La Formación de la Madurez Humana


El primer paso en la tarea de la formación de una personalidad madura se encuentra en la triada conócete, acéptate, supérate.

Autor: Mayra Novelo
Fuente: Catholic.net

Vivir según la voluntad de Dios implica la decisión de formarse de cuerdo «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), es decir«a revestirse del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad verdaderas» (Ef4,24)

Esta decisión de formarse es imprescindible. Cimentado sobre ella el hombre puede ordenar cada hora y cada minuto de su vida hacia su fin último. No tomar esta decisión es servir a dos señores y formarse en una personalidad dividida y doble, en cuento que se ha hecho una opción por Dios, pero no se busca concretarla con hechos. Cuanto más sólida es la opción fundamental, más sólida es la decisión de formarse bien. Formarse no sólo en algunos aspectos, sino en una formación integral que abarque todo el hombre en todos los momentos de su vida.

En esta formación es sumamente importante la armonía e integración de los diversos aspectos de la personalidad, el desarrollo armónico de los componentes de la personalidad, buscando un crecimiento en las áreas de la formación integral de la persona: espiritual, humana, intelectual y apostólica - social.

a) En la dimensión espiritual, alcanzando por la vida de Gracia y el ejercicio de las virtudes teologales, una relación personal de amor con Dios, Padre, redentor y Amigo cercano.

b) En la dimensión humana, desarrollando las capacidades, virtudes y actitudes que les permitan llevar una vida acorde con su relación personal con Dios, formando una conciencia recia que equilibre nuestras facultades, de modo que la razón y la voluntad dirijan las pasiones y sentimientos.

c) En la dimensión intelectual, adquiriendo los conocimientos que nos sirvan para aplicar y actuar reflexivamente los principios de nuestra fe, logrando que la razón, iluminada por la fe, guíe toda nuestra vida.

d) En la dimensión apostólica y social, comprometiéndonos de una manera personal y eficaz en las tareas de colaborar activamente en el bienestar de los demás y de hacer partícipes a los demás hombres de nuestra amistad con Cristo, colaborando dentro de la Iglesia en la extensión del Reino de Cristo en el mundo.

Para poder formar una personalidad madura, partimos de principios fundamentales que nos ayudan independientemente del estado o condición de vida que tengamos.

El primer paso en la tarea de la formación de una personalidad madura se encuentra en la triada conócete, acéptate, supérate.


Conócete

El que quiere formarse bien según un ideal elegido tiene que prestar una atención cuidadosa y tenaz para conocerse a sí mismo a fondo. Conocerse significa tener una visión integral de sí mismo que abarca todas las facultades enfatizando sobre todo el conocimiento del propio temperamento, la emotividad, el grado de actividad, la resonancia y la capacidad de reflexión.

Está claro que los temperamentos son diversos, por eso cada uno lleva su propio bagage de cualidades o defectos y de valores por descubrir. Hay que conocerlos, no sólo a través de una reflexión serena, sino también con la ayuda de los demás, escuchando con objetividad lo que dicen. Ciertamente este conocimiento no se logra en un día ni en un año. Es preciso formar, entonces, el hábito del autoanálisis y la apertura a las sugerencias y ayudas de los demás, aunque a veces no sean muy agradables.


Acéptate

La reflexión y la introspección revelan defectos hasta entonces desconocidos, pero también descubren cualidades y posibilidades de superación. La actitud que se debe adoptar no puede ser sino la de serena aceptación. Es importante recordar que nuestro ser no es una carga pesada o un castigo sino un fruto del amor infinito y bondadoso de Dios.


Supérate

La aceptación de sí mismo, que no es resignación derrotista ni conformismo egoísta, debe llevar al hombre a la decisión profunda y permanente de superarse. Esto se hace tomando una actitud responsable y conquistadora ante la vida; una disposición positiva que lleva a la persona a vivir, no según los sentimientos y las circunstancias pasajeras, ni mucho menos según la opinión de los demás, sino de cara a Dios. Tomando los diversos momentos de la vida como lo que son: respuestas al amor de Dios.

Este es el verdadero sentido de la responsabilidad: querer guiar la propia vida, en todos sus detalles, según los preceptos de aquél en quien se tiene puesta la confianza (cf. 2 Tm 1,12).

Es este tipo de hombre al que se llama coherente, sincero, leal; en una palabra, auténtico. La presencia de los demás , no es el factor determinante de su obrar sino el amor a Dios mismo. El hombre maduro integral vive todos los acontecimientos desde el punto de vista de su fe en Dios, por eso sabe apreciar las cosas más sencillas de su vida.

Un punto importante es el que se refiere al espíritu positivo, es decir, el objetivo del esfuerzo no es superar un defecto, sino amar más y adquirir perfección en la virtud. La actitud no debe ser “malum vitandum”, solamente, sino “bonum facendum”. Se trata de hacer el bien, no de evitar el mal solamente


Hasta ahora hemos hablado de la parte humana de este trabajo. No hemos de olvidar que el trabajo de identificación con Cristo sobrepasa completamente nuestras posibilidades humanas. Necesitamos la ayuda de Dios. La tenemos en el Espíritu Santo que Cristo nos prometió en la Última Cena (cfr. Jn 14,26)
Él, como artífice y guía, con la acción de la gracia nos va transformando e iluminando en nuestro trabajo.

En la medida en que nos prestemos a la acción divina, nos acercaremos más a nuestro divino modelo, Jesucristo. Seremos más maduros como cristiano cuanto más unamos nuestros esfuerzos a la acción de la gracia.

Esto lo debemos tener muy presente en nuestra labor como maestros, el verdadero trabajo de transformación lo realiza el Espíritu Santo, pero se vale de nuestro trabajo para lograrlo.