Autor: Jorge Enrique
Mújica&Humberto Gaytán
Fuente: Catholic.net
Hágase tu voluntad
Estudio filosófico-teológico sobre la libertad humana en la petición "Hágase tu voluntad", del Padre Nuestro.
I. Marco de la petición
La Oración del Padre Nuestro “es la más
perfecta de las oraciones. En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear
con rectitud, sino que además según el orden en que conviene desearlo. De modo
que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda
nuestra afectividad”
[1]. Esta oración ha conocido, dentro del propio Nuevo Testamento, un
desarrollo diferente según la teología de cada evangelista o acentuando alguna
de sus partes según las necesidades de cada comunidad. Aquí podemos aplicar
aquel “cum legentibus crescit”[2]
que emplea san Gregorio Magno para toda la Escritura. Y es que, efectivamente,
crece con quienes la leen, revela nuevas implicaciones y contenidos más ricos,
de acuerdo con las peticiones y los interrogantes nuevos con que se repasa.
Adherirnos a este principio significa que debemos
captar la significación de la oración del Señor[3]
a la luz de las circunstancias actuales en las cuales vivimos; distinguiendo,
claro está, que las interpretaciones de Mateo y Lucas están inspiradas, y por
ello son preceptivas universalmente siempre, mientras que las de hoy no tienen
ese cariz.
Para pasar a comentar la tercera petición, conviene
dejar clara la estructura general del Padre Nuestro. No se puede evitar
la mención que merece la trabazón que tienen cada una de las peticiones, ya
secuencialmente, una tras la otra, ya consideradas de modo separado: conservan
un valor cada cual de modo autónomo mas hallan su máxima expresión
consideradas en su conjunto.
El Padre Nuestro comprende siete peticiones[4]
que podemos dividir en dos momentos: el primero, que comprende las tres
petitorias abrazadas por el “Tú”
[5] de Dios que nos atraen hacia su gloria y, en un segundo momento,
cuatro por el “nosotros”
[6] donde se manifiesta claramente una dependencia a modo de camino hacia
Dios y donde se ofrece nuestra miseria a su gracia[7].
A las siete las precede una invocación al sujeto de la oración, al Padre[8]
Nuestro[9].
La invocación es indicativa del carácter comunitario de la or ación. No es
Padre “mío” sino Padre de todos. Nos consideramos parte de una comunidad pues
no somos cristianos individualmente, lo somos personalmente, mas siempre
integrados en un grupo; de otro modo no hay cristianismo. La palabra Dios no
aparece en toda la oración porque el nombre cristiano de Dios es Padre. La
figura del Padre es, en la tradición judía, el modelo del hijo. El hijo tiene
que parecerse al padre y éste es el transmisor de la tradición; tradición que
es, a su vez, la entrega de todos los valores de una cultura, de los buenos y
de los malos[10].
Es en el primer grupo donde se enmarca la tercera
petición, “Hágase tu voluntad”, que recoge Mateo[11]
y que en la formulación lucana no aparece. Le antecede, primero, el
“Santificado sea tu nombre”. Ya el nombre de Dios es Santo, no le ha ce falta
ser santificado. Debe entenderse no en sentido causativo, pues sólo Dios hace
santo y santifica, sino estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera
santa[12].
Algunos exegetas han querido traducir el santificar
por el reconocer. Visto desde esta perspectiva, se sucede una consecuencia en
razón de la dimensión pública que implica el reconocimiento: el proclamar.
¿Proclamar qué? Su nombre de Padre, su Reino y su voluntad. Proclamar que Dios
no es el Señor que domina sino el Padre que da vida. Esta primera petición, en
el fondo, busca que la humanidad, sabiendo que Él es Padre, sea libre, se
libere.
Al santificar le sucede el venir, “Venga Tu Reino”. Se
pide que la actividad de Dios se ejerza sobre la tierra. El Reino de Dios
viene cuando se hace su voluntad, lo que “Sólo un corazón puro puede decir con
seguridad”
[13].
