3. Tomado de entre los hombres

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

...Hemos estado a los pies de un hombre, pero que hacía las veces de Cristo. El texto de Manzoni citado al inicio, nos invita a reflexionar sobre la realidad humana de quien ha sido llamado a la dignidad y el ministerio sacerdotal. Podríamos invertir la frase para cambiar el acento: "Hemos estado a los pies de alguien que hacía las veces de Cristo, pero que era un hombre".

El autor de la epístola a los Hebreos señala muy bien que el sumo sacerdote ha sido tomado de entre los hombres; es hombre como los demás; participa de la grandeza del género humano, pero está «también él envuelto en flaqueza» (Hb 5,2).

No interesa desarrollar toda una antropología, sino dibujar unos cuantos rasgos que nos ayuden a comprender la dimensión humana del sacerdote y a valorar la imperiosa necesidad de moldear el material humano de quien ha sido llamado a él. La Revelación nos proporcionará una luz definitiva; pero convendrá primero, asomarnos brevísimamente a los destellos que nos aportan la filosofía y la psicología.


Una cierta concepción del hombre

Lo primero que salta a la vista, apenas nos asomamos a la reflexión filosófica sobre el hombre es que estamos ante un ser complejo, compuesto de elementos que no sólo son diferentes, sino hasta aparentemente contrarios. La presencia en él de espíritu y materia hacen de él un auténtico enigma.

Por su componente espiritual, el hombre posee unas características que lo hacen radicalmente diverso del resto de los seres de este mundo. En cuanto ser racional posee la capacidad de apertura a lo real y a sí mismo en el acto de conocimiento. Una capacidad que está potencialmente abierta a lo infinito. Posee asimismo la capacidad de querer con libertad, y por lo tanto es dueño de sus propios actos, es responsable. Su apertura a lo real le lleva también a la apertura a los demás. Es un ser dialogal y social. Encuentra la realización de su yo en su apertura al otro en cuanto , y, finalmente, en su apertura al Tú infinito.

Pero su dimensión corporal forma parte integrante, a pleno título, de su humanidad, y permea toda su existencia. Los sentidos internos y externos proporcionan los datos a la inteligencia. La afectividad prepara el camino para el acto de voluntad. Su apertura al exterior y su diálogo con los demás, se ven necesariamente mediados por su corporeidad.

Esta composición de elementos contrapuestos hacen del hombre un ser de frontera, ciudadano de dos mundos. Abierto radicalmente a lo absoluto, se siente limitado por la relatividad de sus logros reales y percibe el peso de la corporeidad. Se asoma audazmente más allá de las fronteras del espacio y del tiempo, pero no deja de ser profundamente histórico. Anhela vivamente la eternidad inmortal pero se halla sometido al arco biológico típico del animal en su doble fase ascendente-descendente: del nacimiento a la madurez biológica y de aquí a la muerte.

Tomado de entre los hombres, el aspirante al sacerdocio es también un ser de frontera. Tiene la capacidad de escuchar una llamada divina, responder libre y noblemente y acoger la gracia que lo eleva y hasta "diviniza". Pero esa capacidad se encontrará siempre afectada y condicionada por los límites de su finitud.

Por su parte, la psicología nos lleva a comprender que las acciones y reacciones de una persona se ven afectadas por dinamismos contrapuestos mucho más complejos de lo que espontáneamente solemos creer.

Ante todo, hay que reconocer que los tres niveles de la psicología humana (fisiológico, psico-social y espiritual) se entrecruzan permanentemente en la unidad del "yo", influyendo cada uno de modo específico. Por otra parte, la actuación humana no se basa exclusivamente en actitudes visibles y definibles. Esas actitudes, en realidad, son provocadas y sostenidas por la fuerza de las necesidades (agresividad, autonomías, sexualidad...) y de los valores (propiedades positivas que el sujeto descubre en la realidad y hace propios). Con frecuencia esas dos tendencias se mezclan en la formación de las actitudes, de modo que es difícil saber si el comportamiento de una persona, de un seminarista, depende de una o de la otra.

La dificultad aumenta si tenemos en cuenta la influencia del inconsciente, sobre todo del inconsciente afectivo. La llamada "memoria afectiva" puede provocar reacciones emotivas que son determinadas, no por el efecto de una realidad presente, sino a causa de una impresión recibida en el pasado y almacenada en el inconsciente.

