Homilía para boda (Mt 19, 3-6)

 

Por Santo Cejudo Sánchez-Bermejo

 

            Estamos celebrando el amor de Dios a los hombres y el amor de Dios mismo entre sí, reflejado en la unión de un hombre y una mujer. ¿Cómo es posible que uno de los nuestros, y una de las nuestras (este hombre y esta mujer) puedan representar esa inmensa grandeza que es Dios amándose y amando al mundo? Porque ambos son imagen de Dios, y ante el mundo son esa imagen de amor entregado que Dios es: en esto consiste la vida, en que Dios sale de sí hacia fuera, y nosotros como imagen suya, salimos de nosotros hacia la búsqueda del otro. Más alegría hay en dar que en recibir.

 

            Pero, siempre sale nuestra tentación farisaica: preguntar para poner a prueba a ver si hay un pequeño resquicio para escaparnos de esa enorme responsabilidad que es representar el amor de Dios al mundo y a sí. Me hace recordar a esos niños que saben que no pueden comer chocolate por que no es hora y les hace daño, y aún así preguntan a su mamá para ver si ahora hay más suerte o se equivoca… y alguna vez caerá ese trocito de chocolate que les viene tan mal pero que se les hace tan apetecible.

 

            ¿Por qué hombre y mujer?

¿Cuándo acabaremos de preguntar para poner a prueba? De nuevo nuestra rama farisaica: ¡cuántos hoy en día cuestionan tal obviedad! (Quizás buscando ese trocito tan apetecible de chocolate). ¿Por qué el color negro es negro? La voluntad de Dios es inescrutable. Ahora bien, sin conocer cuál sería su objetivo para crear así, lo que vemos es que ambos son imagen de Dios; ambos anhelan salir de sí buscando al otro (a la otra) que les llena y les plenifica; ambos son igualmente equilibrados (hasta físicamente) al compenetrarse en la búsqueda de la realización personal; ambos son complementados el uno por el otro y viceversa; ambos son realizados cuando siendo amado por el otro (por la otra) y amando a la vez, engendran para el mundo.

 

            Ya unidos se convierten, igual que cuando lo eran por separado, en imagen de Dios. Ahora como uno. ¿Cómo no ver en esta unión la grandeza creadora del amor de Dios? Dios crea, engendra hacia fuera… y otorga a su imagen (hombre y mujer) esa gracia de poder engendrar para el mundo. En la medida de su generosidad, será su respuesta en libertad a la llamada de Dios.

 

            ¿Quién tiene la osadía de desafiar lo que Dios ha entregado generosamente como patrimonio de la humanidad? Pero no por que no haya agallas para hacerlo (que ya vemos como hoy en día sí hay quien las tiene), sino por que supone una pérdida de amor, de entrega, de engendramiento en la resurrección y de referencia de Dios ante los hombres.

 

            La posibilidad de ser Rostro de Dios ante los hombres, se nos ha entregado a la humanidad en el sacramento del matrimonio. ¿Cómo decir “no” a bien tan inmenso? “Maestro, muéstranos al Padre” ha sido un deseo profundo del ser humano desde antiguo. Sois vosotros (novio y novia) ese Rostro de Cristo para aquellos que quieren ver al Señor y conocer su faz.