Las dos anteriores peticiones han dejado traslucir la
necesaria intervención de Dios en la historia. La tercera manifiesta la
referencia a un proyecto histórico. Dios tiene un plan, un designio sobre la
humanidad. ¿Cuál? Una sociedad nueva, una sociedad de los hijos de Dios, una
sociedad de felicidad humana, de crecimiento, de libertad. “Santificado sea tu
nombre”, que la humanidad sepa que Dios es el dador de la vida, no un Dios
déspota, tirano o dictador arbitrario. “Venga Tu Reino”, que la humanidad haga
la opción, que cambie su estado de valores y se deje infundir nueva vida por
el Padre para que sea nuevo ser. “Hágase tu voluntad[14]”:
“Debemos hacer tu voluntad para no errar y perder el camino que lleva a Ti,
sin doblegarnos a los compromisos de los hombres que nos arrojan en las
“situaciones” y quieren plegarnos a las condescendencias terrenales: esto no
es hacer tu voluntad, debemos obrar, seguir y servir solamente a tu Verdad,
que Tú mismo nos has dado en el Evangelio de tu Hijo: aquella Verdad por la
cual han muerto tus mártires y te han querido y servido tus santos, aquella
Verdad que es la sola Verdad, porque es la sola Palabra que tiene vida eterna
y es la única que puede disipar [el] humo de Satanás...”
[15]
A partir de esta tercera petición, y sin velar las
otras, nos introducimos, de cara a las circunstancias actuales, en un tema que
jamás ha dejado de ser causa de divergencias en opiniones, si bien hoy parece
cobrar una vigencia más acentuada: la libertad del hombre y su relación con
Dios.
II. La relación entre libertad humana y voluntad de
Dios
El “Hágase tu voluntad” parece entrañar un aparente
problema más hondo: la voluntad de otro contra la propia libertad. El actuar
libre contra la coacción de otro. Así concebido, el antagonismo reclama una
justa reivindicación de planos en los que la jerarquía sea igualitaria y no
escalonada al modo superior-inferior. Desde esta perspectiva, se refleja una
actitud donde, en el fondo, “El hombre no se fía de Dios […], abriga la
sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que Dios es un
competidor que limita nuestra libertad, y que sólo seremos plenamente seres
humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo podemos
realizar plenamente nuestra libertad”
[16].
Para el hombre de hoy la palabra libertad tiene un
resonancia superlativa y una significación absoluta, siendo, en modo alguno,
la aspiración suprema del hombre, la meta de sus esfuerzos individuales y
comunitarios. Pero la libertad no es ser ni sustancia[17],
ni facultad, ni acto[18].
Es característica de algunos actos volitivos. Vendría a ser, en todo caso, un
accidente de tercer grado[19]
ya que el hombre es la sustancia; la voluntad una de sus facultades; el acto
volitivo procede de la facultad y, en algunos casos, este acto es libre.
“La naturaleza del hombre es la de un agente libre”
[20]. Cómo entender su libertad, esa superlativización, esa absolutización,
si se siente coartada desde el momento en que se considera la intervención
“impositiva” de otro sobre las propias decisiones. Conviene entonces,
primeramente, definir el término libertad y distinguir los tipos de libertad
existentes.
II.A La libertad humana
El término libertad expresa ausencia de obligación.
Como la coacción puede depender de diferentes causas, se distinguen varios
tipos de libertad: física, en la que se obra según la estructura ontológica de
la que se forma parte y cuya conciencia se ha formado a partir de la pugna
contra la tiranía y la opresión; la moral, cuya significación indicaría
ausencia de obligación del mismo tipo y cuya forma más elevada es la libertad
de espíritu[21]
el cual se propone como fin del obrar y meta a alcanzar con el esfuerzo moral.
La libertad de elección sería el tercer tipo. Ésta es la capacidad que tiene
el hombre de escoger una cosa u otra, de hacer o no hacer una acción cuando
subsisten ya todas las condiciones requeridas para obrar. Es, en definitiva,
el control de la situación en la cual la voluntad tiene el dominio de sí
misma, es la decisión libre a la que co múnmente se nombra libre albedrío.
