Autor: Instituto Sacerdos
Fuente: Instituto Sacerdos
 

31. Ambiente disciplinar

 

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO


Formadores

- ¿Cómo lograr la interiorización de la disciplina en la vida de los seminaristas? ¿cómo infundir la motivación sobrenatural en algo que puede parecer tan externo?

Seminaristas
- Sinceramente, ¿percibes la disciplina como algo positivo que te ayuda a crecer y formarte? ¿o cómo algo que coarta tu libertad?
- ¿Te cuesta la vida disciplinar en el seminario? ¿te parece demasiado estricta? ¿o muy laxa?

Otros sacerdotes
- ¿Qué frutos para su vida sacerdotal ha aportado la disciplina vivida en los años de seminario? ¿qué aspectos recuerda que le costaban más y cómo logró superarlos?

Otros participantes
- Los jóvenes que llegan hoy en día a los seminarios muchas veces carecen del sentido de la disciplina. ¿Cómo motivar a los jóvenes a llevar a una vida disciplinada? ¿cómo mostrarles los inmensos frutos de una vida ordenada?

 

31. Ambiente disciplinar


Una nota del seminario que saltaría a la vista de un observador huésped sería, sin duda, el ambiente de disciplina. Sobre este tema es ya clásico el texto del n. 11 de la Optatam Totius:

Hay que apreciar la disciplina de la vida del seminario no sólo como eficaz defensa de la vida común y de la caridad, sino como parte necesaria de toda la formación, para adquirir el dominio de sí, fomentar la sólida madurez de la persona y lograr las demás disposiciones de ánimo que sirven sobremanera para la ordenada y fructuosa actividad de la Iglesia. Obsérvese, sin embargo, la disciplina de modo que se convierta en aptitud interna de los alumnos, por virtud de la cual la autoridad de los superiores se acepte por íntima convicción o, lo que es igual, por razones de conciencia (cf. Rm 13,5) y por motivos sobrenaturales. Aplíquense, sin embargo, las normas de disciplina según la edad de los alumnos, de suerte que, a medida que avanzan gradualmente en el dominio de sí mismos, se acostumbren a usar correctamente la libertad, a obrar por propia iniciativa y a colaborar con sus compañeros y con los seglares.

Quedan aquí claramente expresadas las dos vertientes de la disciplina: la exterior y la interior.
La disciplina exterior resulta de la observancia de una serie de normas de comportamiento, presentes en casi toda institución pedagógica. Podría ser simplemente un medio práctico para lograr una convivencia ordenada (por ejemplo: los horarios de actividades comunes, el modo de usar las instalaciones, etc.). Pero la disciplina puede ser también, más profundamente, un elemento formativo que apoya la maduración del formando.

En el seminario, la disciplina exterior proporciona una guía o cauce que va forjando a la persona en cuanto que fomenta un comportamiento concorde a los ideales que libremente se han escogido y a los compromisos que el sacerdocio conlleva.

La disciplina interior tiene, a su vez, dos matices. El primero se refiere a la apropiación convencida de la disciplina externa. Es decir, el conocimiento, valoración y vivencia libre del "estilo" de comportamiento que propone la disciplina exterior. Por ejemplo: el seguir un horario determinado, la puntualidad a las actividades comunes, la seriedad académica, etc. El segundo significado o nivel de la disciplina interior se podría identificar con el señorío de sí mismo (orden y control del mundo interior de la persona, pensamientos, deseos, pasiones, sentimientos). Este señorío no es sólo puramente interno sino que influye profundamente en el comportamiento: es parte integrante de la madurez de la persona.

La disciplina así concebida está lejos de ser una restricción arbitraria de la libertad y de la espontaneidad por parte de una autoridad. No es una ofensa a la persona pues no está reñida con la libertad. Es, más bien, camino a ella.

