Autor: Instituto Sacerdos
Fuente: Instituto Sacerdos
 

26. Formación Intelectual: Estudios filosóficos y teológicos

 

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota:
no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.


Formadores y otros sacerdotes
- ¿Cómo tienen organizado el ciclo de estudios en su seminario? ¿cursan los estudios en alguna institución o en el mismo seminario?
- ¿Envían algunos seminaristas a las universidades pontificias en Roma? ¿Porqué motivos?
- ¿Se notan progresos o retrocesos en la formación filosófica y teológica, en comparación con los años en que ustedes realizaron sus estudios? ¿En qué campos y porqué?

Seminaristas
- ¿Te gusta la filosofía? ¿Has valorado tus estudios filosóficos o te han parecido poco útiles a primera vista para el ministerio sacerdotal? ¿qué provecho has obtenido de ellos?

Otros participantes
- ¿Por qué cree que es importante que los sacerdotes estudien tantos años antes de ordenarse? ¿no sería mejor ordenarlos cuanto antes por la gran necesidad de pastores que hay?

 

26. Formación Intelectual: Estudios filosóficos y teológicos


La formación filosófica

¿Por qué no puede bastar la teología para la preparación de un futuro sacerdote? Son bastantes los seminaristas que se lo preguntan al iniciar sus estudios. No sólo. A veces se percibe en algunos ambientes un cierto descrédito de la formación filosófica. Hay programas que tienden a recortar lo más posible esa etapa académica del sacerdote o a diluirla en medio de otros estudios, como si se tratara de un aspecto secundario que hay que cumplir para llenar ciertos requisitos prescritos por el derecho canónico.

La filosofía, ante todo, marca un momento importante en la formación de la capacidad intelectual del candidato al sacerdocio. Los estudios filosóficos son escuela de reflexión. Por la filosofía aprende el seminarista a pensar profundamente en clave de ser, de objetividad. Por ella agudiza el sentido crítico, se entusiasma por la verdad dondequiera que ésta se encuentre, y aprende a descubrir y refutar los errores.

En segundo lugar con la filosofía, se recibe todo un patrimonio de sabiduría, tan antigua como la misma humanidad (cf. Congregación para la Educación católica, La enseñanza de la filosofía en los seminarios, III.2). En el estudio de la filosofía se encuentra el estudiante, de modo hondo y sistemático, con los más agudos problemas teóricos y existenciales del ser humano, profundizando en sus raíces. Así el seminarista entra en contacto con las ideas que han marcado el curso de la historia y que han ido esbozando lo que el hombre sabe "humanamente" sobre sí mismo, sobre el mundo y sobre Dios. Por ello se dice que la filosofía tiene un valor cultural insustituible; ella constituye el alma de la auténtica cultura.

Por otro lado, la filosofía constituye un precioso auxilio para la fe y para la teología. Es necesario evitar a toda costa una ruptura interior entre fe y razón. El "amor a la sabiduría", por su fidelidad a la verdad (y, por tanto, necesariamente, fidelidad a la Verdad) ayuda a encontrar el acuerdo entre el conocimiento de la razón -que ha de reconocer los propios límites- y el conocimiento de la fe, que la sublima. Además el estudio de la filosofía resulta ser un instrumento útil para la teología, sea a título de las nociones y principios que presta a la especulación teológica, sea por los procesos de reflexión que ofrece para la recta prosecución del discurso sobre Dios y para la profundización del dato revelado. Por esto resulta normalmente más provechoso realizar los estudios filosóficos antes que los teológicos, sin compaginarlos o simultanearlos.

Por último, el motivo apostólico. Hay que llevar el Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, evangelizar sus mentes y aspiraciones, fermentar la cultura con la Buena Nueva. Para comprender, dialogar y tener argumentos, incluso solamente humanos, la filosofía presta un servicio insustituible; se convierte en terreno de encuentro y de diálogo, sobre todo entre creyentes y no creyentes.