Éste, a su vez, puede tomar dos formas: libertad de acción, de obrar o no; y
de especificación, de hacer esto o aquello. La libertad de elección comporta
un carácter ético[22].
II.B Un problema: el determinismo que cancela la
libertad. ¿Existe Dios o la libertad?
Una posición determinista induce a una negación de la
libertad presentada con carices diversos. En ella todo está determinado,
cualquier acto depende de los precedentes. Estos tipos son: físicos (pues
estamos rodeados de fuerzas cósmicas y naturales de las cuales no nos podemos
librar), fisiológicos (el comportamiento humano depende del cuerpo, genes y
glándulas que determinan el obrar), psicológicos (tendencias que provienen del
subconsciente) y sociológicos (el obrar como resultado de la presión del
ambiente).Vistas así, las formas de determinismo no son sino condicionamientos
de la libertad.
Ya Sartre identificaba existencia y libertad
absolutamente indeterminada. “El hombre –decía– está condenado a ser libre”
[23]. Sartre niega la existencia de Dios en nombre de la libertad humana.
Si Dios existiese resultaría imposible la absoluta libertad humana pues
estaría limitada. Dado que Dios no existe, el hombre es libre. La visión
negativa de la libertad, como negación del determinismo, y la consideración
paralela entre libertad divina y humana son los dos equívocos de donde nace
esa actitud.
II.C La libertad sólo existe en un sujeto
Empezamos a vislumbrar una salida a la absolutización
que se ha querido hacer de la libertad: a la pretendida “sustancialización” se
responde afirmando que la libertad sólo lo es en un sujeto que tiene una
naturaleza que lo condiciona y por lo cual es libre. Si no estuvies e en el
sujeto sería una ilusión. El sujeto es el que es libre, no la libertad. Y ese
sujeto es ser finito, contingente y limitado. ¿No puede resultar de un ser así
una libertad finita y limitada? La libertad es, pues, autodeterminación del
hombre, la única manera de que aquella sea libertad humana. ¿Es el hombre
libre? Claro que lo es, pero no ilimitadamente. Su libertad no se identifica
con su ser de hombre sino que constituye una de sus características
fundamentales. No es libre de ser cuerpo, estar sexuado; existiendo se ha
encontrado así y esto es su modo de ser específico. Tampoco puede despojarse
del mundo, de la historia, de la sociedad. Su libertad está condicionada por
el propio modo de ser, por sus pasiones[24].
Sin embargo, todos estos límites no hacen más que reafirmar la capacidad de
escoger que tiene el hombre.
III. Amor y libertad
Traslada do a nuestra invocación petitoria, al “Hágase
Tu voluntad”, parecería permanecer la cuestión: ¿puede pedírsele a Dios que se
haga su voluntad sin que queda anulada la propia libertad? La respuesta es sí.
La invocación no entraña antagonismo ni coacción, entraña amor. “Amor [que] no
es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad de un ser humano es
la libertad de un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma. Sólo
podemos poseerla como libertad compartida, en la comunión de las libertades:
la libertad sólo puede desarrollarse si vivimos como debemos, si vivimos según
la verdad de nuestro ser, es decir, según la voluntad de Dios”
[25]. Por eso pedimos que se haga Su voluntad, porque pedirla y aceptarla
presupone la existencia de un ser que libremente la quiere y la abraza.
La esencia de la libertad divina es su mismo Ser. Dios
es la aseidad, como anota Joseph De Financ e[26].
La libertad humana es finita. En la libertad absoluta está implicada nuestra
libertad como condición última de posibilidad y norma suprema donde se
manifiesta, sobre todo, en la experiencia del deber. Es el deber quien nos
llama hacia un Valor. Sin embargo, este valor no puede ser norma abstracta e
impersonal pues de serlo llevaría a la persona a renegar de su dignidad al
someterse a un principio de este tipo.
La libertad humana posee un grado de perfección
participado del Ser Subsistente. Es “uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra,
se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el
mayor mal que puede venir a los hombres”
[27]. El hombre es tanto más perfecto cuanto más participa y depende del
Ser.