Todo sujeto humano, por su constitución espiritual, tiende profunda y espontáneamente a la autotrascendencia, a conocer y reconocer lo que es y vale en sí. Esa tendencia, que tiene como horizonte último el infinito, le lleva a formarse permanentemente un ideal de sí mismo. Pero su realidad presente (tendencias, valores, intereses, emociones inconscientes, etc.) pueden no concordar con su ideal. Se pueden establecer así inconsistencias, conscientes o inconscientes, entre lo que sabe que debe ser y realizar, y lo que de hecho es y vive. Esta posible y frecuente tensión dialéctica influye notablemente, sobre todo cuando es inconsciente, en el comportamiento humano.

Tomado de entre los hombres, el aspirante al sacerdocio tiene también una psicología compuesta de diferentes niveles. En su respuesta a la llamada del Señor y la vivencia de su formación sacerdotal se entrecruzan también los diversos dinamismos de la psique humana. Hay que conocerlos y tenerlos en cuenta.

La filosofía y la psicología nos han ayudado a penetrar un poco en el complejo enigma del hombre. Pero, en el fondo, todo intento de comprenderlo con las fuerzas de la sola razón y de la ciencia produce resultados incompletos. Se percibe en el hombre un misterio del cual la razón no alcanza a dar razón. Se hace necesaria una iluminación desde arriba. Sólo bajo la luz de la Revelación se descubrirá la identidad plena del hombre.

Releyendo el mensaje de la Escritura podemos describir al ser humano como una imagen de Dios que ha sido desfigurada por el pecado y restaurada por Jesucristo.


Imago Dei

«Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó» (Gn 1,26-27). Como ser creado el hombre es fruto de un acto de Dios Uno y Trino. Libremente y por amor se le ha concedido el don de existir. Cada individuo es un pensamiento y un amor singulares de Dios; existe precisamente porque Dios lo ha llamado por su nombre, sabia y afectuosamente.

Pero la creación no se cierra en un instante de tiempo. Dura lo que la existencia del hombre. El ser del hombre está permanentemente en la mano de Dios y por ello necesita radicalmente esta mano para subsistir. Así cada momento de su vida responde a un acto creador inédito.

El hombre sin Dios es un absurdo. Ontológicamente imposible. Esto explica que la persona humana tenga una irrenunciable tendencia al Absoluto. Hasta en las más recónditas fibras de su ser deja intuir que tiene sed de infinito, sed de Dios.

En el hombre la creaturalidad no se reduce a un obvio reconocimiento de que él no es Dios. Incluye también la semejanza con el Creador que le concede una dignidad por encima de todo el resto de la creación. Esta semejanza se expresa sobre todo en esa libertad y conciencia que le permiten dar un asentimiento responsable a la palabra que Dios le dirige. Grandeza del hombre que los padres de la Iglesia no se cansaron de proclamar: No el cielo fue creado a imagen de Dios; ni la luna; ni el sol; ni la belleza de las estrellas, ni ninguna de las otras cosas que se observan en la naturaleza. Sólo tú. Aquél que es tan grande que contiene toda la creación en una palma de la mano, está enteramente comprendido en ti. Habita en tu naturaleza (S. Gregorio de Nisa).

Pero esa imagen sublime del Creador ha sido creada del polvo de la tierra (cf. Gn 2,7). Algo sin consistencia en sí mismo. Lleva en su interior, es cierto, el soplo de lo divino, pero no deja de ser un soplo que vivifica un pedazo de barro. Percibe que con su libertad puede escoger entre el bien y el mal y asemejarse "a los dioses"; pero en el fondo se trata de una tentación engañosa: no ha plantado él el árbol del bien y del mal (cf. Gn 3,1-7). Sin Dios nada vale; se siente desnudo; es sólo caducidad, muerte, carencia de peso. Su verdadera grandeza consiste por tanto en su capacidad y su esfuerzo por asemejarse lo más posible a Aquel de quien es imagen.


