Fe y Liturgia
Columna de teología litúrgica a cargo del padre Mauro Gagliardi*

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 21 diciembre (ZENIT.org).- Por cuarto año consecutivo, empezamos la publicación de la columna de teología litúrgica “El Espíritu de la Liturgia”. Respecto a años precedentes, lo hacemos con un retraso de dos meses, debido al cambio de guardia que hubo en el vértice de la agencia de informaciones ZENIT. El nuevo director, doctor Antonio Gaspari, ha expresado con una fuerte convicción su deseo de que la columna “El Espíritu de la Liturgia”, continuase siendo publicada, proveyendo así un servicio ágil y accesible de formación a los lectores en temas litúrgicos, según el sentir de la Iglesia y del Santo Padre.

En este sentido se ha elegido también el tema que nos hemos trazado para este año. Como se sabe, el Santo Padre Benedicto XVI ha convocado al Año de la Fe (octubre 2012 – noviembre 2013). La convocatoria fue anunciada a través de la carta apostólica en forma de motu proprio Porta Fidei, el 11 de octubre pasado. En la carta, más allá de dar el anuncio de la convocatoria, el Papa llama la atención sobre algunos aspectos fundamentales en lo relativo al tema de la fe, más allá de la historia de la Iglesia reciente.

En lo que respecta a este último aspecto, el Sumo Pontífice nos hace ver que el Año de la Fe viene convocado a los cincuenta años de la inauguración del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962), presidida por el beato Juan XXIII, fecha que coincide también con los veinte años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 1992), por el beato Juan Pablo II. Benedicto XVI ha entendido que el mejor modo para celebrar estos dos importantísimos eventos de la historia reciente de la Iglesia, sería atrayendo la atención de la Iglesia sobre el tema de la fe.

En la carta Porta Fidei, se encuentran algunos aspectos referidos al tema de la fe, que tradicionalmente son comprendidos como fides qua creditur e fides quae creditur, es decir: como fe con la cual (qua) se cree y fe que (quae) se cree. Simplificando ulteriormente, el binomio fides qua/fides quae no indican dos formas de fe separadas, que podrían subsistir la una sin la otra, sino dos aspectos inseparables de la única virtud de la fe. Fides qua señala el acto personal de la fe, la fe en la que creo/creemos. Fides quae son los contenidos doctrinales en los que creo/creemos. Se entiende que no basta conocer la doctrina para creer, porque es necesario también el acto libre de profesar esa doctrina como verdadera y vivir en consecuencia. Como también es impensable que la fe sea una confianza en Dios vaga, sin contenidos. En este caso se podría decir: “¡creo!”, pero ante la pregunta: “¿en qué cosa crees?”, uno estaría obligado a enmudecer. Han existido épocas en las que había el riesgo de centrar la atención principalmente en la doctrina; desde algunos decenios –quizás también por reacción-, nos hemos dedicado mucho al tema del acto libre de fe, pero poco a la noción de fe. En ambos casos, se trata de planteamientos parciales que, cuando se vuelven radicales, nos hacen perder el concepto verdadero y la recta práctica de la fe.

La distinción fides qua/fides quae la encontramos ya en san Agustín, que escribe: “Por cierto, aseguramos con absoluta verdad, que la impronta de la fe en el corazón de cada uno de los que creen (…) procede de una única doctrina, pero una cosa es lo que se cree (ea quae creduntur), y otra cosa es la fe con la que se cree (fides qua creduntur)” (De Trinitate, XIII, 2,5). El santo continúa explicando que la fe es una sola a nivel doctrinal, es diferente para cada uno a nivel personal, en el sentido de que algunos creen más, otros menos, y alguno no cree nada. No se trata de una diversidad de fe respecto a los contenidos--lo que implicaría no compartir la misma fe--, sino una diversidad en la recepción, de parte de cada uno, de la gracia de la fe. De ello se desprende que lo que tiene a la Iglesia unida, no es la intensidad subjetiva de la fe –diversa de persona a persona--, sino la única doctrina de la fe, creída por cada fiel. Por eso mismo, la Iglesia ha custodiado y defendido siempre con gran celo la pureza de la sana doctrina, sin la cual la misma Iglesia estaría inevitablemente destinada a la división.

Por eso mismo, el Santo Padre, nos reclama la plenitud del acto de la fe, compuesto indisolublemente de adhesiones personales y de doctrinas que es necesario conocer y profesar.

También si el Concilio Vaticano II ha querido autodenominarse concilio pastoral, es evidente que la pastoral sin la fe (subjetiva y objetiva) no existe o, si existe, no tiene algún sentido. Por eso, es más que adecuado celebrar un Año de la Fe en el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio. Y esto, recordando que el Catecismo de la Iglesia Católica no es “un paso atrás” respecto “al espíritu del Concilio”. El Catecismo de 1992 es el Catecismo del Concilio Vaticano II.

Por eso, junto a los calificados autores del “Espíritu de la Liturgia”, a quienes va desde ahora nuestro agradecimiento por la colaboración competente que ofrecerán, hemos decidido dedicar este cuarto año de esta columna a la sección litúrgica del Catecismo. Estimamos que así podremos ayudar a los lectores –aunque en modo sintético, como corresponde a este tipo de artículos--, a volver a coger el Catecismo y releerlo con la calma y atención debida, a fin de que este precioso texto continúe siendo un punto de referencia doctrinal y alimento para la fe personal de cada bautizado y de la Iglesia entera.

Traducción del original italiano por José Antonio Varela Vidal

*Don Mauro Gagliardi es Profesor ordinario del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, profesor encargado en la Universidad Europea de Roma, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos.