FE Y CONVERSIÓN

 

Sabemos que Jesús ya nos salvó, pero no hemos experimentado todos los frutos de la salvación en nuestra vida y en el mundo.

 

Él ya nos salvó y nos dio la Nueva Vida, lo que hace falta es que nosotros aceptemos y recibamos lo que Jesús ha ganado para nosotros.

 

¿Qué debemos hacer para vivir la vida de Jesús? Le preguntó aquella multitud a Pedro la mañana gloriosa de Pentecostés (Hch 2,38). La fe y la conversión es lo único que nosotros necesitamos para vivir la nueva vida de Dios que nos trae Jesús.

 

1.      LA FE

 

Ciertamente sólo Jesús salva, pero el medio por el cual esa salvación llega hasta nosotros es la fe: Rm 5. 1-2; Hch 10,43

 

Y la palabra de Dios nos dice que "la fe es la garantía de lo que se espera: la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11.1).

 

Hemos sido salvados por gracia, mediante la fe, y esto no viene de nosotros mismos, sino que es un don de Dios: "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios" (Ef 2,8).

 

Todo el que cree, obtiene por Jesucristo, la total justificación; "Tened pues, entendido, hermanos, que por medio de éste os es anunciado el perdón de los pecados; y la total justificación que no pudisteis obtener por la Ley de Moisés la obtiene por El todo el que cree" (Hch 13, 38-39). Esta fe, don de Dios, es al mismo tiempo la respuesta a su iniciativa, que te dice: "Sí, te creo, y acepto cien por ciento al que Tú enviaste a este mundo para salvarme ".

 

La fe es confianza, dependencia y obediencia a Jesús Salvador, muerto y resucitado que es el único mediador entre Dios y los hombres.

 

La fe es la certeza de que Dios va a actuar conforme a la promesa de Cristo. Por tanto, la fe no es creer en algo, sino en Alguien; esa persona es Jesús, a quien uno se entrega sin límites ni condiciones. Tampoco es un asentimiento intelectual a cosas que no entendemos, sino una confianza y dependencia a Dios y su plan de salvación.

 

La fe ni es un sentimiento, ni se mide por la emoción, ni es autosugestión. Es una decisión total del hombre que envuelve todo su ser y compromete toda su persona.

 

a)     FE COMO ENCUENTRO CON CRISTO

Esta es la Palabra de la fe que proclamamos: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios lo suscitó de entre los muertos, serás salvo (…) Porque todo el que invoque el Nombre del Señor encontrará salvación" (Rm 10, 9-10.13).

 

Fe no solo es el reconocimiento de la existencia de Dios o la aceptación de las verdades por El reveladas, sino el encuentro con el Señor resucitado, como el de Pablo en el camino de Damasco, encuentro que cambie totalmente el sentido y el curso de nuestra vida.

 

De pequeños, fuimos bautizados, quizá llevamos una vida cristiana de rectitud moral y cumplimiento religioso; pero es necesaria una fe viva fruto del encuentro personal con Jesús; que lo reconozcamos, lo aceptemos, lo confesemos y lo recibamos en nuestro corazón y en nuestra vida como Salvador.

 

b)     ¿QUIÉN ES CRISTO PARA TI?

El cristianismo no es sólo una doctrina, es ante todo entrar en una doctrina, es ante todo entrar en una relación personal con Jesús vivo como Dios y Señor.

Parte de un encuentro real con Jesús, se mantiene y desarrolla en una íntima comunicación y comunión con Él.

 

Como a los discípulos, Jesús nos hace a cada uno de nosotros esta pregunta: "Para ti… ¿Quién soy Yo?".

 

¿Cuál es nuestra respuesta personal?  La respuesta que debe brotar de nuestra propia experiencia y no como repetición de una lección aprendida.

 

Tu respuesta a esta pregunta es muy importante, pues es necesario que tu experiencia de conocer a Cristo te lleve a re-conocerlo como tu Señor y Salvador ante los hombres.

 

¿Qué es el Cristianismo para ti?  Para muchos el cristianismo se ha reducido a:

 

·                Una religión de prácticas exteriores, a las que se les da valor por sí mismas, de donde se saca una ilusión vana de haber cumplido, o una satisfacción de tranquilidad de conciencia o de cumplimiento con cierto sentido mágico y supersticioso de carácter utilitario o de temor a lo divino.

·                Una moral restrictiva, que limita la libertad e impide vivir una vida basada en prohibiciones. Un cristianismo de legalismo sin vida, o una vida triste, apagada, con alma de esclavos.

·                Una ideología humanista que ve en Cristo sólo un hombre extraordinario y al evangelio como un ideal y un programa de rectitud, justicia o liberación social.

El cristianismo y la fe son más que todo esto y anterior a ello.