Libertad humana es participación de la libertad divina
y es más perfecta en tanto en cuanto más depende de ella. La libertad es
abandono: “El hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se
convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no
pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios
encuentra la verdadera libertad, la amplitud más grande y creativa de la
libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño,
sino más grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El
hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás, retirándose a su
salvación privada; al contrario sólo entonces su corazón se despierta
verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto,
benévola y abierta”
[28]. “Nunca es tan grata la libertad como cuando bajo el régimen de un
rey justo”
[29].
La cuestión de fondo es la falta de disposición a
someternos a otra libertad. Sólo que aquí no se trata ya de entregarse a una
libertad finita que implicaría esclavitud al hacerlo a una libertad externa a
la nuestra. No obstante, la Libertad Absoluta no es externa a nosotros:
es interior y se halla en la raíz misma de nuestra libertad a la manera en que
el Ser divino está en el interior de nuestro ser pues es nuestra causa
inmediata. El hecho de que nuestra libertad dependa de la Libertad Absoluta
no es esclavitud “Porque la voluntad de Dios no es para los hombres una ley
impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida intrínseca de su
naturaleza, una medida que está inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así
criatura libre”
[30]. De esta manera “El libre albedrío dejado al hombre es un don tan
alto, tan trascendental, que más bien parece por parte de Dios una abdicación
que una gracia”
[31]. Más define al hombre su dependencia a la Libertad Absoluta
que su libertad; es aquella la causa inmediata de su ser.
IV. El amor es la plenitud de la libertad
La plena significación de la libertad se manifiesta en
relación con el amor. El amor es su acto supremo y no se puede hablar de amor
sino cuando es libre. Es imposible la existencia de amor sin libertad. Cuando
“El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una dependencia y
que necesita desembarazarse de esta dependencia para ser plenamente él mismo
[…] no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él
quiere tomar por sí mismo del árbol del con ocimiento el poder de plasmar el
mundo, de hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a
la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece
fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere poder.
Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su
vida. Al hacer esto se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde
con su vida en el vacío de la muerte”
[32]. Quien ama[33]
se encuentra en postura de donación, y por eso respecto a ellos se encuentra
en estado de perfecta libertad. Deus caritas est.
Para llegar a la madurez de la libertad el hombre debe
pasar por la experiencia del amor. Ama y haz lo que quieras. Es en él donde
madura la libertad. Al decir “Hágase tu voluntad” aceptamos concien temente
que la Libertad que obra incesantemente en el mundo lleve su obra a buen
término; deseamos que su obra triunfe. “Cuanto más cerca está el hombre de
Dios, tanto más cerca está de los hombres”
[34].
IV. A Ejemplos de libertad sublimada
“Al principio Dios creó al hombre y lo dejó a su
propio albedrío” (Si. 15, 14). La Sagrada Escritura regala una gama de
personajes en los que su sí a la voluntad de Dios, a la intervención de Dios
en su libertad para llevar a cabo su plan en el mundo, jamás se las anuló o
disminuyó sino, más bien, se las potenció elevándolas, sublimándolas. Fue el
asentimiento consciente de seres libres que en un espacio y un tiempo hicieron
su opción fundamental. Al primer sí sucedió, las más de las veces, una
constante renovada en cada acto libre que se orientaba hacia la dirección que
Dios quería.
Cómo entender, sino, el “Vete de tu tierra, de tu
patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn. 12, 1)
dirigido a Abrahán, sino a la luz de una precedente y larga maduración
interior. Sin esta consideración, resulta todavía menos comprensible aquel
dramático y desconcertante mandato que cala en lo hondo de toda sensibilidad
humana: “Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de
Moria y ofrécelo ahí en holocausto en uno de los montes que yo te diga” (Gn
22, 2).
Ante todo, “Hágase tu voluntad”; aunque no se
entienda, aunque esté fuera de toda lógica, aunque resulte costosa. “¿Acaso se
complace Yavhé en los holocaustos y sacrificios / tanto como en la obediencia
a la palabra de Yavhé? / Mejor es obedecer que sacrificar, / mejor la
docilidad que la grasa de los carneros” (1 Sm. 15, 22). Ya lo decía G. Mc
Donald: “He descubierto que mientras cumplo la voluntad de Dios, no tengo
tiempo para discutir sus fines”
[35].