La visión realista del hombre, caído y redimido, nos proporciona a primera vista una sencilla explicación de la necesidad de la disciplina. Si todo en el hombre estuviese ordenado, si todo procediese según la jerarquía propia de la fe y de la razón, la disciplina se viviría espontánea y naturalmente. Pero la realidad es otra. El hombre necesita conquistar su comportamiento. Necesita reconquistar su orden interior. Necesita apoyos externos para lograrlo. La disciplina es simplemente una ayuda para lograr este fin.


Interiorización de la disciplina

El hecho de que alguien observe la disciplina exterior no implica necesariamente que ha hecho propios los valores que la motivan, ni tampoco que desea obtener los fines que motivan las normas disciplinares. La observancia externa es un paso, una etapa que puede ser vivida pasivamente por quien "se ajusta" al sistema y sigue sus reglas. Cuando esto sucede, la conducta es marcada por el sistema, no por las convicciones personales. Puede haber mucho de rutina, de deseo de no desentonar, de dejarse llevar por la corriente, de tolerancia pasiva...

El paso de la disciplina exterior a la interior se da cuando se hacen propios los valores que motivan las normas disciplinares. Como menciona el texto citado de la Optatam Totius la interiorización de la disciplina está también relacionada a la autoridad que la propone y avala, y por tanto, a la ascendencia que el formador o superior posea frente a los seminaristas. En un primer momento, el formador presenta las normas propias de la disciplina exterior del seminario y les da el peso que merecen, promoviendo su observancia si fuese necesario. Después irá ayudando al formando a lograr la progresiva apropiación que lleva hasta el nivel más profundo de la disciplina interior.

En el seminario menor un apoyo eficaz para lograr la disciplina será la presencia del formador. Después, el sistema pedagógico debe ir equilibrando finamente la inmediatez de esta presencia con el espacio para la autoconvicción. O dicho mejor, debe ir llevando al formando a actuar como debe, no porque el formador está cerca, sino porque el seminarista es responsable y coherente. Ha de quedar claro que la libertad del formando se respeta siempre pues la imposición no lleva a nada. La convicción no puede ser impuesta. Es algo que sólo puede ser favorecida pues nace de dentro.

El punto de equilibrio buscado en cada etapa está en la medida justa en que la disciplina externa vaya siendo necesaria para que el formando la vaya interiorizando. Un exceso de disciplina o intervenciones autoritarias detienen el proceso de interiorización. Favorecen la vivencia pasiva de las normas, o quizá hasta susciten inconformidades y rebeldías. Una ausencia excesiva de disciplina externa haría también prácticamente imposible la interiorización pues no habría qué interiorizar. En este sentido no basta una explicación teórica y luego que cada uno haga lo que quiera. No funciona así el hombre. Necesita, en un grado u otro, el apoyo operativo de la disciplina externa que le ayuda a vivir lo que está tratando de hacer propio.

La interiorización de la disciplina lleva a la responsabilidad personal, y ésta es, a su vez, camino hacia la madurez personal que consiste en la coherencia de vida entre lo que se quiere ser, lo que se es, lo que se piensa, y lo que se hace.

Ahora bien, de la coherencia se sigue la armonía interior porque aunque llegasen a presentarse conflictos entre deseos y responsabilidades, entre planes personales y tareas sacerdotales, el hombre coherente sabe superarlas positivamente, logrando así una construcción armónica y unitaria de la personalidad en la que se han integrado las características propias del estado de vida sacerdotal. La persona ha tomado las riendas de su propia vida, responde íntima y libremente, ante sí mismo y ante Dios, de lo que hace.

Por el contrario, el seminarista que no interioriza el comportamiento propio del sacerdote está dividido en su interior. No ha hecho una firme decisión a favor de lo que vive. El progreso en la virtud es entonces, tal vez, menos seguro. Se encontrará en un estado de pasividad, de mero cumplimiento externo, tan movedizo como el pasar de los sentimientos. No será idéntico consigo mismo.