 

Por eso el Papa nos dice: "A veces nuestra sintonía de fe es débil y yo les propongo esto para reavivar su fe: un encuentro personal, vivo, de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor resucitado"

 

¿Cómo comenzar la vida cristiana?   Con un encuentro vivo con Jesús.

 

Se inicia una vida nueva que se expresa con gozo y alegría, una vida de oración, sacramental y de servicio a los demás, un comportamiento moral y en una vida cultural y religiosa como fruto y consecuencia normal de la presencia viva de Jesús y de la acción poderosa del Espíritu Santo.

 

c)     TIENES UNA RESPUESTA QUE DAR

Fe es un a la presencia y a la acción salvadora de Dios a través de Jesús. Un lúcido y consciente como el de María, que se da una vez y se renueva permanentemente. Adhesión libre y responsable de nuestro ser entero a Jesús y a la totalidad de su mensaje y su obra.

 

"Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré Yo con él y él conmigo" (Ap. 3, 20).

 

Escuchemos el llamado que nos hace Jesús y abrámosle la puerta; recibámoslo en nuestro corazón para que nos salve.

 

Cristo es el que está a la puerta y llama al corazón de todo hombre, sin coartar su libertad, tratando de sacar de esa misma libertad el amor (Documento de Medellín 5, 8).

 

Es un acto de la voluntad que dice SÍ a Jesús y a su salvación. Se necesita de nosotros una invitación explícita a que entre a nuestro corazón y a nuestra vida. Es una opción lúcida por Cristo, una adhesión personal a Jesús como Salvador.

 

2.            LA CONVERSION

 

A comienzos del siglo XIII, un joven acaudalado se hizo soldado, soñaba con proezas heroicas, fama, romances, pero Dios tenía otros planes. El joven Francisco Bernardone fue capturado y encarcelado, para regresar finalmente a casa, como un decepcionado aspirante a héroe. Pero después, se dedicó a reparar "iglesias destruidas". Ahora lo conocemos como San Francisco de Asís.

 

A mediados del siglo XIV, hubo en Jerusalén una prostituta, que siguiendo a un grupo de peregrinos llegó a las puertas de la Iglesia del Santo Sepulcro; pero cuando trató de entrar, una fuerza invisible se lo impidió. Después de tres frustrados intentos, se retiró llorando a una esquina del patio de la Iglesia y comenzó a orar. A instancia de una voz interior, se arrepintió y abandonó la vida de pecado.

 

Santa María de Egipto, nombre por el cual fue conocida, pasó el resto de su vida en retiro y oración, adorando a quien la había rescatado.

Estas dos personas, cada una a su manera, experimentaron una conversión a Cristo. Tocados por la gracia de Dios decidieron seguirlo y recibir la salvación en Jesús, mediante su muerte y resurrección.

 

a)     LA CONVERSION: DECISION VOLUNTARIA QUE RESPONDE AL LLAMADO DE DIOS

En el Nuevo Testamento, la palabra conversión viene del griego "epistrepho" que significa literalmente "volver atrás" o "dar media vuelta": los primeros cristianos encontraron en este vocablo una descripción gráfica de su propia experiencia y comprensión.

 

Con la formación de la tradición del Nuevo Testamento, esta palabra "epistrepho" adquiere un significado teológico propio, en el que se acentúa la decisión de renunciar al pecado y volver a Dios.

 

"El poder de Dios les asistía, y un gran número de personas abrazaron la fe y se convirtieron (epestrephon) al Señor" (Hch 11, 21) (ver además Lc 1, 17; 2º Co 3, 16; 1º Pe 2, 25).

 

La conversión de María de Egipto fue dramática. Ella decidió abandonar la vida de pecado público, pero no sólo dejó de hacer las cosas que claramente violaban las leyes del amor de Dios, también luchó por eliminar los malos pensamientos, tentaciones e impulsos internos que la alejaban del Señor.

 

Del mismo modo el joven Francisco de Asís se convirtió a Dios y decidió abandonar a juergas, aventuras y romances, se dio cuenta de sus antiguos pecados y frecuentemente oraba para nunca más volver a caer en lo mismo. Eligió a cambio lo mejor: pasar el resto de su vida imitando la humildad y pobreza de Cristo.

 

Con un simple examen de conciencia podemos observar que en nosotros hay inclinaciones pecaminosas; malos deseos y apetitos que son propios de nuestra condición humana. Ago en nuestro corazón nos mueve a abrigar tales pensamientos, expresiones o actos que sabemos pueden perjudicar a otras personas o ponernos en situaciones peligrosas y finalmente alejarnos de la presencia del Señor.

 

b)     ARREPENTIRSE Y CREER

Jesús se fue a Galilea, predicando el evangelio de Dios y decía: "Ha llegado el tiempo. El Reino de Dios está cerca; arrepiéntanse y crean el evangelio" (Mc 1, 15).

