Autor: Instituto Sacerdos
Fuente: Instituto Sacerdos
27. Formación Intelectual: Cultura general y técnicas de comunicación
27. Formación Intelectual: Cultura general y técnicas de comunicación (28 de marzo)
PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA
DISCUSIÓN EN EL FORO
Nota: no es
necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere
responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia
interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso
puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto
relacionado con el tema que estemos viendo.
Formadores
- ¿Qué importancia se da al estudio de las humanidades clásicas (historia,
literatura, arte, música…) en su seminario? ¿y al latín?
Seminaristas
- ¿Cuántas horas al día dedicas al estudio personal? ¿tienes un tutor o alguien
que te guíe de modo cercano en tu formación intelectual?
Otros
sacerdotes
- ¿Cómo se puede ayudar al seminarista, durante sus años de formación, para que
luego sea un eficaz comunicador de la Palabra de Dios? ¿cómo prepararlos para
que sean buenos predicadores?
Otros
participantes
- ¿Por qué es importante que el sacerdote tenga una amplia cultura general? En
general, ¿cree que los sacerdotes poseen esta cultura y están actualizados sobre
lo que acontece en el mundo y no sólo en el ámbito religioso?
27. Formación Intelectual: Cultura general y técnicas de comunicación
Una amplia
cultura general
El ministerio del sacerdote, su predicación y su servicio pastoral, se dirigen a
hombres y mujeres concretos de una época con una determinada cultura. En cuanto
hombres y mujeres, participan del patrimonio de la cultura universal de todos
los tiempos; en cuanto hombres y mujeres de una época y una determinada cultura,
participan de las características peculiares del momento actual; en cuanto
hombres y mujeres concretos, tiene cada uno su propia peculiaridad. El sacerdote
debe conocer a cada uno en su singularidad, para amarlo y ayudarle tal cual es.
Pero no podrá conocerlo a fondo si no conoce también los rasgos fundamentales de
la sociedad y la cultura actual, o el patrimonio cultural de la humanidad.
Por otra parte, la adquisición de una amplia cultura general constituye una base
firme para la misma construcción del edificio filosófico-teológico. Gracias a
ella se evita el peligro de la especialización exagerada, que puede llegar a
convertir al hombre en un "analfabeta funcional" que domina a la perfección el
propio campo pero desconoce casi en su totalidad cuanto cae fuera de éste.
Un campo privilegiado de la cultura, en la preparación del futuro sacerdote, son
los llamados estudios humanísticos. Son ellos principalmente los que le ponen en
contacto directo con ese patrimonio universal del que venimos hablando.
La historia, la literatura, las artes plásticas, la música... son como lagos de
agua viva en los que se acumula el continuo fluir de las culturas y las
sociedades. Quien se acerca a ellas se acerca a las mejores realizaciones del
espíritu humano a lo largo de los siglos.
Especialmente enriquecedoras en ese sentido son las "humanidades clásicas". El
estudio de los autores clásicos -griegos y latinos-, que expresaron de modo
particularmente denso y puro los más altos ideales humanos, ofrece una
contribución difícilmente superable para la configuración de un verdadero
humanismo. Caminando con la historia, es conveniente además conocer las
principales aportaciones de los mejores autores, desde la antigüedad hasta
nuestros días.
Parte integrante de la formación humanística suele ser el aprendizaje de las
lenguas clásicas, especialmente del latín. Es incuestionable que buena parte del
patrimonio cultural occidental ha sido consignado en esas lenguas, y que en
ellas se encuentra una buena parte de los escritos de la tradición eclesial. Si
se tiene en cuenta, además, que el latín ha sido y sigue siendo la lengua
oficial de la Iglesia se comprende la constante insistencia del Magisterio al
pedir que no se deje de ense-ñarlo a quienes se preparan para el sacerdocio
ministerial.
Es importante recordar que las humanidades pueden proporcionar un valioso
servicio para el estudio de las ciencias eclesiásticas. Frecuentemente los
jóvenes que ingresan al seminario en nuestros días vienen imbuidos de la
mentalidad cientifista, pragmática y tecnicista reinante en la cultura actual.
Una mentalidad que choca frontalmente con la finalidad, el método y el proceso
mental exigidos por la filosofía y la teología. La lectura de los autores
clásicos, el acercamiento a los valores estéticos, morales y espirituales a
través de las diversas ramas del humanismo, favorecen notablemente la necesaria
adaptación al nuevo modo de razonar y ensancha los horizontes de la mente hacia
espacios que admiten también la reflexión puramente especulativa y la apertura
al trascendente. Por otra parte, el estudio de las lenguas clásicas favorece,
según los entendidos, la estructura mental y el rigor lógico, tan necesarios
para que la filosofía y la teología sean algo más que un ejercicio de divagación
intelectual.
El desarrollo de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas están transformando
no sólo el rostro de la tierra sino también, y de modo profundo, la cultura y la
educación. Hoy día un alto porcentaje de los jóvenes estudian casi
exclusivamente materias científicas o técnicas. El conocimiento, al menos
elemental, de las ciencias modernas, le ayudará al sacerdote a comprender mejor
al hombre moderno y a hacerse comprender por él.
Habría que mencionar aquí sobre todo las ciencias humanas por su directa
incidencia sobre la comprensión de la persona. La psicología, la pedagogía y la
sociología pueden constituir un útil complemento de los estudios eclesiásticos.
Pero también el conocimiento de las demás ciencias será siempre una riqueza no
despreciable.
Algunos candidatos al sacerdocio ingresarán al seminario habiendo ya adquirido
una suficiente cultura científica. Habrá que procurar que se mantengan al día en
la medida que sea oportuno, de modo que puedan aprovechar esos conocimientos
para su futuro apostolado. A quienes no traigan esa base, se les pueden
proporcionar algunos me dios que les den la oportunidad de ir cubriendo ese
campo, sin descuidar su dedicación fundamental a la filosofía y la teología.
Cultura general quiere decir también estar al día en algunos campos
especialmente incisivos en la vida de los hombres y mujeres de nuestros días,
como la política y la economía, la legislación del propio país, etc.
Tampoco podemos dejar de mencionar la necesidad de conocer algunas lenguas
modernas además de la propia, necesidad indispensable en un mundo cada vez más
pequeño gracias a los medios de transporte y de comunicación social.
Por último, es importante que el seminarista vaya conociendo a fondo los rasgos
peculiares de la cultura en la que se prevé que ejercerá su ministerio. Es ésta
una condición previa para que luego pueda llevar a cabo una genuina obra de
inculturación del mensaje evangélico, sobre todo en aquellos lugares en que esa
adaptación se hace más necesaria y urgente.
Saber comunicar
el mensaje
Bien desarrolladas, las capacidades expresivas multiplican los réditos de una
formación intelectual sólida e incluso sólo discreta. Descuidadas pueden casi
inutilizar el bagaje filosófico, teológico y cultural adquirido por más
espléndido que sea. Un sacerdote docto que no sabe comunicar su mensaje es como
un pozo profundo lleno de agua fresca, pero sin cántaro. El viandante que se
acerca a él se marcha sediento. Bastaría escuchar los comentarios de los
feligreses sobre ciertas homilías...
Ya sabemos que no todo depende de la pericia humana. «Ciertamente, es viva la
Palabra de Dios y eficaz, y más penetrante que espada alguna de dos filos» (Hb
4,12). La gracia divina puede atravesar el alma al margen o incluso a pesar del
concurso humano. Pero en el plan salvífico de Dios la palabra del mensajero es
normalmente un eslabón entre el mensaje evangélico y los corazones de quienes la
escuchan. Cuando un eslabón falla, se interrumpe la cadena. «¿Cómo creerán en
aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm 10,14-15),
¿Cómo entenderán y aceptarán sin que se les predique eficazmente?
Del sacerdote se espera que lea, escriba y hable con corrección, brillantez y
vigor. Naturalmente, entre los candidatos al sacerdocio los habrá más o menos
dotados. La capacidad de comunicarse oralmente o por escrito depende en gran
parte de las cualidades naturales de la persona y de su educación anterior. Pero
siempre es posible potenciar el material con que se cuenta y alcanzar al menos
un nivel suficiente.
El programa académico del seminario debería por tanto incluir actividades que
enseñen la teoría y favorezcan la práctica de la comunicación. Clases y
ejercicios de redacción, que capaciten al estudiante para escribir correctamente
una carta, un informe, una relación, un artículo periodístico... Hacen falta
escritores cristianos, que evangelicen la cultura y la opinión pública. El
sacerdote puede ser uno de ellos. Clases y ejercicios -todavía más importante-
de expresión oral, emisión de la voz, técnicas y contenidos de la oratoria
clásica y moderna, homilética... Más aún: habría que ver el modo de que, al
menos algunos, los más dotados en este campo, se prepararan en la técnica del
debate, en la dinámica de grupos, en la comunicación radiofónica y televisiva.
El sacerdote es el hombre de la Palabra: debe manejar con destreza la palabra.
Algunos
recursos para la formación intelectual del seminarista
Hasta aquí hemos comentado sobre todo los objetivos y contenidos de la formación
intelectual. Conviene, sin embargo, hacer algunas anotaciones a propósito de los
principales recursos que pueden servir para realizar esa tarea.
Un elemento fundamental son, naturalmente, las clases. En toda rama del saber
humano, el contacto con personas versadas y experimentadas en su propio campo
enriquece notablemente a los alumnos. Esto es especialmente cierto cuando se
trata de materias especulativas en las que no basta asimilar el pensamiento de
otros, sino que hay que aprender a pensar: mucho se aprende pensando junto al
profesor mientras se esfuerza por exponer su pensamiento a los estudiantes. Por
otra parte, la teología exige, por su misma naturaleza, un tipo de transmisión
viva y personal:
...cuando se trata de la transmisión, no de un simple saber sino de una
tradición de fe, como en el caso de la tradición cristiana, es insustituible el
contacto con un maestro, el cual es, al mismo tiempo, testigo de esta fe que ha
iluminado y transformado su vida. La enseñanza se convierte así en conversación
del teólogo creyente y orante, en el cual coinciden la inteligencia del misterio
y la intimidad de vida con este mismo misterio. (Congregación para la Educación
católica, La formación teológica de los futuros sacerdotes, IV.I.2.1)
La clase de teología, bien entendida, no se reduce simplemente a una
aglomeración de alumnos que reciben la enseñanza de un profesor. Es más
profundamente, una comunidad viva de creyentes que, ayudada por un testigo
especialmente capacitado, realiza un esfuerzo por entender mejor su fe.
La calidad de la formación dependerá por tanto en gran medida de la calidad de
los profesores con que cuente el seminario. La preparación de un buen cuadro
académico debería ser por tanto una tarea primordial en cualquier seminario. Eso
significa que habrá que ir capacitando para ese ministerio a algunos
seminaristas o sacerdotes con las necesarias cualidades. No raramente será
necesario pedir la colaboración de otros sacerdotes de la diócesis que puedan
dedicar algún momento a prestar esta importante colaboración. En ocasiones se
encontrarán también laicos preparados y dispuestos a dar una mano en diversos
sectores.
Cuando el seminario no cuenta con el necesario profesorado y existe algún ateneo
eclesiástico cercano, puede ser ésta la mejor opción. Sin embargo los formadores
del seminario no deben simplemente descargar sobre esa institución la propia
responsabilidad. No se trata de mandarles sin más a cursar fuera sus estudios
sin preocuparse ellos personalmente de la formación de sus seminaristas.
Deberían saber qué se les da, cómo se les da, y también qué no se les da, de
modo que pudieran completar en el centro de formación lo que fuera necesario.
Cada profesor suele tener su propio método y estilo, y es importante que sea
respetado. Sin embargo, bien vale la pena que hagan todos un esfuerzo por
enseñar de modo sistemático, ordenado y completo. No se puede enseñar
desordenadamente a pensar con orden, ni formar la estructura mental de los
alumnos con una docencia confusa y sin espina dorsal. Este cuidado por presentar
claramente lo esencial de cada tratado es necesario sobre todo en los primeros
años, cuando el estudiante se está formando un primer cuadro de la disciplina.
Ya vendrá después la posibilidad de "incursionarse" en puntos particulares y
accidentales del saber, y de realizar "excursiones" en torno a parajes todavía
no suficientemente explorados.
Por otra parte, conviene que los profesores, sobre todo de teología, logren el
equilibrio entre su habilidad para estimular a la reflexión personal y su
capacidad de transmitir certezas de fe. Su enseñanza es un servicio eclesial.
Como en todo ministerio, se requiere también aquí el sensus Ecclesiae. El
ejercicio de su carisma propio se verá enriquecido si sabe armonizarlo con el
carisma de quienes han sido llamados al ministerio magisterial. Finalmente, su
testimonio personal como creyentes y como sacerdotes valdrá muchas veces más que
una brillante lección.
Otro tanto habría que anotar sobre la elección de los textos. Conviene buscar
libros que ofrezcan una visión completa de la materia y que al mismo sepan
suscitar en el lector interrogantes que le inviten a la reflexión madura y le
ayuden a ampliar sus horizontes.
Un elemento indispensable de la formación intelectual es el estudio personal.
Hay que recordar que normalmente son pocos los que encuentran agrado espontáneo
en esa actividad. Por ello conviene siempre que los programas del centro de
formación y los formadores mismos la favorezcan eficazmente. Desde luego con la
continua motivación, apoyada sobre todo en el sentido último de ese esfuerzo
para la misión del futuro sacerdote. La meta de los exámenes y algunos otros
incentivos pueden servir de refuerzo. Además de motivar es importante crear un
ambiente propicio: momentos del horario dedicados al estudio, un clima de
silencio que invite a la concentración... Conviene así mismo orientar a los
estudiantes para que adquieran una buena metodología de trabajo intelectual.
Algunas clases y ejercicios prácticos, sobre todo cuando comienzan, podrá
servirles de guía para que alcancen mejores resultados.
El criterio de la "formación personalizada" tiene también aquí su aplicación. Si
reflexionamos sobre la incidencia que una buena preparación intelectual tiene
sobre la formación global del seminarista y sobre la eficacia de su futuro
servicio pastoral, comprenderemos que no podemos "abandonarlo a su suerte". El
formador encargado de estudios debería conocer y seguir de cerca a cada uno,
para motivarle, orientarle, ayudarle en sus dificultades personales... En esta
labor de "orientación académica" le podrían dar una mano algunos alumnos de los
cursos superiores que hicieran de "tutores" o "auxiliares" de los más jóvenes.
De modo análogo, el trabajo en equipo puede dar excelentes resultados en este
campo: reunirse para estudiar juntos un problema difícil, intercambiar las
propias reflexiones, compartir materiales que puedan ayudar a todos... Los
mismos programas oficiales del centro podrían contemplar algunas actividades de
repaso o reflexión común por parte de algún curso o de todos los alumnos. Puede
ser muy interesante, por ejemplo, reunirse para dialogar sistemáticamente, con
la guía de algún profesor experto, sobre "casos" especialmente difíciles o
interesantes en el campo moral, dogmático, pastoral, etc.
Hablábamos antes de una serie de elementos y áreas que pueden enriquecer
notablemente la preparación cultural del futuro sacerdote. No se trata de
utopías. Con un poco de esfuerzo es factible organizar, aunque sea de vez en
cuando, algunas actividades complementarias, como conferencias, cursillos,
jornadas de estudio... Es igualmente posible abastecer la biblioteca de textos y
revistas que proporcionen material informativo y formativo a los seminaristas
especialmente interesados en algún campo.
Por último, habría que analizar la posibilidad de que algunos seminaristas o
sacerdotes hicieran una especialización, de acuerdo con las necesidades de la
Iglesia local y las cualidades de los estudiantes. Ese tiempo dedicado a
consolidar su preparación y obtener un título, eclesiástico o civil, no será
tiempo perdido, sino una inversión que puede resultar muy beneficiosa a largo
plazo.
Nunca será mal invertido el tiempo dedicado a la buena formación intelectual de
los que se preparan para el servicio pastoral en la Iglesia. Ni será vano el
esfuerzo que se ponga en ello.