División moral, y división también psicológica. Por un lado ve la obligación, al menos ambiental, de comportarse como se espera de él, sacerdote; por otro siente la desazón de no estar del todo de acuerdo, del todo convencido. También puede darse que alcance a comprender cómo debería comportarse, pero a la vez sea efectivamente incapaz de hacer suyo este comportamiento por debilidad, apego a otro modo de ser, etc. Se puede aun llegar a decir que el sacerdote consciente y constantemente incoherente en su vida está arriesgando su misma integridad psicológica pues al haber comprometido pública, definitiva e irrevocablemente toda su existencia en una dirección, encuentra en su interior una división profunda que le separa de lo que dice ser, y de lo que sacramental y ontológicamente es. Este conflicto afecta necesariamente el mundo interior. Se sigue el desaliento, el aburrimiento, el tedio. Si no se llega al desequilibrio psicológico sí habrá infelicidad, insatisfacción, búsqueda de compensaciones o escapes, abandono progresivo de las propias responsabilidades...

Otro factor psicológico-espiritual importante que se deriva de la interiorización del modo de ser sacerdotal es la serenidad interior. Ante la presencia de emociones, sentimientos e impulsos que no son compatibles con su identidad, con los propios compromisos, la persona ejercitará con facilidad y serenidad un control sobre sí misma, una jerarquización de las propias tendencias de acuerdo con las opciones tomadas. Es en definitiva lo que equivale a la disciplina interior, al orden interior de la persona que es dueña del propio ser. La disciplina exterior se ha hecho disciplina interiorizada por convicción, y finalmente, disciplina interior del propio ser. Es éste el fruto último de la disciplina.


La disciplina del amor

Como menciona el texto citado del Concilio, la formación de convicciones está también íntimamente relacionada a motivos sobrenaturales. Y esto, al menos, de dos modos: en cuanto que explicitan la bondad del valor propuesto, es decir, ponen más fácilmente de relieve su conveniencia al candidato al sacerdocio; y en cuanto que dan un apoyo a la autoridad que propone los valores o la disciplina, no ya como imposición o conveniencia humana sino bajo la autoridad divina.

En el seminario, en el formador, en las normas se descubre el camino marcado para seguir una vocación que procede de Dios, una vocación a ser sacerdote en un lugar y en un momento específico. Esta visión hace que todo adquiera el valor sobrenatural propio de la obediencia a la voluntad de Dios.

Resulta pues motivo fortísimo de interiorización: hacer lo que Dios quiere por encima de gustos, caprichos, preferencias personales.

Más aún, podemos unir estas consideraciones a cuanto ya expusimos en el apartado sobre el "amor a Cristo como motivación fundamental" de la formación. «Os voy a mostrar un camino más excelente... la caridad» (1Co 12,31;13,4). La caridad, sin suplir u ocultar los demás motivos o valores que van moldeando un modo de ser, sí puede proporcionar una motivación más grande, más unitaria, más eficaz. Se dice que el amor es razón de sí mismo, y por tanto, una vez que existe, no necesita motivaciones externas que lo sostengan. Tiene un dinamismo propio: la tendencia al amado. Hacer lo que place al amado es razón suficiente y superior a todas las demás.

Es así como el amor a Cristo facilita e infunde nuevo vigor al proceso de conquista de la propia personalidad. Será el factor unificante que no sólo llene su deseo de amar y de ser amado, sino que polarice toda su personalidad y le dé una unidad y una integralidad única, propia sólo de quien ha encontrado en profundidad el sentido de su existencia. Muy bien decía S. Agustín: Ama et fac quod vis.

Todo esto no nulifica o sustituye los mecanismos humanos que de los que hemos hablado. El papel del formador y de la disciplina externa siguen teniendo toda su importancia. La gracia no suple a la naturaleza. Resulta necesario tomar conciencia de ello, particularmente en las primeras etapas de formación hasta que los motivos y valores vayan haciendo su labor de penetración en el formando.