Veterotestamentariamente, esta es la clave de lectura
de la pasión y muerte del Hijo de Dios cuyo paralelismo, emotivamente
conmovedor, es más que elocuente como ejemplificación de una libertad que se
abandona confiada y amorosamente en la del Padre: “Tomó Abrahán la leña del
holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el
cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abrahán: “¡Padre!”
Respondió: “¿Qué hay, hijo?” – “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está
el cordero para el holocausto?” Dijo Abrahán: “Dios proveerá el cordero para
el holocausto, hijo mío”. Y siguieron andando los dos juntos. Llegados al
lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abrahán el altar y dispuso la
leña; luego ató a Isaac, su hijo, y lo puso sobre el ara, encima de la leña.
Alargó Abrahán la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo” (Gn. 22,
6-10).
O cómo entender la actitud de Job quien, “A pesar de
todo, no pecó ni imputó nada indigno a Dios” (Jb 1, 21-22), incluso cuando las
situaciones le fueron más que catastróficamente adversas. En la actitud de Job
se rezuma aquel salmo que reza:
“Está escrito en el rollo del libro
que debo hacer tu voluntad.
Y eso deseo, Dios mío,
tengo tu ley en mi interior”.
(Sal 40, 7-9)
Esa ley es la aceptación oblativa a una Voluntad que
busca hacerse; una Voluntad que “No es sólo una Voluntad de omnipotencia, sino
también omnipotencia de amor, una omnipotencia de misericordia”
[36] que actúa en el ser consciente de que Dios se lo ha dado todo y él
mismo se lo puede quitar[37].
La opción fundamental se refiere siempre a la propia
realización y forma parte del carácter propio del hombre, no como aspec to
innato, sino como dimensión adquirida. Opción que, libremente, podemos no
aceptar. Como no traer a colación el ejemplo de Jonás cuya rebeldía, en un
primer momento, es la más drástica demostración de un hombre capaz de abdicar
su misión en virtud de su libertad.
“Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras,
los que le aman guardan sus caminos” (Si. 2, 15). El “Hágase tu voluntad” es
capaz de pronunciarlo un corazón libre.
El Nuevo Testamento es también un ejemplo de
obediencia, de adhesión constante al querer divino por amor. En él, Jesús se
coloca en la más alta cima de asentimiento amoroso y obediente en quien la
identificación con el querer divino, su mismo querer, alcanza el clímax más
noble: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Cristo nos enseña que “Sólo
la obediencia libera, que sólo la obediencia redime y santifica, que sólo la
obediencia enriquece, que sólo la obediencia salva del pecado, que sólo la
obediencia agrada a Dios”
[38].
Cómo no recordar, finalmente, a la más acabada
criatura salida del poder redentor de Cristo cuyo sí a la libertad encumbrada
resuena con fuerza en nuestros corazones e interpela a la imitación. A ella
Dios le expresó su voluntad y ella la quiso: “Hágase en mí según tu palabra”
o, lo que es lo mismo, “Hágase tu voluntad”: hágase porque yo libremente la
abrazo, la amo; hágase porque sé quién soy, porque me reconozco criatura,
porque me sé dependiente. “A dónde tu vayas iré yo, y donde mores yo moraré;
tu gente será mi gente, y tu Dios será mi Dios. La tierra que, muerta, te
reciba en su seno, será la tierra donde yo muera y donde se abrirá mi
sepultura… Que sólo la muerte me separe de Ti” (Ruth 1, 16-17). Ahí la
actitud, ahí el ejemplo a seguir, la postura a adoptar.
Es ella misma, María, quien toma hoy de nuevo la
iniciativa y nos dice con ternura materna que invita a la confia nza, “Haced
lo que Él os manda”, dejad que se haga su voluntad, Él no puede buscar su mal
u oprimirles y sí elevarles hacia Él.