LECTURAS
RECOMENDADAS
Recomendamos vivamente la intervención que pronunció el 18 de febrero pasado el
cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y primado de la
Argentina, durante la Plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina
sobre el significado e importancia de una formación académica sólida, sobre todo
de aquellos que tienen que comunicar la doctrina.
Fin pastoral de
toda la formación: a imagen del Buen Pastor
El número cuatro de la Optatam Totius nos da el fin desde el cual, conjunta y
armónicamente, debe ordenarse toda la formación sacerdotal:
"Todos los aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el
disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a este fin pastoral ("consociata
actione ad hunc finem pastoralem ordinentur"): a que se formen verdaderos
pastores de almas, a imagen de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor (Optatam
Totius 4).
En el mismo sentido nos dice Aparecida:
"Es necesario un proyecto formativo del Seminario que ofrezca a los seminaristas
un verdadero proceso integral: humano, espiritual, intelectual y pastoral,
centrado en Jesucristo Buen Pastor" (Ap 319).
La imagen del Buen Pastor es, pues, el analogatum princeps de toda la formación.
Al hablar del fin pastoral como fin último, tanto el Concilio como Aparecida
están entendiendo "pastoral" en sentido eminente, no en cuanto se distingue de
otros aspectos de la formación sino en cuanto los incluye a todos. Los incluye
en la Caridad del Buen Pastor, dado que la Caridad "es la forma de todas las
virtudes", como dice Santo Tomás siguiendo a San Ambrosio.
En sentido fuerte, pues, "formación" implica "que Cristo sea formado en
nosotros", que recibamos la forma de la Caridad de Cristo. Esto supone una
formación permanente, en la que siempre somos discípulos misioneros ya, que al
mismo tiempo que nos configuramos con Cristo Buen Pastor como discípulos, nos
volvemos capaces de ir comunicando esa forma como misioneros. Este sentido
fuerte de formación es el que expresa Pablo cuando dice: "Hijos míos!, por
quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes"
(Gal 4, 19).
Formación para
la vida plena
Toda la formación se ordena, pues, a formar buenos pastores que comuniquen la
Vida Plena de Jesucristo a nuestros pueblos, como quiere Aparecida:
"El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una
profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor,
dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la
Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad
pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los
más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su
Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de
presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los
más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y
promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de
misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación" (Ap
199).
Aparecida formula estas características de la identidad sacerdotal con un estilo
literario que apela a los "reclamos del pueblo de Dios a sus presbíteros".
Nuestro pueblo fiel desea "pastores de pueblo" y no "clérigos de estado",
"maestros de vida" que dan doctrina sólida que salva y no "diletantes" ocupados
por defender su propia fama discutiendo cuestiones secundarias. Para poder ser
buenos pastores y maestros, que comuniquen vida, se requiere desde el comienzo
de la formación una "sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y
docilidad a la acción del Espíritu".
La formación de
pastores maestros
Apacentar en comunión con Cristo Pastor no sólo es cuidar y conducir sino
también nutrir y alimentar, corregir y curar. Por eso es que el título de Pastor
incluye al de Maestro, que nutre a su rebaño enseñándole el camino verdadero de
la vida y corrigiéndolo de sus errores. El Maestro Bueno (Mt 19, 16) no enseña
desde la lejanía de la cátedra sino que enseña como quien pastorea: estando
cerca, haciéndose prójimo, nutriendo de manera tal que selecciona lo que
alimenta y descarta lo nocivo mientras va de camino compartiendo la vida con su
rebaño.
Lo pastoral
pone su sello también a lo académico
En el lenguaje del Concilio y de Aparecida, "pastoral" no se opone a "doctrinal"
sino que lo incluye. Tampoco es lo pastoral una mera "aplicación práctica
contingente de la teología". Por el contrario, la Revelación misma -y por ende
toda la teología- es pastoral, en el sentido de que es Palabra de salvación,
Palabra de Dios para la Vida del mundo. Como dice Crispino Valenziano: "No se
trata de ajustar una pastoral a la doctrina sino que se trata de no arruinar de
la doctrina el constitutivo sello pastoral de origen . El ‘giro antropológico´
que hay que seguir en teología sin dudas o perplejidad es aquel que va paralelo
a la doctrina ‘pastoral´: los hombres recibimos la revelación y la salvación
percibiendo el conocimiento que Dios tiene de nuestra naturaleza y su
condescendencia de Pastor con cada una de sus ovejitas".
