El Señor nos invita a ir a la fiesta, cuyo tiempo –nos dice– está siempre dispuesto. ¿Cuál es esa fiesta? La fiesta más elevada, la más verdadera; es la fiesta de la vida eterna, es decir; la eterna bienaventuranza, donde se da de verdad la presencia de Dios. Esta no puede tener lugar aquí abajo, aunque la fiesta que podernos celebrar ya aquí es un anticipo de aquélla. Este es el tiempo de buscar a Dios y tener su presencia corno punto de mira en todas nuestras obras. Muchas personas quieren pregustar semejante gran fiesta y se lamentan de que no se les conceda. Y si no encuentran ninguna fiesta en su corazón cuando oran, ni sienten la presencia de Dios, eso les aflige, y lo hacen cada vez menos y de mala gana. El hombre no debe proceder nunca así; no debemos descuidar nunca ninguna obra, porque Dios está presente, aunque no lo notemos: ha venido de manera secreta a la fiesta. Donde está Dios, está la fiesta de verdad; Dios no puede dejar de estar presente allí donde, con una intención pura, se busca sólo a él; aunque esté de una manera escondida, allí está siempre. El tiempo en el que quiera y deba revelarse y mostrarse de una manera abierta es un asunto que debemos dejar en sus manos. Pero no hay duda de que está presente allí donde le buscan; por consiguiente, no hemos de realizar ninguna acción buena de mala gana, porque Dios está ahí, aunque todavía esté escondido para ti.