El camino para alcanzar estas metas lo marca la Optatam Totius al recomendar que en los estudios filosóficos tanto los formadores como los alumnos concedan particular importancia a la filosofía sistemática y a cada una de sus partes, de forma que los futuros sacerdotes lleguen, por encima de todo, a un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios, apoyados en el patrimonio filosófico de perenne validez teniendo también en cuenta las investigaciones filosóficas de la edad moderna, particularmente aquellas que ejercen mayor influjo en la propia nación, y los últimos progresos de la ciencia. (OT 15, Ratio fundamentalis 71).

Esto significa que no se debe confundir el estudio de la filosofía con el estudio de historia de la filosofía. Ésta es sólo un elemento del cuadro general. Lo fundamental es aprender a reflexionar sobre la realidad con cabeza propia, apoyados, eso sí, en las aportaciones de quienes nos han precedido en la historia.

Significa también que se debe prestar especial atención a aquellas asignaturas que constituyen la estructura fundamental de la filosofía en cuanto ciencia que busca las causas últimas de la realidad. No se debería descuidar, por ejemplo, el estudio del conocimiento humano, punto de partida de todo el saber. La metafísica, en cuanto reflexión sobre el ser, proporciona un instrumento valiosísimo para que el pensamiento busque siempre "tocar fondo" en el análisis de cualquier realidad, y pone en contacto con el último escalón de todo lo que existe, posibilitando el salto hacia el ser trascendente. La reflexión filosófica sobre Dios y sobre el hombre se muestra singularmente importante para quien ha sido llamado a ser mediador entre Dios y los hombres.

Por último, conviene recordar siempre que quien está estudiando filosofía en el seminario es un candidato al sacerdocio, y que por ello la está estudiando. La experiencia enseña que a veces el período de filosofía ocasiona algunas dificultades en el campo de la fe. Al momento evolutivo normal del joven, que va afianzando su capacidad de juicio, se suma el impacto de una disciplina académica que le obliga a cribarlo todo con el filtro de su razón. El contacto necesario con corrientes y autores ajenos o contrarios a la trascendencia y a la fe, podría suscitar interrogantes o dudas de fe.

Teniendo esto en cuenta, los profesores y los encargados de los estudios deberían presentar las cosas de modo que se entienda que la razón no es juez absoluto y definitivo de todo lo existente. Es muy sano ayudar a ver que la mente humana tiene sus límites. Y es igualmente iluminante hacer entender que no hay contradicción entre lo que la ciencia racional descubre y comprende y lo que se descubre y acepta por la fe.



La formación teológica

La formación teológica es la coronación de la preparación académica sacerdotal. Es el período en el que el candidato se adentra en el conocimiento científico y experiencial de su fe y de los problemas pastorales a los que en breve ha de aplicar la luz de la Revelación, el celo de su corazón de apóstol y la prudencia del buen pastor. La teología, en cuanto ciencia de Dios, es la ciencia que caracteriza al sacerdote, en cuanto hombre de Dios.

El currículum teológico debe llevar al conocimiento global de la doctrina católica, de forma que los alumnos ahonden en ella, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual y puedan comunicarla, exponerla y defenderla en el ministerio sacerdotal (cf. OT 16). Por lo mismo, la tarea principal consistirá en proporcionarles una visión completa y orgánica de las asignaturas fundamentales, sin olvidar aquellas otras que son más periféricas pero también necesarias para su formación doctrinal y pastoral.

En la enseñanza y el estudio de la teología hay que tener en cuenta, además de la larga tradición de la Iglesia, todos los legítimos impulsos renovadores que han surgido en los últimos años: el papel que debe jugar la exégesis en todas las materias, el redescubrimiento de la patrística, la transformación profunda del planteamiento de la moral, etc. En este esfuerzo renovador no se puede ignorar la aportación de los principales autores modernos, ni mucho menos las directrices recientes del magisterio. El documento sobre la formación teológica de los futuros sacerdotes constituye un valiosísimo punto de referencia. A él habría que sumar los documentos de la Santa Sede sobre la formación litúrgica, ecuménica, pastoral, y misionera, sobre el estudio de los santos padres, sobre el conocimiento de las Iglesias orientales, sobre el ateísmo, y otros que completan el cuadro de la entera formación teológica.

Por su misma naturaleza, la teología debe conducir al encuentro personal con Dios, suscitando en quien la estudia un estímulo a la oración y a la contemplación. La espiritualidad que nace de una vida de fe es como una dimensión interna de la teología. Una teología que no profundice en la fe, que no conduzca a orar, puede ser un discurso de palabras sobre Dios; pero no será jamás un verdadero discurso en torno a Dios, al Dios Vivo, al Dios que Es, y cuyo Ser es el Amor. (Juan Pablo II, Discurso a los sacerdotes, Irlanda, 1º de octubre de 1979).

Para ello conviene que el futuro sacerdote se acerque a la teología con la razón iluminada por una fe viva y operante, de suerte que las verdades estudiadas lleguen a convertirse en principios de vida cristiana, aumenten su conocimiento y relación personal con Cristo, le ayuden a profundizar su inserción vital en la Iglesia y despierten en él la conciencia de su tarea apostólica.

Así, la riqueza teológica se proyecta también hacia los demás cultivando, ya desde la mesa de estudio, el hábito de aplicar la Palabra de Dios a las realidades temporales y a la mudable condición humana, y de buscar la traducción del mensaje de salvación a la sensibilidad del hombre contemporáneo pues el estudio de la teología no busca una formación intelectual y humana al servicio del estudiante, sino al servicio del Evangelio y del hombre. Es una misión. Se trata de estudiar para iluminar, de aprender para después enseñar, de comprender para posteriormente ser capaz de mover los corazones hacia Dios. El futuro sacerdote, hoy estudiante de la ciencia sagrada, no debe perder esto nunca de vista. Su esfuerzo por asimilar las asignaturas teológicas es, ya en sí mismo, un verdadero acto de caridad:

Hay algunos que quieren saber con el fin solamente de saber, y es torpe curiosidad. Hay quienes quieren saber para ser ellos conocidos, y es torpe vanidad. Hay quienes quieren saber para vender su ciencia, por ejemplo, por dinero, por honores, y es torpe ganancia. Pero hay quienes quieren saber para edificar, y esto es caridad. (San Bernardo, Sermo 36 in Cant.)


LECTURAS RECOMENDADAS

OPTATAM TOTIUS 14-17

http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651028_optatam-totius_sp.html

