Introducción al curso La Formación Integral del Sacerdote

Fuente: La Formación Integral del Sacerdote Católico
Autor: Instituto Sacerdos

Dios, con su amor pertinaz, sigue enviando obreros a su mies. Las estadísticas nos hablan de un nuevo impulso de crecimiento del número de vocaciones al sacerdocio, sobre todo en algunos países. No podemos quedar indiferentes, o pasivamente agradecidos al Señor por esa nueva muestra de su presencia perennemente viva en la Iglesia. El verdadero agradecimiento se traduce en respuestas. Hay que responderle a Dios tratando de formar lo mejor posible a esos jóvenes que él llama a su servicio para bien de los hombres.

Va creciendo en la Iglesia la conciencia de la necesidad de contar con sacerdotes santos y profundamente preparados, que puedan de verdad servir a todo el pueblo de Dios en su búsqueda de la santidad y en su empeño apostólico por anunciar el Evangelio. Esta conciencia va creciendo, quizás de modo especial, precisamente entre los laicos cristianos.

Durante el sínodo de obispos dedicado a los laicos, hace ya casi dos décadas, un laico pidió que se tratara a fondo el tema del sacerdocio. "Sin los presbíteros -decía- que pueden llamar a los laicos a realizar su papel en la Iglesia y en el mundo, que pueden ayudar a la formación de los laicos al apostolado, sosteniéndoles en su difícil vocación, faltaría un testimonio esencial en la vida de la Iglesia".

Es evidente que no se trata simplemente de que abunden los sacerdotes. Si ellos han de "llamar" a los laicos y "ayudar a su formación", deben estar primero bien formados, de acuerdo con la vocación que ellos mismos han recibido. Por eso fue acogido con general interés el tema del siguiente sínodo, celebrado en 1990: la formación de los sacerdotes.

Desde que se celebró el Concilio Vaticano II se percibe en todas partes la necesidad de renovar y mejorar los sistemas y programas formativos del presbítero "en las circunstancias actuales". Las continuas transformaciones de nuestro mundo y de nuestra Iglesia tocan también la figura del sacerdote, y exigen una atenta reflexión sobre su más adecuada preparación. La eclesiología del Vaticano II proyecta una luz renovadora acerca de la preparación de un hombre llamado a ejercer su ministerio como servicio al pueblo de Dios, a la Iglesia, que es sacramento de salvación en el mundo. Una luz recogida también en otros documentos conciliares, y que todavía tiene que iluminar muchas zonas.

El tema de la formación sacerdotal comprende muy variados y complejos aspectos. No sólo, se requiere un análisis de los mismos a partir de diversos puntos de vista, diversas experiencias y diversas culturas. El diálogo abierto y franco en el que cada uno aporte sus conocimientos y experiencias en este campo no puede sino enriquecer la reflexión común de la Iglesia.

Conocimientos y experiencias; quizás sobre todo experiencias. Porque se trata de encontrar caminos para la acción, para la realización práctica de unos programas formativos que sean de verdad efectivos. Esto no siempre es fácil. Todos hemos sentido alguna vez la dificultad de explicar la propia experiencia, que suele ser rica en matices y variada en su aplicación a las diversas circunstancias de tiempos y lugares.

Formar sacerdotes es un arte que se realiza en la práctica de cada día al recorrer junto con cada aspirante al sacerdocio el camino que lleva al altar. Por ello, este curso, dirigido a colaborar con quienes tienen que realizar en primera persona esa experiencia viva al frente de un seminario o centro de formación, presenta sobre todo reflexiones y sugerencias de índole práctica y vivencial. Los elementos doctrinales y teóricos que se recogen aquí están en función de la práctica pedagógica. Son su luz y su fuerza.

Renovar la formación sacerdotal. Renovar no es necesariamente innovar. Las circunstancias cambiantes del mundo y de la Iglesia piden la revisión, la adaptación y a veces el cambio de ciertos enfoques y métodos. Se tratará sobre todo de elementos accidentales al sacerdocio mismo. Porque lo que es esencial, lo que constituye la médula misma del sacerdocio ministerial, instituido por Cristo, no puede cambiar. Renovar es adaptar lo accidental para que se realice mejor lo esencial según las nuevas circunstancias.

