Autor: Instituto Sacerdos
Fuente: Instituto Sacerdos
22. Formación Espiritual: Algunos recursos II
PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA
DISCUSIÓN EN EL FORO
Nota: no es
necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere
responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia
interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso
puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto
relacionado con el tema que estemos viendo.
Formadores
- ¿Con qué periodicidad se organizan retiros y ejercicios espirituales en el
seminario? ¿es un medio que ayuda a la formación de los seminaristas? ¿o se
prefieren otras actividades?
Seminaristas
- ¿Cada cuánto acudes a tu director espiritual? ¿lo buscas con periodicidad o
sólo cuando lo necesitas?
- ¿Te ayuda hacer diariamente examen de conciencia? ¿cuándo lo haces?
Otros
sacerdotes
- ¿Experimenta el sacerdote la necesidad de tener un director espiritual? ¿o lo
suele dejar después del seminario o de los primeros años del ministerio? ¿A
quién acude para encontrar este tipo de ayuda personal?
Otros
participantes
- ¿Qué tipo de libros espirituales te gustan y te ayudan más para alimentar el
espíritu?
22. Formación Espiritual: Algunos recursos II
La dirección
espiritual
Uno de los principios fundamentales de la formación sacerdotal subrayaba la
importancia de la autoformación. Se insistía en que es el formando mismo el
primer responsable de su vocación y de su formación. Pero vimos ya que es
necesaria la colaboración del formador, y que éste debe prestar una ayuda
personalizada. Un momento privilegiado de esta colaboración personalizada es la
dirección espiritual.
El nombre de esta práctica, tal como se ha recogido en la tradición de la
Iglesia, no debe llevarnos a una comprensión errónea de su sentido genuino.
Podríamos hablar de "diálogo espiritual", "encuentro personal de formación",
"orientación espiritual", etc. El nombre es secundario. Lo que importa es que se
entienda bien que se trata de una colaboración que un sacerdote preparado
dispensa a un seminarista, para ayudarle a caminar, él personalmente, en su
propia vocación. El "director" espiritual no está ahí para "dirigir" al formando
como se dirige una carreta, sino para ayudarle a "encontrar la dirección" y
motivarle a seguirla libremente.
El principio del realismo antropológico y pedagógico nos ayuda a comprender que
el seminarista necesita de veras esa colaboración. Todos corremos el riesgo de
caer en el subjetivismo, y encerrarnos en una visión parcial de las cosas, y,
sobre todo, de nosotros mismos. Por eso, como dice la sabiduría popular, "nadie
es buen juez en su propia causa". En momentos de turbación y oscuridad todos
agradecemos la ayuda de alguien que nos tienda una mano "desde fuera" y nos
ayude a ver mejor, o al menos nos ofrezca su apoyo, nos dé ánimo, y -¿por qué
no?- nos brinde un consuelo.
Colaboración, pues, con el formando. Pero, en realidad, el director espiritual,
como todo formador, colabora con él en la medida en que colabora también con el
Espíritu Santo. Hablábamos de que su labor consiste en ayudar al seminarista a
encontrar la mejor dirección para su vida. No se trata de marcarle la dirección
que él, como persona experimentada y prudente, cree más conveniente, sino de
ayudarle a descubrir lo que Dios quiere en cada momento. De este modo se podría
decir que la dirección espiritual es un diálogo entre tres: el formando, el
formador y el Espíritu Santo, en el cual los dos primeros tratan de escuchar la
voz del tercero para comprender cuál es la voluntad de Dios sobre el formando.
El orientador debe ser consciente de que la dirección espiritual se convertirá
en un medio fecundo en el camino del alma hacia Dios si es profundamente
motivadora, exigente y concreta; si no se convierte en un simple desahogo para
el orientado; si es periódica, porque así lo requieren el carácter "progresivo"
de la formación; si es profunda, pues la búsqueda de la voluntad de Dios
compromete a todo el hombre con su inteligencia, su voluntad, su libertad, sus
sentimientos; si es, por último, cordial y amable, es decir, si hay acogida,
escucha, comprensión.