LECTURAS RECOMENDADAS

Del PLAN DE FORMACIÓN SACERDOTAL
Conferencia Episcopal Española (1996)

La formación comunitaria


145. La formación comunitaria ha ido adquiriendo, cada vez más, una gran importancia
en los procesos formativos de los futuros presbíteros. La descripción del Seminario como
comunidad humana, diocesana, eclesial y educativa, en camino329, no hace sino recoger
esta creciente preocupación y da pie a su vez para que pase de ser considerado como un
medio de formación a convertirse en una dimensión formativa que ha de ser cultivada
cuidadosamente, porque favorece toda la formación y evita deficiencias que pudieran
aparecer.
Algunas de esas deficiencias posibles son, entre otras, las siguientes330: la masificación,
que acaba por despersonalizar al seminarista; la atomización, que conduce a un progresivo
empobrecimiento de toda la persona; el aislamiento del grupo, que lleva al seminarista a
desvincularse de la vida real; y, en el extremo, una escasa conciencia comunitaria y eclesial
de la vocación y de la misión presbiteral.
Por eso, diferentes y complementarias razones de índole antropológica, cristológica,
eclesiológica y pedagógica expresan que lo comunitario es una dimensión que requiere
atención particular.

146. El hombre es «por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni
desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás»331. El hombre es un ser con los
demás. No es posible, por tanto, una madurez personal sin un adecuado desarrollo de su
dimensión social.

147. Por Cristo, el Señor, todos los cristianos participamos de un único Bautismo.
Gracias a Él se nos regala el don de la fe y por Él reconocemos un solo Dios a quien
llamamos Padre por el Espíritu332. Todos los cristianos formamos un solo Cuerpo en el que
dependemos unos de otros333 y en el que estamos llamados a ayudarnos mutuamente
según los dones que nos hayan concedido334.

148. Cristo instituyó la Iglesia, Pueblo de Dios, para ser comunión de vida, de caridad y
de verdad, ya que «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no
aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le
confesara en verdad y le sirviera santamente»335.
El ofrecimiento de salvación hecho por Dios en Cristo es, por definición, comunitaria y
en comunidad se celebra. El ámbito formal de formación de un futuro presbítero es
comunitario, puesto que en él se confiesa la fe y la vocación común, se comparte un
proyecto de vida común y se va ahondando en la verdad que da sentido a la propia
existencia.

149. El Seminario es una comunidad cristiana ejemplar donde se realiza la experiencia
de la vida de la Iglesia; el obispo se hace presente en él a través del ministerio del Rector y
del servicio de corresponsabilidad y de comunión con los demás educadores y así, todos los
miembros de esa comunidad, reunidos por el Espíritu en una misma confesión de fe y una
sola fraternidad, colaboran en la tarea común de discernir la vocación y preparar para el
presbiterado336.

150. En cuanto comunidad eclesial, el Seminario se alimenta de la Palabra de Dios,
celebra la Liturgia, tiene en su centro y fundamento la Eucaristía y comparte el gozo de la
fraternidad337.
«Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de
la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en
el espíritu de comunidad»338. La Eucaristía es, por tanto, el fundamento que da sustento y ha
de mantener la vida comunitaria del Seminario.

151. El Seminario reproduce la experiencia formativa y comunitaria que tuvieron los
Doce con Jesús339: el desprendimiento del ambiente de origen, de trabajos habituales y de
afectos, el trato íntimo con Él, el aprendizaje de la humildad y la paciencia, el servicio mutuo,
el crecimiento en la paz y en la unidad340. Su ideal y «su identidad profunda es ser una
continuación en la Iglesia de la íntima comunidad apostólica en torno a Jesús»341.
Cuanto más frecuente y estrecha sea la relación de los seminaristas con el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, «más íntima y más fácilmente podrán aumentar la mutua
hermandad»342.