Imago Dei caída

La Escritura nos informa de otro hecho de importancia definitiva para comprender al hombre: ha pecado (cf. Gn 3,1-13); la imagen divina que lleva inscrita en su ser quedó desfigurada desde su origen mismo. El pecado original hirió su naturaleza dejando en su alma, según Santo Tomás de Aquino, cuatro heridas: la ignorancia (herida de la inteligencia), la malicia (de la voluntad), la fragilidad (del apetito irascible) y la concupiscencia (del apetito concupiscible).

Hoy, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente agobiado por múltiples males. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe su debida subordinación a su fin último, y su natural armonía con el resto de la creación (cf. Gn 13). A causa de esta situación anormal todo hombre, también el que ha sido escogido para el sacerdocio, experimenta en sí mismo la lucha entre el bien y el mal, la debilidad para dominar los ataques del maligno, la rebelión del cuerpo, la esclavitud del pecado que rebaja su dignidad. Así, la realidad nos pone delante de un hombre cargado de incoherencia y contradicción; ese hombre capaz de llorar como un niño pero que siente que su inocencia es culpable; que quizás todos los días levanta su mirada a Dios y que todos los días se esconde buscando a las creaturas; ese hombre que siendo rey es incapaz de no ser tirano; hombre débil que sufre la incapacidad de hacer el bien que quiere; que un día ama a Cristo y al siguiente lo vende.


Imago Dei restaurada por Cristo

Quedarse ahí sería caer en un pesimismo falso. La imagen divina inscrita en el hombre y dañada por el pecado ha sido restaurada por Jesucristo, «imagen del Dios invisible» (Col 1,15; cf. 2 Co 4,4), con la premura con que el artista repara una escultura rota o el pintor devuelve los colores originales a una figura.

La encarnación de Cristo, Dios y hombre verdadero, devuelve al hombre su valor. Él está colocado como fundamento de la nueva creación del ser humano porque ha sido hecho semejante a nosotros en todo, menos en el pecado (cf. Hb 4,15). Él es el modelo del "hombre perfecto". Con la perfección y santidad de su espíritu, alcanza las cumbres más altas de belleza y nobleza humanas; con su corporeidad, revestida de humildad desde el pesebre hasta la cruz, ha bajado hasta los extremos del dolor humano; con su triunfo definitivo en su resurrección y en su ascensión a la derecha del Padre ha conferido dignidad y sentido a todo el peregrinar humano y le ha ofrecido las garantías de un feliz y definitivo destino. De esta manera nos ofrece la verdadera figura, dignidad y valor del hombre.

Por el bautismo el hombre se incorpora a la humanidad restaurada en Cristo, una humanidad "nueva": «El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo» (2 Co 5,17). Esta verdad no puede dejar de asombrar y entusiasmar a quien la comprende:

Alegrémonos y demos gracias: hemos llegado a ser no sólo cristianos, sino Cristo. ¡Asombraos y alegraos: Hemos llegado a ser Cristo!

Pero la restauración operada por Cristo y asumida en el bautismo no elimina todos los efectos dañinos del pecado. La naturaleza humana quedó herida. La nueva humanidad traída por Cristo es para nosotros una meta y una tarea: «Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador» (Col 3,9-10; cf. Ef 4,24).

En este trabajo, lo más determinante es la adopción de un corazón nuevo, capaz de conocer, amar y servir a Dios con espíritu filial, a ejemplo de Cristo, y de amar a todos los hombres y cosas en Dios.

A partir de este nuevo modo de conocer, de amar y de servir, el hombre nuevo imprime a su vida un dinamismo interior orientado a desarrollar los rasgos de su conducta religiosa y moral, en conformidad con su modelo Cristo, y a purificar incesantemente su corazón de las tendencias desordenadas de sensualidad y de soberbia, que continúan presentes en su interior.

La Revelación nos ofrece así una visión sumamente realista del ser humano: imagen de Dios, dañada por el pecado, restaurada por Cristo Redentor, pero con una restauración que se convierte en tarea. Así la Palabra del Creador del hombre arroja una luz definitiva para la comprensión de su creatura. Ella nos ayuda a entrever las más profundas raíces de lo que la filosofía y la psicología habían intentado describir.


Hasta que Cristo tome forma definitiva en vosotros

Hemos repasado algunos rasgos fundamentales de la figura del sacerdote. Era necesario antes de comenzar a plantearnos cómo debemos formarlo. De los trazos sumarios hasta aquí esbozados podemos ya sacar algunas conclusiones para esa labor.