Esta acogida humana y cristiana favorecerá decididamente la apertura del
formando. Una apertura que es esencial para que la dirección espiritual no sea
una pérdida de tiempo. Pero, por otra parte, es necesario respetar la conciencia
y libertad del seminarista. Pretender forzar a alguien a ser sincero es,
simplemente, una "contraditio in terminis": la sinceridad nace de dentro,
libremente, o no es sinceridad. El camino único es el de la motivación. Hay que
saber estimular al seminarista para que dialogue con el director con sencillez y
sinceridad: valorarle estas cualidades; hacerle ver que sólo así se le podrá dar
una mano y sólo así Dios podrá hacer oír su voz; y, finalmente, facilitarle las
cosas con su actitud benévola, cálida y comprensiva.
Evidentemente, no basta que el formando abra su interior al director espiritual;
es preciso también que se abra confiadamente a sus observaciones, reflexiones,
motivaciones y hasta indicaciones; es el mejor modo abrirse a las inspiraciones
del Espíritu.
La práctica de la dirección espiritual será sólo posible si se cuenta con
suficientes y buenos directores, que se entreguen con interés y generosidad a
esa bella pero ardua labor. Por otra parte, el mejor modo de preparar futuros
buenos orientadores es lograr que nuestros actuales seminaristas hagan asidua
experiencia de una auténtica dirección espiritual.
El examen de
conciencia
El examen de conciencia diario es un medio eficaz para la necesaria conversión
al amor del Padre de las misericordias (cf. PO 18), y para constatar los
progresos o deficiencias personales en el camino de la propia santificación y de
la realización de la propia misión.
Todo comerciante serio se sienta regularmente a hacer cuentas y sacar las
consecuencias necesarias para prosperar en el futuro. Un trabajo consciente y
serio en la vida espiritual pide también detenerse frecuentemente para hacer un
balance personal.
Al enseñar al seminarista a hacer el examen de conciencia, es importante
ayudarle a entender que no es un mero acto de introspección, ni un recuento
matemático de faltas cometidas ni mucho menos una autoexploración negativa y
masoquista. Es, ante todo, un momento de oración ante Dios; y por tanto ha de
hacerse en un clima de diálogo personal e íntimo con Cristo que le ha llamado,
le pide su fidelidad, está dispuesto a perdonar sus faltas y puede sostenerle en
adelante con su gracia.
Examinarse ¿de qué? De todo lo que importa en su vida. Su progreso espiritual,
su fidelidad a los compromisos contraídos, su vivencia de las virtudes, su
entrega a los demás, etc. Para ello podría ser útil algún tipo de
cuestionario-guía. Pero lo fundamental es ese diálogo con Dios sobre la propia
situación. No sólo para detectar fallos, sino también para descubrir los avances
y las gracias de Dios correspondidas, y hacer nuevos propósitos o renovar los ya
hechos.
Retiros y
ejercicios espirituales
Siguiendo con el ejemplo anterior, podríamos hablar de los balances globales que
todo comerciante o empresario tiene que realizar periódicamente. Una vez al mes,
y, desde luego, al final del ejercicio, analiza la situación del negocio, saca
cuentas y se plantea una estrategia y un presupuesto para el año siguiente. Hay
que enseñar a los seminaristas a ser profesionalmente serios en su búsqueda de
la santidad sacerdotal y en su entrega a la misión encomendada.
Todos sentimos la necesidad de ciertos momentos de mayor recogimiento. Una
semana, un día, dedicados exclusivamente a la oración, a la meditación, en una
palabra a nuestra relación con Dios. Por otra parte, es evidente que cuando
vivimos en un clima de mayor intensidad espiritual es más fácil escuchar la voz
de Dios, que quizás estaba tratando de hacerse oír, en vano, porque andábamos
demasiado atareados. Todos necesitamos momentos de retiro. Nuestra condición
humana, limitada e histórica, implica que sufrimos el desgaste del tiempo. Se
nos van olvidando los principios aprendidos, se nos desdibuja el ideal, se
desinfla el entusiasmo. Así somos todos. Necesitamos momentos de renovación.
También el seminarista los necesita, en su subida hacia el sacerdocio. Sería
inconveniente no proporcionarle en el seminario una ayuda tan importante. A lo
largo del año se pueden organizar varios retiros periódicos: un día o media
jornada una vez al mes, o en algún momento especial del año litúrgico, etc.
Pueden ser útiles actividades de convivencia y reflexión sobre temas
específicos. Pero no deben faltar algunas jornadas dedicadas especialmente a la
oración personal, en silencio interior y exterior (cf. Ratio Fundamentalis 56).