V. Revisión de los estudios eclesiásticos.
13. Antes de que los seminaristas emprendan los estudios propiamente eclesiásticos, deben poseer una formación humanística y científica semejante a la que necesitan los jóvenes de su nación para iniciar los estudios superiores, y deben, además adquirir tal conocimiento de la lengua latina que puedan entender y usar las fuentes de muchas ciencias y los documentos de la Iglesia. Téngase como obligatorio en cada rito el estudio de la lengua litúrgica y foméntese, cuanto más mejor, el conocimiento oportuno de las lenguas de la Sagrada Escritura y de la Tradición.
14. En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal.
Para comunicar esta visión a los alumnos desde los umbrales de su formación, los estudios eclesiásticos han de incoarse con un curso de introducción, prorrogable por el tiempo que sea necesario. En esta iniciación de los estudios propóngase el misterio de la salvación, de forma que los alumnos se percaten del sentido y del orden de los estudios eclesiásticos, y de su fin pastoral, y se vean ayudados, al mismo tiempo, a fundamentar y penetrar toda su vida de fe, y se confirmen en abrazar la vocación con entrega personal y alegría del alma.
15. Las disciplina filosóficas hay que enseñarlas de suerte que los alumnos se vean como llevados de la mano ante todo a un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios apoyados en el patrimonio filosófico siempre válido, teniendo también en cuenta las investigaciones filosóficas de los tiempos modernos sobre todo las que influyen más en la propia nación, y del progreso más reciente de las ciencias, de forma que los alumnos, bien conocida la índole de la época presente, se preparen oportunamente para el diálogo con los hombres de su tiempo.
La historia de la filosofía enséñese de modo que los alumnos, al mismo tiempo que captan las últimos principios de los varios sistemas, retengan cuanto hay de probadamente verdadero en ellos y puedan descubrir las raíces de los errores y rebatirlos.
En el modo de enseñar infúndase en los alumnos el amor de investigar la verdad con todo rigor, de respetarla y demostrarla juntamente con la honrada aceptación de los límites del conocimiento humano. Atiéndase cuidadosamente a las relaciones entre la filosofía y los verdaderos problemas de la vida, y las cuestiones que preocupan a las almas de los alumnos, y ayúdeseles también a descubrir los nexos existentes entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación que, en la teología superior, se consideran a la luz de la fe.
16. Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la luz de la fe y bajo la guía del magisterio de la Iglesia, de modo que los alumnos deduzcan cuidadosamente la doctrina católica de la Divina Revelación; penetren en ella profundamente, la conviertan en alimento de la propia vida espiritual, y puedan en su ministerio sacerdotal anunciarla, exponerla y defenderla.
Fórmense con diligencia especial los alumnos en el estudio de la Sagrada Escritura, que debe ser como el alma de toda la teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes de la Divina Revelación, y en la lectura diaria y en la meditación de las Sagradas Escrituras reciban su estímulo y su alimento.
Ordénese la teología dogmática de forma que, ante todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la contribución que los Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente han aportado en la fiel transmisión y comprensión de cada una de las verdades de la Revelación, y la historia posterior del dogma, considerada incluso en relación con la historia general de la Iglesia; aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación, cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes y operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo.
Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad. De igual manera, en la exposición del derecho canónico y en la enseñanza de la historia eclesiástica, atiéndase al misterio de la Iglesia, según la Constitución dogmática De Ecclesia, promulgada por este Sagrado Concilio. La sagrada Liturgia, que ha de considerarse como la fuente primera y necesaria del espíritu verdaderamente cristiano, enséñese según el espíritu de los artículos 15 y 16 de la Constitución sobre la sagrada liturgia.
Teniendo bien en cuenta las condiciones de cada región, condúzcase a los alumnos a un conocimiento completo de las Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica Romana, para que puedan contribuir a la restauración de la unidad entre todos los cristianos que ha de procurarse según las normas de este Sagrado Concilio.
Introdúzcase también a los alumnos en el conocimiento de las otras religiones más extendidas en cada región, para que puedan conocer mejor lo que por disposición de Dios, tienen de bueno y de verdadero para que aprendan a refutar los errores y puedan comunicar la luz plena de la verdad a los que carecen de ella.
17. Como la instrucción doctrinal no debe tender únicamente a la comunicación de ideas, sino a la formación verdadera e interior de los alumnos, han de revisarse los métodos didácticos, tanto por lo que se refieren a las explicaciones, coloquios y ejercicios, como en lo que mira a promover el estudio de los alumnos, en particular o en equipos. Procúrese diligentemente la unidad y la solidez de toda la formación, evitando el exceso de asignaturas y de clases y omitiendo los problemas carentes de interés o que pertenecen a estudios más elevados propios de la universidad.
18. Los Obispos han de procurar que los jóvenes aptos por su carácter, su virtud y su ingenio sean enviados a institutos especiales, facultades o universidades, para que se preparen sacerdotes, instruidos con estudios superiores, en las ciencias sagradas y en otras que juzgaran oportunas, a fin de que puedan satisfacer las diversas necesidades del apostolado; pero no se desatienda en modo alguno su formación espiritual y pastoral, sobre todo si aún no son sacerdotes.