Esta concepción integradora de doctrina y pastoral (que llevó a llamar
‘Constitución´ -documento en el que se da una doctrina permanente- no sólo a la
dogmática Lumen Gentium sino también a la pastoral Gaudium et Spes), se refleja
muy claramente en el Decreto sobre la formación sacerdotal. El Decreto insiste
en la importancia de formar pastores de almas. Pastores que, unidos al único
Pastor Bueno y Hermoso (hermoso en cuanto que conduce atrayendo, no imponiendo),
"apacienten sus ovejas" (cfr. Jn 21, 15-17).
Formación
académica sólida
En cuanto a lo específico de la formación académica, quisiera detenerme a
reflexionar un momento en torno a una característica que siempre sale al hablar
de formación: la solidez.
La Optatam Totius hace hincapié en la solidez de la formación en general y en
cada una de sus dimensiones. Pero de manera especial habla de la doctrina sólida
que deben tener y comunicar los formadores que:
"Han de elegirse de entre los mejores y han de prepararse diligentemente con
doctrina sólida, conveniente experiencia pastoral y una singular formación
espiritual y pedagógica (OT 5).
Aparecida cita a "Pastores dabo vobis" donde Juan Pablo II hace alusión a la
"seriedad y solidez de la formación". Solidez que lleva a los presbíteros a
"comprender y vivir la singular riqueza del "don" de Dios -el sacerdocio- y a
"desarrollar sus potencialidades" insertándose en la comunión presbiteral".
La solidez de la que se habla es la de la doctrina sólida del Buen Pastor, que
alimenta a sus ovejas con manjar sólido, con Palabras de Vida eterna.
La solidez como
propiedad de la Verdad
Lo que no siempre se advierte en su debida profundidad es que la solidez es una
propiedad trascendental de la verdad. Dentro de la mentalidad hebrea, la verdad
es "emeth", que significa ser sólido, seguro, fiel, digno de fe. La verdad de
Cristo no gira en primer lugar en torno a la "revelación" o "desocultamiento"
intelectual, más propio de la mentalidad griega. Este desocultamiento será pleno
cuando "lo veamos tal cual es" (1Jn 3, 2), ya que ahora "vemos como en un
espejo, en enigma" (1 Cor 13, 12). La verdad de Cristo gira más bien en torno a
la adhesión de la fe; una adhesión que implica todo nuestro ser -corazón, mente
y alma-. Esta adhesión es adhesión a la Persona de Jesucristo, "el Amén, el
Testigo fiel y veraz" (Apoc 3, 14), en quien nos podemos confiar y apoyar porque
nos da su Espíritu, que nos guía a la "Verdad completa" y nos permite discernir
entre el bien y el mal. Como dice la Carta a los Hebreos:
"Aunque ya es tiempo de que sean maestros, ustedes necesitan que se les enseñen
nuevamente los rudimentos de la Palabra de Dios: han vuelto a tener necesidad de
leche, en lugar de comida sólida. Ahora bien, el que se alimenta de leche no
puede entender la doctrina de la justicia porque no es más que un niño. El
alimento sólido es propio de los adultos, de aquellos que, por la práctica
tienen la sensibilidad adiestrada para discernir entre el bien y el mal" (Hb 5,
12-14).
La solidez de la que hablamos es, pues, participación en el Sacerdocio de
Jesucristo "Quien debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a
ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de
expiar los pecados del pueblo" (Hb 2, 17).
Por ello, si al escuchar hablar de doctrina sólida alguno piensa en
formulaciones abstractas o en silogismos irrebatibles, está pensando dentro de
un paradigma racionalista distinto de la solidez de la Verdad de Cristo, que es
la de la Misericordia y la de la Fidelidad que salvan.