Notas al pie de página
1 S. THOMAS AQUINAS, S. Th. 2-2, 83, 9.
2 GREGORIO MAGNO, Commento morale a Giobbe, 20,
1 (CC 143 A, p. 1003).
3 “La expresión tradicional Oración del Señor
significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús.
Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del
Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras que el Padre le ha dado: Él
es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce
en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los
hombres, y nos las revela: es el modelo de nuestra oración”. Catecismo de
la Iglesia Católica, no. 2765. (En adelante CIC para citar al catecismo).
4 El Catecismo de la Iglesia Católica también las
llama “bendiciones”.
5 “Santificado sea Tu nombre”, “Venga Tu Reino” y
“Hágase tu voluntad”. En esta apertura al Tú de Dios se plasma la
disponibilidad, la cooperación libre y voluntaria de la criatura que se sabe
hija amada de Dios.
6 “Danos el pan…”, “Perdona nuestras ofensas…”,
“No nos dejes caer…” y “Líbranos del mal”.
7 Cfr. CIC No. 2803.
8 “La expresión Dios Padre no había sido revelada
jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A
nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre
implica el nuevo del Padre”, TERTULIANO, Or. 3.
9 “Gramaticalmente, “nuestro” califica una realidad
común a varios. No hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos
que, por la fe en su Hijo único, han renacido de Él por el a gua y el Espíritu
[…] Al decir Padre “nuestro”, la oración de cada bautizado se hace en esta
comunión: “La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una
sola alma” (Hch 4,32)” (CIC, no. 2790).
10 Por eso al implorar “Hágase tu voluntad” se
entiende que la voluntad que se quiere es la buena, la del Padre Nuestro
del cielo que se opone al padre de la tierra cuya voluntad puede, en cuanto
humana, errar, tender al mal.
11 Mt. 6, 10. “En la redacción de Mateo, el Padre
Nuestro contiene siete peticiones. Mateo siente predilección por esta cifra:
dos veces siete generaciones en la genealogía, 1, 17; siete bienaventuranzas,
5, 3; siete parábolas, 13, 3; perdonar no siete veces sino setenta veces
siete, 18, 22; siete maldiciones contra los fariseos, 23, 13. Tal vez para
obtener esta cifra de siete es por lo que Mateo ha añadido al texto básico (Lc
11, 2-4) las peticiones tercera y séptima”. Comentario a Mt. 6, 9, Nueva
Biblia de Jerusalén revisada y aumentada, Desclèe de Brouwer, Bilbao,
España 1998.
12 Cfr. CIC no. 2807.
13 S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catech. myst. 5, 13.
14 La voluntad de nuestro Padre es “que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4);
su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado” (Jn,
13, 34; 1 Jn 3; 4; Lc 10, 15-37).
15 C. FABRO, Commento al Pater Noster,
Pontificia Accademia di San Tommaso d´Aquino, Cittá del Vaticano 2002, no. 30,
p. 45. La traducción es mía.
16 BENEDICTO XVI, Homilía durante la solemne
concelebración eucarística en la basílica de san Pedro, jueves 8 de
diciembre de 2005. L´osservatore Romano no. 50 (694-695) pág. 6.
17 “Del latín substantia, de sub, debajo, y
stare, estar, por consiguiente traducción del griego hypóstasis, lo
que está debajo, el suppositum, como el fundamento, y sobre todo de
ousía, la esencia o entidad de algo, pero también de hypokhéimenon,
el sujeto o el sustrato.
En el uso ordinario del lenguaje, la naturaleza
química de un cuerpo concebida muy vagamente o la naturaleza de un asunto, en
oposición a lo que se considera secundario o accidental, pero término
fundamental en la historia de la filosofía tradicional occidental, opuesto al
también definido y preciso de accidente. En Aristóteles, verdadero introductor
del término en el uso filosófico, en principio, lo real existente como
individuo, aunque la noción varía a lo largo de su obra filosófica”.
“Sustancia”, en J. CORTÉS MORATÓ y A. MARTÍNEZ RIU, Diccionario de filosofía
en CD-ROM, Herder, Barcelona1996-1999.