El joven que ingresa en el seminario, camino del sacerdocio es, ante todo, alguien que ha sido llamado por Dios con amor eterno. No lo hemos llamado nosotros. No somos, por tanto, como formadores, los dueños absolutos de su camino vocacional. Nos ha sido confiado como una responsabilidad excelsa y grave, de la que hemos de dar cuenta al Señor de la mies.

Él los ha llamado para ungirlos sacerdotes en Cristo sacerdote. Su formación debe tener en cuenta todas las adaptaciones necesarias a los tiempos que corren, pero ha de dirigirse sobre todo a la plasmación de la identidad sacerdotal esencial que está por encima de tiempos y lugares. No se trata de formar el sacerdote que a nosotros nos gusta o que pide la moda, sino el que nos presenta la Palabra de Dios y se ha venido fraguando en la tradición viva de la Iglesia. Sacerdotes que, además de poder actuar in persona Christi por el carácter sacramental, se hayan identificado profunda y existencialmente con su Maestro y Amigo, de cuyo sacerdocio ellos participan y a quien representan eficazmente ante la comunidad.

Pero ha llamado a seres humanos como los demás. Hay que conocer a fondo el "material" con que contamos. Hay que reconocer la grandeza, las posibilidades maravillosas presentes en todo ser humano, imagen viva de Dios, santificada por Cristo; ser espiritual capaz de entender la verdad de las cosas y abrirse al infinito; dotado de un permanente dinamismo hacia la auto-trascendencia y la realización del ideal que le invita siempre a ir más allá. Pero hay que ser conscientes asimismo de sus límites y debilidades. No olvidar que su naturaleza ha sido dañada para siempre por el pecado produciendo una situación de desorden; que no es espíritu puro, sino que posee también las fuerzas y los límites de la corporalidad; que en su psicología se entrecruzan impulsos contrastantes, a veces inconscientes, que pueden producir inconsistencias entre su ideal y su realidad, y que influyen notablemente sobre su comportamiento. Finalmente, hay que plantearlo todo a la luz de la esperanza que viene de Cristo, Redentor del hombre, que ha inaugurado el hombre nuevo. Un hombre nuevo, como se decía arriba, que nos es dado sólo en germen, y se nos propone como labor y como meta.

Formación de sacerdotes. La tarea es clara y definida, si comprendemos bien que se trata de formar hombres, que han sido llamados por Dios, para la sublime misión de prolongar en la historia el sacerdocio mismo de Cristo. Los formadores, impulsados por esa conciencia acogeremos con amor sincero a los jóvenes que la Iglesia pone en nuestras manos para que les ayudemos a caminar hacia la «madurez de la plenitud de Cristo» (Ef 4,13). Con nuestros programas, con nuestras orientaciones y actitudes, con nuestra comprensión y nuestra exigencia... impulsaremos a esos jóvenes a formarse adecuadamente para responder en plenitud a la llamada divina, y les diremos, con palabras y con obras: estamos aquí para ayudaros siempre, «hasta que Cristo tome forma definitiva en vosotros» (Ga 4,19).


Preguntas para el foro

1. ¿Puede el sacerdote, siendo hombre débil, llegar a ser ‘otro Cristo’?
¿Basta la configuración sacramental? ¿o es necesaria la colaboración del hombre para alcanzar la plena identificación con Cristo?

2. ¿Qué consecuencias prácticas tiene – para el formador de seminaristas - la consideración de que el sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres?


LECTURAS RECOMENDADAS

Al terminar esta lección, pueden ayudar mucho estas lecturas:

Pastores Dabo Vobis:
- Capítulo I: Tomado de entre los hombres
(La formación sacerdotal ante los desafíos del final del segundo milenio)
- Capítulo II: Me ha ungido y me ha enviado
(Naturaleza y misión del sacerdocio ministerial)
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_25031992_pastores-dabo-vobis_sp.html

Presbyterorum Ordinis:
- Capítulo I: El presbiterado en la misión de la Iglesia
- Capítulo II: El ministerio de los presbíteros
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_presbyterorum-ordinis_sp.html