PASTORES DABO VOBIS 51-56
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_25031992_pastores-dabo-vobis_sp.html

Formación intelectual: inteligencia de la fe
51. La formación intelectual, aun teniendo su propio carácter específico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión.(156)
La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del tercer milenio. «Si todo cristiano —afirman los Padres sinodales— debe estar dispuesto a defender la fe y a dar razón de la esperanza que vive en nosotros (cf. 1 Pe 3, 15), mucho más los candidatos al sacerdocio y los presbíteros deben cuidar diligentemente el valor de la formación intelectual en la educación y en la actividad pastoral, dado que, para la salvación de los hermanos y hermanas, deben buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos».(157) Además, la situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar —precisamente en ese contexto— el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana. Añádase, además, que el actual fenómeno del pluralismo, acentuado más que nunca en el ámbito no sólo de la sociedad humana sino también de la misma comunidad eclesial, requiere una aptitud especial para el discernimiento crítico: es un motivo ulterior que demuestra la necesidad de una formación intelectual más sólida que nunca.
Esta exigencia «pastoral» de la formación intelectual confirma cuanto se ha dicho ya sobre la unidad del proceso educativo en sus varias dimensiones. La dedicación al estudio, que ocupa una buena parte de la vida de quien se prepara al sacerdocio, no es precisamente un elemento extrínseco y secundario de su crecimiento humano, cristiano, espiritual y vocacional; en realidad, a través del estudio, sobre todo de la teología, el futuro sacerdote se adhiere a la palabra de Dios, crece en su vida espiritual y se dispone a realizar su ministerio pastoral. Es ésta la finalidad múltiple y unitaria del estudio teológico indicada por el Concilio(158) y propuesta nuevamente por el Instrumentum laboris del Sínodo con las siguientes palabras: «Para que pueda ser pastoralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino espiritual marcado por la experiencia personal de Dios, de tal manera que se pueda superar una pura ciencia nocionística y llegar a aquella inteligencia del corazón que sabe "ver" primero y es capaz después de comunicar el misterio de Dios a los hermanos».(159)
52. Un momento esencial de la formación intelectual es el estudio de la filosofía, que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Ello es muy urgente, no sólo por la relación que existe entre los argumentos filosóficos y los misterios de la salvación estudiados en teología a la luz superior de la fe,(160) sino también frente a una situación cultural muy difundida, que exalta el subjetivismo como criterio y medida de la verdad. Sólo una sana filosofía puede ayudar a los candidatos al sacerdocio a desarrollar una conciencia refleja de la relación constitutiva que existe entre el espíritu humano y la verdad, la cual se nos revela plenamente en Jesucristo. Tampoco hay que infravalorar la importancia de la filosofía para garantizar aquella «certeza de verdad», la única que puede estar en la base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia. No es difícil entender cómo algunas cuestiones muy concretas —como lo son la identidad del sacerdote y su compromiso apostólico y misionero— están profundamente ligadas a la cuestión, nada abstracta, de la verdad: si no se está seguro de la verdad, ¿cómo se podrá poner en juego la propia vida y tener fuerzas para interpelar seriamente la vida de los demás?
La filosofía ayuda no poco al candidato a enriquecer su formación intelectual con el «culto de la verdad», es decir, una especie de veneración amorosa de la verdad, la cual lleva a reconocer que ésta no es creada y medida por el hombre, sino que es dada al hombre como don por la Verdad suprema, Dios; que, aun con limitaciones y a veces con dificultades, la razón humana puede alcanzar la verdad objetiva y universal, incluso la que se refiere a Dios y al sentido radical de la existencia; y que la fe misma no puede prescindir de la razón ni del esfuerzo de «pensar» sus contenidos, como testimoniaba la gran mente de Agustín: «He deseado ver con el entendimiento aquello que he creído, y he discutido y trabajado mucho».(161)