El término usado en el Nuevo Testamento para arrepentimiento es "metanoía", palabra griega que literalmente significa "cambio d corazón o mente". El arrepentimiento está íntimamente ligado a la conversión como se refleja en el caso de María de Egipto.

 

El cambio de vida es el resultado de la acción de Dios en nuestro interior. Cuando experimentamos el tierno amor de nuestro Salvador, comenzamos a anhelarlo de una manera insospechada, a abrir el corazón ante la posibilidad de un encuentro con Dios, y a percibir que podemos ser liberados del sentido de culpa, del temor y la ansiedad en que el pecado nos tenía sumidos.

 

Dios quiere darnos una nueva vida con su propia presencia en nuestros corazones, y su amor que nos mueve a vivir de acuerdo a su voluntad. Y al experimentar este amor, veremos en nuestra vida rasgos parecidos a los de Francisco y María en su nueva conciencia personal.

 

c)     NACER DE NUEVO

Al dedicarnos a orar y tratar de comprender el maravilloso misterio de nuestra salvación, recordemos una cosa: La conversión es nuestra respuesta a la inconmensurable gracia de Dios. Solamente el Espíritu Santo nos hace comprender nuestra condición de pecadores necesitados del inmenso amor de Jesús.

 

El Señor dijo a Nicodemo "Te aseguro que a menos que uno nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu". (Jn 3, 3-6).

 

La conversión es un acto humano de arrepentimiento y decisión en respuesta a la obra de Dios en nosotros.

 

Esta es la esencia del Sacramento del Bautismo. En este Sacramento se nos da todo lo que necesitamos para una vida plena con Cristo. En las aguas del bautismo morimos con Jesús y resucitamos a una vida nueva con El; el pecado original es borrado; se nos da el Espíritu Santo y somos incorporados al Cuerpo de Cristo, su Iglesia. Pero teniéndolo todo a nuestra disposición, ello se nos da precisamente con el fin de que tomemos una decisión libre y consciente de entregarnos a Dios por medio de Jesucristo.

 

Es importante reconocer el aspecto humano de la conversión. Todos somos criaturas únicas de Dios, con personalidad, historia y futuro propios. En consecuencia, ninguna conversión será exactamente igual a otra. Mientras unos tienen un abrumador sentido de pecado (como María de Egipto), otros pueden sentirse impresionados por el inmenso amor de Cristo (como San Francisco de Asís). Incluso otros pueden llegar a comprender que es imposible vivir santamente sin la gracia y el perdón de Dios.

 

Por la gracia de Dios podemos recibir la plenitud de vida que hay en Cristo, sin que nada lo impida. Con una fe segura, pidámosle a Dios que se nos manifieste; seamos dóciles al Espíritu y permitamos que la revelación de Jesucristo crucificado y resucitado traspase nuestro corazón. Rebosantes del conocimiento de su amor y misericordia, convirtámonos a Cristo.

 

La conversión es cambio total: dar la espalda, dejar atrás, abandonar todo lo que es incompatible con Dios y su plan de amor para nosotros, romper con el pecado y los ídolos como rechazo y sustitución de Dios, rechazar a Satanás como instigador para el mal y cortar con sus ataduras.

 

 

 

 

d)     PASOS DE LA CONVERSIÓN

ü      Reconocer nuestro pecado: Sólo el Espíritu Santo puede darnos conciencia de pecado (Jn 16, 8-9); de otra manera se reduce a un sentimiento de culpa o a la simple confrontación de nuestras acciones con la lista de pecados.

 

"Yo la voy a enamorar; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2, 14).

 

"Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se vuelvan a ti, y no tú a ellos" (Jr 15, 19).

 

ü     Arrepentimiento: El arrepentimiento o contrición es un dolor de corazón y rechazo del pecado con el propósito de no volver a pecar.

 

Dolor y tristeza, de haber lastimado y ofendido a quien amamos; pero tristeza, no como la del mundo que produce muerte, sino tristeza según Dios que lleva a la conversión: "Ahora me alegro. No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a arrepentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nuestra parte no habéis sufrido perjuicio alguno. En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Co 7, 9-11).

 

Voluntad decidida de romper con toda situación de pecado; propósito firme de enmienda y cambio.

 

ü      Confesar el pecado: Es necesario reconocer y confesar explícitamente nuestros pecados ante Dios (Esd 9. 6-15; Dan 9, 4-18; Bar. 1. 14; 3. 2).

 

"Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo como es El, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad" (1º Jn 1, 9).

 

Necesitamos además hacer una renuncia explícita a Satanás y a todas sus obras incluyendo en ellas todo tipo de ocultismo, esoterismo y superstición, con la voluntad firme de abandonarlo definitivamente.