Otro tanto hay que decir de los llamados ejercicios espirituales. No cabe duda
que hay actividades provechosas integradas por reuniones, reflexiones en común,
conferencias, paneles de información, etc. Sin embargo, nada puede sustituir la
fuerza renovadora del encuentro a solas con Dios que caracteriza los ejercicios
espirituales. Una experiencia ya plurisecular ha demostrado su particular
eficacia. No parece justificado abandonar sin más ese instrumento de crecimiento
espiritual regalado por Dios a la Iglesia a través de san Ignacio de Loyola.
Hay, eso sí, que actualizar y renovar, continuamente, su contenido y su
realización, pero salvaguardando su estructura y sus elementos esenciales. Si se
alteran éstos sería mejor darle otro nombre a la nueva práctica espiritual
inventada.
Puede ser, pues, muy conveniente que los seminaristas celebren anualmente los
ejercicios espirituales, con su dinámica propia. Esa dinámica incluye la
combinación de meditaciones, momentos dedicados al examen personal y a la
reflexión; el seguimiento de la estructura temática fundamental, con todas las
debidas y necesarias adaptaciones; el enfoque de conversión y renovación de la
propia vida que debe permear todas las actividades; la guarda total del
silencio, como clima de disponibilidad a la gracia; la dedicación completa a las
tareas de los ejercicios, prescindiendo de toda otra ocupación o preocupación;
la preparación -si parece oportuno- de una confesión general sobre el período
trascurrido desde los últimos ejercicios; el diálogo con el propio director
espiritual para revisar con él el estado de la propia vida y analizar la
dirección a seguir en el futuro inmediato.
No cabe duda que se trata de una actividad fuerte. Creer, sin embargo, que los
jóvenes de hoy son incapaces de ella es, simplemente, rebajar su capacidad; y
significa también que no se tiene noticia de los muchos jóvenes, también
seglares, que cada año participan en tandas de ejercicios, con íntimo gozo y
abundante fruto espiritual.
Un programa de
vida espiritual
Hablábamos de "profesionalismo" en la vida espiritual. No se puede negar que las
cosas del espíritu son imprevisibles. Para Dios «un día es como mil años y mil
años como un día» (2 Pe 3,7; cf. Sal 90,4). Él puede darnos en un instante
aquello que andábamos tratando de alcanzar durante años. La vida espiritual
tiene mucho de "intuitivo" y debe ser siempre algo espontáneo. Sin embargo,
cuando alguien quiere de veras alcanzar algún objetivo, se esfuerza por poner
todos los medios a su alcance. El medio principal, en el trabajo espiritual,
será la oración y la confianza en Dios. Pero si Él nos ha dado una razón capaz
de ordenar nuestros esfuerzos será para que la usemos en toda nuestra vida;
quizás de modo especial en la tarea primordial de nuestro crecimiento interior y
en nuestra transformación en Cristo. San Pablo tomaba muy en serio su "carrera
espiritual"; por eso corría «no como a la ventura» (1 Co 9,26), sino poniendo
con interés los medios necesarios.
Ésta es la razón del llamado "programa de vida espiritual". Su sentido radica en
dos principios fundamentales del capítulo segundo. La formación, decíamos, debe
ser "transformación", configuración paulatina con Cristo sacerdote, por la
vivencia de las virtudes sacerdotales. Por otra parte, la formación es
"progresiva": la transformación se va realizando, normalmente, paso a paso,
conquista tras conquista. Son esos pasos los que se pueden "programar".
El programa de vida espiritual no sirve para establecer una determinación
automática, como en el dominio de la informática. Su finalidad es encauzar y
ordenar el trabajo espiritual. Ante todo, es preciso detectar bien las propias
necesidades: los principales defectos que obstaculizan el progreso en la
santidad, seguramente agrupables en torno a una "pasión dominante", y las
virtudes más necesarias para contrarrestar esas deficiencias y madurar en el
camino de santidad. Luego conviene fijar unos cuantos medios que ayuden
apropiadamente, a la persona en cuestión, a realizar ese propósito. Se tratará
del buen aprovechamiento de los medios ordinarios a su alcance, o bien la
disposición de algunos otros más particulares.
Un momento ideal para la preparación del programa espiritual es el tiempo de
ejercicios espirituales. En ese clima de recogimiento y de intimidad con Dios, a
la luz de las inspiraciones del Espíritu Santo se pueden muy bien establecer los
propósitos para el curso que empieza, y revisarlos con la ayuda del director
espiritual.