Para una comprensión más profunda del hombre y de los fenómenos y líneas de evolución de la sociedad, en orden al ejercicio, «encarnado» lo más posible, del ministerio pastoral, pueden ser de gran utilidad las llamadas «ciencias del hombre», como la sociología, la psicología, la pedagogía, la ciencia de la economía y de la política, y la ciencia de la comunicación social. Aunque sólo sea en el ámbito muy concreto de las ciencias positivas o descriptivas, éstas ayudan al futuro sacerdote a prolongar la «contemporaneidad» vivida por Cristo. «Cristo, decía Pablo VI, se ha hecho contemporáneo a algunos hombres y ha hablado su lenguaje. La fidelidad a Él requiere que continúe esta contemporaneidad».(162)
53. La formación intelectual del futuro sacerdote se basa y se construye sobre todo en el estudio de la sagrada doctrina y de la teología. El valor y la autenticidad de la formación teológica dependen del respeto escrupuloso de la naturaleza propia de la teología, que los Padres sinodales han resumido así: «La verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe».(163) Ésta es la concepción que constantemente ha enseñado la Iglesia católica mediante su Magisterio. Ésta es también la línea seguida por los grandes teólogos, que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia católica a través de los siglos. Santo Tomás es muy explícito cuando afirma que la fe es como el habitus de la teología, o sea, su principio operativo permanente,(164) y que «toda la teología está ordenada a alimentar la fe».(165)
Por tanto, el teólogo es ante todo un creyente, un hombre de fe. Pero es un creyente que se pregunta sobre su fe (fides quaerens intellectum), que se pregunta para llegar a una comprensión más profunda de la fe misma. Los dos aspectos, la fe y la reflexión madura, están profundamente relacionados entre sí; precisamente su íntima coordinación y compenetración es decisiva para la verdadera naturaleza de la teología, y, por consiguiente, es decisiva para los contenidos, modalidades y espíritu según los cuales hay que elaborar y estudiar la sagrada doctrina.
Además, ya que la fe, punto de partida y de llegada de la teología, opera una relación personal del creyente con Jesucristo en la Iglesia, la teología tiene también características cristológicas y eclesiales intrínsecas, que el candidato al sacerdocio debe asumir conscientemente, no sólo por las implicaciones que afectan a su vida personal, sino también por aquellas que afectan a su ministerio pastoral. Por ser la fe aceptación de la Palabra de Dios, lleva a un «sí» radical del creyente a Jesucristo, Palabra plena y definitiva de Dios al mundo (cf. Heb 1, 1ss.). Por consiguiente, la reflexión teológica tiene su centro en la adhesión a Jesucristo, Sabiduría de Dios. La misma reflexión madura debe considerarse como una participación de la «mente» de Cristo (cf. 1 Cor 2, 16) en la forma humana de una ciencia (scientia fidei). Al mismo tiempo la fe introduce al creyente en la Iglesia y lo hace partícipe de su vida, como comunidad de fe. En consecuencia, la teología posee una dimensión eclesial, porque es una reflexión madura sobre la fe de la Iglesia hecha por el teólogo, que es miembro de la Iglesia.(166)
Estas perspectivas cristológicas y eclesiales, que son connaturales a la teología, ayudan a desarrollar en los candidatos al sacerdocio, además del rigor científico, un grande y vivo amor a Jesucristo y a su Iglesia: este amor, a la vez que alimenta su vida espiritual, les sirve de pauta para el ejercicio generoso de su ministerio. Tal era precisamente la intención del Concilio Vaticano II, cuando pedía la reforma de los estudios eclesiásticos, mediante una más adecuada estructuración de las diversas disciplinas filosóficas y teológicas para hacer que «concurran armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal».(167)