Solidez como
apertura al misterio de Cristo
Si leemos bien la Optatam Totius vemos que al hablar de doctrina sólida se dice
que hay que "coordinar" las disciplinas filosóficas y teológicas en orden a que
las mentes "se abran al misterio de Cristo":
"En la revisión de los estudios eclesiásticos se ha de atender, sobre todo, a
coordinar más adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, para que
concurran armoniosamente a abrir más y más las mentes de los alumnos al Misterio
de Cristo , que se refiere a toda la historia del género humano, influye
constantemente en la Iglesia y opera, sobre todo, mediante el ministerio
sacerdotal (OT 14).
Solidez dice, pues, a apertura: una sólida apertura, una apertura fiel y firme,
estable y permanente, al misterio íntegro de Cristo. Apertura de la mente para
que fluya la Vida plena: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único
Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3).
No se trata, pues, para nada de cierta rigidez doctrinal que parece cerrar filas
sólo para defenderse a sí misma y puede terminar excluyendo a los hombres de la
vida. Es lo que el Señor les reprocha a los fariseos cuando les dice: "Ay de
ustedes, escribas y fariseos hipócritas (...) guías ciegos, que filtran el
mosquito y se tragan el camello" (Mt 23, 23-24). Muy por el contrario, la
solidez que buscamos para nuestros sacerdotes es una solidez humana y cristiana
que abra las mentes a Dios y a los hombres.
Una característica de la verdad sólida es que siempre abre a más verdad, siempre
abre a la Verdad trascendente de manera más amplia y profunda y sabe luego
traducirla pastoralmente de manera que se establezca el diálogo con cada hombre
y cada cultura.
Solidez que se
arriesga para poner en juego la Palabra
El corazón de esta solidez gira en torno a la Palabra de Dios, ya que "la
Sagrada Escritura debe ser como el alma de toda la teología" (OT 16):
"Prepárense, por consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan
cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la
expresen en su lenguaje y sus costumbres (OT 4).
Rápidamente vemos cómo la formación en torno a la Palabra no se limita a su
comprensión intelectual. El Concilio hace hincapié al mismo tiempo en la
meditación -ya que es Palabra viva que debe ser contemplada con espíritu de
alabanza y adoración- y en la expresión de la Palabra, tanto por medio del
lenguaje como por medio del testimonio de vida.
La solidez de la Palabra proviene del juego constante que se da en el corazón
del discípulo misionero entre la interiorización y la puesta en práctica de lo
revelado. Si no se pone en práctica la palabra no se consolida -es como casa
edificada sobre arena-. Lo paradójico es que la solidez se juega en el riesgo,
en negociar el talento, en el salir de sí hacia las periferias existenciales...
No es la solidez del museo ni de la auto-preservación. Por ello es que resulta
imprescindible que la formación académica tenga la dimensión de bajada, de
siembra y de fermento de la realidad y que suba desde ella con la cosecha de
todo lo humano que puede ser elevado y perfeccionado por la gracia.
Solidez de la
formación humanística y filosófica
Es quizás en este punto donde se encuentra el nudo del problema de la formación
actual: el contacto con la realidad, como evangelización de la cultura e
inculturación del evangelio, requiere un trabajo de discernimiento sólido.
Es necesario que los futuros pastores entren en contacto con el corazón de las
culturas de los pueblos a los que van a servir, y no con la mera superficie o
con fragmentos de una realidad mediada y modificada por las ciencias positivas.
Estas ciencias se fundan en paradigmas operativos que no buscan llegar al ser
profundo de las cosas sino que trabajan sobre su modo de operar. La imagen que
ofrecen de la realidad es proyección de un deseo de dominio fragmentario y
multiplicado.
En cambio, para entrar en contacto con la realidad viva del corazón de los
hombres y de los pueblos es necesaria una sólida formación en las ciencias
humanas, haciendo especial hincapié en todo lo que permite una visión histórica,
simbólica y ética, que enmarque las dimensiones más analíticas del saber
científico.
En lo humanístico me animaría a decir que la piedra de toque está en que el
formando se vaya convirtiendo en un pastor que aprecia cada vez más la sabiduría
de los pueblos, allí donde ésta se conecta, simbólica y místicamente, con la
unidad de la naturaleza y con el misterio trascendente de Dios, expresado en el
respeto por la sagrado y en la devoción por lo Santo y por los santos. Este
camino de inculturación del Evangelio y de evangelización de la cultura implica
un caminar junto con el pueblo fiel, aprendiendo de él a rezar y a amar al Dios
Vivo y Verdadero. Es camino de discipulado en comunión siempre más incluyente;
todo lo contrario de esas búsquedas intelectuales de círculos elitistas y
auto-referenciales, que se complacen en discutir "cuestiones disputadas" en vez
de alimentar al rebaño con comida sólida.