Es evidente que de nada servirá el programa de vida si no se hace vida. Para
ello se requiere repasarlo con frecuencia. Puede ser objeto del examen de
conciencia diario, tema del diálogo con el propio orientador, y materia para
preparar el sacramento de la reconciliación.
La lectura
espiritual
Veamos, por último, la conveniencia de educar a los seminaristas a la lectura
espiritual. No hace falta ponderar la importancia de la lectura en todos los
campos. Un buen libro nos pone en contacto con los mejores resultados de las
investigaciones, experiencias y reflexiones. Es una mina al alcance de la mano.
Claro que la mejor mina, el mejor texto de lectura para un seminarista, como
para todo cristiano, es el que tiene por Autor al mismo Dios. Hay que ayudar a
los candidatos a leer frecuentemente la Escritura y a gustarla como miel dulce
al paladar (Sal 119,123). Junto a ella puede ser de indudable provecho la
lectura de los santos padres, de los clásicos de la vida espiritual en la
tradición de la Iglesia, de los principales documentos del Magisterio, así como
de buenos autores modernos de espiritualidad.
Para que sea verdadero alimento del espíritu, la lectura espiritual debe ser
algo periódico y frecuente. Podría servir de ayuda dedicar a ella un momento del
horario diario.
Conclusión
He aquí un esbozo de algunos aspectos de la formación espiritual del sacerdote.
Ha sido fácil decirlo. Queda, sin embargo, la tarea de cada uno, de cada
formador: encontrar la senda peculiar por la que Dios quiere llevar a cada
formando, y ayudarle a que la siga con generosidad, con la certeza de que la
ascensión a la cumbre de la santidad vale la pena.
LECTURAS
RECOMENDADAS
Autor: Pedro María Reyes Vizcaíno
La
dirección espiritual del seminarista
El derecho canónico declara que el seminarista tiene libertad para escoger su director espiritual y su confesor. Este derecho del seminarista se debe conjugar con la necesidad de garantizar una formación espiritual para todo el seminario.
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La dirección espiritual del seminarista |
El Código de Derecho Canónico se ocupa de la formación de los seminaristas.
No sólo presta atención a la formación doctrinal religiosa, o también a
la formación pastoral, sino que también se preocupa de una cuestión tan
delicada -y de tanta trascendencia para la vida de la Iglesia- como es su
formación espiritual. Además de dar los criterios de la formación espiritual
de quien es candidato al sacerdocio, se ocupa también de establecer el modo de
ejercer la dirección espiritual, estableciendo una legislación que facilita
sobremanera que el seminarista pueda recibir una efectiva dirección espiritual,
y además garantizando la necesaria libertad del seminarista al escoger a su
director espiritual.
Lo mismo se puede decir -mutatis mutandis- de la confesión de los
seminaristas. El legislador canónico se ocupa de posibilitar la recepción
frecuente del sacramento del perdón por parte de los seminaristas, y arbitra
medidas para que efectivamente se les facilite la confesión, siempre respetando
la legítima libertadque tiene cada uno para escoger su confesor.
Además, la legislación en vigor garantiza la necesaria reserva de las
conversaciones de ayuda y dirección espiritual que el seminarista mantenga,
incluso en el momento de tomar una decisión tan trascendente como es la de
proponer la admisión de un candidato a las Ordenes sagradas.
Estos son los cánones que hablan de la materia:
Canon 239 § 2: En todo seminario ha de haber por lo menos un director
espiritual, quedando sin embargo libres los alumnos para acudir a otros
sacerdotes que hayan sido destinados por el Obispo para esta función.
Canon 240 § 1: Además de los confesores ordinarios, vayan regularmente al
seminario otros confesores; y, quedando a salvo la disciplina del centro, los
alumnos también podrán dirigirse siempre a cualquier confesor, tanto en el
seminario como fuera de él.
§ 2: Nunca se puede pedir la opinión del director espiritual o de los
confesores cuando se ha de decidir sobre la admisión de los alumnos a las
órdenes o sobre su salida del seminario.
Canon 246 § 4: Acostumbren los alumnos a acudir con frecuencia al
sacramento de la penitencia, y se recomienda que cada uno tenga un director
espiritual, elegido libremente, a quien puedan abrir su alma con toda confianza.
Canon 985: El maestro de novicios y sus asistente y el rector del
seminario o de otra institución educativa no deben oír confesiones sacramentales
de sus alumnos residentes en la misma casa, a no ser que los alumnos lo pidan
espontáneamente en casos particulares.