La formación intelectual teológica y la vida espiritual —en particular la vida de oración— se encuentran y refuerzan mutuamente, sin quitar por ello nada a la seriedad de la investigación ni al gusto espiritual de la oración. San Buenaventura advierte: «Nadie crea que le baste la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin el asombro, la observación sin el júbilo, la actividad sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, la investigación sin la sabiduría de la inspiración sobrenatural».(168)
54. La formación teológica es una tarea sumamente compleja y comprometida. Ella debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de fe de la Iglesia; de ahí la doble exigencia de conocer «todas» las verdades cristianas y conocerlas de manera orgánica, sin hacer selecciones arbitrarias. Esto exige ayudar al alumno a elaborar una síntesis que sea fruto de las aportaciones de las diversas disciplinas teológicas, cuyo carácter específico alcanza auténtico valor sólo en la profunda coordinación de todas ellas.
En su reflexión madura sobre la fe, la teología se mueve en dos direcciones. La primera es la del estudio de la Palabra de Dios: la palabra escrita en el Libro sagrado, celebrada y transmitida en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada auténticamente por su Magisterio. De aquí el estudio de la Sagrada Escritura, «la cual debe ser como el alma de toda la teología»:(169) de los Padres de la Iglesia y de la liturgia, de la historia eclesiástica, de las declaraciones del Magisterio. La segunda dirección es la del hombre, interlocutor de Dios: el hombre llamado a «creer», a «vivir» y a «comunicar» a los demás la fides y el ethos cristiano. De aquí el estudio de la dogmática, de la teología moral, de la teología espiritual, del derecho canónico y de la teología pastoral.
La referencia al hombre creyente lleva la teología a dedicar una particular atención, por un lado, a las consecuencias fundamentales y permanentes de la relación fe-razón; por otro, a algunas exigencias más relacionadas con la situación social y cultural de hoy. Bajo el primer punto de vista se sitúa el estudio de la teología fundamental, que tiene como objeto el hecho de la revelación cristiana y su transmisión en la Iglesia. En la segunda perspectiva se colocan aquellas disciplinas que han tenido y tienen un desarrollo más decisivo como respuestas a problemas hoy intensamente vividos, como por ejemplo el estudio de la doctrina social de la Iglesia, que «pertenece al ámbito... de la teología y especialmente de la teología moral»,(170) y que es uno de los «componentes esenciales» de la «nueva evangelización», de la que es instrumento;(171) igualmente el estudio de la misión, del ecumenismo, del judaísmo, del Islam y de otras religiones no cristianas.
55. La formación teológica actual debe prestar particular atención a algunos problemas que no pocas veces suscitan dificultades, tensiones, desorientación en la vida de la Iglesia. Piénsese en la relación entre las declaraciones del Magisterio y las discusiones teológicas; relación que no siempre se desarrolla como debería ser, o sea, en la perspectiva de la colaboración. Ciertamente «el Magisterio vivo de la Iglesia y la teología —aun desempeñado funciones diversas— tienen en definitiva el mismo fin: mantener al Pueblo de Dios en la verdad que hace libres y hacer de él la "luz de las naciones". Dicho servicio a la comunidad eclesial pone en relación recíproca al teólogo con el Magisterio. Este último enseña auténticamente la doctrina de los Apóstoles y, sacando provecho del trabajo teológico, replica a las objeciones y deformaciones de la fe, proponiendo además, con la autoridad recibida de Jesucristo, nuevas profundizaciones, explicitaciones y aplicaciones de la doctrina revelada. La teología, en cambio, adquiere, de modo reflejo, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios, contenida en la Escritura y transmitida fielmente por la Tradición viva de la Iglesia bajo la guía del Magisterio, a la vez que se esfuerza por aclarar esta enseñanza de la Revelación frente a las instancias de la razón y le da una forma orgánica y sistemática».(172) Pero cuando, por una serie de motivos, disminuye esta colaboración, es preciso no prestarse a equívocos y confusiones, sabiendo distinguir cuidadosamente «la doctrina común de la Iglesia, de las opiniones de los teólogos y de las tendencias que se desvanecen con el pasar del tiempo (las llamadas "modas")».(173) No existe un magisterio «paralelo», porque el único magisterio es el de Pedro y los apóstoles, el del Papa y los Obispos.(174)