Al mismo tiempo, para que las ciencias enriquezcan la formación y puedan aportar
sus saberes específicos -que hoy en día han crecido y se han especializado
tanto- es necesaria una sólida formación filosófica, que abra las mentes al
misterio del Ser y de sus propiedades trascendentales.
Solidez
filosófica como apertura al misterio del ser
Así como la solidez de la apertura a la Revelación tiene como objeto el Misterio
de Cristo, que nos abre al Misterio del Dios Trino y Uno, así, la solidez de la
apertura filosófica tiene como objeto el misterio del ser y de cada una de sus
propiedades trascendentales. Por eso, en lo filosófico es necesaria una
formación que abra a los formandos a las propiedades trascendentales del ser,
allí donde la verdad, el bien y la belleza, en su unidad, están siempre abiertas
al Bien, a la Verdad y a la Belleza divinas. Es necesario buscar el fundamento
trascendente de la realidad, allí donde las preguntas últimas del hombre no
chocan en la oposición de los distintos sistemas categoriales, siempre en pugna
unos con otros, sino que permiten el diálogo fecundo con todos los pensamientos
que buscan auténticamente la verdad. A esto se refiere la Optatam Totius cuando
habla de un "conocimiento sólido del hombre, del mundo y de Dios".
Como dice Von Balthasar:
"Se puede decir en general, que la relación habitual entre filosofía y teología,
considerada durante mucho tiempo en la Iglesia católica como preparación para la
teología, se ha modificado últimamente luego de un vasto declinar de la
filosofía escolástica. En la actualidad, la teología busca más bien enraizarse,
de modos variados, en alguna de las teologías así llamadas "fundamentales". O si
no, presupone las "ciencias humanas", muchas de las cuales, sin embargo, carecen
por completo de medios para introducir a la teología. (...) De aquí resulta un
positivismo (teológico) difuso, que alcanza también, un poco por todos lados, a
la pastoral. Se ofrece, entonces, al pueblo fiel consideraciones de origen
sociológico que son en realidad de un nivel inferior a su piedad "no iluminada",
mientras que los predicadores "iluminados" piensan que han superado desde hace
mucho tiempo esas "viejas ideologías" y naturalmente no pueden reprimirse y no
meter su nueva sabiduría en la catequesis de los jóvenes y también de los
adultos".
Para abrirse a la totalidad del misterio de Cristo es necesario superar ese
positivismo difuso que campea muchas veces en la teología (y que en ALyC a veces
está incluso desfasado en el tiempo, ya que se reeditan ideologías ya superados
en otras partes como si fueran una gran novedad). Para ello es necesario "volver
a ganar una filosofía cristiana a partir de la teología".
Solidez como
discreción
La solidez no sólo es la de un cuerpo doctrinal íntegro, que incluye la
revelación entera en diálogo con la sabiduría de todos los hombres de todas las
culturas, sino que es también la solidez de la espada bien templada: esa espada
de doble filo que discierne la verdad. Por eso, contra la tentación del mundo
actual de "sincretismos" de todo tipo, que se van por las ramas en cuestiones
disputadas estériles o mezclan saberes inmezclables, la solidez de la formación
de los pastores debe apuntar a la "discreción" espiritual, que sabe probar todo
y quedarse con lo bueno.
"Discretio" vs "sincretismo", como dice E. Przywara: allí donde el "syn" del
sincretismo es confusión de elementos incompatibles e irreconciliables, el "dis"
de la discreción pone separación y claridad".
Como dice San Antonio: "la discreción es la madre, guardiana y maestra de todas
las virtudes".
Formación sólida dice pues a "caridad discreta", a la discreción del Buen Pastor
que sabe llevar a sus ovejas a los pastos abundantes y a las fuentes de agua
viva al mismo tiempo que las defiende del lobo y de los falsos pastores, de los
mercenarios.