18 Del latín, actum, de agere, obrar,
actuar; en griego, enérgeia, actividad, fuerza. En g eneral, la acción
humana, a la que se supone, por definición, consciente y voluntaria. Decimos,
así, «acto moral» o «acción moral». En un segundo sentido, más preciso en el
ámbito filosófico, procedente de la tradición filosófica aristotélica, uno de
los dos conceptos, del binomio acto y potencia, con que Aristóteles explica el
cambio en el mundo físico. Si «potencia» es la posibilidad de ser algo, «acto»
es la realidad de serlo. Frente a la potencia, el acto se caracteriza por la
existencia y la determinación (conjunto de propiedades definibles). La idea
global que Aristóteles tiene de la naturaleza es que se trata de un conjunto
de cosas que han llegado a ser, o de potencias actualizadas. Aristóteles
también utiliza, para acto, el término entelequia, perfeccionamiento, con el
sentido de aquello que tiene en sí mismo el principio de su perfección, con lo
que señala que el acto es principio de la perfección o perfecta realización de
una cosa”. “Acto”, en J. CORTÉS MORATÓ y A. MARTÍNE Z RIU, Diccionario de
filosofía en CD-ROM, Herder, Barcelona1996-1999.
19 R. LUCAS LUCAS, El hombre espíritu encarnado,
Sociedad de educación Atenas, Madrid 1993, p. 169.
20 J. DE FINANCE, Ética general, Universidad
Gregoriana, Roma 1967, no. 315.
21 PLATÓN, Gorgias, decía que de nada sirve ser
dueño de los demás si se es esclavo de los propios apetitos.
22 Mientras la libertad moral se presenta como fin de
la vida moral, la libertad de elección es condición de posibilidad de la vida
moral.
23 J. P. SARTRE, L´être et le néants, IV, 1.
24 “Pasión es una tendencia o inclinación vehemente
hacia alguien o algo. Una tendencia secundaria reforzada que se desarrolla más
eficazmente que las demás. No obstante una cierta connotación negativa, la
pasión en sí misma no es mala ni inmoral; será buena si está dirigida a un fin
moralmente bueno; será mala si está dirigida a un fin moralmente malo. Las
pasiones malas se transforman en malas, mientras las buenas llegan a ser
virtudes”. R. LUCAS LUCAS, El hombre espíritu…, Sociedad de educación
Atenas, Madrid 1993, p. 350.
25 BENEDICTO XVI, Homilía durante…,
L´osservatore Romano N. 50 (694-695) pág. 7.
26 Cf. Existence et libertè, Emmanuel Vitte
Editeur, Lyon 1995.
27 M. DE CERVANTES, Don Quijote, parte II, cap.
LVIII.
28 BENEDICTO XVI, Homilía durante…,
L´osservatore Romano N. 50 (694-695) pág. 8.
29 CLAUDIANO, De laudibus Stilichonis, III,
113.
30 BENEDICTO XVI, Homilía durante…,
L´osservatore Romano N. 50 (694-695) pág. 8.
31 J. DONOSO CORTÉS, Ensayo sobre el catolicismo,
libro II, cap III.
32 Cfr. nota 16.
33 Amar para Aristóteles y Tomás de Aquino es “velle
alicui bonum” (ARISTÓTELES, Retórica II, cap. 4, n. 2; 1380 b 35;
TOMÁS DE AQUINO, Summ Theol., I-II, q. 26, a. 4). Wojtyla dirá de él
que “es el acto que realiza del modo más completo la existencia de la persona”
(K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad, Razón y Fe, Madrid 1978, p. 86).
34 Benedicto XVI, Homilía durante…,
L´osservatore Romano N. 50 (694-695) pág. 8.
35 Marquis of Lossie, cap. LXXII.
36 C. FABRO, Commento al Pater Noster,
Pontificia Accademia di San Tommaso d´Aquino, Cittá del Vaticano 2002, no. 28,
p. 42, La traducción es mía.
37 Cfr. Jb 1, 21.
38 M. MACIEL, Seguir a Cristo, Antología de
textos sobre Jesucristo, Salamanca, España, 1986.