Gustavo Bueno: el Dios cristiano
ha salvado a la razón de las supersticiones y sectas.
FUENTE: La Nueva España.
«Es el Dios de los cristianos quien ha salvado a la razón humana a lo largo de
la historia de Occidente». La frase, literalmente apoteósica, es la culminación
del capítulo que el filósofo español Gustavo Bueno ha titulado «¡Dios salve la
Razón!», dentro del libro del mismo título en el que ocho pensadores de
diferentes países glosan la célebre conferencia del Papa Benedicto XVI en la
Universidad de Ratisbona, en septiembre de 2006. De este capítulo se hace eco el
periodista Javier Morán en el diario asturiano La Nueva España.
Aquella alocución pontificia se hizo famosa por haber desatado las iras de
amplios sectores del Islam, ya que el Papa resaltó la relación de razón y fe, y
la racionalidad del cristianismo, frente a la irracionalidad posible de otras
creencias. En el citado capítulo, Bueno sostiene que esa racionalidad ha
consistido en que el Dios de los cristianos ha salvado a la razón de sucumbir en
«desviaciones o trastornos» como las supersticiones -fetiches, talismanes,
horóscopos, adivinaciones, sectas-, «que renacen con inusitado vigor en las
sociedades industriales de nuestros días». Pero la razón también ha sido
salvada, agrega Bueno, de «mitologías o ideologías delirantes», de «desviaciones
escépticas o nihilistas», del «relativismo, la trivialización y el
postmodernismo», o de «dogmatismos y fundamentalismos institucionales».
Si en la presentación del referido libro, el pasado 12 de diciembre, Gustavo
Bueno afirmó que «extiendes la vista por el mundo y ves que el Papa Benedicto
XVI es de lo poco aprovechable que anda por ahí», en el preámbulo de su capítulo
reconoce una «admiración no meramente retórica» por el Papa, y de ahí que «el
mejor homenaje que creo poder rendir a S. S. Benedicto XVI» es «este mi
comentario, amablemente pedido por Ediciones Encuentro, a la lección magistral
por él pronunciada en la Universidad de Regensburg (Ratisbona en alemán)».
Además de la de Bueno, la obra contiene las reflexiones al respecto de Wael
Farouq, André Gluksmann, Jon Juaristi, Sari Nusseibeh, Javier Prades, Robert
Spaemann y Joseph Weiler. En el capítulo introductorio, Prades, sacerdote y
catedrático de Teología Dogmática en la Facultad de Teología San Dámaso
(Madrid), destaca del filósofo asturiano que «no podemos menos que compartir una
por una tales denuncias» de Gustavo Bueno, puesto que «en el clima cultural de
nuestra España es inusitado encontrar una postura así, que por ello mismo
desvela un espíritu libre y amante de la razón».
Metido ya en materia, Bueno explica al comienzo de su capítulo que trata de
«traducir» la conferencia papal «a las coordenadas del materialismo filosófico
que profeso». Por tanto, lo primero que hace el filósofo es «poner mis cartas
boca arriba» a la hora de precisar cuál es su idea de razón y cuál su idea de
Dios. Por tanto, Gustavo Bueno, ateo, no se va a referir a Dios, sino a la idea
de Dios, acortando para ello las distancias respecto a la Teología y a la
Iglesia católica con simpatía y ninguna virulencia.
Así, en la primera parte de su escrito establece que «la racionalidad no puede
ser predicada de Dios», porque «Dios no necesita hacer silogismos», lo que en
palabras de Santo Tomás equivale a decir que «in scientia divina nullus est
discursus». En esta línea, «el universo no puede recibir el atributo de
racional». Sin embargo, «el dios del monoteísmo es acaso originariamente, antes
que una idea religiosa, una idea filosófica, prefigurada». Ahora bien, al
avanzar sobre la idea de Dios, Bueno afirma que «el cristianismo representa una
auténtica subversión de la Teología natural aristotélica, porque el Dios de los
cristianos ya no es una sublime soledad, sino una trinidad de tres personas
divinas, la segunda de las cuales, además, se une hipostáticamente con el hombre
a través de Cristo».
Tras dichos preámbulos, Bueno aclara cómo abordar el asunto de la razón salvada
por Dios según «posiciones materialistas». Y lo plantea al considerar un
«proceso de degeneración de la razón», no individual -demencias,
esquizofrenias...-, sino «a escala histórica», y consistente en esos episodios
en los que la razón cae por la pendiente de supersticiones, nihilismos,
fundamentalismos, etcétera. En esas caídas, es posible «atender a la fórmula
teológica que reconoce a Dios como un principio de salvación de la razón humana
degenerada», ya que se trata de «desviaciones susceptibles de recibir la
influencia correctora de instituciones también precisas, y, entre ellas, la
influencia de esa "institución divina" característica que es la Iglesia
católica».
Por ejemplo, respecto a las supersticiones, la Inquisición supuso un «principio
de racionalidad», ya que, «frente a los ardides perversos de los genios malignos
capaces de aterrorizar a los hombres, el Dios cristiano ofrecía una garantía de
economía, de sobriedad y de seguridad entonces inexpugnable». Lo mismo sucedió
frente al «delirio gnóstico», pues «la supresión de la Inquisición y de otros
controles comparativamente más racionales del Antiguo Régimen permitió, sin
duda, el desbordamiento, en la época industrial de los dos pasados siglos, de
las corrientes más delirantes que actúan todavía en nuestro siglo: espiritismo,
mormonismo, satanismo, culto a los extraterrestres, cienciología, teosofía,
parapsicología, horóscopos, adivinaciones, quiromancias, profecías,
escatologías, etcétera».
Y ello afecta «no solamente a los grupos analfabetos de nuestra sociedad, sino
también a los grupos semicultos, y aun a los que están provistos de una
formación tecnológica especializada, incluso científica». Por ello, Bueno
critica «el panfilismo humanista» de «los gobiernos que encuentran en el
laicismo el cauce infalible para una educación racional».
En otro apartado, el filósofo se refiere al «fundamentalismo religioso en su
forma de fideísmo dispuesto a acatar las revelaciones y mandatos de un Dios
voluntarista, irracional y atrabiliario -el Dios de Calvino, que Max Weber puso
en los orígenes de un capitalismo movido por la desesperación». Este
fundamentalismo «encontró su correctivo salvador en el Dios sensato, racional y
prosaico de la Teología católica». Se trata de «un Dios que está mucho más cerca
del racionalismo económico desplegado en el curso del capitalismo moderno, tal
como lo explicó, no ya Max Weber, sino Carlos Marx».
En definitiva, va concluyendo Gustavo Bueno, «el Dios trino del cristianismo
tiene una estructura similar a la de las personas humanas, que han desarrollado
formas de racionalidad más potentes a través de su instituciones históricas»,
gracias a que la racionalidad «no es solitaria, ni autista, como lo es el Dios
de Aristóteles o el de Mahoma». Y hay reglas para el mundo halladas en el Dios
cristiano, «ante las cuales las grandes masas populares pueden mantenerse dentro
de unos límites capaces de defenderse del pánico, del delirio, de la
superstición, del horror».
Y el Dios cristiano «podrá seguir salvando la razón en los momentos
impredecibles, pero inexcusables, en los cuales los contactos de las sociedades
occidentales con las sociedades orientales, o de cualquier otra estirpe, pongan
a la racionalidad históricamente conquistada ante el peligro de sus mayores
extravíos», pronostica finalmente Gustavo Bueno.