152. La formación para la vida comunitaria es un elemento básico de mutua relación
entre las distintas dimensiones de la formación. El seminarista educa su sentido comunitario
en esa comunidad peculiar que es el Seminario, no sólo porque toda educación cristiana se
desarrolla en un ámbito eclesial sino también por la referencia a la Iglesia, propia y esencial,
del ministerio pastoral al que está llamado.


Objetivos de la formación comunitaria

153. El Seminario está llamado a dar testimonio de la unidad que atrae a los hombres a
Cristo343. Por tanto, seminaristas y formadores están convocados a formar una única
comunidad que «ofrezca la imagen de una familia que cumple el deseo del Señor: "que
todos sean uno" (Jn 17,11)»344.

154. La comunidad de vida del Seminario pide que la común participación en los dones
del Espíritu se materialice no sólo en la vida sacramental y en la profesión de una misma fe,
sino también en todas las manifestaciones de la fraternidad: el diálogo, la comunión de
bienes345, la ayuda a los más débiles346, la alegría compartida, la búsqueda del bien común
aun a costa de renunciar a la propia voluntad347, la unidad de régimen, el trabajo conjunto.
Esta vida comunitaria educará la capacidad de establecer las relaciones de comunión
propias de los presbíteros: la cooperación y obediencia sincera y cordial con el obispo348, la
colaboración y fraternidad con sus hermanos en el presbiterio, del que va a formar parte, de
atención privilegiada a los «enfermos, afligidos, cargados en exceso de trabajo y
solitarios»349, el trato cercano y fraterno con los fieles, laicos y religiosos. De este modo el
Seminario formará futuros pastores aptos para adoptar diversas formas de colaboración y
vida común y para ser constructores de comunidad350.

155. Algunas actitudes que, particularmente, es preciso fomentar en la comunidad del
Seminario son: el sentido de la comunión con la Iglesia diocesana y universal, con los
hombres de nuestro tiempo y con todos los seminaristas; la fraternidad en sus relaciones
con todos los miembros que forman la comunidad del Seminario; la corrección fraterna
cuando se considere qué decisiones, actitudes o inhibiciones así lo requieren; la fidelidad a
las normas que rigen la vida del Seminario; la corresponsabilidad, tanto en la marcha
económica y administrativa del Seminario como en el proceso formativo de sus
compañeros351; la comunicación profunda, sincera y evangélica de la vida del seminarista
tanto con los formadores como con los hermanos seminaristas; el servicio común; la vida en
común sobria y austera352 que capacita para vivir y sintonizar con los más débiles y pobres
de nuestro mundo353.

156. Ha de procurarse que la inserción y el sentimiento de pertenencia a la comunidad
formativa sean correctos. No deberá vivirse en el Seminario «de un modo extrínseco y
superficial», sino con una integración profunda y cordial354. Asimismo el seminarista se
integrará en la vida de la comunidad que le corresponda en el ejercicio pastoral. Ello, sin
embargo, lejos de crear dependencias que oscurezcan su disponibilidad, le capacitará para
la apertura a la Iglesia diocesana y universal y para la inserción en cualquier comunidad
donde sea enviado en el futuro.

157. La comunidad del Seminario habrá de ser, pues, acogedora y hospitalaria, abierta
y sensible para captar los problemas y preocupaciones de los hombres de la sociedad y de
la Iglesia, y hacer de ellos motivo de reflexión y de oración.

158. Es imprescindible que «se creen estrechos lazos de unión entre los seminaristas y
sus propios obispos, a la vez que con el clero diocesano, basados en una caridad recíproca,
diálogo frecuente y toda clase de colaboración»355.

159. Han de relacionarse también estrechamente con los religiosos y los miembros de
vida consagrada, con quienes habrán de compartir después, como presbíteros, no sólo
proyectos y compromisos de evangelización, sino el radical seguimiento de Jesús356.
Especialmente estarán abiertos a la comunión con los religiosos presbíteros valorándolos
como futuros miembros de su mismo presbiterio diocesano357.

