VIII

 

LA VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

DEBE PROSEGUIR EN NOSOTROS

 

 

No tenemos más que una palabra para resumir todos los beneficios de Dios: la gracia.

Esta denominación abstracta no debe velarnos el hecho de que cada uno de nosotros tiene su gracia propia, característica, polarizada, análoga al lugar que ocupa en los designios de Dios y a la función que debe llenar. Dios no se repite: cada alma, como cada ángel, es una creación totalmente nueva, especial, y no un ser de ocasión que ya ha sido utilizado antes.

 

Si la gracia es personal en cada uno, ciertamente la gracia de la Santísima Virgen tuvo su propio carácter: ¡de ser la Madre de Dios!

Tuvo Desde el primer momento: la inmunidad, la belleza sobrenatural, ¡la acción divina empleándose a fondo!

Por tanto, la entrada de la Virgen en el Templo tenía también su propio carácter, su intención:

-era una preparación de la Maternidad divina,

-una preparación de la Encarnación.

Esto debe ser para nosotros un objeto de contemplación familiar...

La afinidad con nuestra vida la podemos encontrar en su:

-soledad,

-apartamiento del mundo,

-adhesión constante a Dios y a las cosas de Dios,

-sentido de la Liturgia santa,

-educación sobrenatural,

-noviciado de la Maternidad divina.

Esto era el verdadero Templo de Dios: Dios no está verdaderamente más que en Él y en las almas, y Él estima más esta habitación espiritual que lo acoge dentro de nosotros que la morada que recibió dentro del seno de la Santísima Virgen: «Más dichosos aún los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28).

¡Bastaría con ocuparse, mediante el solo pensamiento y la piedad, de las disposiciones interiores de la Virgen! La alegría apacible de un alma en la que todo estaba en armonía perfecta; la docilidad de su alma a las enseñanzas de esta Liturgia creada para ella; una santidad que se ignoraba a sí misma aún cuando la Escritura estaba tan clara; una santidad tan simple que debió permanecer ignorada a su alrededor.

 

Tenemos que extraer de la luz analizada, un rayo coloreado.

De la armonía, de la humildad perfecta, una tan feliz mezcla de toda virtud.

 

« Huerto eres cerrado, ¡oh Madre de Dios!,

huerto cerrado, fuente sellada.» (Ct 4,12, y Liturgia de las fiestas de la Virgen).

No es de la Sinagoga, es de la Santísima Virgen, de sus propios labios, de los labios de su Hijo, de quienes hemos recibido los Salmos, la fórmula auténtica y divina de nuestra oración.

 

La vida de la Santísima Virgen,

la vida de Nuestro Señor Jesucristo se debe proseguir en nosotros. ¿Por qué el sistema litúrgico, la organización histórica de la oración, el cuidado obstinado y maternal de la Iglesia en colocarnos siempre frente a los misterios de Nuestro Señor Jesucristo? Esto ya se sabe... Lo he escuchado desde mi infancia... Nunca han dejado de hablarme de eso...

«No quise hablaros más que de Jesucristo .»

Cada año nuestro no es sino una ocasión continua de revivir y repetir en nosotros al Señor, tanto

en la vida activa, como en la vida contemplativa.

en la vocación común y en la vocación especial.

La vida activa nunca será suficiente. Es a Dios en su totalidad, a Jesucristo en su totalidad, lo que debemos afirmar en nuestra vida.

La Congregación en su totalidad. Santa Ana, la Presentación.

Si es verdad que cada hombre tiene su vocación especial, propia... también la tiene este grupo de almas: Dios no actúa al azar. La gracia no se distribuye a la buena suerte, como el sembrador su grano. Es a propósito.

¿Cuál es la intención divina?

Haría falta ser profeta e hijo de profeta para adivinarlo. Pero no necesitamos saberlo.

Para guiarnos conventualmente a este fin que el Señor asigna misteriosamente a nuestra actividad y a nuestra existencia de comunidad no necesitamos saber su fisonomía exacta. Nos acomodaríamos en ella, haríamos mal.

Bastará con que nosotros seamos fieles a nuestra Regla, a nuestra oración, a la vida sobrenatural, a la enseñanza de la Iglesia.

No busquemos apoyos humanos.

No los necesitamos.

Sea cual sea nuestra obra conventual, sabemos que entra en el plan de la Encarnación. Por tanto, se realiza de una manera segura a través de los mismos procedimientos que sirvieron para preparar la Encarnación.

Dejemos a otros la cantidad, la inteligencia, el brillo, el éxito. No ambicionemos más que una gloria: la de la humildad monástica.

Y una alegría: la de pertenecer a Nuestro Señor Jesucristo y a su Madre.

 

«MISSUS EST» 1897.