Otro problema, que se da principalmente donde los estudios seminarísticos están encomendados a instituciones académicas, se refiere a la relación entre el rigor científico de la teología y su aplicación pastoral, y, por tanto, la naturaleza pastoral de la teología. En realidad, se trata de dos características de la teología y de su enseñanza que no sólo no se oponen entre sí, sino que coinciden, aunque sea bajo aspectos diversos, en el plano de una más completa «inteligencia de la fe». En efecto, el carácter pastoral de la teología no significa que ésta sea menos doctrinal o incluso que esté privada de su carácter científico; por el contrario, significa que prepara a los futuros sacerdotes para anunciar el mensaje evangélico a través de los medios culturales de su tiempo y a plantear la acción pastoral según una auténtica visión teológica. Y así, por un lado, un estudio respetuoso del carácter rigurosamente científico de cada una de las disciplinas teológicas contribuirá a la formación más completa y profunda del pastor de almas como maestro de la fe; por otro lado, una adecuada sensibilidad en su aplicación pastoral hará que sea el estudio serio y científico de la teología verdaderamente formativo para los futuros presbíteros.
Un problema ulterior nace de la exigencia —hoy intensamente sentida— de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe. Es éste un problema eminentemente pastoral, que debe ser incluido con mayor amplitud y particular sensibilidad en la formación de los candidatos al sacerdocio: «En las actuales circunstancias, en que en algunas regiones del mundo la religión cristiana se considera como algo extraño a las culturas, tanto antiguas como modernas, es de gran importancia que en toda la formación intelectual y humana se considere necesaria y esencial la dimensión de la inculturación.(175) Pero esto exige previamente una teología auténtica, inspirada en los principios católicos sobre esa inculturación. Estos principios se relacionan con el misterio de la encarnación del Verbo de Dios y con la antropología cristiana e iluminan el sentido auténtico de la inculturación; ésta, ante las culturas más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación, que proviene de Cristo.(176) El problema de esta inculturación puede tener un interés específico cuando los candidatos al sacerdocio provienen de culturas autóctonas; entonces, necesitarán métodos adecuados de formación, sea para superar el peligro de ser menos exigentes y desarrollar una educación más débil de los valores humanos, cristianos y sacerdotales, sea para revalorizar los elementos buenos y auténticos de sus culturas y tradiciones».(177)
56. Siguiendo las enseñanzas y orientaciones del Concilio Vaticano II y las normas de aplicación de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, ha tenido lugar en la Iglesia una amplia actualización de la enseñanza de las disciplinas filosóficas y, sobre todo, teológicas en los seminarios. Aun necesitando en algunos casos ulteriores enmiendas o desarrollos, esta actualización ha contribuido en su conjunto a destacar cada vez más el proyecto educativo en el ámbito de la formación intelectual. A este respecto, «los Padres sinodales han afirmado de nuevo, con frecuencia y claridad, la necesidad —más aún, la urgencia-— de que se aplique en los seminarios y en las casas de formación el plan fundamental de estudios, tanto el universal como el de cada nación o Conferencia episcopal».(178)
Es necesario contrarrestar decididamente la tendencia a reducir la seriedad y el esfuerzo en los estudios, que se deja sentir en algunos ambientes eclesiales, como consecuencia de una preparación básica insuficiente y con lagunas en los alumnos que comienzan el período filosófico y teológico. Esta misma situación contemporánea exige cada vez más maestros que estén realmente a la altura de la complejidad de los tiempos y sean capaces de afrontar, con competencia, claridad y profundidad los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la plena y definitiva respuesta.