 

Esto es necesario, pero además tenemos que recibir el Sacramento de la Reconciliación (Stg 5, 16; Jn 20, 23), para recibir la ratificación del perdón de Dios por la absolución través del sacerdote, el cual orará por nosotros para librarnos de toda atadura y opresión del enemigo.

 

ü   Reparación y reconciliación: Restaurar la unión de amor con Dios, exige resarcir los daños causados y reconciliarse con el hermano, como hizo Zaqueo ante Jesús:

 

"Mira Señor voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más" (Lc 19, 8) (ver además Hch 26, 20; Lc 3, 10-14).

 

ü   Convertirse a Jesucristo: "Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más" (Jn 8, 11). "Y a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire (...) Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (...) Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios" (Ef 2, 1-2.4-5.8).

 

La conversión de los cristianos los debe llevar necesariamente a Jesús. Moralmente, convertirse es dejar el pecado y aceptar el Evangelio. Intelectualmente, es aceptar que Jesús es la única y definitiva solución a los problemas de la humanidad y a los de cada hombre, y efectivamente es aceptar a Jesús como el definitivo bien y el amor de nuestras vidas.

 

La conversión ha de ser el acto inicial de la vida cristiana, prolongado en un proceso permanente de búsqueda de Jesús.

 

CEREMONIA DE LA LUZ

 

Antes de iniciar lo que es propiamente la Ceremonia de la Luz, se aconseja hacer a manera de introducción una breve exhortación a la conversión y una explicación del sentido simbólico cristiano de los diferentes elementos que van a emplearse durante la Ceremonia: La Luz (Dios es Luz: 1º Jn 1, 5; Cristo es la Luz del Mundo: Jn 1, 9-11; 9, 5; nosotros: luz del mundo, Mt 5, 14-16; los hombres amaron más las tinieblas a la Luz: Jn 3, 19; permanezcamos en la Luz porque somos hijos de la Luz: 1º Tes 5, 4-5 y 1º Jn 1, 6-7; 2, 10-11) y la oscuridad.

 

Igualmente, se recomienda realizar la Ceremonia en un ambiente acogedor y tranquilo que permita la reflexión de los participantes.

 

Será igualmente importante contar con un Cirio Pascual, cuyo significado y simbolismo también deberá ser explicado ( Ejem: El Cirio Pascual representa a Cristo que es la Luz; las letras "" (alfa) y "" (omega) se inspiran en Ap. 22, 13: "Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin"; también figura el año en que fue bendecido; mencionar la ocasión en que fue consagrado: dentro de la Misa de Vigilia Pascual de Semana Santa). En caso de no poder contar con uno, se podrá utilizar un cirio de misa y un crucifijo.

 

Todos los participantes deberán poseer una vela. Será sumamente importante que la persona encargada de dirigir la Ceremonia vaya explicando claramente a los participantes cuáles van ser los pasos que tiene que cumplir, y cómo hacerlo, a fin de evitar en ellos confusiones.

 

Se sugiere así mismo iniciar la Ceremonia con el canto ESTA ES LA LUZ DE CRISTO (Nº 402 del Cancionero de R.C.C.).

PASOS:

 

1.            Cada participante se va acercando al Cirio Pascual (ya encendido) y a la vez que enciende su vela va mencionando en voz alta el primer momento en que recibió la Luz de Cristo en su vida en forma consciente. (Ejemplo: "Cristo vino a mi vida el día de mi matrimonio"; "Cristo vino a mi vida el día de mi confirmación"; "Cristo vino a mi vida el día de mi primera comunión"; "... cuando vine por primera vez al grupo de oración y oraron por mí", etc.).

 

2.            Se apaga la luz eléctrica y se inicia la oración del perdón por nuestros pecados. Quien dirige la Ceremonia va haciendo una oración al Señor pidiéndole perdón por nuestros pecados, mencionándolos específicamente, tomando en cuenta diferentes etapas de la vida (Ejemplo: "Perdón Señor, por las veces que me resentí con mi mamá pensando que no me quería y me enviaba al colegio durante mis primeros años...") Mientras va diciendo la oración, al identificarse con lo que se dice o escucha, cada participante va apagando sus velas. Esto se hará hasta que el salón quede a oscuras, únicamente con la luz proveniente del Cirio Pascual.

 

3.            En la sala sólo brilla el Cirio Pascual. Todos pueden irse acercando luego a encender sus velas directamente del Cirio mientras hacen una confesión de Jesús como su Salvador y Señor, a la vez que le expresa su compromiso de brillar con la Luz de Cristo en el mundo. Cuando todos hayan terminado de encender sus velas se puede tener un buen rato de oración de alabanza comunitaria, dando gracias a Dios por los beneficios recibidos.