GUÍA PRÁCTICA PARA LA ORACIÓN MENTAL

 

 

A) Busca un momento y lugar adecuados. Por intensa que sea tu jornada, siempre encontrarás un remanso para evadirte unos minutos ---¿diez, quince?--- y recogerte en una habitación más o menos tranquila, lejos de la televisión y el teléfono. Ten a la vista alguna imagen piadosa ---un crucifijo, un cuadro de Nuestra Señora---, y llévate el Evangelio u otro texto para meditar, y quizá una libreta donde apuntar ideas y propósitos.

 

B) Ponte en presencia de Dios.Aparta pensamientos vanos e inoportunos y busca dentro de ti a Nuestro Señor. Para conseguirlo recita piadosamente alguna oración vocal, por ejemplo ésta, tomada de la predicación de san Josemaría Escrivá:  

 

Para empezar la oración: Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, san José mi padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

 

C) Represéntate la escena y aplica el corazón. El corazón, entendido en el sentido fuerte y serio de la Escritura, simboliza al hombre entero, unidad de espíritu y cuerpo, inteligencia y voluntad. Vuélcate por tanto en la narración evangélica, imagínala con sus detalles y circunstancias, revive su tensión dramática: el asombro de la multitud, las conjuras de los judíos, el afecto de los discípulos, la envidia de los poderosos, la gratitud de los curados y, sobre todo, la pasión incontenible que mueve su Corazón.

 

¿Y cómo mantener la atención durante el tiempo que te has fijado?  Habla a Jesucristo con naturalidad y franqueza sobre lo que contemplas en Él. Los ingredientes de este diálogo son muy variados; a continuación proponemos unos cuantos, que puedes seguir a tu aire y sin rigideces:

 

1) Actos de fe: Dile abiertamente que crees en Él, en su amor, en su Esposa la Iglesia, en sus sacramentos y doctrina, en los instrumentos que Él emplea para tu bien: tu familia, tus amigos, tus colegas, y también en muchas circunstancias donde reconoces el rastro de su Providencia: avatares cotidianos, tentaciones, penas, alegrías, etc.

 

2) Actos de amor: Inspírate para ello en la Escritura, en la Liturgia, o incluso en canciones que te vengan a la memoria, o díselo con palabras tuyas, según te dicte el Espíritu Santo, pero no te canses. El amor se alimenta declarándose, crece diciéndose.

 

3) Peticiones: Manifiéstale todos tus deseos: desear es aumentar la capacidad de recibir. Sé mendigo de Dios: pordiosea hasta los favores más sencillos, pues son un milagro que hay que desear, pedir, esperar, recibir y agradecer. Sea el Señor tu delicia y Él te dará lo que pide tu corazón (Sal 36).

 

4) Preguntas: ¿Qué significa esto que he vivido hoy, lo que me impresionado, lo que me duele, lo que me atrae? ¿Qué lectura cristiana tiene esta experiencia, aquel recuerdo, aquella ilusión? ¿Qué me estás queriendo decir en este día, o pedir, o dar…?

 

5) Desahogos: Expláyate con toda confianza; saca fuera recelos, temores, complejos, frustraciones, rencores, toda esa fauna, en fin, que intoxica tu pensamiento y te hunde en el pesimismo. Sólo abandonando estas cosas en sus manos les encontrarás sentido. Confía al Señor todas tus preocupaciones y Él te sostendrá (Sal 54, 23).

 

6) Ofrecimientos: Une a su Sacrificio redentor todo lo que traes entre manos para que adquiera valor divino: trabajos, proyectos, ilusiones. Sitúa tu vida cotidiana en el campo magnético de la Cruz, o lo que es lo mismo, de la Santa Misa: Cuando yo sea elevado sobre lo alto todo lo atraeré hacia mí (Jn 12, 32).

 

7) Agradecimientos: Recuerda y celebra los beneficios de Dios, por más que sean inabarcables, ya que siempre recibes más de lo que conoces, más de lo que pides, más de lo que mereces, más de lo que esperas. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación   invocando su nombre (Sal 115, 12).

 

8) Arrepentimientos: Reconócete en la Pasión como uno más y pide perdón por tus complicidades, tus noes a Cristo en forma de pereza, orgullo, vanidad, atolondramiento, cobardía… Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado (Sal 50, 3-4).

 

9) Recuerdos: Lee el libro de tu vida a la luz de Dios para reconocer en todo su mano providente. Recupera el tiempo perdido mediante tu conversión personal: en Cristo nada se pierde. Y cuando los recuerdos acudan inoportunos e inesperados, introdúcelos en la oración para sacarles partido. Reza por las personas y asuntos que entonces te distraen.

 

10) Propósitos: Ábrete al futuro con decisión y valor. Tu horizonte es Cristo y tu vida una aventura. ¿Por dónde empezarás? ¿Qué paso debes dar hoy y mañana? Empapa tus propósitos en tu fe: pide lo que concretas y concreta lo que pides. Olvidado de lo que dejo atrás me lanzo a lo que tengo por delante (Filipenses 3, 13)

 

11) Actos de esperanza: Confía en que estos propósitos, formulados mano a mano con Dios, se cumplirán. Vive de esperanza y no de experiencia.  Tú mismo eres milagro y proyecto de Dios, y tienes sobrados motivos para el optimismo. Confía en que llegarás a tu sazón, como el árbol de mostaza. Mi alma espera en el Señor más que el centinela la aurora (Sal 90, 3-5).

 

D) Da gracias a Dios e invoca su ayuda: También aquí es útil recitar una oración vocal, como la siguiente de san Josemaría, que complementa la anterior:

 

Para acabar: Te doy gracias Dios mío por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía inmaculada, san José, mi padre y Señor, Ángel de mi guarda, interceded por mí.

 

Pablo Prieto

pabloprieto100@hotmail.com