Como se ve por estos cánones, se establece la obligación para la legítima
autoridad del seminario de nombrar al menos un director espiritual. El
canon 239 § 2 establece que entre los designados para esta función, el
seminarista puede acudir libremente a otros sacerdotes designados por el
Obispo para esta función.
Igualmente, el seminario ha de proveer al nombramiento de confesores
ordinarios, y procurar que vayan otros confesores. Los seminaristas pueden
acudir libremente a cualquier confesor, con la única limitación de preservar la
disciplina del seminario. La alusión a la disciplina del seminario se debe
entender hecha al respeto por parte del seminarista de las horas de entrada y
salida y otras normas disciplinares semejantes, nunca al establecimiento por
parte de las autoridades del seminario de uno o varios confesores a los que
obligatoriamente deban acudir los seminaristas. Otra interpretación distinta
desvirtuaría el tenor literal del canon 240 § 1.
¿Puede el seminarista escoger un director espiritual distinto de los
directores espirituales nombrados por la autoridad del seminario? Parece que sí,
de acuerdo con el canon 240 § 1. Aunque no indica expresamente que el director
espiritual pueda ser escogido fuera del seminario -como sí se dice del confesor-
tampoco lo excluye. El canon 239 § 2 indica que los seminaristas pueden acudir a
directores espirituales designados por el Obispo para el seminario. Sin embargo
el canon 246 § 4 indica expresamente que el director espiritual pueda ser
escogido libremente, sin señalar ninguna restricción. Se debe tener también
en cuenta que el canon 18 establece que las leyes que coartan el libre ejercicio
de los derechos se deben interpretar estrictamente.
A la vista de las anteriores conclusiones, pudiera sacarse la conclusión de que
es misión de la autoridad del seminario nombrar confesores y director
espiritual, y abstenerse de intervenir en la formación espiritual de los
seminaristas para respetar su libertad. O incluso que el director espiritual,
una vez que ha ofrecido su atención a los alumnos del seminario, ha de
despreocuparse de la marcha del seminario o de si los seminaristas acuden a la
dirección espiritual o no. Pero tal interpretación es falsa: nada más lejano de
lo que el Código de Derecho canónico pretende.
El director espiritual del seminario tiene funciones comunes a todo el
seminario, colectivas para todos los seminaristas: así, ha de preocuparse de
todo lo que se refiere a la formación espiritual de quien quiere ser
sacerdote. Los cánones 245 y 246 hablan específicamente de la formación
espiritual que debe prestar un seminario: y esa es una función específica del
director espiritual. También deberá encargarse de la predicación en el
seminario; muchas veces se realizará por medio de otros, pero será función del
director espiritual asegurar la predicación periódica, quizá estableciendo un
plan de pláticas u homilías que garanticen una predicación orgánicamente
estructurada. Estos son dos ejemplos de las funciones de dirección espiritual
comunes a todo el seminario.
Y tampoco ahí acaban las funciones del director espiritual. El director
espiritual deberá seguir la marcha de cada alumno, no sólo ofreciéndose a
hablar con cada uno, sino preocupándose del acompañamiento y dirección
espiritual de cada uno. No puede violentar la legítima libertad del
seminarista de escoger su director espiritual, pero tampoco debe desentenderse
de la dirección espiritual de cada uno: si el seminarista tiene director
espiritual, no ha de entrometerse el director espiritual del seminario. Pero si
el seminarista no ha escogido director espiritual, puede facilitarle que escoja
uno, quizá él mismo.
Además, el canon 240 § 2 establece que no se debe pedir la opinión del
director espiritual o de los confesores cuando se ha de decidir sobre la
admisión a las sagradas órdenes o la salida del seminario. Este canon se
relaciona con el canon 985: puesto que en estas trascendentales decisiones sí
debe intervenir el rector. El cual, por lo que se ve, nunca debe ser nombrado
confesor del seminario. De este modo el rector tiene las manos libres para dar
su opinión. Lógicamente el rector nunca puede usar para el gobierno del
seminario, o para dar su opinión sobre la admisión a las sagradas órdenes o
salida del seminario de un alumno, de lo que hubiera conocido en confesión: cfr.
al respecto el canon 984 § 2. La finalidad de esta norma es no hacer odiosa
la dirección espiritual. En el caso de la confesión entra en juego además el
sigilo sacramental.