En este sentido, la renovación no va reñida con la tradición. Son algunas tradiciones las que ya no son válidas (o quizá nunca lo fueron de verdad). Renovar consiste algunas veces, precisamente, en rescatar valores que habían quedado olvidados en el camino. Es el sentido, por ejemplo, de la actual renovación patrística. No se trata de volver al pasado, sino de recuperar de él algunos elementos que enriquecerán nuestro presente y nuestro futuro. En el campo de la formación sacerdotal hay tesoros que la milenaria experiencia de la Iglesia había ido forjando, y que a veces se han tirado luego por la borda con demasiada ligereza. Renovar es también redescubrir esa riqueza, purificarla de sus posibles escorias y adaptarla al momento actual.

Son múltiples los aspectos implicados en la formación sacerdotal. En ocasiones convendrá fijarse especialmente en uno o en otro. Pero es necesario también atender a la imagen global del sacerdote. El esfuerzo por lograr cada uno de esos aspectos debería tener siempre como horizonte la formación integral del sacerdote católico. Por otra parte, si queremos que esa multiplicidad de elementos no lleve a una fragmentación perjudicial, es necesario centrarlo todo en torno a un núcleo esencial. Ese núcleo, tratándose de la formación del sacerdote, de un hombre que participa sacramental y existencialmente del sacerdocio eterno de Cristo, no puede ser otro que su formación espiritual. Olvidar esto, o tenerlo presente sólo en la teoría, podría conducir a que se redujera la preparación del presbítero a un currículum académico más o menos intenso. De nuestros seminarios saldrían entonces intelectuales más o menos preparados, o especialistas, más o menos pertrechados en técnicas pastorales. Todo eso es necesario, pero no suficiente. No es lo que piden los laicos cuando hablan de "un testimonio esencial en la vida de la Iglesia".

Un testimonio que brota de la naturaleza misma del sacerdocio católico. Por ello parece conveniente dedicar el primer esfuerzo de este trabajo a reflexionar sobre la identidad y misión del sacerdote. A partir de esa visión comentaremos algunos principios educativos que pueden ser entendidos como columnas o principios fundamentales de la formación sacerdotal. Sobre ellos habría que construir el edificio complejo de la preparación integral del presbítero, que puede ser de algún modo seccionado en las cuatro áreas de la formación: formación espiritual, humana, intelectual y pastoral. Pero todo eso es sólo utopía si no se cuenta con los hombres que deben ayudar en la realización del proyecto. Como decía antes, a ellos se dirigen especialmente estas páginas. Hay que hablar, pues, del formador, su figura y su actuación. Normalmente la preparación de ese aspirante se realiza en un centro de formación, dentro de un determinado ambiente. Conviene preguntarse cómo es posible lograr que sea de verdad un ambiente formativo. Por último, la formación de un sacerdote es un proceso lento y progresivo, que pasa por diversos momentos y períodos. Es preciso saber adaptar todo el sistema educativo de acuerdo con las diversas etapas de la formación sacerdotal.

Quizás alguno podrá pensar que se está presentando un cuadro demasiado pretencioso, un ideal demasiado ambicioso. El sacerdote actual vive inmerso en situaciones sociales, culturales y eclesiales difíciles y problemáticas. A veces se encuentra desorientado como en un bosque hostil. No sabe bien cómo ayudar a los demás en su vida cristiana, y a él mismo le cuesta llevar el peso de su consagración a Dios y al apostolado. ¿No habría que pensar, más bien, en conformarse con salvar lo salvable?

Por otra parte, una cosa es hablar sobre la formación de sacerdotes, y otra realizarla. En ocasiones parece una tarea imposible. Faltan formadores preparados, faltan programas concretos, faltan recursos económicos... y faltan vocaciones. Pretender tanto parece irreal, y por lo tanto superfluo.

No obstante, estamos convencidos de que si trabajamos con entusiasmo, poniendo en juego todos los medios posibles, se puede lograr mucho más de lo que quizás esperamos. Es preciso, eso sí, tener ideas claras y tratar de realizarlas con firmeza, sin concesiones al desánimo.

El esfuerzo vale la pena. Es la mejor respuesta al amor de Dios que sigue llamando obreros a su mies.


Participación en el Foro

1. ¿Qué visión tengo de la situación actual de la formación en los seminarios de la Iglesia?
¿Cuáles son los logros alcanzados en los últimos años? ¿cuáles son las dificultades y los retos?

2. ¿Estoy de acuerdo en que la formación requiere un principio unificador, un núcleo esencial? ¿Cuál debe ser en el caso de la formación de un futuro sacerdote?