160. La vida en comunidad tenderá a crear una actitud de comunión con otros pueblos
e Iglesias locales más necesitadas358. Es importante que en la vida del Seminario se valore
e impulse la presencia de personas y experiencias evangelizadoras, misioneras y
ecuménicas.

161. Quien es llamado por Dios al presbiterado diocesano ha de saber que, a la par
que se abren amplios horizontes de realización humana y cristiana, se le exige una
formación comunitaria adecuada al futuro pastor que ha de vivir el sentido fraterno del
presbiterio359 y ha de presidir en la comunión diversas comunidades del pueblo de Dios.
A este respecto, el Seminario constituye para él la comunidad educativa fundamental. A
su proyecto comunitario ha de subordinarse siempre teórica y prácticamente cualquier otro
que pudiera ser asumido por el seminarista. Las múltiples formas de grupos, movimientos o
asociaciones aprobadas por la Iglesia deben valorarse positivamente. En la medida en que
impidieran o dificultasen la plena integración del seminarista en el proyecto comunitario del
Seminario o la apertura universal propia del presbiterado, aquella subordinación exigiría no
participar en ellas360.

162. En el esfuerzo por lograr que el Seminario sea una verdadera comunidad es
imprescindible que cada seminarista desarrolle sus propias aptitudes361 a fin de que avance
«gradualmente en el dominio de sí mismo, se acostumbre a usar correctamente de la
libertad, a obrar por propia iniciativa y colaborar con sus compañeros y con los seglares»362.


2. Elementos y medios para la formación comunitaria

163. La celebración de la Eucaristía, el Sacramento de la Penitencia y las prácticas de
piedad son elementos fundamentales que realizan y construyen la comunidad y que, por
consiguiente, se han de favorecer tanto personal como comunitariamente363.

164. Es de todo punto imprescindible que el Rector, formadores y profesores formen un
equipo presidido, en su planteamiento y su quehacer, por un claro ideal de unidad de
pensamiento y de acción. De esta manera se favorecerá un desarrollo global y coherente del
proceso formativo y de la vida comunitaria del Seminario364.

165. Al servicio de la comunidad educativa debe existir un programa claramente
definido, en el que consten: la unidad de dirección en la figura del Rector y sus
colaboradores, la coherencia de la ordenación de la vida y de la actividad formativa y las
exigencias fundamentales de la vida comunitaria. Este programa debe servir a la finalidad
específica de formar futuros presbíteros, pastores de la Iglesia365.
La comunidad, previo análisis de sus necesidades, aplicará, con su formador, este
programa a un plan concreto en el que se marquen los ritmos de la vida comunitaria. En él
habrá que reservar tiempos para el estudio, la oración, la pastoral, la vida comunitaria y el
esparcimiento personal. La vida comunitaria del Seminario habrá de ser revisada
periódicamente en relación a este programa.

166. Los encuentros comunitarios contribuyen a que el seminarista vaya exponiendo y
revisando su proyecto personal de vida. Una revisión de vida hecha en común desarrolla
virtudes tan fundamentales para un futuro presbítero como son la humildad, la sencillez y la
corrección fraterna. Realizada con caridad, es fuente de unidad.

167. Las distintas formas de comunión de bienes en el Seminario es una forma de
educar el sentido de la solidaridad y de la fraternidad que ayudará a ser vivida después
como sacerdotes. De esta manera se intenta vivir en el Seminario el estilo de vida de la
Iglesia primitiva en la que «todo lo tenían en común» y «no había entre ellos ningún
necesitado»366.

168. Conviene que se programe y se revise en comunidad la formación y la actividad
pastoral. Si ésa es fuente de espiritualidad367, la mutua comunicación es fuente de
consolidación y de enriquecimiento.

169. Aquel seminarista que no presente las aptitudes necesarias «para la vida
comunitaria ofrece serias dudas para su admisión a las Sagradas Órdenes»368.