, universal, arraiga en contextos humanos concretos y, por tanto, siempre es Iglesia en un lugar. De ahí que la Iglesia católica, universal, se manifiesta en Iglesias particulares.

—En segundo lugar, la catolicidad de la Iglesia implica abundancia de dones, servicios estados, etc., que realizan la existencia cristiana en su impresionante riqueza.

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La Iglesia es apostólica

Los evangelios coinciden en afirmar que Jesús transmitió y confió a los apóstoles la misión que él había recibido de su Padre. Así, por ejemplo, en el evangelio de san Mateo encontramos las siguientes palabras de Jesús:

“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.”

Mt 28, 18-20

Jesús, por tanto, puso a la Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y quiso que su vida estuviera ligada a su testimonio y a su actuación, como cuando le dijo a Pedro en nombre de todos los demás:

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del abismo no la hará perecer.”

Mt 16,18

Por eso, la Iglesia sólo es Iglesia de Jesucristo en tanto que mantiene esa vinculación con el testimonio vivo de los apóstoles. Esto es lo que se llama la Tradición.

En el Nuevo Testamento, en las Cartas de san Pablo llamadas «Pastorales», encontramos referencias a esa transmisión de la misión apostólica. 

Los apóstoles tuvieron colaboradores, a quienes ellos les transmitían su misión por medio de la imposición de manos (cf. 2Tm 1, 6). La Iglesia ha recogido estas indicaciones para presentarnos a los obispos como sucesores de los apóstoles.

—Esto no significa que los obispos sean unos "nuevos" apóstoles, puesto que su función es irrepetible. Por eso los obispos, aunque no son sucesores de los apóstoles en cuanto a su ser testigos de la resurrección, si los son en cuanto a su función de pastores de la Iglesia.

—No es que cada obispo sea sucesor de uno de los Doce apóstoles, sino todos en su conjunto suceden al colegio apostólico. Caso especial es el del Papa, sucesor del apóstol san Pedro, en su misión específica de presidir en la caridad a todas las Iglesias y confirmar en la fe a los cristianos.

—La Iglesia entera es apostólica —no es sólo cosa de los obispos—, pues la sucesión está al servicio de todo el cuerpo de la Iglesia.

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